FlorianSotoPeña
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- 16 Ago 2009
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Buenos días, apreciada forisma, quería relataros una serie de anécdotas que me han acontecido a lo largo de los años en el interior de recintos hospitalarios en diferentes circunstancias, algunas de ellas bastante trágicas, mientras que otras son más rutinarias con situaciones un tanto surrealistas. Procedo a relatarlas:
-Hace tres años, en 2017, como consecuencia de unos problemas digestivos me vi obligado a concertar una visita con el digestólogo, un tipo bastante agradable y simpático de mediana edad, que tras relatarle el cuadro de síntomas que padecía me diagnosticó enseguida una hernia de hiato. No obstante era necesario hacer una endoscopia para confirmarlo y ver el alcance de la misma. Como me pago un seguro privado y me niego a compartir sala de espera con moromierders y demás scum, me citaron a la semana siguiente en un hospital privado. En el transcurso de esa semana estuve pensando en la prueba que me iban a hacer, porque la anestesia era completa y no me hacía mucha gracia que me durmiesen del todo, quedando yo a merced de cualquiera y con la posibilidad de que se pasasen con la anestesia y me condenasen al sueño eterno. De todos modos, al final hice de tripas corazón y como la salud es un tema serio no me eché atrás. El subnormal de mi cuñado estuvo medio mofándose con el tema porque el muy anormal se creía que me iban a meter un tubo por el culo, cuando realmente era por la boca, pero en su retraso mental no era capaz de diferenciar una cosa de la otra. Juro que algún día mataré a ese hijo de la gran puta y los primeros en saberlo seréis vosotros, porque soltaré el ladrillo aquí, con todo lujo de detalles.
Pues bien, al cabo de una semana acudí a la cita, con cierto acojonamiento, no lo niego, y me encontré con una sala repleta de gente más o menos variada en sexos y edades, aunque con predominio de viejales y charos. Enseguida me fijé en una tipa jovencita, de unos 25 años diría yo, y como había sitios libres al lado me senté allí disimuladamente, para tantearla un poco con una conversación informal e intrascendente de mierda, nunca mejor dicho, porque a la tipa le tenían que hacer una colonoscopia. La moza iba con su madre, una charo alta y algo gruesa, y a ella se le veía nerviosa. Con la excusa de relajar la tensión comencé a hablar con ella, y como no sabía muy bien como romper el hielo le pregunté: "¿Nerviosa?", y a raíz de ahí empezó a fluir la conversación y me contó que tenían que hacerle una colonoscopia. Aunque sé que os va a parecer algo degenerado y una perversión sexual enfermiza, cuando me contó que le iban a abrir ese culazo con un tubo de plástico sentí envidia sana del digestólogo, que era el mismo que me visitó, pensando en que tendría a la moza totalmente desnuda boca abajo y palpando sus nalgas turgentes. Además a la tipa se le adivinaba ya un buen culote cuando estaba sentada, con una pierna sobre otra, con unas caderas bien formadas y tal. La conversación no duró lo suficiente como para que me lanzara a la desesperada a conseguir algún medio de contacto con ella para hacerle yo una raboscopia con tremenda lefada, porque la llamaron antes que a mi y se marchó abruptamente sin que pudiera ni tan siquiera intentar pedirle nada. Seguramente me hubiera mandado a la mierda, pero era la única oportunidad de tirarle la caña, aunque con escasas expectativas de éxito.
Al cabo de unos minutos un enfermero orondo y afeminado abrió una de las puertas que rodeaban la sala y pronunció mi nombre, una vez dentro de aquella sala, en una especie de vestuarios, me dijo que tenía que despojarme de mis ropas de la parte superior y ponerme una ridícula prenda de plástico. Con posterioridad me pusieron sobre una camilla, y el enfermero maricón, muy atento, me empezó a preguntar gilipolleces para calmar mi tensión y nerviosismo. En principio no me pareció mal su actitud en ese sentido porque estaba bastante nervioso, pero poco antes de que me administrasen la anestesia, empezó a acariciarme la mano el muy hijo de puta a la vez que decía con su voz aterciopelada de mascaculos, "Tranquilo, tranquilo". No sé por qué razón vi mi hombría y mi ojete en peligro en esos momentos, aquello me resultó muy molesto, y al mismo tiempo la tipa encargada de suministrarme la anestesia no me ofrecía mucha confianza, era una sudaca de unos 40-50 años, que no paraba de quejarse porque decía que no me encontraba la vena. De modo que entre el maricón y la pancha me hicieron pasar un mal rato antes de que la cuerpo-peonza me terminara de inyectar y se me fundieran los plomos por un rato. Por lo visto la cosa duró 30-40 minutos, y ni siquiera me enteré cuando me quedé gagá. Desperté en una sala llena de gente en mi situación, y medio aturdido me acordé de la tipa de la sala de espera, de tal modo que cuando recuperé algo de conciencia sondee la habitación en busca de la moza sin éxito, solo detecté a viejales babeando y algún joven entre lamentos y frases entrecortadas. Enseguida me permitieron bajarme de la camilla para volver a cambiarme y volver a la sala para que se me comunicasen los resultados en un rato. Cuando volví a susodicha sala no había ni rastro de la tipa, o al menos yo, que todavía andaba medio aturdido, no la vi. Me comunicaron los resultados en unos minutos para confirmarme que tenía una pequeña hernia de hiato, nada preocupante. Sin embargo lo más frustrante fue no poder lograr un contacto con la citada moza, que me pareció digna de un buen anal, de una raboscopia hasta la traquea y sendas bukkakes.
La otra historia digna de mención tuvo lugar durante la agonía de mi abuela en el hospital hace muchos años. La pobre mujer, ya de avanzada edad, con la que no tenía mucho trato fue ingresada de urgencia por un ictus y la misma noche de su ingresó se quedó moñeca. El escenario fue el mismo, una sala de espera ya tarde, debían ser las 10 de la noche o algo así. Nos reunimos unos cuantos familiares a la espera de un previsible y fatídico desenlace. Había maś gente por allí, concretamente una familia de monguers que también tenían a algún enfermo grave. Yo, haciendo gala de mi proverbial gusto por la estética y por la moda iba vestido de forma desastrosa, con una camiseta deshilachada de Don Pelayo, que era una burla a la pretensión del juez projodío Baltasar Garzón, que había insinuado en su día encausar a Don Pelayo por crímenes contra la humanidad o no sé que gilipolleces. Entonces un joven de la citada familia se me acercó para leer lo que ponía en ésta, y cuando lo vi detrás mío me giré bruscamente, pero el monguer me dijo "Solo estoy leyendo tu camiseta" al tiempo que esbozaba una sonrisa. Ni siquiera le contesté porque sabía que retrocedería horrorizado si entendía un poco de qué iba el asunto. Tenía pinta de ser un monguer mugroso de la izquierda globalista. Y así fue, el muy mongolo retrocedió al cabo de un minuto y cuando me giré de nuevo lo vi en unas butacas a unos metros con sus progenitores, contándoles que yo era un malvado "facha" o algo así, y los tres me miraban con cierto odio. Yo me los quedé mirando fijamente con la misma expresión de asco y desagrado, y se sintieron tan violentados por la situación que salieron fuera durante unos minutos.
Seguidamente vi aparecer por la sala a una enfermera que conocía de mi etapa universitaria, una morena de fenotipo mediterráneo, con buenas berzas y culamen, algo más mayor que yo, no mucho, con la que coincidí en algunas clases, dado que la tipa, muy hacendosa ella, quería complementar sus estudios de enfermería en una sed insaciable de conocimientos, y yo esperaba que esa avidez por ampliar conocimientos y horizontes también se extendiera al ámbito del folleteo. En cuanto al vi y me reconoció se acercó a saludarme. Tuvimos una conversación durante unos minutos y, como no, le propuse quedar un día para tomar un café, aunque tampoco llegué a trabar una amistad ni relación excesivamente cercana con la susodicha porque ella no quiso, claro está. La breve conversación con la tipa me puso bastante morcillón, y más al verla vestida con su uniforme habitual de trabajo, que incrementó el morbo que ya de por sí me daba. Entre la gente cariacontecida que tenía alrededor yo andaba de cháchara distendida e incluso elevando algo la voz en un ambiente tenso y bastante cargado con la familia bastante preocupada y sin alboroto alguno. Hasta que mi tío me cogió por el brazo y me llevó fuera de la sala, a los pasillos, donde trató de censurar y reprochar mi comportamiento por la poca seriedad y respeto que mostraba ante la situación. Yo era un mozalbete y solamente quería hincarla, no quería dramas ni tensiones, y ya entonces aprovechaba cualquier circunstancia para el fornicio.
Al final todos se cabrearon conmigo e incluso me retiraron la palabra por cierto tiempo porque no quise participar en todo el espectáculo lacrimógeno, y sin duda justificado, que sucedió a la muerte de mi abuela. Pero estaba algo molesto y cabreado por el tinglado que me montaron en la sala de espera, y por la reprimenda de mi tío, que creía pontificar cada vez que hablaba. Al final no pude hincársela a la enfermera, porque además, cosa que no supe en ese momento, estaba casada con otro jambo que era enfermero y que trabajaba en el mismo hospital.
De momento esto es todo, no voy a prolongar más la agonía de quienes podáis leerme. Aquí concluye el ladrillaco por ahora.
-Hace tres años, en 2017, como consecuencia de unos problemas digestivos me vi obligado a concertar una visita con el digestólogo, un tipo bastante agradable y simpático de mediana edad, que tras relatarle el cuadro de síntomas que padecía me diagnosticó enseguida una hernia de hiato. No obstante era necesario hacer una endoscopia para confirmarlo y ver el alcance de la misma. Como me pago un seguro privado y me niego a compartir sala de espera con moromierders y demás scum, me citaron a la semana siguiente en un hospital privado. En el transcurso de esa semana estuve pensando en la prueba que me iban a hacer, porque la anestesia era completa y no me hacía mucha gracia que me durmiesen del todo, quedando yo a merced de cualquiera y con la posibilidad de que se pasasen con la anestesia y me condenasen al sueño eterno. De todos modos, al final hice de tripas corazón y como la salud es un tema serio no me eché atrás. El subnormal de mi cuñado estuvo medio mofándose con el tema porque el muy anormal se creía que me iban a meter un tubo por el culo, cuando realmente era por la boca, pero en su retraso mental no era capaz de diferenciar una cosa de la otra. Juro que algún día mataré a ese hijo de la gran puta y los primeros en saberlo seréis vosotros, porque soltaré el ladrillo aquí, con todo lujo de detalles.
Pues bien, al cabo de una semana acudí a la cita, con cierto acojonamiento, no lo niego, y me encontré con una sala repleta de gente más o menos variada en sexos y edades, aunque con predominio de viejales y charos. Enseguida me fijé en una tipa jovencita, de unos 25 años diría yo, y como había sitios libres al lado me senté allí disimuladamente, para tantearla un poco con una conversación informal e intrascendente de mierda, nunca mejor dicho, porque a la tipa le tenían que hacer una colonoscopia. La moza iba con su madre, una charo alta y algo gruesa, y a ella se le veía nerviosa. Con la excusa de relajar la tensión comencé a hablar con ella, y como no sabía muy bien como romper el hielo le pregunté: "¿Nerviosa?", y a raíz de ahí empezó a fluir la conversación y me contó que tenían que hacerle una colonoscopia. Aunque sé que os va a parecer algo degenerado y una perversión sexual enfermiza, cuando me contó que le iban a abrir ese culazo con un tubo de plástico sentí envidia sana del digestólogo, que era el mismo que me visitó, pensando en que tendría a la moza totalmente desnuda boca abajo y palpando sus nalgas turgentes. Además a la tipa se le adivinaba ya un buen culote cuando estaba sentada, con una pierna sobre otra, con unas caderas bien formadas y tal. La conversación no duró lo suficiente como para que me lanzara a la desesperada a conseguir algún medio de contacto con ella para hacerle yo una raboscopia con tremenda lefada, porque la llamaron antes que a mi y se marchó abruptamente sin que pudiera ni tan siquiera intentar pedirle nada. Seguramente me hubiera mandado a la mierda, pero era la única oportunidad de tirarle la caña, aunque con escasas expectativas de éxito.
Al cabo de unos minutos un enfermero orondo y afeminado abrió una de las puertas que rodeaban la sala y pronunció mi nombre, una vez dentro de aquella sala, en una especie de vestuarios, me dijo que tenía que despojarme de mis ropas de la parte superior y ponerme una ridícula prenda de plástico. Con posterioridad me pusieron sobre una camilla, y el enfermero maricón, muy atento, me empezó a preguntar gilipolleces para calmar mi tensión y nerviosismo. En principio no me pareció mal su actitud en ese sentido porque estaba bastante nervioso, pero poco antes de que me administrasen la anestesia, empezó a acariciarme la mano el muy hijo de puta a la vez que decía con su voz aterciopelada de mascaculos, "Tranquilo, tranquilo". No sé por qué razón vi mi hombría y mi ojete en peligro en esos momentos, aquello me resultó muy molesto, y al mismo tiempo la tipa encargada de suministrarme la anestesia no me ofrecía mucha confianza, era una sudaca de unos 40-50 años, que no paraba de quejarse porque decía que no me encontraba la vena. De modo que entre el maricón y la pancha me hicieron pasar un mal rato antes de que la cuerpo-peonza me terminara de inyectar y se me fundieran los plomos por un rato. Por lo visto la cosa duró 30-40 minutos, y ni siquiera me enteré cuando me quedé gagá. Desperté en una sala llena de gente en mi situación, y medio aturdido me acordé de la tipa de la sala de espera, de tal modo que cuando recuperé algo de conciencia sondee la habitación en busca de la moza sin éxito, solo detecté a viejales babeando y algún joven entre lamentos y frases entrecortadas. Enseguida me permitieron bajarme de la camilla para volver a cambiarme y volver a la sala para que se me comunicasen los resultados en un rato. Cuando volví a susodicha sala no había ni rastro de la tipa, o al menos yo, que todavía andaba medio aturdido, no la vi. Me comunicaron los resultados en unos minutos para confirmarme que tenía una pequeña hernia de hiato, nada preocupante. Sin embargo lo más frustrante fue no poder lograr un contacto con la citada moza, que me pareció digna de un buen anal, de una raboscopia hasta la traquea y sendas bukkakes.
La otra historia digna de mención tuvo lugar durante la agonía de mi abuela en el hospital hace muchos años. La pobre mujer, ya de avanzada edad, con la que no tenía mucho trato fue ingresada de urgencia por un ictus y la misma noche de su ingresó se quedó moñeca. El escenario fue el mismo, una sala de espera ya tarde, debían ser las 10 de la noche o algo así. Nos reunimos unos cuantos familiares a la espera de un previsible y fatídico desenlace. Había maś gente por allí, concretamente una familia de monguers que también tenían a algún enfermo grave. Yo, haciendo gala de mi proverbial gusto por la estética y por la moda iba vestido de forma desastrosa, con una camiseta deshilachada de Don Pelayo, que era una burla a la pretensión del juez projodío Baltasar Garzón, que había insinuado en su día encausar a Don Pelayo por crímenes contra la humanidad o no sé que gilipolleces. Entonces un joven de la citada familia se me acercó para leer lo que ponía en ésta, y cuando lo vi detrás mío me giré bruscamente, pero el monguer me dijo "Solo estoy leyendo tu camiseta" al tiempo que esbozaba una sonrisa. Ni siquiera le contesté porque sabía que retrocedería horrorizado si entendía un poco de qué iba el asunto. Tenía pinta de ser un monguer mugroso de la izquierda globalista. Y así fue, el muy mongolo retrocedió al cabo de un minuto y cuando me giré de nuevo lo vi en unas butacas a unos metros con sus progenitores, contándoles que yo era un malvado "facha" o algo así, y los tres me miraban con cierto odio. Yo me los quedé mirando fijamente con la misma expresión de asco y desagrado, y se sintieron tan violentados por la situación que salieron fuera durante unos minutos.
Seguidamente vi aparecer por la sala a una enfermera que conocía de mi etapa universitaria, una morena de fenotipo mediterráneo, con buenas berzas y culamen, algo más mayor que yo, no mucho, con la que coincidí en algunas clases, dado que la tipa, muy hacendosa ella, quería complementar sus estudios de enfermería en una sed insaciable de conocimientos, y yo esperaba que esa avidez por ampliar conocimientos y horizontes también se extendiera al ámbito del folleteo. En cuanto al vi y me reconoció se acercó a saludarme. Tuvimos una conversación durante unos minutos y, como no, le propuse quedar un día para tomar un café, aunque tampoco llegué a trabar una amistad ni relación excesivamente cercana con la susodicha porque ella no quiso, claro está. La breve conversación con la tipa me puso bastante morcillón, y más al verla vestida con su uniforme habitual de trabajo, que incrementó el morbo que ya de por sí me daba. Entre la gente cariacontecida que tenía alrededor yo andaba de cháchara distendida e incluso elevando algo la voz en un ambiente tenso y bastante cargado con la familia bastante preocupada y sin alboroto alguno. Hasta que mi tío me cogió por el brazo y me llevó fuera de la sala, a los pasillos, donde trató de censurar y reprochar mi comportamiento por la poca seriedad y respeto que mostraba ante la situación. Yo era un mozalbete y solamente quería hincarla, no quería dramas ni tensiones, y ya entonces aprovechaba cualquier circunstancia para el fornicio.
Al final todos se cabrearon conmigo e incluso me retiraron la palabra por cierto tiempo porque no quise participar en todo el espectáculo lacrimógeno, y sin duda justificado, que sucedió a la muerte de mi abuela. Pero estaba algo molesto y cabreado por el tinglado que me montaron en la sala de espera, y por la reprimenda de mi tío, que creía pontificar cada vez que hablaba. Al final no pude hincársela a la enfermera, porque además, cosa que no supe en ese momento, estaba casada con otro jambo que era enfermero y que trabajaba en el mismo hospital.
De momento esto es todo, no voy a prolongar más la agonía de quienes podáis leerme. Aquí concluye el ladrillaco por ahora.