Señorita Pepis rebuznó:
Tengo en mi colección de fotos, una serie de ellas que, debido a su surrealismo, piden a gritos ser explicadas con una historia. Quizás sin quererlo, lo que inventemos se puede parecer peligrosamente a la realidad.
Os pongo una serie de ejemplos, y al final desarrollaré la historia de mi foto elegida.
La vida de Tatiana Espantosescu no difería en demasía de tantas otras que iban y venían por aquella barriada de Timisoara.
Había nacido durante los últimos años de la dictadura de Ceaucescu y su existencía había transcurrido siempre deambulando por entre avenidas casi siempre desiertas de coches, tiendas mal surtidas y edificios cayéndose poco a poco a pedazos. Prácticamente durante toda su vida había seguido el mismo recorrido, sin apartarse un ápice, sin conocer siquiera las callejuelas de su ciudad: De la que fue la casa de sus padres a la escuela y más tarde al instituto; de allí a la Universidad, donde cursaría mal que bien unos estudios que probablemente nunca podría poner en práctica; más tarde, fallecidos ya sus padres a causa de una monumental y simultánea cogorza de "rachiu" adulterado, siguió habitando aquellas cuatro paredes que tan bien conocía.
No se le conocía hasta entonces novio, amigo o similar y el vecindario lo atribuía a su natural tímido y reservado, pues Tatiana era la típica chica formal y aplicada que siempre había vivido a la sombra de sus padres, pero ni siquiera una vez muertos éstos había mostrado voluntad alguna de cambiar su vida.
Sin embargo lo que no sabían sus conocidos es que la desgraciada Tatiana albergaba un aterrador secreto que era la causa última de su reservada y casi monacal vida: Bajo condiciones normales su vagina permanecía en relativa calma pero ante la más mínima señal susceptible de excitarla sus flujos se tornaban mefíticos, de una densidad sulfurosa y podían aturdir a cualquiera pues, pese a que gozaba de una cierta inmunidad ante tal peculiaridad, incluso ella misma caía aturdida durante minutos cada vez que la calentura apretaba su entrepierna e iniciaba tímidos intentos de masturbación.
Un día, por mera casualidad, Tatiana, tan metódica y ordenada, varió sin advertirlo su ruta habitual hacia el trabajo y acabó por recalar en una calleja perdida y oscura, un fondo de saco donde se erigía una edificación desvencijada en la que lo único que pudiera destacarse que luciese era un cartel que rezaba "Emil Canallescu. Taumaturgo. Hipnotizador. Echador de cartas".
Tatiana sintió un impulso y empujó la puerta, caminó por un pasillo y antes de que se diese cuenta se hallaba frente a frente en una extraña salita ante los ojos penetrantes de Emil, quien tras un rato de amarga confesión supo de las cuitas de aquella infeliz.
La mente ágil de Emil rápidamente pergeñó un plan. Él también era víctima de pasiones contenidas, que en su caso se concretaban en una homosexualidad reprimida, oculta y que le llenaba de sufrimiento por no acabar de dar el paso decisivo. Al mismo tiempo su pulsión erótica no estaba exenta de tintes románticos, pues bebía los vientos sin remedio por el único vecino próximo a su casa, Petre Pardillescu, hombre sencillo y entregado a su familia y quien se mostraba jovial y amable con el misterioso Emil, pero sin sospechar en absoluto que pudiera ser causa de una pasión tan subterránea como intensa.
La confesión de Tatiana suponía para Emil una oportunidad única y le dijo que acudiera la tarde siguiente de nuevo a la casa, donde la sometería a una sesión de hipnosis que ayudaría a solventar su problema. Una vez solo acudió a la casa de Petre con un pretexto cualquiera y lo citó al día siguiente casi a la misma hora para ofrecerle la devolución de una modesta cantidad de dinero que le debía.
Ambos, Petre y Tatiana, fueron puntuales y en escasos minutos resultaron objeto, cada uno por su lado, de las malas artes del taimado Emil. Ella fue condicionada a un estado de febril excitación que en estado de hipnosis la condujo a masturbarse compulsivamente con el resultado que todos podemos esperar. Petre fue a su vez impelido a lamer aquella poza infecta, pues la hipnosis hizo que desapareciese todo reparo a ello, quedando el pobre desgraciado atrapado en un bucle continuo. Entretanto Emil había respirado previamente vapores de trementina para no percibir los peligroso efluvios de Tatiana.
La instantánea capta el momento en el que Emil, aprovechando el trance de Tatiana y Petre, se dispone a dar rienda suelta al pecado nefando.
Todos ellos serían hallados muertos al día siguiente, señalando la autopsia una intoxicación gaseosa de origen aún por determinar.