stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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A los que no hayáis visto la peli, no sé que cojones estáis esperando, aunque probablemente llevéis muchos años escuchando su excelente banda sonora, tal vez la mejor de la historia (The Big Bopper, Buddy Holly, The Beach Boys...). Aparte del encanto de ver en su adolescencia a los que luego serían figuras del cine (Richard Dreyfuss, Harrison Ford...)
Y si para un servidor esta película es una referencia no es por esos valores, ni por la mítica recreación del (seguramente inexistente) mundo del ligoteo motorizado de un sábado noche americano. Sino por el dilema vital de los dos protagonistas masculinos.
Terminada su enseñanza secundaria, se disponen a abandonar su pueblo al día siguiente para ir a la Universidad. Uno de ellos, absolutamente convencido del paso que va a dar, el otro lleno de dudas hasta el último segundo. Pero las tornas se invierten: el primero, manipulado por la histeria de su novia pueblerina y limitada, se queda en casa para lamerle el coño a una maruja el resto de su vida. El segundo se marcha para llegar a convertirse en un escritor de éxito, a pesar de todos los reclamos y cantos de sirena que lo invitan a quedarse: acaba de superar las pruebas de entrada en una pandilla que le promete diversión y compañerismo a raudales, una misteriosa desconocida que conduce un glamouroso coche le promete una cita, todo le sonríe...pero se va.
Pieza clave para su decisión es el misterioso locutor de la radio local: un figura mítica a la que nadie conoce, apodada el Hombre Lobo. El protagonista consigue entrevistarse con él, y solo encuentra un hombre solitario arrepentido de no haber dejado el pueblo para labrarse un futuro en otra parte. La escena final de la película, mientras el avión lo lleva fuera para siempre y por la ventanilla ve el coche de la mujer a la que no conocerá nunca, me sigue poniendo los pelos de punta cada vez que la veo.
Y ello por haber tenido que vivir algo parecido hace años. La estabilidad laboral que disfruto y el nivel profesional que (modestamente) creo que tengo son fruto de una decisión parecida, tal vez la más difícil de mi vida: tenía a mi disposición un par de follaamigas muy por encima de mi nivel habitual, un proyecto de novia bastante prometedor (dejó de cogerme el teléfono 15 días después de marcharme), un grupo de amigos con los que disfrutar las cacerías nocturnas (que me olvidaron al día siguiente de desaparecer), y, por encima de todo, por primera y única vez en mi vida, era una persona popular entre las mujeres. Lo dejé todo para irme a un lugar inhóspito, solitario, aburrido, con la misma vida social que un caracol de jardín, donde no conseguí hacer un solo amigo, en donde tardé más de seis meses en echar un miserable polvo, en donde me despertaba en mitad de la noche escuchando las campanadas del reloj en una plaza solitaria, inmerso en una burbuja de soledad, frío y aislamiento emocional, agravada por el recuerdo de los recientes días de vino y rosas, que nunca volvieron. Mi lectura de aquellos días, que me ayudó a ponerlos en perspectiva, fue la obra autobiográfica de Dostoiewski: "Recuerdos de la casa de los muertos": sus memorias de la cárcel y el exilio, cuando, indultado "in extremis" delante del paredón, tuvo que cambiar la sofisticada vida de intelectual de moda por la compañía y la brutalidad de los peores delincuentes comunes de la Madre Rusia.
El tiempo tal vez me haya confirmado que la decisión fue correcta. Pero la amargura de aquel momento dulce perdido que jamás volvió, hace más de 15 años, permanece. Y de vez en cuando me da una punzada melancólica, breve pero intensa.
Pues eso, cuenten sus historias, señores.
Y si para un servidor esta película es una referencia no es por esos valores, ni por la mítica recreación del (seguramente inexistente) mundo del ligoteo motorizado de un sábado noche americano. Sino por el dilema vital de los dos protagonistas masculinos.
Terminada su enseñanza secundaria, se disponen a abandonar su pueblo al día siguiente para ir a la Universidad. Uno de ellos, absolutamente convencido del paso que va a dar, el otro lleno de dudas hasta el último segundo. Pero las tornas se invierten: el primero, manipulado por la histeria de su novia pueblerina y limitada, se queda en casa para lamerle el coño a una maruja el resto de su vida. El segundo se marcha para llegar a convertirse en un escritor de éxito, a pesar de todos los reclamos y cantos de sirena que lo invitan a quedarse: acaba de superar las pruebas de entrada en una pandilla que le promete diversión y compañerismo a raudales, una misteriosa desconocida que conduce un glamouroso coche le promete una cita, todo le sonríe...pero se va.
Pieza clave para su decisión es el misterioso locutor de la radio local: un figura mítica a la que nadie conoce, apodada el Hombre Lobo. El protagonista consigue entrevistarse con él, y solo encuentra un hombre solitario arrepentido de no haber dejado el pueblo para labrarse un futuro en otra parte. La escena final de la película, mientras el avión lo lleva fuera para siempre y por la ventanilla ve el coche de la mujer a la que no conocerá nunca, me sigue poniendo los pelos de punta cada vez que la veo.
Y ello por haber tenido que vivir algo parecido hace años. La estabilidad laboral que disfruto y el nivel profesional que (modestamente) creo que tengo son fruto de una decisión parecida, tal vez la más difícil de mi vida: tenía a mi disposición un par de follaamigas muy por encima de mi nivel habitual, un proyecto de novia bastante prometedor (dejó de cogerme el teléfono 15 días después de marcharme), un grupo de amigos con los que disfrutar las cacerías nocturnas (que me olvidaron al día siguiente de desaparecer), y, por encima de todo, por primera y única vez en mi vida, era una persona popular entre las mujeres. Lo dejé todo para irme a un lugar inhóspito, solitario, aburrido, con la misma vida social que un caracol de jardín, donde no conseguí hacer un solo amigo, en donde tardé más de seis meses en echar un miserable polvo, en donde me despertaba en mitad de la noche escuchando las campanadas del reloj en una plaza solitaria, inmerso en una burbuja de soledad, frío y aislamiento emocional, agravada por el recuerdo de los recientes días de vino y rosas, que nunca volvieron. Mi lectura de aquellos días, que me ayudó a ponerlos en perspectiva, fue la obra autobiográfica de Dostoiewski: "Recuerdos de la casa de los muertos": sus memorias de la cárcel y el exilio, cuando, indultado "in extremis" delante del paredón, tuvo que cambiar la sofisticada vida de intelectual de moda por la compañía y la brutalidad de los peores delincuentes comunes de la Madre Rusia.
El tiempo tal vez me haya confirmado que la decisión fue correcta. Pero la amargura de aquel momento dulce perdido que jamás volvió, hace más de 15 años, permanece. Y de vez en cuando me da una punzada melancólica, breve pero intensa.
Pues eso, cuenten sus historias, señores.