Juvenal
Clásico
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- 23 Ago 2004
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Breve esbozo sobre la Crueldad
Somos partículas elementales cuyas trayectorias nadie sabe si son dictadas por el ciego azar o por un severo rector. Con frecuencia entrechocamos y de resultas desprendemos frecuentemente Algo a lo que podríamos llamar Crueldad.
Convendrán conmigo en que el ser humano es cruel por naturaleza y nunca deja de sorprendernos hasta qué punto ha desarrollado tal habilidad.
En estas líneas, por fuerza breves, subjetivas e incompletas, no encontrarán una definición de la Crueldad, pero sí que podrán apreciar las diversas clases de la misma, las tres caras de esta criatura multiforme.
Comenzaremos nuestro recorrido por la Crueldad privada, la que se da entre particulares. Es la que aparece en primer lugar, sucede habitualmente y es tan normal como el aire que respiramos; nada tiene de especial. Incluso puede gozar de cierta simpatía, pues nace con frecuencia de la sangre caliente y se nutre del corazón acelerado.
Recibimos un merecido guantazo en la mejilla izquierda, y al momento llega otro revés a la derecha. Ya está hecho, era necesario... Llega un tercero, que recibimos con sorpresa; un cuarto, con desconcierto y un quinto, que encajamos meneando la cabeza silenciosamente. Y así hasta que nos percatamos de que con el paso de los años le sacamos una cabeza de altura a quien nos abofetea y cuando vemos venir la palma alzada, por la cabeza se nos pasa pararla con nuestra mano izquierda y con el puño derecho convertir en un amasijo ensangrentado el rostro que tenemos delante. Se nos pasa tal idea, pero nos limitamos a menear de nuevo la cabeza mientras observamos con estupor cómo se acerca la mano de una partícula más bien canija y estúpida, impulsada por una cólera que no atiende a razones y una furia desproporcionada.
Con todo, las hay peores.
Así que vayamos por la segunda: la Crueldad pública, los golpes que propina el Leviatán a sus súbditos, que son de naturaleza más inquietante, porque no los motiva nada personal. Todo muy aséptico y muy frío, una gigantesca y anodina maquinaria compuesta por innumerables resortes y engranajes, un complejo reloj que siempre da la hora atrasada o que va permanentemente adelantado. Eres una pulga como tantas otras y de repente un enorme matamoscas te chafa. Nada hay de particular, te toca la china simplemente por casualidad o por aburrimiento de alguien para ti invisible. Te preguntas el porqué,. La respuesta es evidente: por una lógica absurda que excede con creces a tu capacidad de comprensión. Y a la mía, por supuesto.
O por tonto o por pasarte de listo, que también puede ser.
Ya lo decía san Agustín, un Estado sin justicia en nada se diferencia de una banda de ladrones.
Con todo, lo peor está por llegar.
Finalmente, llegamos a la más inicua de las Crueldades, de una repugnancia inefable. La peor con mucho de todas es la Crueldad gratuita, la que no obedece a razones o pasiones, sino al mero capricho del macarrilla que no se quita las gafas de sol ni a las doce de la noche o a algún coro de mezquinas acémilas que se divierten rebuznando y riendo las gracias del matón de turno.
No hay mucho que decir al respecto, qué más despreciable hay que causar daño innecesario, sin justificación, como simple divertimento.
Hay que huir de la Crueldad Gratuita como de la peste; y, a sensu contrario, no hay que dudar a la hora de emplearla en cualquier otro caso. No, la Crueldad es algo elevado y obedece a más altos fines que al antojo; es demasiado peligrosa, poderosa y adictiva como para emplearla a la ligera. Es más, debería comenzar la Crueldad en carne propia; piénsese que sólo quien se devora a sí mismo puede despedazar a los demás sin titubear.
Buenas noches, y que Dios bendiga a América.
P.D. Si ha llegado usted hasta aquí, enhorabuena, le gusta sufrir y leer abstrusos mazacotes, carentes de toda amenidad.
Caesar's spirit, ranging for revenge,
With Ate by his side come hot from hell,
Shall in these confines with a monarch's voice
Cry 'Havoc', and let slip the dogs of war.
Somos partículas elementales cuyas trayectorias nadie sabe si son dictadas por el ciego azar o por un severo rector. Con frecuencia entrechocamos y de resultas desprendemos frecuentemente Algo a lo que podríamos llamar Crueldad.
Convendrán conmigo en que el ser humano es cruel por naturaleza y nunca deja de sorprendernos hasta qué punto ha desarrollado tal habilidad.
En estas líneas, por fuerza breves, subjetivas e incompletas, no encontrarán una definición de la Crueldad, pero sí que podrán apreciar las diversas clases de la misma, las tres caras de esta criatura multiforme.
Comenzaremos nuestro recorrido por la Crueldad privada, la que se da entre particulares. Es la que aparece en primer lugar, sucede habitualmente y es tan normal como el aire que respiramos; nada tiene de especial. Incluso puede gozar de cierta simpatía, pues nace con frecuencia de la sangre caliente y se nutre del corazón acelerado.
Recibimos un merecido guantazo en la mejilla izquierda, y al momento llega otro revés a la derecha. Ya está hecho, era necesario... Llega un tercero, que recibimos con sorpresa; un cuarto, con desconcierto y un quinto, que encajamos meneando la cabeza silenciosamente. Y así hasta que nos percatamos de que con el paso de los años le sacamos una cabeza de altura a quien nos abofetea y cuando vemos venir la palma alzada, por la cabeza se nos pasa pararla con nuestra mano izquierda y con el puño derecho convertir en un amasijo ensangrentado el rostro que tenemos delante. Se nos pasa tal idea, pero nos limitamos a menear de nuevo la cabeza mientras observamos con estupor cómo se acerca la mano de una partícula más bien canija y estúpida, impulsada por una cólera que no atiende a razones y una furia desproporcionada.
Con todo, las hay peores.
Así que vayamos por la segunda: la Crueldad pública, los golpes que propina el Leviatán a sus súbditos, que son de naturaleza más inquietante, porque no los motiva nada personal. Todo muy aséptico y muy frío, una gigantesca y anodina maquinaria compuesta por innumerables resortes y engranajes, un complejo reloj que siempre da la hora atrasada o que va permanentemente adelantado. Eres una pulga como tantas otras y de repente un enorme matamoscas te chafa. Nada hay de particular, te toca la china simplemente por casualidad o por aburrimiento de alguien para ti invisible. Te preguntas el porqué,. La respuesta es evidente: por una lógica absurda que excede con creces a tu capacidad de comprensión. Y a la mía, por supuesto.
O por tonto o por pasarte de listo, que también puede ser.
Ya lo decía san Agustín, un Estado sin justicia en nada se diferencia de una banda de ladrones.
Con todo, lo peor está por llegar.
Finalmente, llegamos a la más inicua de las Crueldades, de una repugnancia inefable. La peor con mucho de todas es la Crueldad gratuita, la que no obedece a razones o pasiones, sino al mero capricho del macarrilla que no se quita las gafas de sol ni a las doce de la noche o a algún coro de mezquinas acémilas que se divierten rebuznando y riendo las gracias del matón de turno.
No hay mucho que decir al respecto, qué más despreciable hay que causar daño innecesario, sin justificación, como simple divertimento.
Hay que huir de la Crueldad Gratuita como de la peste; y, a sensu contrario, no hay que dudar a la hora de emplearla en cualquier otro caso. No, la Crueldad es algo elevado y obedece a más altos fines que al antojo; es demasiado peligrosa, poderosa y adictiva como para emplearla a la ligera. Es más, debería comenzar la Crueldad en carne propia; piénsese que sólo quien se devora a sí mismo puede despedazar a los demás sin titubear.
Buenas noches, y que Dios bendiga a América.
P.D. Si ha llegado usted hasta aquí, enhorabuena, le gusta sufrir y leer abstrusos mazacotes, carentes de toda amenidad.