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- 28 Jul 2003
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Antes de nada, aclararle señor Don Vito, que esto no es más que un post contestación a su cachondísimo hilo “BILLARES: Aquellos maravillosos recreativos Bizarros” (BILLARES:Aquellos maravillosos recreativos Bizarros), que tan buenos y añejos recuerdos me ha traído. Pero eso sí, uno a veces se emociona y, en cuanto se descuida, se da cuenta que ha escrito un capítulo entero de la Biblia, así que he decidido añadirle un par de fotos ginchas y convertirlo en un articulito de los míos, que por esta razón posteo como hilo aparte. Asín pues, ya todo aclarado, tómese esto como un homenaje y no como un plagio a su idea.
Las salas de juegos recreativos fueron nuestro primer contacto vital con el mundillo social.
De algún modo te abrían las miras hacia horizontes más amplios y personajes desconocidos de todo tipo que en tu ambiente habitual, en tu colegio o en tu barrio, reducido a un grupo de más o menos tus mismas características, te impedía observar la vida real que bullía a tu alrededor.
Por esta regla de tres, las primeras veces íbamos todos acojonaos, introduciéndonos en un ambiente para nosotros totalmente nuevo y misterioso, y repleto de miles de atractivos visuales por doquier; atractivos que, por otra parte, tenía su precio disfrutar.
Y no estoy hablando de los cinco durotes por partida, qué va, estoy hablando de la galería de chulos de recreativo freaks que por norma cohabitaban todo antro de sala de maquinitas de barrio que se preciase.
Aquel era el lugar de reunión oficial todos los delincuentes juveniles zonales por debajo de los 16 años, el lugar donde campaban a sus anchas con la total complicidad del adulto supervisor encargado de darte cambio en calderilla (que era un hijodeputa de cuidado y más mala gente que el regente de un tenderete de feria) y se encargaban de marcar su territorio dejando claro que allí no había nadie más chulo que ellos, y sólo por compartir el suelo que pisabas debías de pagarles “derechos de protección”.
Entre otros malotes de barrio, a saber:
-El Pelotas – del Frente Atlético, sección infantil, era un pijo ochentero de cuidao pero con más peligro que el Serafín Zubiri de copiloto de Carlos Sáinz, ése era de los que no perdonaba ni una y había que pagarle indefectiblemente, sólo por entrar en la sala, 10 duros como quien picaba el bonobús, y te ganabas por decreto colleja o patadinha en el culo, fueses moroso o modélico pagador. Como era de los menos duros y otros maleantes se cachondeaban de él, liberaba sus complejos de inferioridad siendo el más hijodeputa con nosotros, los pringados de a pie. Tras cientos de leyendas urbanas asegurándolo con esperanza, finalmente sus días pandilleros acabaron recibiendo a mano (y pies) de sus colegas una paliza de padre y muy señor mío que nos hizo felices a todos, de modo contenido, eso sí.
-El Aguilillas - el típico miembro del clan de los chulopartiditas que a todos nos caía bien. Callado, con personalidad, jamás robaba ni intimidaba a nadie pero entre los predelincuentes era muy respetado. En la vida osabas dirigirle la palabra ni mirarle a los ojos, pero, según avanzabas en edad, el chaval comenzaba hasta a saludarte y todo, momentos en los que tú te sentías como el hombre más importante del barrio, y le comentabas a tus amiguetes más chulo que un ocho… “sí sí, es que somos coleguitas éste y yo ¡uh, si yo te contara…!”
-El Manolito Chein - neonazi con cara de cachondo que escondía tras ese falso rostro sonriente la personalidad más rematadamente hijodeputa que he conocido yo en mi vida. Por lo general pasaba un poco de los chavales, pero vamos, estaba claro que su tabaco Winston rubioamericano estaba subvencionado de por vida por los bolsillos infantiles del barrio. Era el jefe de toda la mafia zonal, como muchos por aquella época comenzó siendo rapper y acabó abrazando el neonazismo (cambio ideológico éste muy consecuente), liderando una pandilla de ultras nada recomendable que durante años dio a mi barrio una nefasta publicidad.
El caso es que el tío se dedicaba a los trapicheos con marijuana, lacasitos psicotrópicos y demás, y pronto lo de las intimidaciones recreativiles se quedó pequeño para él. Como último recuerdo de él, citar que como “broma” le arreó con sus botas de camionero una señora patada a uno de su banda en las costillas, cuyo sonido a maracas brasileiras se me quedó grabado para el resto de mi vida.
-El Toro - uno de los únicos y llamativos casos conocidos en que un ciudadano de etnia gitana llega a ingresar como miembro de una brigada de neonazis xenófobos y racistas. De melena lorolailo en sus principios, el cabroncete tenía una maña especial para eso de los grafitis, era uno de mis favoritos y el que me instigó a imitarle blandiendo mi Velleda Wallpaper sobre las paredes de ladrillo aparejado del bloque de mi casa. Hasta que mi portero El Eladio me pilló, claro, y después de un soberano broncazo, cogió mi rotulador y de un manotazo que ríete tú del Manolo Martínez de los preolímpicos (que luego la caga), lo mandó a tomar por el culo.
El Toro nos saqueaba pero a base de bien, se decía que no se había pagado de su bolsillo una partida en las maquinitas desde el año 82 en adelante, y era un as en el Italia'90 y un escandaloso desastre en el Tetris. Por cierto, el Toro estaba motorizado, como todo gincho que se precie, con una espléndida motocicleta Rieju de segunda mano trucada, de color verde fosforito, que conducía sin casco y que alcanzaba unos flamantes 75 kms a la hora en medio de un ruido ensordecedor brutal.
Estos son los principales chulomaquinitas que yo recuerdo, pero eso sí, existía una multitud de anónimos maleantes intimidadores y aspirantes a ello, que realmente convertía la sala de recreativos en un saloon de espanis-western que ríete tú de los peligros del Clint Eastwood de los flims de La Muerte tenía un precio y sucedáneos.
Por cierto que es curioso el hecho de que, cuando comentas estas anécdotas entre amigos, conocidos y gente de reciente compadreo, resulta que todos ellos, en su infancia, habían compartido tus mismos miedos ante distintos pero análogos enemigos, y que parece que todos en nuestro pasado fuimos del bando de los pringadillos, cuando está claro que por lógica estadística sería normal en alguna ocasión encontrarte con un individuo de pasado chulo-maquinitas.
Pues no, oigan, jamás he topado con ninguno, al menos que lo reconozca, lo cual me hace pensar que o bien la membresía en pleno de esta galería de delincuentes en potencia acabó con sus huesos en la cárcel de Carabanchel, o que fue una raza o especie en realidad débil que se exterminó con aquello del agujero de la capa de ozono. De haberlo sabido de pequeño, me hubiese dedicado a vaciar en la terraza uno por uno los botes de laca repletos de CFC de mi madre hasta el día de Año Nuevo.
Pero bueno, el caso es que, peligroso o no, la cantidad de lucecitas parpadeantes, los sonidos futuristas de “tu-tu-tu” “piu-piu” y demás, la máquina de Cocacolas junto a la de chocolatinas Maltesers, Crunchs y demás, se convertían en un reclamo, un atractivo, demasiado poderoso, un Las Vegas reducido para mentalidades infantes que lograba pervertirnos y excitarnos no-sepsualmente tanto como para vencer nuestros miedos y entrar a pasar allí las tardes, cargados de calderilla en monedas de duro con la efigie de Francisco Franco y un par de Phoskitos para hacer más amenas las partidillas.
La verdad es que mi memoria no da para recordar muchos juegos, mis favoritos eran los deportivos, de fútbol sobre todo, pero también de tenis, de squash… los de tiritos tenían su atractivo, aún recuerdo un tal Metal Slug, el Street Fighter II, el Xevious, los marcianitos del carallo. Mi debilidad, eso sí, eran aquellos interactivos que disponían de una ametralladora que podías agarrar con ambas manos y fliparte como un auténtico campeón en aquellos tiempos de enorme influencia filmística de esos añejos “no siento las piennas” o “dio mío, ehto é un infienno” del Silvester Estalónis.
La verdad sea dicha… yo era un manta de mucho cuidao, porque todo lo que tenga que ver con la informática y yo, somos mortales enemigos desde tiempos inmemoriales (Nako, no te rías, cabronazo), lo mío era el fútbol no virtual y los friquis con Q y no con K, y siempre me sacaban de mis casillas la otra galería secundaria de personajes typical espanglish de todo salón de recreativos ibérico que se precie: Los Especialistas.
Los Especialistas eran los viciados sintomáticos (de hecho al más mítico de todos ellos le llamábamos Sid Vicius), futuros adictos de extrañas variedades, que lloviera, granizara, fuera festivo o día lectivo, siempre estaban allí, omnipresentes, viciados en grado psicopático, y no obstante aquejados de un complejo de superioridad tan incomprensible como irritante.
Ninguneaban tus propios records, se paseaban por detrás de tu pantalla emitiendo jocosos suspiros de autosuficiencia que a ti te tocaban insufriblemente las pelotas. Eso sí, su autosuficiencia estaba más que justificada, no en vano, con una sola vida humillaban tu anterior partida y encima con la mano izquierda y la otra en la huevada, ostensiblemente y sólo por joder, los muy cabrones, eran todos unos ases que en su puta vida de adolescentes con granos futuros aficionados al rol jamás se comerían una almeja, pero aaaamigo, éste era su campo, y ahí eran los putos jefes sin discusión.
De hecho eran los autores de la inmensa mayoría de los records de todas las máquinas del salón, y sus iniciales de tres letras (con gran éxito de las siglas PIS y KKK) lucían durante meses para su regocijo sin que nadie pudiese hacer nada para mancillarlas.
Sus muñecas comenzaban a verse afectadas de artrosis prematuras, entre tanta partidita y no menos pajotes castellanos, y lo que más destacaba en uno de éstos, que solían en añadidura ser más gorrones que la madre que los parió, era el cómo vivían las partidas, flipados a más no poder: gritos, aullidos sin ningún tipo de vergüenza, expresiones cago-puteriles cada vez que perdían una vida y patadas de recibo a los aparatos cada vez que las cosas no iban como ellos deseaban.
Resultaba curioso darte un paseo entre partidas por el salón de recreativos, contemplando las diversas maquinistas y la variedad de sus usuarios tipo:
…ahí tenías los arcades de matar enemigos, con una larga cola de usuarios potenciales esperando impacientemente su turno y desesperándose cuando veían que el actual partidista estaba a punto de palmar, pero se sacaba un par de monedas del bolsillo para continuar…
…tenías los billares, usualmente copados por chavales mayores que no tenían ni puta idea de coger el taco y tomaban la tiza para la punta como si fuera un sacapuntas; los futbolines en los que se jugaba bajo las estrictas normas de Queensberry “ni medias ni guarra” y que el que perdía sin haber marcado un gol, debía pasar por la humillación de pasar por debajo del mismo (arruinando tu reputación)…
…las máquinas de estas de juegos de inteligencia y memoria, que según ibas acertando, te iban destapando cuadraditos que dejaban entrever a una chavala en pelotas, lo cual hacía que siempre estuviese abarrotados los aledaños del jugador de una cohorte numerosa de pajilleros mirones con una sonrisilla de oreja a oreja y media.
Otras máquinas ya de mayor standing eran las dos o tres que estaban en el centro de la sala, de realidad virtual con forma de aeronave en la que había que jugar sentado y con cinturón de seguridad que te oprimía los testículos y daba gustirrinín (a no ser que te pillara en mala postura y más emocionao de lo debido), porque se movían y todo, pero que aparte de ser tan caras que te dejabas ahí el presupuesto de dos tardes, debían de ser chungas de campeonato, pues jamás vi a nadie disfrutar de una partida de más de dos minutos
…recuerdo cómo no, el Tetris, usualmente copado por chavales con pinta de empollones empedernidos; la famosa máquina del duro, mecánica que no electrónica, que manejabas con un volante jancho tratando de hacer circular la propia monedita a través de un laberinto, cutre hasta la extenuación; los flippers, en los que cualquier mindundi sin conocimientos podía tirarse la tira de tiempo jugando; o las mesas de partidas de air-hockey en el que el stick era una especie de sombrero mejicano en miniatura y que, como lo cogieses mal, el disco te daba unas ostias en las falanges de los dedos que acababas con ellos hinchados como ET señalando a sus colegas.
Resulta algo doloroso, todo he de decirlo, el rememorar el por qué, a pesar de no haber sido yo excesivamente asiduo a estos antros de perversión, dejé de acudir a estos sitios, puesto que la razón estriba en algo tan poco gratificante como pueda ser la humillación por causa no prevista.
Todo se resume en que, durante unos pocos años, abrieron una sala de este tipo en un edificio contiguo a mi portal, razón por la cual yo acostumbraba a prolongar mis noches veraniegas fuera del hogar bajo la excusa de la proximidad a éste de mi lugar de asueto.
Pero cierta noche, a eso de las 12, debí de superar cierto límite de permisividad, pues mientras estaba en pleno frenesí maquinero de una partida de óptimo desenlace, me sobresaltó el aviso de uno de mis amigos, el Saúl…
-Ey, tío, tu viejo.
¿Cómorl…?
Y efectivamente, allí estaba en pie, frente a mi y con una cara de mala hostia que no quiero ni recordar, mi padre, barbudo y adulto, embutido en un chándal de infame recuerdo, calzando sus pantuflas último modelo con ventilación "digital" en los pies y una toalla en torno al cuello, envuelto en sudor hasta arriba, es decir, con su uniforme oficial para hacer bicicleta estática casera, muy respetable de vistas para dentro, pero amigo… muy poco adecuado para ser visto en un antro hasta arriba de chuletas de barrio y amigos con los que hayas de guardar ciertas formas y personalidad.
En fin, que antes de que me echase bronca alguna y me hundiese más en mi vergüenza, opté por darle la razón en todo y me piré de allí como alma que lleva el diablo, llevando la mirada al suelo ante el cachondeo de los amiguetes treceañeros e hijoputillas, renegando de mi padre cual San Pedro por tres veces de Jesucristo antes de que cantase el gayo al amanecer.
…tras estos recuerdos en los que se amalgaman tanto disgustos como gratos placeres, mi único deseo es no acabar jamás siendo cliente asiduo de la sala “B” contigua cuyo acceso nos estaba vetado a los menores de 16, y que por ello tanto ansiábamos conocer, la de las tragaperras y demás, puesto que viendo el percal que por allí se veía disfrutando de las maquinstas de las tres peritas Super-Premio de Recreativos Franco, no hacía pensar precisamente en una clientela repleta de triunfadores y hombres de bien… en su mayoría jubilaos muy flacos, chupaos, mal afeitaos y fumadores de Ducados negro con una pinta de acabaos que no quiero ni contar.
Yo tengo previsto acabar mis años de tercera edad con una poblada barba blanca y disfrutando de mis últimos días jugando con mis nietos o, en todo caso, en plan viejecito entrañable Chanquete-style, aleccionando sobre la pesca del camarón de las Rías Baixas a chavales bieneducados de la categoría de Tito y el Piraña, asín que si en un futuro lejano me ven gastando mi pensión en un antro de estas características, no lo duden caballeros, tienen todo mi permiso para darme un par de tundas. Sin que sirva de precedente, per a sopost.
Quepassssa dixit
Gracias a SATANIA por colgarme las afotos, que algunos somos pobres y encima poco honrados.
Las salas de juegos recreativos fueron nuestro primer contacto vital con el mundillo social.
De algún modo te abrían las miras hacia horizontes más amplios y personajes desconocidos de todo tipo que en tu ambiente habitual, en tu colegio o en tu barrio, reducido a un grupo de más o menos tus mismas características, te impedía observar la vida real que bullía a tu alrededor.
Por esta regla de tres, las primeras veces íbamos todos acojonaos, introduciéndonos en un ambiente para nosotros totalmente nuevo y misterioso, y repleto de miles de atractivos visuales por doquier; atractivos que, por otra parte, tenía su precio disfrutar.
Y no estoy hablando de los cinco durotes por partida, qué va, estoy hablando de la galería de chulos de recreativo freaks que por norma cohabitaban todo antro de sala de maquinitas de barrio que se preciase.
Aquel era el lugar de reunión oficial todos los delincuentes juveniles zonales por debajo de los 16 años, el lugar donde campaban a sus anchas con la total complicidad del adulto supervisor encargado de darte cambio en calderilla (que era un hijodeputa de cuidado y más mala gente que el regente de un tenderete de feria) y se encargaban de marcar su territorio dejando claro que allí no había nadie más chulo que ellos, y sólo por compartir el suelo que pisabas debías de pagarles “derechos de protección”.
Entre otros malotes de barrio, a saber:
-El Pelotas – del Frente Atlético, sección infantil, era un pijo ochentero de cuidao pero con más peligro que el Serafín Zubiri de copiloto de Carlos Sáinz, ése era de los que no perdonaba ni una y había que pagarle indefectiblemente, sólo por entrar en la sala, 10 duros como quien picaba el bonobús, y te ganabas por decreto colleja o patadinha en el culo, fueses moroso o modélico pagador. Como era de los menos duros y otros maleantes se cachondeaban de él, liberaba sus complejos de inferioridad siendo el más hijodeputa con nosotros, los pringados de a pie. Tras cientos de leyendas urbanas asegurándolo con esperanza, finalmente sus días pandilleros acabaron recibiendo a mano (y pies) de sus colegas una paliza de padre y muy señor mío que nos hizo felices a todos, de modo contenido, eso sí.
-El Aguilillas - el típico miembro del clan de los chulopartiditas que a todos nos caía bien. Callado, con personalidad, jamás robaba ni intimidaba a nadie pero entre los predelincuentes era muy respetado. En la vida osabas dirigirle la palabra ni mirarle a los ojos, pero, según avanzabas en edad, el chaval comenzaba hasta a saludarte y todo, momentos en los que tú te sentías como el hombre más importante del barrio, y le comentabas a tus amiguetes más chulo que un ocho… “sí sí, es que somos coleguitas éste y yo ¡uh, si yo te contara…!”
-El Manolito Chein - neonazi con cara de cachondo que escondía tras ese falso rostro sonriente la personalidad más rematadamente hijodeputa que he conocido yo en mi vida. Por lo general pasaba un poco de los chavales, pero vamos, estaba claro que su tabaco Winston rubioamericano estaba subvencionado de por vida por los bolsillos infantiles del barrio. Era el jefe de toda la mafia zonal, como muchos por aquella época comenzó siendo rapper y acabó abrazando el neonazismo (cambio ideológico éste muy consecuente), liderando una pandilla de ultras nada recomendable que durante años dio a mi barrio una nefasta publicidad.
El caso es que el tío se dedicaba a los trapicheos con marijuana, lacasitos psicotrópicos y demás, y pronto lo de las intimidaciones recreativiles se quedó pequeño para él. Como último recuerdo de él, citar que como “broma” le arreó con sus botas de camionero una señora patada a uno de su banda en las costillas, cuyo sonido a maracas brasileiras se me quedó grabado para el resto de mi vida.
-El Toro - uno de los únicos y llamativos casos conocidos en que un ciudadano de etnia gitana llega a ingresar como miembro de una brigada de neonazis xenófobos y racistas. De melena lorolailo en sus principios, el cabroncete tenía una maña especial para eso de los grafitis, era uno de mis favoritos y el que me instigó a imitarle blandiendo mi Velleda Wallpaper sobre las paredes de ladrillo aparejado del bloque de mi casa. Hasta que mi portero El Eladio me pilló, claro, y después de un soberano broncazo, cogió mi rotulador y de un manotazo que ríete tú del Manolo Martínez de los preolímpicos (que luego la caga), lo mandó a tomar por el culo.
El Toro nos saqueaba pero a base de bien, se decía que no se había pagado de su bolsillo una partida en las maquinitas desde el año 82 en adelante, y era un as en el Italia'90 y un escandaloso desastre en el Tetris. Por cierto, el Toro estaba motorizado, como todo gincho que se precie, con una espléndida motocicleta Rieju de segunda mano trucada, de color verde fosforito, que conducía sin casco y que alcanzaba unos flamantes 75 kms a la hora en medio de un ruido ensordecedor brutal.
Estos son los principales chulomaquinitas que yo recuerdo, pero eso sí, existía una multitud de anónimos maleantes intimidadores y aspirantes a ello, que realmente convertía la sala de recreativos en un saloon de espanis-western que ríete tú de los peligros del Clint Eastwood de los flims de La Muerte tenía un precio y sucedáneos.
Por cierto que es curioso el hecho de que, cuando comentas estas anécdotas entre amigos, conocidos y gente de reciente compadreo, resulta que todos ellos, en su infancia, habían compartido tus mismos miedos ante distintos pero análogos enemigos, y que parece que todos en nuestro pasado fuimos del bando de los pringadillos, cuando está claro que por lógica estadística sería normal en alguna ocasión encontrarte con un individuo de pasado chulo-maquinitas.
Pues no, oigan, jamás he topado con ninguno, al menos que lo reconozca, lo cual me hace pensar que o bien la membresía en pleno de esta galería de delincuentes en potencia acabó con sus huesos en la cárcel de Carabanchel, o que fue una raza o especie en realidad débil que se exterminó con aquello del agujero de la capa de ozono. De haberlo sabido de pequeño, me hubiese dedicado a vaciar en la terraza uno por uno los botes de laca repletos de CFC de mi madre hasta el día de Año Nuevo.
Pero bueno, el caso es que, peligroso o no, la cantidad de lucecitas parpadeantes, los sonidos futuristas de “tu-tu-tu” “piu-piu” y demás, la máquina de Cocacolas junto a la de chocolatinas Maltesers, Crunchs y demás, se convertían en un reclamo, un atractivo, demasiado poderoso, un Las Vegas reducido para mentalidades infantes que lograba pervertirnos y excitarnos no-sepsualmente tanto como para vencer nuestros miedos y entrar a pasar allí las tardes, cargados de calderilla en monedas de duro con la efigie de Francisco Franco y un par de Phoskitos para hacer más amenas las partidillas.
La verdad es que mi memoria no da para recordar muchos juegos, mis favoritos eran los deportivos, de fútbol sobre todo, pero también de tenis, de squash… los de tiritos tenían su atractivo, aún recuerdo un tal Metal Slug, el Street Fighter II, el Xevious, los marcianitos del carallo. Mi debilidad, eso sí, eran aquellos interactivos que disponían de una ametralladora que podías agarrar con ambas manos y fliparte como un auténtico campeón en aquellos tiempos de enorme influencia filmística de esos añejos “no siento las piennas” o “dio mío, ehto é un infienno” del Silvester Estalónis.
La verdad sea dicha… yo era un manta de mucho cuidao, porque todo lo que tenga que ver con la informática y yo, somos mortales enemigos desde tiempos inmemoriales (Nako, no te rías, cabronazo), lo mío era el fútbol no virtual y los friquis con Q y no con K, y siempre me sacaban de mis casillas la otra galería secundaria de personajes typical espanglish de todo salón de recreativos ibérico que se precie: Los Especialistas.
Los Especialistas eran los viciados sintomáticos (de hecho al más mítico de todos ellos le llamábamos Sid Vicius), futuros adictos de extrañas variedades, que lloviera, granizara, fuera festivo o día lectivo, siempre estaban allí, omnipresentes, viciados en grado psicopático, y no obstante aquejados de un complejo de superioridad tan incomprensible como irritante.
Ninguneaban tus propios records, se paseaban por detrás de tu pantalla emitiendo jocosos suspiros de autosuficiencia que a ti te tocaban insufriblemente las pelotas. Eso sí, su autosuficiencia estaba más que justificada, no en vano, con una sola vida humillaban tu anterior partida y encima con la mano izquierda y la otra en la huevada, ostensiblemente y sólo por joder, los muy cabrones, eran todos unos ases que en su puta vida de adolescentes con granos futuros aficionados al rol jamás se comerían una almeja, pero aaaamigo, éste era su campo, y ahí eran los putos jefes sin discusión.
De hecho eran los autores de la inmensa mayoría de los records de todas las máquinas del salón, y sus iniciales de tres letras (con gran éxito de las siglas PIS y KKK) lucían durante meses para su regocijo sin que nadie pudiese hacer nada para mancillarlas.
Sus muñecas comenzaban a verse afectadas de artrosis prematuras, entre tanta partidita y no menos pajotes castellanos, y lo que más destacaba en uno de éstos, que solían en añadidura ser más gorrones que la madre que los parió, era el cómo vivían las partidas, flipados a más no poder: gritos, aullidos sin ningún tipo de vergüenza, expresiones cago-puteriles cada vez que perdían una vida y patadas de recibo a los aparatos cada vez que las cosas no iban como ellos deseaban.
Resultaba curioso darte un paseo entre partidas por el salón de recreativos, contemplando las diversas maquinistas y la variedad de sus usuarios tipo:
…ahí tenías los arcades de matar enemigos, con una larga cola de usuarios potenciales esperando impacientemente su turno y desesperándose cuando veían que el actual partidista estaba a punto de palmar, pero se sacaba un par de monedas del bolsillo para continuar…
…tenías los billares, usualmente copados por chavales mayores que no tenían ni puta idea de coger el taco y tomaban la tiza para la punta como si fuera un sacapuntas; los futbolines en los que se jugaba bajo las estrictas normas de Queensberry “ni medias ni guarra” y que el que perdía sin haber marcado un gol, debía pasar por la humillación de pasar por debajo del mismo (arruinando tu reputación)…
…las máquinas de estas de juegos de inteligencia y memoria, que según ibas acertando, te iban destapando cuadraditos que dejaban entrever a una chavala en pelotas, lo cual hacía que siempre estuviese abarrotados los aledaños del jugador de una cohorte numerosa de pajilleros mirones con una sonrisilla de oreja a oreja y media.
Otras máquinas ya de mayor standing eran las dos o tres que estaban en el centro de la sala, de realidad virtual con forma de aeronave en la que había que jugar sentado y con cinturón de seguridad que te oprimía los testículos y daba gustirrinín (a no ser que te pillara en mala postura y más emocionao de lo debido), porque se movían y todo, pero que aparte de ser tan caras que te dejabas ahí el presupuesto de dos tardes, debían de ser chungas de campeonato, pues jamás vi a nadie disfrutar de una partida de más de dos minutos
…recuerdo cómo no, el Tetris, usualmente copado por chavales con pinta de empollones empedernidos; la famosa máquina del duro, mecánica que no electrónica, que manejabas con un volante jancho tratando de hacer circular la propia monedita a través de un laberinto, cutre hasta la extenuación; los flippers, en los que cualquier mindundi sin conocimientos podía tirarse la tira de tiempo jugando; o las mesas de partidas de air-hockey en el que el stick era una especie de sombrero mejicano en miniatura y que, como lo cogieses mal, el disco te daba unas ostias en las falanges de los dedos que acababas con ellos hinchados como ET señalando a sus colegas.
Resulta algo doloroso, todo he de decirlo, el rememorar el por qué, a pesar de no haber sido yo excesivamente asiduo a estos antros de perversión, dejé de acudir a estos sitios, puesto que la razón estriba en algo tan poco gratificante como pueda ser la humillación por causa no prevista.
Todo se resume en que, durante unos pocos años, abrieron una sala de este tipo en un edificio contiguo a mi portal, razón por la cual yo acostumbraba a prolongar mis noches veraniegas fuera del hogar bajo la excusa de la proximidad a éste de mi lugar de asueto.
Pero cierta noche, a eso de las 12, debí de superar cierto límite de permisividad, pues mientras estaba en pleno frenesí maquinero de una partida de óptimo desenlace, me sobresaltó el aviso de uno de mis amigos, el Saúl…
-Ey, tío, tu viejo.
¿Cómorl…?
Y efectivamente, allí estaba en pie, frente a mi y con una cara de mala hostia que no quiero ni recordar, mi padre, barbudo y adulto, embutido en un chándal de infame recuerdo, calzando sus pantuflas último modelo con ventilación "digital" en los pies y una toalla en torno al cuello, envuelto en sudor hasta arriba, es decir, con su uniforme oficial para hacer bicicleta estática casera, muy respetable de vistas para dentro, pero amigo… muy poco adecuado para ser visto en un antro hasta arriba de chuletas de barrio y amigos con los que hayas de guardar ciertas formas y personalidad.
En fin, que antes de que me echase bronca alguna y me hundiese más en mi vergüenza, opté por darle la razón en todo y me piré de allí como alma que lleva el diablo, llevando la mirada al suelo ante el cachondeo de los amiguetes treceañeros e hijoputillas, renegando de mi padre cual San Pedro por tres veces de Jesucristo antes de que cantase el gayo al amanecer.
…tras estos recuerdos en los que se amalgaman tanto disgustos como gratos placeres, mi único deseo es no acabar jamás siendo cliente asiduo de la sala “B” contigua cuyo acceso nos estaba vetado a los menores de 16, y que por ello tanto ansiábamos conocer, la de las tragaperras y demás, puesto que viendo el percal que por allí se veía disfrutando de las maquinstas de las tres peritas Super-Premio de Recreativos Franco, no hacía pensar precisamente en una clientela repleta de triunfadores y hombres de bien… en su mayoría jubilaos muy flacos, chupaos, mal afeitaos y fumadores de Ducados negro con una pinta de acabaos que no quiero ni contar.
Yo tengo previsto acabar mis años de tercera edad con una poblada barba blanca y disfrutando de mis últimos días jugando con mis nietos o, en todo caso, en plan viejecito entrañable Chanquete-style, aleccionando sobre la pesca del camarón de las Rías Baixas a chavales bieneducados de la categoría de Tito y el Piraña, asín que si en un futuro lejano me ven gastando mi pensión en un antro de estas características, no lo duden caballeros, tienen todo mi permiso para darme un par de tundas. Sin que sirva de precedente, per a sopost.
Quepassssa dixit
Gracias a SATANIA por colgarme las afotos, que algunos somos pobres y encima poco honrados.