Gayo Mentula
Asiduo
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Estoy leyendo la muy jugosa Carta del Preste Juan (editada por Siruela en su Biblioteca Medieval), que tanto inspiró a Umberto Eco en su Baudolino.
Y he aquí lo que encuentro:
Inmediatamente me ha venido a la cabeza el ciclo de Elric de Melniboné de Michael Moorcock, con sus Cavernas y su Señor del Dragón.
También me he acordado del Pern de Anne McCafrey y de Eragon - que no he tenido ocasión de leer.
Nada nuevo hay bajo el sol. Me place descubrir las fuentes de las que las gentes beben (sin decirlo).
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Lo curioso es que me acabo de dar cuenta de que el traductor de la Carta, en una nota, también pone de manifiesto el paralelismo. No cita a Eragon, pero sí a los otros.
Y he aquí lo que encuentro:
Por la parte que da al Septentrión, donde se termina el mundo, hay cierto lugar que llaman la Caverna de los Dragones. Larga y ancha, muy difícil y muy agreste de recorrer por ser muy agra y complicada, muy profunda por poseer gran hondura, tiene muchas cavernas y escondrijos. En este lugar hay infinitos millares de terribles dragones que los habitantes de las provincias circundantes custodian con suma diligencia para que ningún encantador de la India o de cualquier otro lugar pueda robarles ningún dragón.
Pues los príncipes de los indios suelen llevar dragones a las bodas y a otros convites suyos, por reputar poco relevante un banquete sin dragones. Y así como los pastores de ganado mayor y de jumentos, a los potros de los caballos suelen humillarlos y acostumbrarlos al hombre, enseñarles y domarlos, imponerles el freno y la silla y cabalgarlos hasta donde quieran, llamarlos a cada uno por su nombre como si fueran hombres, quienes se encargan de la custodia y disciplina de los dragones, los fejes de los dragones, con encantamientos y hechicerías humillan, acostumbran al hombre, enseñan, doman, imponen el freno y la silla y cabalgan cuando y hasta donde quieren a estos dragones, llamándolos a cada uno por su nombre.
Estos pueblos de dragones entregan anualmente a Nuestra Magnificencia, y como tributo, cien hombres, maestros de los dragones, y cien dragones domados de la manera que se ha dicho, los cuales se comportan ante los hombres como ovejas y juegan con ellos de un modo admirable, moviendo cabeza y cola de una lado para otro como hacen los canes. En verdad que estos hombres de los dragones son nuestros mensajeros y, cuando así le place a Nuestra Clemencia, los enviamos a volar por los aires con aquellos dragones de que hemos hablado, para saber lo que ocurre en cualquier parte del universo.
Inmediatamente me ha venido a la cabeza el ciclo de Elric de Melniboné de Michael Moorcock, con sus Cavernas y su Señor del Dragón.
También me he acordado del Pern de Anne McCafrey y de Eragon - que no he tenido ocasión de leer.
Nada nuevo hay bajo el sol. Me place descubrir las fuentes de las que las gentes beben (sin decirlo).
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Lo curioso es que me acabo de dar cuenta de que el traductor de la Carta, en una nota, también pone de manifiesto el paralelismo. No cita a Eragon, pero sí a los otros.