Hulot
Veterano
- Registro
- 18 Abr 2006
- Mensajes
- 1.328
- Reacciones
- 0
Bien, hermanos, ya somos huérfanos.
Para los que no sepan de nuestra hermandad, aclararé que hablo de la muerte de J.G.Ballard, escritor británico al que se califica tópicamente y con ligereza, pero no impropiamente, de visionario.
Aclararé también que los admiradores de Ballard formamos una pequeña secta unida por una clara, aunque no fácil de explicar, sintonía mental. Distinguimos paisajes ballardianos y miradas ballardianas (aunque no situaciones ballardianas, pues tal cosa no existe).
No me interesa hacer erudición, comentario, guía o aporte de datos; sólo contar de una vez que me sentí ballardiano. Una anécdota ínfima y meramente personal, de hace ya bastantes años.
Fue un dia de finales de verano, y era pronto, pongamos las diez. Movido más que nada por el aburrimiento, até como pude mi piragua al techo del Samurai y me dirigí al embalse. Éste se hallaba bastante más que medio vacío, de modo que tuve que bajar al curso del río, rodear el peñasco que soportaba a la antigua iglesia y dar unos cuantos tumbos sobre el lodo cuarteado antes de llegar al agua.
Fui remando hacia la presa con pachorra, observándolo todo detenidamente. A mi derecha la central térmica soltaba silenciosamente su habitual penacho de vapor blanco, y se oía a los coches en la carretera. Alguna gaviota pasó sobre mi cabeza, aunque aquel dia no vi ningún cormorán secando sus alas sobre una piedra. En un recodo, donde una antigua pista se metía en el agua, un hombre grueso tomaba el sol sentado al lado de una mesa plegable, mientras una mujer, supuse su mujer, gritaba algo a unos niños que nadaban.
Remé en paralelo al muro de la presa, sin acercarme demasiado por la basura que siempre se acumulaba ahí, y empecé a remontar el otro brazo del embalse, el que tiene las orillas más abruptas, y me metí en lo que llamaba “mi” cala, la del torrente que, por supuesto, estaba seco entonces. Permanecí allí, sin salir de la piragua.
Miré las hojas de carrasca que flotaban en el agua, junto con un par de peces muertos y otros desperdicios. Vi una serpiente de agua nadar como un diminuto monstruo del lago Ness. Aspiré el putrefacto olor del lodo y hasta cogí un puñado. Y ahora quedaría muy literario decir que pensé en Ballard, pero a decir verdad lo tuve presente des de que salí de casa.
Para los que no sepan de nuestra hermandad, aclararé que hablo de la muerte de J.G.Ballard, escritor británico al que se califica tópicamente y con ligereza, pero no impropiamente, de visionario.
Aclararé también que los admiradores de Ballard formamos una pequeña secta unida por una clara, aunque no fácil de explicar, sintonía mental. Distinguimos paisajes ballardianos y miradas ballardianas (aunque no situaciones ballardianas, pues tal cosa no existe).
No me interesa hacer erudición, comentario, guía o aporte de datos; sólo contar de una vez que me sentí ballardiano. Una anécdota ínfima y meramente personal, de hace ya bastantes años.
Fue un dia de finales de verano, y era pronto, pongamos las diez. Movido más que nada por el aburrimiento, até como pude mi piragua al techo del Samurai y me dirigí al embalse. Éste se hallaba bastante más que medio vacío, de modo que tuve que bajar al curso del río, rodear el peñasco que soportaba a la antigua iglesia y dar unos cuantos tumbos sobre el lodo cuarteado antes de llegar al agua.
Fui remando hacia la presa con pachorra, observándolo todo detenidamente. A mi derecha la central térmica soltaba silenciosamente su habitual penacho de vapor blanco, y se oía a los coches en la carretera. Alguna gaviota pasó sobre mi cabeza, aunque aquel dia no vi ningún cormorán secando sus alas sobre una piedra. En un recodo, donde una antigua pista se metía en el agua, un hombre grueso tomaba el sol sentado al lado de una mesa plegable, mientras una mujer, supuse su mujer, gritaba algo a unos niños que nadaban.
Remé en paralelo al muro de la presa, sin acercarme demasiado por la basura que siempre se acumulaba ahí, y empecé a remontar el otro brazo del embalse, el que tiene las orillas más abruptas, y me metí en lo que llamaba “mi” cala, la del torrente que, por supuesto, estaba seco entonces. Permanecí allí, sin salir de la piragua.
Miré las hojas de carrasca que flotaban en el agua, junto con un par de peces muertos y otros desperdicios. Vi una serpiente de agua nadar como un diminuto monstruo del lago Ness. Aspiré el putrefacto olor del lodo y hasta cogí un puñado. Y ahora quedaría muy literario decir que pensé en Ballard, pero a decir verdad lo tuve presente des de que salí de casa.