Hacía meses que temía tener que redactar este artículo. Temía defender de nuevo las razones de los catalanes con nuestra arma más potente, la palabra. Temía contraponer los argumentos a las bombas. Pero vi el de Vic. Oí el de Vic. Sufrí el de Vic. Y no puedo callar. Debo alzar mi voz de independentista contra la de otros pretendidos independentistas. Debo hacerme oír con los que defienden el derecho de todos los pueblos del mundo a decidir su presente y su futuro sin injerencias, frente a unos extranjeros que quieren hacer creer que hacen ondear el mismo estandarte, pero que lo hacen con violencia y en mi país. ¿En nombre de qué? ¿En nombre de quién? ¿Con qué derecho? ¿Quién os autoriza?
Cada maestrillo tiene su librillo (Cada terra fa sa guerra), ésta no es vuestra tierra, ni esta forma de luchar es la nuestra. Habéis vuelto a manchar con sangre inocente este país. Habéis vuelto a interferir nuestro lentísimo proceso hacia la liberación nacional, sin que os importara en absoluto nuestra situación como pueblo, el estado de nuestra conciencia colectiva, la complejidad enorme de nuestro contexto, las dificultades constantes en que debemos potenciar nuestro mensaje todos los que, desde siempre, contra toda adversidad, trabajamos para que la nación catalana figure con un color propio en el mapa de Europa. Habéis demostrado mofaros del concepto de internacionalismo y que la solidaridad entre los pueblos, incluso entre los pueblos oprimidos, ocupados, expoliados, descuartizados, por los propios estados, como es el caso vasco y catalán, os da exactamente igual.
No obedecéis más lógica que la vuestra, ni otros intereses que los vuestros. Pero, ¿sobre qué podéis basar una lógica que desprecia, con toda impunidad, con toda la fanfarronería típicamente española, la lógica de los otros, en su propia casa? ¿Cuáles pueden ser estos intereses que van, objetivamente, contra los intereses de otro pueblo, tan oprimido como pueda estarlo el vuestro, en su propio territorio? A ver si de una puñetera vez, al margen de la dialéctica, por cierto tan española, de los puños y las pistolas, sois capaces de entenderlo: los vascos no sois españoles. De acuerdo. Pero los catalanes, tampoco. Y con acciones como ésta no hacéis más que españolizar Cataluña. Convertís los Països Catalans en tierra enemiga y a sus habitantes, en gente hostil. Y no lo somos. Deberíais saberlo.
Cada bomba vuestra en nuestro país es una bomba contra el pueblo catalán, un torpedo contra la línea de flotación del independentismo catalán. Los avances políticos que vamos logrando, la victoria progresiva que vamos obteniendo en las conciencias de los ciudadanos, día tras día, se hunden gracias a vosotros. Quien sale perdiendo con ello somos nosotros. Es la Cataluña nacional, y las personas concretas, quienes sufren los estragos, y no España y todo su aparato. Aunque esto no parece importaros. Qué más da que, por lo visto, con la estulticia de vuestras acciones nos perjudiquéis a nosotros y hagáis añicos nuestro tradicional sentimiento de simpatía hacia el pueblo vasco. Con vuestra torpeza nos lo ponéis imposible. Si os pagaran para hacerlo peor, seguro que no conseguirían que os superarais en vuestra impericia. Y habéis ido hasta Osona, allá donde precisamente el nivel de conciencia nacional es más elevado, allí donde el independentismo político obtiene unos mejores resultados electorales y donde las fuerzas de disciplina española están más debilitadas.
Sabemos en qué situación se encuentra Euskadi. Sufrimos con el pueblo vasco el drama de un pueblo condenado al aniquilamiento de su concidión nacional. Sufrimos junto a él el sombrío horizonte de una lengua minorizada, de una cultura asfixiada, de una nación troceada. Conocemos su dolor, porque también es nuestro, pero no vamos a Euskadi a interferir en su proceso. Es su país, no el nuestro. Luchando por nosotros, en nuestra casa, a nuestra manera, somos solidarios con su causa y con la de todos los pueblos del mundo que quieren ser libres. Y, del mismo modo que no pretendemos imponer nuestra lógica en casa de otros, no podemos admitir que otros lo hagan en la nuestra.
Entendemos, sí, que debe forzarse una negociación política. Que es insostenible la angustia de medio millar de presos y la ansiedad de dos mil exiliados. Pero, ¿de verdad creéis que vais a facilitar el acceso a una salida pactada poniendo en contra vuestra incluso a quienes, compartiendo los objetivos, se oponen a los procedimientos? Por temperamento personal, por convencimiento ideológico y por eficacia política, soy contrario a la violencia. A toda violencia. Especialmente a la violencia institucionalizada, barnizada, de los estados. Pero también a la de los oprimidos. Sobre todo cuando, como en vuestro caso, los oprimidos han perdido el sentido de la orientación y matan indiscriminadamente, incluyendo a niños.
Nada de lo que os voy a decir es nuevo para vosotros. Os lo dije ya, hace medio año, en algún lugar de Euskadi, cuando en nombre de mi partido os pedí, formalmente, que no actuaseis más en mi país. Habéis respetado la petición durante seis meses. Ahora, sólo me atrevo a pediros que, cuando queráis atentar contra España, os situéis, previamente, en el mapa. Los catalanes estamos más que hartos de constatar, a lo largo de la historia, como hay quien se ve legitimado para decidir en nuestro nombre. Y nuestro futuro, y nuestro presente, en paz y libertad, sólo nos corresponde a nosotros. No cedemos la decisión a los españoles. Pero tampoco os la cedemos a vosotros. Sólo los catalanes podemos hablar, y decidir, en nuestro propio nombre. Esto, y no otra cosa, es el derecho a la autodeterminación nacional. Un derecho por el que, en Euskadi, mucha gente ha dado la vida y ha luchado con todas sus fuerzas. En los Països Catalans, también. Porque nadie tiene derecho a suplantar nuestra propia voz. Vosotros, tampoco.
(*)¡ETA, fuera de Cataluña!