¿A quién respectas?

Max_Demian

Puta rata traicionera
Registro
17 Jul 2005
Mensajes
31.950
Reacciones
25.448
Me cuesta mucho tener una única opinión sobre las cosas. Todo cuanto se presenta ante mi entendimiento lo hace equívocamente. No tengo pensamientos claros y distintos, sino que es todo una maraña inextricable. Esto me hace vivir la vida sin un método. Lo único que me salva son mis intuiciones, incontestables y majestuosas pero poco compatibles con la discreción y la constancia.

Esta naturaleza mía hace que mienta, normalmente por no crear conflictos o por simple empatía con quien me habla. O por indiferencia. La gente es fácil de contentar. Fíjense que en la vida real la gente no sabe ver la puta desagradecida que en realidad soy. Este vivir instalado en la mentira me pasa factura en forma de neurosis.

La ambivalencia y la mentira hacen que no respete a nadie. Si doy muestras de respeto es por miedo o por conveniencia, pero en mi fuero interno sólo desprecio. A lo máximo que puedo llegar es a sentir simpatía, una simpatía gratuita que no se puede ganar pero sí perder. Y tal vez por eso me luce así el pelo. Qué amor voy a sentir yo, qué amistad... si acaso un poco de compadreo con desconocidos en el foro de una página de pornografía casposa e infame. ¿No es maravilloso?

Pero yo sé que vosotros no sois todos así.

¿A quién respetas y por qué lo haces?
 
jilo de hoy para lamer

4PSqy4t.jpg
 
Suelo respetar bastante a mi médico con vayaina de cabecera y a mi dentista con penis, que suelen arreglarme la papeleta bastante bien 9 de cada 10 veces. A mi antiguo profesor de latín, que es listo como un roboc, y al que de vez en cuando saludo. A los viajeros irredentos, que no coleccionistas de destinos.

Y a bastante gente en general, pero siempre por los méritos que han hecho para ser quienes son o tener lo que tienen. En definitiva, a los que se lo curran y no se esconden, a los que cogen el toro por los cuernos y se joden y se manchan.

No respeto a los que no opinan nunca de nada, a los gregarios, a los clónicos, a los que no hacen un mínimo esfuerzo por cambiar su situación a mejor y se regodean en su mierdecilla esperando palmadita en el lomo; y tampoco a los puercos que llevan barba guarra de 3 días.
 
Última edición:
Me cuesta mucho tener una única opinión sobre las cosas. Todo cuanto se presenta ante mi entendimiento lo hace equívocamente. No tengo pensamientos claros y distintos, sino que es todo una maraña inextricable. Esto me hace vivir la vida sin un método. Lo único que me salva son mis intuiciones, incontestables y majestuosas pero poco compatibles con la discreción y la constancia.

Esta naturaleza mía hace que mienta, normalmente por no crear conflictos o por simple empatía con quien me habla. O por indiferencia. La gente es fácil de contentar. Fíjense que en la vida real la gente no sabe ver la puta desagradecida que en realidad soy. Este vivir instalado en la mentira me pasa factura en forma de neurosis.

La ambivalencia y la mentira hacen que no respete a nadie. Si doy muestras de respeto es por miedo o por conveniencia, pero en mi fuero interno sólo desprecio. A lo máximo que puedo llegar es a sentir simpatía, una simpatía gratuita que no se puede ganar pero sí perder. Y tal vez por eso me luce así el pelo. Qué amor voy a sentir yo, qué amistad... si acaso un poco de compadreo con desconocidos en el foro de una página de pornografía casposa e infame. ¿No es maravilloso?

Pero yo sé que vosotros no sois todos así.

¿A quién respetas y por qué lo haces?


No suelo respetar a quien no es capaz siquiera de titular un hilo correctamente sin equivocarse al escribir una palabra.
 
De adolescente respetaba a algunos profesores. Algunos de esos que te abrían los hogos en ciertos aspectos no sólo académicos, si no de la vida en general. Bastaba además una mirada suya para que te recordasen que ellos mandaban allí y que no les hacía falta amenazar. Una sola mirada y la clase entera callaba.
En la hunibersidac lo más cercano fue algo así como admiración por dos profesores, el señor ángel viñas y el señor gutmaro Gómez. Pero ya no había respeto. Eran personas muy inteligentes y muy válidas, pero en el fondo eran ratas de biblioteca. También los del instituto que admiraba eran ratas de biblioteca, pero era demasiado joven para diferenciar.
A la única persona que respeto está muerta; el señor John Steinbeck.
 
No suelo respetar a quien no es capaz siquiera de titular un hilo correctamente sin equivocarse al escribir una palabra.

Di que sí. Kerouac ese forero que escribe cosas

Me cuesta mucho tener una única opinión sobre las cosas. Todo cuanto se presenta ante mi entendimiento lo hace equívocamente. No tengo pensamientos claros y distintos, sino que es todo una maraña inextricable. Esto me hace vivir la vida sin un método. Lo único que me salva son mis intuiciones, incontestables y majestuosas pero poco compatibles con la discreción y la constancia.

Esta parte la podía hacer mía. El pensamiento difuso
 
Última edición:
La última vez que he sentido respeto ha sido la semana pasada y no por una sola persona, sino por una familia entera. Mi compadré apalabró unos jornales con un tipo que le surte de pacas de avena para las cabras y algo de alfalfa. Según él, a buen precio y le debe ese favor. Bueno, pues me mete a mí en el ajo y se brinda para la cuadrilla. A 40 euros el jornal, con un rumanoide, un panchi de nombre Nelson, un paisano en edad de jubilarse, un cuatrero primo de la familia, mi compadre y yo. El resto, tres más, con el vibrador de olivos, la pala de una retroexcavadora para cargar la aceituna, y otro de líbero y un poco controlando el tema a pie de tierra. Los tres hermanos, hijos del dueño y herederos de las tierras.
Desde la 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde con una hora para la comida y algún cigarro de diez minutos. El resto del tiempo a piñón fijo.

Empezamos a colocar los telones, a varear lo que se deja el vibrador, a arrastrar telones, estirar, varear, vaciar, volver a colocar, volver a arrastrar, varear; y su puta madre, a un ritmo endiablado. La boca seca, con esa rebaba blanca que sale cuando estás sediento, llenos de polvo de vibrar las copas de los olivos, frío por la mañana y calor a mediodía. Un solo cigarro en toda la mañana, se bebía sobre la marcha, a galgo. Todo presagiaba que aquello iba a ser otro duro día en mi mísera vida con el típico señorito cacique de pueblo.

Llega la hora de la comida y aparecen en el olivar las mujeres de los hijos, el padre, un señor mayor con gorra campera y bastón, y su señora esposa, con una bata rosa. Se monta allí una mesa improvisada con unos tablones, se llama a los jornaleros a comer. Yo estaba un poco incrédulo, me había llevado un bocata de loncheados del Lidl y un plátano y observaba desde la distancia aquello. Pero insisten e insisten, a mi compadre no, porque ese tiene menos vergüenza que un gato en una matanza, y se arrimó a la mesa el primero con sus chascarrillos del pueblo y haciendo reír a los hermanos capataces y al dueño del cortijo.

Toda mi vida me han tratado como a un perro, y huyo del agua fría. Siempre he tenido señoritos de esos que te miran con desprecio, que te explotan, que te pagan poco y mal y encima se lo tienes que agradecer. Me han voceado, insultado, despreciado, ninguneado y despedido; en los trabajos en los que he estado. Y aquel convite me había descolocado completamente.

El caso es que me arrimé a la mesa y alargué mi mano para coger un plato de cocido. Con sus trocitos de tocino, costillar, hueso y morcilla. Gloria bendita. Unos garbanzos cojonudos, caseros, hechos por la señora mayor para sus empleados. Con su vino de pitarra, un poco peleón, pero que sabía a nectar al solaz del mediodia, junto a aquella familia de patronos, con la compañía variopinta de la cuadrilla. Y con la salsa del hambre que es la que mejor pega para todas las comidas.

Se respiraba un ambiente agradable, de gente humilde, la famosa hospitalidad de la gente rural. La conversación versaba sobre el tiempo, la cosecha de hogaño, la sequía, las cosechas de antaño. Aquel año que nevó. Algún chiste verde típico entre machos rudos que se limpian el hocico con la mano, hablan con la boca llena y porfían de la santa madre iglesia, el rey y los de arriba, encarnados en la persona de Rajoy.
El dueño relataba las antiguas lindes de la finca, que si el ribazo de la vaguada sirvió a modo de trinchera en la guerra, que Franco avanzaba por Badajoz, Cáceres, Talavera y allí se topó con la resistencia. Concrepaba con el otro viejo jornalero que antes había cerca del molino almazara un pozo donde bebían las bestias, y el viejecillo de la cuadrilla asentía con la cabeza porque comía a dos carrillos con los morros a medio palmo del plato y el hocico lleno de migas y grasa.

Alguna nieta fue, ninfulas, no quiero extenderme en este asunto, ahí_lo dejo y a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Y allí estando en medio de aquel almuerzo al solecito, entre olivares, con el mondongo lleno, con aquella gente que hablaba a voces y gesticulaba, con conversaciones cruzadas de un extremo a otro de la mesa excepto cuando hablaba el patriarca que todo el mundo callaba. Allí fue donde sentí respeto, respeto por mis patronos, tuve ese sentimiento y era tan real como que entre el sol de frente y el vino, se me estaban subiendo los calores al rostro. Entonces envidié a esa familia, humilde, pero mucho más respetable que todo unos señores marqueses.
 
Última edición por un moderador:
Hola, ¿sabéis cómo conseguir antidepresivos sin receta médica o alguna combinación de medicamentos para aumentar la serotonina en plan triptofano + magnesio?
 
A los que más suelo respetar es a los valientes de verdad: aquellos que, siendo ratones, se atreven a señalar al gatazo abusón -cualquier trabajador que denuncia un atropello, Nikki Haley invitando a las mujeres a denunciar a Trump por abusos sexuales en el pasado; Verruga abriendo hilo sobre algún abuso cometido por la administración...-. Todo aquel que, olvidándose con infantil inocencia del valor de su integridad, gritan las injusticias, porque grita dentro de ellos la repugnancia de la hipocresía.

Verruga rebuznó:
La última vez que he sentido respeto ha sido la semana pasada y no por una sola persona, sino por una familia entera. Mi compadré apalabró unos jornales con un tipo que le surte de pacas de avena para las cabras y algo de alfalfa. Según él, a buen precio y le debe ese favor. Bueno, pues me mete a mí en el ajo y se brinda para la cuadrilla. A 40 euros el jornal, con un rumanoide, un panchi de nombre Nelson, un paisano en edad de jubilarse...

¡Qué prosa, @Verruga! ¡Y yo que últimamente dudaba de que estuvieras cediendo tu clon a algún subnormal (bueno, aún no tengo claro que no lo hagas a ratos:trump:)...! Volviendo al tema, seguro que, además de respetar a esa humilde familia, también la envidiaste un poquito, ¿a que sí? Volver a casa con el cuerpo molido de una dura jornada vareando olivos, y confortarte con el guiso que ella ha preparado, con el calor del cuerpo femenino que se hunde junto al tuyo en el sofá de saldo para ver juntos la tele, mientras compartís los chascarrillos del día (esos que espantan a los grandes temores humanos). Desear llegar al cuarto y caer en aquel sencillo colchón de muelles salvado del punto limpio en el último momento, y adormecerte con el ritmo de su respiración, abrazado a su cuerpo de gata mullida. Sabiendo por fin que todo aquello es la única verdad.
 
Última edición:
No, más bien llegaba tronchado y sin ganas de ni tan siquiera ir a fundir los jornales con las putas. Pero lo tuyo también tiene que ser bonito para aquellas personas que necesitáis a alguien cerca. No es mi caso.
 
La última vez que he sentido respeto ha sido la semana pasada y no por una sola persona, sino por una familia entera. Mi compadré apalabró unos jornales con un tipo que le surte de pacas de avena para las cabras y algo de alfalfa. Según él, a buen precio y le debe ese favor. Bueno, pues me mete a mí en el ajo y se brinda para la cuadrilla. A 40 euros el jornal, con un rumanoide, un panchi de nombre Nelson, un paisano en edad de jubilarse, un cuatrero primo de la familia, mi compadre y yo. El resto, tres más, con el vibrador de olivos, la pala de una retroexcavadora para cargar la aceituna, y otro de líbero y un poco controlando el tema a pie de tierra. Los tres hermanos, hijos del dueño y herederos de las tierras.
Desde la 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde con una hora para la comida y algún cigarro de diez minutos. El resto del tiempo a piñón fijo.

Empezamos a colocar los telones, a varear lo que se deja el vibrador, a arrastrar telones, estirar, varear, vaciar, volver a colocar, volver a arrastrar, varear; y su puta madre, a un ritmo endiablado. La boca seca, con esa rebaba blanca que sale cuando estás sediento, llenos de polvo de vibrar las copas de los olivos, frío por la mañana y calor a mediodía. Un solo cigarro en toda la mañana, se bebía sobre la marcha, a galgo. Todo presagiaba que aquello iba a ser otro duro día en mi mísera vida con el típico señorito cacique de pueblo.

Llega la hora de la comida y aparecen en el olivar las mujeres de los hijos, el padre, un señor mayor con gorra campera y bastón, y su señora esposa, con una bata rosa. Se monta allí una mesa improvisada con unos tablones, se llama a los jornaleros a comer. Yo estaba un poco incrédulo, me había llevado un bocata de loncheados del Lidl y un plátano y observaba desde la distancia aquello. Pero insisten e insisten, a mi compadre no, porque ese tiene menos vergüenza que un gato en una matanza, y se arrimó a la mesa el primero con sus chascarrillos del pueblo y haciendo reír a los hermanos capataces y al dueño del cortijo.

Toda mi vida me han tratado como a un perro, y huyo del agua fría. Siempre he tenido señoritos de esos que te miran con desprecio, que te explotan, que te pagan poco y mal y encima se lo tienes que agradecer. Me han voceado, insultado, despreciado, ninguneado y despedido; en los trabajos en los que he estado. Y aquel convite me había descolocado completamente.

El caso es que me arrimé a la mesa y alargué mi mano para coger un plato de cocido. Con sus trocitos de tocino, costillar, hueso y morcilla. Gloria bendita. Unos garbanzos cojonudos, caseros, hechos por la señora mayor para sus empleados. Con su vino de pitarra, un poco peleón, pero que sabía a nectar al solaz del mediodia, junto a aquella familia de patronos, con la compañía variopinta de la cuadrilla. Y con la salsa del hambre que es la que mejor pega para todas las comidas.

Se respiraba un ambiente agradable, de gente humilde, la famosa hospitalidad de la gente rural. La conversación versaba sobre el tiempo, la cosecha de hogaño, la sequía, las cosechas de antaño. Aquel año que nevó. Algún chiste verde típico entre machos rudos que se limpian el hocico con la mano, hablan con la boca llena y porfían de la santa madre iglesia, el rey y los de arriba, encarnados en la persona de Rajoy.
El dueño relataba las antiguas lindes de la finca, que si el ribazo de la vaguada sirvió a modo de trinchera en la guerra, que Franco avanzaba por Badajoz, Cáceres, Talavera y allí se topó con la resistencia. Concrepaba con el otro viejo jornalero que antes había cerca del molino almazara un pozo donde bebían las bestias, y el viejecillo de la cuadrilla asentía con la cabeza porque comía a dos carrillos con los morros a medio palmo del plato y el hocico lleno de migas y grasa.

Alguna nieta fue, ninfulas, no quiero extenderme en este asunto, ahí_lo dejo y a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Y allí estando en medio de aquel almuerzo al solecito, entre olivares, con el mondongo lleno, con aquella gente que hablaba a voces y gesticulaba, con conversaciones cruzadas de un extremo a otro de la mesa excepto cuando hablaba el patriarca que todo el mundo callaba. Allí fue donde sentí respeto, respeto por mis patronos, tuve ese sentimiento y era tan real como que entre el sol de frente y el vino, se me estaban subiendo los calores al rostro. Entonces envidié a esa familia, humilde, pero mucho más respetable que todo unos señores marqueses.

Pero de donde has salido? menudo gañan.

Los rednecks todavía no os habéis recuperado de la guerra, abajo la Unión!! Abajo la Unión!! hahahaha

Para ver este contenido, necesitaremos su consentimiento para configurar cookies de terceros.
Para obtener información más detallada, consulte nuestra página de cookies.
 
Última edición:
Maxdemian ambivalente.
No creo que sea malo, eso me dijeron que soy yo, y no es malo, es y punto. A mí me parece un don. Un don endemoniado, pero un don.
 
José Gaspar Birlanga Trigueros. Yo tenía 15 años y ese hombre me enseñó a pensar, a imaginar, a retorcer.
Respeto a más gente pero él fue el primero que me impresionó.

No vayáis a pensar cosas guarras del José Gaspar. Nada de eso. Es sólo que enseñaba a pensar.
 
Última edición:
Me cuesta mucho tener una única opinión sobre las cosas. Todo cuanto se presenta ante mi entendimiento lo hace equívocamente. No tengo pensamientos claros y distintos, sino que es todo una maraña inextricable. Esto me hace vivir la vida sin un método. Lo único que me salva son mis intuiciones, incontestables y majestuosas pero poco compatibles con la discreción y la constancia.

Soy una persona insegura.

Esta naturaleza mía hace que mienta, normalmente por no crear conflictos o por simple empatía con quien me habla. O por indiferencia. La gente es fácil de contentar. Fíjense que en la vida real la gente no sabe ver la puta desagradecida que en realidad soy. Este vivir instalado en la mentira me pasa factura en forma de neurosis.

Mi inseguridad hace que no sepa relacionarme.

La ambivalencia y la mentira hacen que no respete a nadie. Si doy muestras de respeto es por miedo o por conveniencia, pero en mi fuero interno sólo desprecio. A lo máximo que puedo llegar es a sentir simpatía, una simpatía gratuita que no se puede ganar pero sí perder. Y tal vez por eso me luce así el pelo. Qué amor voy a sentir yo, qué amistad... si acaso un poco de compadreo con desconocidos en el foro de una página de pornografía casposa e infame. ¿No es maravilloso?

Pero yo sé que vosotros no sois todos así.

Solo quiero que me quieran.

¿A quién respetas y por qué lo haces?

A Freud por ir a Jupiter y más allá de la razón. ¿Quieres que te ayude a barrer toda la mierda de película que te has montado en torno a ti y al mundo que te rodea? ¿Confías en mí?

q.jpg
 
Era la releche. Ojalá lo siga siendo. A mí me cambió. Ví un mundo nuevo por él. Nadie nos había enseñado nada de esa manera, a ver, nukca habíamos estudiado filosofía, pero cómo nos cautivó a todos. Y a mí más.
 
Toda mi vida me han tratado como a un perro, y huyo del agua fría. Siempre he tenido señoritos de esos que te miran con desprecio, que te explotan, que te pagan poco y mal y encima se lo tienes que agradecer. Me han voceado, insultado, despreciado, ninguneado y despedido; en los trabajos en los que he estado. Y aquel convite me había descolocado completamente.
3405277
 
Arriba Pie