Nyotai Mori
Veterano
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- 16 Ago 2003
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Bien, me hallo en la oficina desde hace 5 horas... ahora son las 4 la tarde aqui en Japon. Pues bien, estoy yo aqui en mi cubículo de trabajo rodeado de otras decenas de cubiculos llenos todos ellos de japonesitos y otros traductores de distintas nacionalidades que por esta planta trabajamos.
Pese a ser navidad, cosa que me la suda, aqui se trabaja como otro dia cualquiera. Aunque, trabajar es un decir... si yo os contara.
En fin, a lo que íbamos. Por arte del azar, la cafetera de la oficina resulta estar justo a mi espalda. Exactamente junto a la fotocopiadora... si es que a ese monstruo se le puede llamar fotocopiadora (corre el rumor de que por las noches se lo tienen alquilado a un tipo como picadero... pero eso son habladurias de oficina) Pues eso, las 4 la tarde, una sala con la calefacción a casi 30 grados, todos con la morriña tras la pitanza habitual de estas horas y el tedio que nos invade. Pero, ¡aaaahhhhhhh! La cafetera está vacía y hay que volver a poner para tener café calentito, que es el único sustento que nos queda para otras tediosas 4 horas de trabajo.
Y aquí estamos todos, esperando a ver quién es hoy el que se levanta a poner el café para luego acudir como buitres a su presa y echarse una tacita. Y aquí, en mi cubiculillo, veo como el alemán que está justo pared con pared conmigo, se levanta sistemáticamente cada 2 o 3 minutos... alza su cabeza teutona por encima de mis dominios laboriles, con la esperanza de ver la jarra de café llena. Si se pudiese observar de lejos, esto parecería como el juego aquel en que te dan un mazo y tienes que darle a las cabecitas de unas ranas que salen aleatoriamente por varios agujeros.
Y pim pam, pim pam... así vamos pasando otra tarde por la oficina...
Ya ve, señor cojones, los funcionarios no son los únicos con derecho a rascarse las pelotas en la oficina. Y nosotros que lo veamos.
Pese a ser navidad, cosa que me la suda, aqui se trabaja como otro dia cualquiera. Aunque, trabajar es un decir... si yo os contara.
En fin, a lo que íbamos. Por arte del azar, la cafetera de la oficina resulta estar justo a mi espalda. Exactamente junto a la fotocopiadora... si es que a ese monstruo se le puede llamar fotocopiadora (corre el rumor de que por las noches se lo tienen alquilado a un tipo como picadero... pero eso son habladurias de oficina) Pues eso, las 4 la tarde, una sala con la calefacción a casi 30 grados, todos con la morriña tras la pitanza habitual de estas horas y el tedio que nos invade. Pero, ¡aaaahhhhhhh! La cafetera está vacía y hay que volver a poner para tener café calentito, que es el único sustento que nos queda para otras tediosas 4 horas de trabajo.
Y aquí estamos todos, esperando a ver quién es hoy el que se levanta a poner el café para luego acudir como buitres a su presa y echarse una tacita. Y aquí, en mi cubiculillo, veo como el alemán que está justo pared con pared conmigo, se levanta sistemáticamente cada 2 o 3 minutos... alza su cabeza teutona por encima de mis dominios laboriles, con la esperanza de ver la jarra de café llena. Si se pudiese observar de lejos, esto parecería como el juego aquel en que te dan un mazo y tienes que darle a las cabecitas de unas ranas que salen aleatoriamente por varios agujeros.
Y pim pam, pim pam... así vamos pasando otra tarde por la oficina...
Ya ve, señor cojones, los funcionarios no son los únicos con derecho a rascarse las pelotas en la oficina. Y nosotros que lo veamos.