Blesa
Forero del todo a cien
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- 1 May 2014
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Desde hace 4 meses comencé mi vida fuera de la casa paterna. A día de hoy miro hacia atrás y me pregunto cómo pude soportar ese ambiente durante tantos años: Un padre con el que sólo me cruzaba en el rellano de vez en cuando, incapaz de mantener más relación con su familia que un hola y un adiós, una hermana egoista como ella sola, que sólo ha pensado siempre en su propio beneficio y una madre politoxicómana (Todo drogas con receta, pero puedo asegurar en mi experiencia que son drogas puras y duras), además de controladora y posesiva. Vivía una vida que me amargaba, que me metió en un agujero del que tardé muchos años en ser consciente, primero de su existencia, después de que yo era el único que me podía sacar de él. No fué hasta que salí cuando fui consciente de cuán profundo era el agujero, de cómo de opaca era la burbuja, de cuán alejado estaba de la realidad. A día de hoy me miro y veo una persona deforme. No en el plano físico, me veo un deforme emocional, una persona incapaz de relacionarse con la sociedad de forma normal.
Desde que salí del agujero, mi vida ha mejorado, voy restableciendo una relación normal con el mundo. Sé que será un trabajo de mucho tiempo, y de mucho esfuerzo, pero tengo la firme voluntad de cambiar, ya que lo que más claro tengo en esta vida es que no quiero ser como ellos. He encontrado que este proceso de cambio tiene un obstáculo, los fines de semana: Cada fin de semana, mi madre me llama para que vaya a comer a casa de mis padres, o de mis abuelos maternos, o ambos (sabado y domingo). Yo, en parte por lástima (Por que, pese a que sé que mi madre está como está por su forma de ser, la veo sola y deprimida) y en parte por el "deber" de estar con la familia, digo que si. El resultado: prácticamente desde que llego a la comida, mi carácter cambia, me vuelvo seco, arisco, sin ganas de pronunciar palabra, deseando estar lejos de allí. Salgo de esa casa como si me hubieran dicho que se me ha muerto alguien, y paso el resto del día sin ganas de hacer nada, hasta que consigo ponerme en marcha y olvidarme de la "experiencia".
En ocasiones llego a pensar incluso irme a otra ciudad, a cientos o miles de kilómetros, sólo para no tener que volver a tropezar cada sábado con la misma piedra. Me siento como un preso en tercer grado: Libre de lunes a viernes, pero obligado a cumplir condena los fines de semana.
¿Debería mandar a tomar por saco a mi familia? ¿Tendría que inventarme cualquier excusa para no verles en meses? ¿Algún día podré soportar estar en la misma sala que ellos sin sentir rabia, angustia, frustración? ¿Soy yo? ¿Son ellos? ¿Son cosas que pasan? y, en definitiva:
¿Estamos atados a nuestra familia, tenemos que cargar con ellos, aún sabiendo que ellos nunca cargarán con nosotros, que nunca respetarán nuestras decisiones, que siempre se creerán con derecho a decir la última palabra?
Desde que salí del agujero, mi vida ha mejorado, voy restableciendo una relación normal con el mundo. Sé que será un trabajo de mucho tiempo, y de mucho esfuerzo, pero tengo la firme voluntad de cambiar, ya que lo que más claro tengo en esta vida es que no quiero ser como ellos. He encontrado que este proceso de cambio tiene un obstáculo, los fines de semana: Cada fin de semana, mi madre me llama para que vaya a comer a casa de mis padres, o de mis abuelos maternos, o ambos (sabado y domingo). Yo, en parte por lástima (Por que, pese a que sé que mi madre está como está por su forma de ser, la veo sola y deprimida) y en parte por el "deber" de estar con la familia, digo que si. El resultado: prácticamente desde que llego a la comida, mi carácter cambia, me vuelvo seco, arisco, sin ganas de pronunciar palabra, deseando estar lejos de allí. Salgo de esa casa como si me hubieran dicho que se me ha muerto alguien, y paso el resto del día sin ganas de hacer nada, hasta que consigo ponerme en marcha y olvidarme de la "experiencia".
En ocasiones llego a pensar incluso irme a otra ciudad, a cientos o miles de kilómetros, sólo para no tener que volver a tropezar cada sábado con la misma piedra. Me siento como un preso en tercer grado: Libre de lunes a viernes, pero obligado a cumplir condena los fines de semana.
¿Debería mandar a tomar por saco a mi familia? ¿Tendría que inventarme cualquier excusa para no verles en meses? ¿Algún día podré soportar estar en la misma sala que ellos sin sentir rabia, angustia, frustración? ¿Soy yo? ¿Son ellos? ¿Son cosas que pasan? y, en definitiva:
¿Estamos atados a nuestra familia, tenemos que cargar con ellos, aún sabiendo que ellos nunca cargarán con nosotros, que nunca respetarán nuestras decisiones, que siempre se creerán con derecho a decir la última palabra?