Desertores del arado

Max_Demian

Puta rata traicionera
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17 Jul 2005
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En mi casita del pueblo no hay datos, es una aldea de 20 personas, no hay ni tienda, vienen furgonetas con el pan y otras cosas por días, pero ningún problema. Hay hippies eso sí. Hay cervatillos, jabalíes y ginetas, y ranas en estanques. Y meto los pies y allí me quedo un buen rato hecha un cuadro. Después recojo mi leña para la noche, pajas y otras ramas húmedas que nunca llegan a prender y así me meto en la cama hasta que el frío me deja insensible los miembros.
El frío de los pueblos, esa es otra. Una buena gloria, o una chimenea en el salón hasta que tengas que subir a la cama con el nórdico de plumón de oca presto.

Ese café mañanero bien caliente, mientras miras por la ventana cómo el rocío de la mañana se va levantando suavemente.

La auténtica salud.

Putos desertores del arado que somos. Gentes de las periferias de las (pocas) grandes urbes de la puta España, madre de senos vacíos. En mi caso no soy ni de un sitio ni de otro, un ser de poca entidad que vive en las sombras, totalmente inhibido. ¿Cómo sería mi vida si mis padres se hubieran quedado en el pueblo? Estoy convencido de que sería más feliz. No hubiera tenido contacto tan pronto con la degeneración del mundo y me hubiera podido desarrollar más a mi aire al no tener que estar en modo supervivencia de manera constante. Hubiera sido un paletuzo que teme salir de su microcósmico pueblo, pero seguramente tendría pareja y no hubiera cogido un libro en mi puta vida. Pero las cosas son así.Nunca me gustó ir al pueblo. Los niños locales no me gustaban, nunca tuve amigos allí. Mi familia siempre me estaba tocando los cojones con lo de buscarme amigos. Una vez me junté con unos que estaban jugando a las cartas en un portal apostando cromos. Nunca en la vida se me dieron bien los naipes y no sabía jugar, así que me estafaron un poco.

Años después, una semana santa se decidió que saliera con una prima mía a dar una vuelta por la noche. Yo me puse muy nervioso mientras me presentaba a sus amigos y amigas, que eran mogollón (después de esa noche nunca pude identificar a ninguno por el pueblo, como si todo hubiera sido una alucinación se desvanecieron de mi memoria). Fuimos de aquí para allá, afortunadamente no bebieron alcóhol, al menos no delante de mí. Hubiera sido el peor escenario para mí debido a que soy vomitón cuando bebo. Fumé unos cuántos cigarrillos que me hicieron toser y quedar mal, eso sí.

Recuerdo que luego fuimos a un pub de los pocos que allí había y sigue habiendo. Allí de pronto todos se marcharon y yo no supe qué hacer. Mi prima estaba con unas amigas hablando sobre un chico que le gustaba a una, que me dijo de malas maneras que me quitara de en medio, ocasión que mi prima aprovechó para deshacerse de mí de la manera más diplomática posible, diciendo que ya eran casi las doce y que si no me habían dicho que estuviera en casa a esa hora, cosa que no hicieron, pero naturalmente salí casi corriendo de allí. Una de mis primeras grandes experiencias sociales resultó ser desoladora, desalentadora, una premonición de lo que se me venía encima.

Cuando llegué a casa de mis abuelos me metí en la cama y le dije a mi abuela que me diera un beso de buenas noches, cosa que jamás había hecho y jamás volví a hacer. Supongo que mi prima le contó a mis tíos que había sido un fracaso total aquella iniciativa. Por lo menos me dejaron en paz.Con el tiempo la casa de mis abuelos pasó a ser segunda residencia de mi familia directa. Yo sigo odiando ir al pueblo, pero voy al menos tres semanas al año, normalmente en verano, y varios fines de semana, cuando empieza a hacer bien tiempo y para los Santos.

En fin, mejor hubiera sido ser de pueblo o pertenecer a una familia que llevara viviendo más de tres generaciones en la ciudad. Los Otros, los normies, los mierdas e hijos de puta que marchan al unísono pasando por encima de los que se quedan por el camino, adoran sus pueblos, han vivido lo mejor de sus juventudes en ellos. Incluso tengo noticia de gente de ciudad que no tiene pueblo y siente envidia de los desertores del arado.
 
Que va. Yo no soy de pueblo, soy de capital de provincia. Pero sé valorar las cosas que te da un pueblo. Y que según vas cogiendo años son más, y mejores.

Lo de pasarlo mal en el pueblo, por lo visto piensas que no lo hubieras pasado mal igualmente en la ciudad. Exactamente igual, teniendo la misma prima y las mismas circunstancias.
 
yo con los pueblos tengo experiencias enfrentadas, desde una acogida estupenda por ponerme como un deficiente y llevarme los amigos del orihundo de alli de un lado para otro hecho un ecce homo, hasta tener que salir por patas por amagarme con una moza local y que me quisieran aplicar un tratamiento facial a base de rotula y codo.
 
¿Estaba/está buena tu prima?
 
En fin, mejor hubiera sido ser de pueblo o pertenecer a una familia que llevara viviendo más de tres generaciones en la ciudad. Los Otros, los normies, los mierdas e hijos de puta que marchan al unísono pasando por encima de los que se quedan por el camino, adoran sus pueblos, han vivido lo mejor de sus juventudes en ellos. Incluso tengo noticia de gente de ciudad que no tiene pueblo y siente envidia de los desertores del arado.

¿Realmente crees que tu situación actual es debida a esto? ¿En serio? Cada vez te superas más culpando al empedrado.

Yo soy de esos que vivieron en un pueblo y se fueron a la ciudad, no echo de menos más que a mis padres y la belleza del entorno natural. He pasado muy buenos momentos allí, pero a día de hoy sólo voy de visita mensual para ver a mis padres. No pasaría unas vacaciones allí más que como obligación, nunca por propia voluntad, y eso que, siendo sincero, creo que me lo pasaría bien; pero hay muchas alternativas mejores.
 
¿Realmente crees que tu situación actual es debida a esto? ¿En serio? Cada vez te superas más culpando al empedrado.

Yo soy de esos que vivieron en un pueblo y se fueron a la ciudad, no echo de menos más que a mis padres y la belleza del entorno natural. He pasado muy buenos momentos allí, pero a día de hoy sólo voy de visita mensual para ver a mis padres. No pasaría unas vacaciones allí más que como obligación, nunca por propia voluntad, y eso que, siendo sincero, creo que me lo pasaría bien; pero hay muchas alternativas mejores.

Naturalmente que no es esa la causa de mis males, pero puede que en un ambiente distinto no hubiera salido tan esquizoide. Déjame soñar.
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A mí me encantaba ir de pequeño al pueblo toledano de mi madre.
Allí se me permitían cosas impensables en la urbe, tales como ir desnudo prácticamente a todos sitios, únicamente ataviado con calzoncillos como si fuese yo un pequeño Tarzán.
Además, me sacaban al corral en pelotas y me duchaban a golpe de manguerazo.
Iba a la vendimia y allí prontito me cansaba de andar jodiéndome la espalda así que cogía mi bici y me iba a tomar por culo, o me iba a andar. Me metía en cabañas que me encontraba por ahí y cuando estaba en edad, me hacía unas pajas como camiones y me corría a aire libre.
También cagaba al aire libre.
La casa del pueblo es vieja de cojones y solo disponía de un brasero así que si ibas en invierno era una experiencia curiosita darte cuenta que hace más frío en la casa que en la calle.
Me gustaba cuando antes de cenar los hombres y niños nos íbamos al bar y a la vuelta estaba ahí la mesa, habitualmente con sopa de ajo.
Y después nos íbamos a dar paseos por el pueblo hasta tarde y me cobraban historias. Según quién me pillase me contaban historias de la guerra, de cuando vivieron en Canadá, de historias truculentas de pueblo.
Me gustaba porque éramos los únicos vivos por la noche y se veían un montón de estrellas.
Habitualmente pedía seguir hablando en e corral y los adultos accedían gustosos, porque a la gente le gusta mucho hablar y sentirse escuchado.
Ya de más mayor, como sabéis, fue allí donde perdí mi virginidad así que mirad lo importante que es el pueblo para mi.
 
A mí me pasó al revés. Era tremendamente feliz en el pueblo; robando melones, destrozando parideras, dejándome las rodillas en carne viva con la Torrot, poniendo mierdas en los alféizares de las mozas y, ya más mayor, repartiendo carretillos de nitrato en el maíz y cambiando las compuertas cuando la faja estaba regada. Algún almendro vareado y noches de fresca y bocadillo con otros chavales hasta que las farolas disminuían su intensidad.

Algún viaje en el tractor o en el pescante del remolque y una moto heredada de un tioabuelo para ir a las fiestas de los pueblos de al lado a intentar tocar media teta.

Y sobre todo, reirnos a mandíbula batiente de los gilipollas que venían de la ciudad a quedarse en casa de sus primas. Qué putos subnormales estirados, joder. Ni fumar sabían.

Luego ya llegó la Universidad, que resulta que no había en el pueblo, el contacto con otras culturas (madrileños incluso) y los viajes aquí y allá y la vida en varias ciudades.

Al final volví al pueblo ya viejo y raro, aunque pensando que quizá me pudiese entender, en caso apurado, con el gilipollas aquel que venía a ver a su prima. Pero me he dado cuenta de que el extraño, ahora, soy yo.
 
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La PPOELGTBI Podemita está ayudando a urbanitas a volver al arado:

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Vivir la infancia en un pueblo del interior de Lugo en los 70 y primeros 80 fue una de las grandes suertes de mi vida. Ahora la comparo con la de los urbanicolas actuales, con sus Nintendos, whatsappes y mierdas, y no puedo evitar sentir una conmiseración profunda. ¿Cómo resumirla en un par de palabras?: Libertad y Naturaleza.

Uno salía de casa a primera hora de la tarde sin explicaciones ni tutelas y no aparecía hasta la hora de cenar. La oferta era variada: fútbol, robo de fruta, excursiones al monte más próximo esquivando fieros perros guardianes y aldeanos de boina a rosca capaces de mandar una hoz por el aire o tundirte a palos si le pisabas el sembrado, recogida de castañas para un magosto o de moras para una torta con azúcar, montar una cabaña de troncos como sede de sociedad secreta de finalidad incierta, enredar cometas en el tendido eléctrico, incordiar en la matanza de un vecino, colarse en una casa o almacén abandonado con una linterna, adoptar un perro como mascota de grupo, cazar ranas con un trapo rojo, montar una trampa para truchas, llamar al timbre del cura y salir corriendo dejando un petardo enorme encendido en la puerta, enviar un paquete lleno de mierda de vaca a un tendero hostil, subirse en el camión o furgoneta de un vecino child friendly (en el buen sentido) e irse al pueblo o aldea de al lado a dar una vuelta, gamberradas con bolas de nieve el día que cuajaba, espiar a parejas folladoras en las fiestas, hacer hogueras de San Juan con neumáticos y esquivar los sprays que salían disparados, pelearse a pedradas porque tocaba, matar pájaros indefensos con balines, fumar a escondidas, hacer unos Juegos Olímpicos en miniatura, montando listones de salto de altura con una cuerda, lanzamiento de peso con un pedrolo, carreras cronometradas con esos chismes que los entrenadores americanos llevaban al cuello y que alguien consiguió quién sabe dónde...La ley no escrita con los adultos de tu familia era muy clara: si la haces mejor que no me entere. Si me entero llevas ración doble, fuera y en casa.

Aun me veo sentado en la trasera del coche el día que acabó todo, camino de una pensión en la capital de provincia para estudiar el bachillerato, con mi hermana disimulando las lágrimas a pesar de que aparentemente no me soportaba. Para descubrir la soledad urbana, la tacañería a la hora de pagar una ronda, el clasismo impensable en el pueblo en el que el médico y el paisano jugaban juntos la partida, la condescendencia hacia los que hablaban gallego. Un día leí una experiencia parecida de mi admirado Ernesto Sábato cuando dejó su pueblo para irse a Buenos Aires. Al igual que él, y a pesar de que todos los meses vuelvo a visitar a la familia, nunca he conseguido tomar el tren de regreso.
 
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Incluso tengo noticia de gente de ciudad que no tiene pueblo y siente envidia de los desertores del arado.

Los desertores del arado siempre han sido estos

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En el pueblo hubieras sido un esquizo igual pero con oficio y beneficio, los sudores del trabajo y las madrugadas te hubieran sacado parte de la tontería y no tendrías tanto tiempo para lamentos, obsesiones y pensamientos inútiles.
 
Ya se ve que algunos al pueblo iban a correr aventuras en bici y a comer merendillas.

De pastorear ganado, arar la tierra, recoger patatas, segar hierba con guadaña, cortar leña, picar granito con marra etc no estamos hablando ¿verdad?
 
Ya se ve que algunos al pueblo iban a correr aventuras en bici y a comer merendillas.

De pastorear ganado, arar la tierra, recoger patatas, segar hierba con guadaña, cortar leña, picar granito con marra etc no estamos hablando ¿verdad?

Creo que la mayoría de nosotros creció después de la invención del motor de combustión y en el pimer mundo, Señor Pañuelines de Toluca.
 
Y las cerdas de pueblo, eh. Qué decir.
Qué cosa más entregada, más visceral. No conocí muchas, pero tampoco oí de alguna que escatimara en follercio.

Si hasta las de ciudad iban princesas y volvían asilvestradas, el pueblo de antaño era el Erasmus de hoy día.
 
Y las cerdas de pueblo, eh. Qué decir.
Qué cosa más entregada, más visceral. No conocí muchas, pero tampoco oí de alguna que escatimara en follercio.

Si hasta las de ciudad iban princesas y volvían asilvestradas, el pueblo de antaño era el Erasmus de hoy día.
Yo no tenía cuadrilla de amigos paletos así que no tengo gran experiencia con las pueblerinas.
Sin embargo, en primero de carrera fuimos los de la facultad a mi pueblo y fuimos a uno de los dos bares que hay allí y el éxito fue absolutamente rotundo, todos los que integrábamos el grupo esa noche la pasamos en compañía. Hasta el feo oficial, que no era yo, esa noche se dió unos besitos con una.
La casa por la noche parecía la película de Calígula. Bastante sórdido todo.
Las pueblerinas? Muy guarras con los de ciudad.
 
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