pablis
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Joseph Facal, ex ministro canadiense: “La multicultura es una ideología utópica, radical y perniciosa”
Joseph Facal, ex ministro de Quebec.- Los Jefes de Estado tienen una cosa en común con los boxeadores: salvo excepciones, los que representan a los países fuertes golpearán más fuerte. El multiculturalismo puede ser repudiado en países medianos o pequeños, como Holanda o Canadá, sin que el mundo se dé cuenta. Pero cuando es un país como Alemania, todo el planeta toma nota.
Nunca lo diremos lo suficiente: bajo su apariencia benévola, el multiculturalismo es una ideología utópica, radical y perniciosa. Se trata de una ideología, porque el multiculturalismo trae consigo el deseo de cambiar radicalmente nuestras instituciones, nuestra forma de vida y nuestros valores. Se trata de una utopía, porque se basa en la fantasía de que sería posible que una sociedad que no tenga una cultura común y en la que los derechos individuales serían el único soporte que sostenga los cimientos de la misma. Es radical, porque nos la quieren imponer desde los libros de texto de los niños hasta en las decisiones de los tribunales. En Canadá, esta transformación de arriba a abajo está casi hecho.Es además perniciosa. Por un lado, se envuelve en sentimientos buenos y hace pasar por más o menos racistas a los que la discuten. Por otro, como sus promotores ven las resistencias que encuentra, la rebautizan como “ pluralismo identitario” o cosas parecidas para vender mejor la moto.
Sin embargo, vemos que la integración de los inmigrantes no existe como antes. ¿Quién tiene la culpa? A veces se achacará al individualismo moderno o a internet, que aísla a las personas y fragmenta las identidades colectivas. Más a menudo, se culpa a la mayoría nativa, que nunca es lo suficientemente abierta y tolerante.
Se minan así progresivamente los valores más fundamentales de las sociedades occidentales. Por ejemplo, la libertad de religión es uno de nuestros mayores logros en términos de derechos individuales. Tradicionalmente, la ley exige que los funcionarios estatales sean neutrales en cuanto a las creencias religiosas. Ahora bien, esta neutralidad debería significar que el Estado debe intentar acomodar lo más posible las creencias individuales. En Ontario, una mujer puede testificar en un juzgado cubierta con un niqab, aunque eso vaya completamente en contra de la igualdad de género.
De hecho, existen dos multiculturalismos. Los vemos mejor al viajar por Europa. Por un lado, está el multiculturalismo de los privilegiados. Viven en la mejor parte de la ciudad y tienen medios para ver sólo el lado positivo: amigos inmigrantes altamente cualificados, restaurantes étnicos y viajes exóticos. Por otro lado, existe el multiculturalismo de los barrios pobres, donde coexisten, porque no tienen otra opción, los que viven la violencia cotidiana, el desempleo, la falta de esperanza y un sentido de desposesión del barrio donde se criaron.
Joseph Facal, ex ministro de Quebec.- Los Jefes de Estado tienen una cosa en común con los boxeadores: salvo excepciones, los que representan a los países fuertes golpearán más fuerte. El multiculturalismo puede ser repudiado en países medianos o pequeños, como Holanda o Canadá, sin que el mundo se dé cuenta. Pero cuando es un país como Alemania, todo el planeta toma nota.
Nunca lo diremos lo suficiente: bajo su apariencia benévola, el multiculturalismo es una ideología utópica, radical y perniciosa. Se trata de una ideología, porque el multiculturalismo trae consigo el deseo de cambiar radicalmente nuestras instituciones, nuestra forma de vida y nuestros valores. Se trata de una utopía, porque se basa en la fantasía de que sería posible que una sociedad que no tenga una cultura común y en la que los derechos individuales serían el único soporte que sostenga los cimientos de la misma. Es radical, porque nos la quieren imponer desde los libros de texto de los niños hasta en las decisiones de los tribunales. En Canadá, esta transformación de arriba a abajo está casi hecho.Es además perniciosa. Por un lado, se envuelve en sentimientos buenos y hace pasar por más o menos racistas a los que la discuten. Por otro, como sus promotores ven las resistencias que encuentra, la rebautizan como “ pluralismo identitario” o cosas parecidas para vender mejor la moto.
Sin embargo, vemos que la integración de los inmigrantes no existe como antes. ¿Quién tiene la culpa? A veces se achacará al individualismo moderno o a internet, que aísla a las personas y fragmenta las identidades colectivas. Más a menudo, se culpa a la mayoría nativa, que nunca es lo suficientemente abierta y tolerante.
Se minan así progresivamente los valores más fundamentales de las sociedades occidentales. Por ejemplo, la libertad de religión es uno de nuestros mayores logros en términos de derechos individuales. Tradicionalmente, la ley exige que los funcionarios estatales sean neutrales en cuanto a las creencias religiosas. Ahora bien, esta neutralidad debería significar que el Estado debe intentar acomodar lo más posible las creencias individuales. En Ontario, una mujer puede testificar en un juzgado cubierta con un niqab, aunque eso vaya completamente en contra de la igualdad de género.
De hecho, existen dos multiculturalismos. Los vemos mejor al viajar por Europa. Por un lado, está el multiculturalismo de los privilegiados. Viven en la mejor parte de la ciudad y tienen medios para ver sólo el lado positivo: amigos inmigrantes altamente cualificados, restaurantes étnicos y viajes exóticos. Por otro lado, existe el multiculturalismo de los barrios pobres, donde coexisten, porque no tienen otra opción, los que viven la violencia cotidiana, el desempleo, la falta de esperanza y un sentido de desposesión del barrio donde se criaron.
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