Recuerdo la primera vez que me confesé. Un Domingo. Antes de hacer la comunión. Le conté al cura que soltaba picardias cuando me enfadaba. Que me había pegado con un compañero de clase, José, con resultado victorioso por que hizo público que me gustaba Clarita. También le conté que le pedí a Clarita que me enseñara el sexo en la intimidad. No me lo enseñó pero me dejó tocarlo por encima de la ropa. Solo noté tela. Nada especial; pero distruté mucho. También le conté que pensaba en Clarita y su sexo casi todo el rato.
-Pero cuando piensas en Clarita... ¿Te tocas?.- dijo el cura.
-¿Si me hago una macuca?
-Si
-No. Eso no. Lo intenté una vez; me dolió y pasé del tema.
Y ahí terminó la cosa. No recuerdo la penitencia que no cumplí.
Esa misma semana. El miercoles Clarita me dijo que estaba feo hacer cochinadas según su madre y que no me dejaba volver a tocar nada. El jueves un médico amigo de mi madre vino a mi casa a verme los bajos. Los palpó un poco, retiró el prepucio y dijo que todo estaba normal. Que no había que preocuparse. El viernes comentando esto con la pandilla de amigos en el recreo. José, el derrotado, compartió con nosotros que él si que se la cascaba todos los dias y que se lo había dicho al cura temeroso por su alma y su visión. También contó que su padre le habló el martes para decirle que menearse la sardina es cosa de monos y de enfermos mentales. Que los hombres de verdad no hacen esas cosas.
No he vuelto a confesarme.
José me explicó su técnica masturbatoria y por fín pude pelarme el cipote pensando en Clarita y su sexo.
Clarita cambió de opinión sobre las cochinadas con el tiempo y años mas tarde comprobé que mis fantasias eran exageradas.