Candela
Freak
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De muchas desviaciones se ha hablado en este nuestro foro. Pero más que desviaciones, podríamos decir que son formas “distintas” de entender la sexualidad. No tiene porqué ser malo lo diferente.
Creo que este tema no se ha tratado todavía por estos lares: la necrofilia.
Últimamente estoy empezando a observar la belleza de la quietud. La belleza de la muerte. En cierto entierro reciente del marido de una familiar lejana, pude observar cómo la muerte daba un aspecto sereno a su siempre constreñida expresión; su piel era tan pálida y parecía tan suave que invitaba a acariciarla. Estaba fría, helada. Como mis manos lo están siempre. Parecía no molestarle mi caricia y eso me invitó a seguir. Sólo me atreví a depositar un casto beso en sus labios cuando nadie nos miraba, tampoco quería molestar a su joven viuda. Ese beso me persiguió durante mucho tiempo, y hasta hoy. En cuanto cierro los ojos evoco la excitación que me produjo, y el deseo irrefrenable de poseerlo que me invadió.
No pido consejos para conquistar al finado: no me harían falta. Si quisiera, podría ir, profanar su tumba y frotar su marmórea y gélida pierna contra mis genitales. Pero tampoco me quiero convertir en una violadora; no sé si él me daría su consentimiento para realizar el supremo acto de amor. Si le hubiera preguntado en vida, hoy podría estar acariciándolo con su parabién, aunque él no sintiera mis apasionados movimientos. Pero no sé si él me amaba, no sé si esa pasión, que nació en el momento en que lo vi finado, es correspondida. Tal vez ahora me corresponda esperar a que llegue mi hora. Tal vez debería lanzarme y dejar a un lado mi tranquila y aburrida vida en pos de emociones. Que al fin y al cabo yo todavía las siento.
Él es el único muerto que me ha atraído, quiero recalcar eso. ¿Vivos o muertos? Ése es el debate que me gustaría plantear.
Pros: compañía, tranquilidad, cordialidad, belleza, serenidad.
Contras: escasa conversación, disfunción eréctil.
Tampoco hablo de matar a nadie para realizar mis abyectos deseos, nada más lejos de la realidad. Simplemente hablo de la posibilidad de aprovecha una circunstancia desfavorable para otros como es el fin de la vida.
Yo daría mi consentimiento para que disfrutaran de mi cuerpo una vez finada. Al fin y al cabo, con esa idea fantaseé el día que firmé aquel papel donándome voluntariamente a la ciencia tras mi muerte. No con la utilidad de mis córneas en un invidente, ni con el rápido pulso de mi corazon en un transplantado. Sólo con la idea de que tiernos estudiantes de medicina encontraran en mí frío cuerpo el placer que la vida y las mujeres les niegan.
Creo que este tema no se ha tratado todavía por estos lares: la necrofilia.
Últimamente estoy empezando a observar la belleza de la quietud. La belleza de la muerte. En cierto entierro reciente del marido de una familiar lejana, pude observar cómo la muerte daba un aspecto sereno a su siempre constreñida expresión; su piel era tan pálida y parecía tan suave que invitaba a acariciarla. Estaba fría, helada. Como mis manos lo están siempre. Parecía no molestarle mi caricia y eso me invitó a seguir. Sólo me atreví a depositar un casto beso en sus labios cuando nadie nos miraba, tampoco quería molestar a su joven viuda. Ese beso me persiguió durante mucho tiempo, y hasta hoy. En cuanto cierro los ojos evoco la excitación que me produjo, y el deseo irrefrenable de poseerlo que me invadió.
No pido consejos para conquistar al finado: no me harían falta. Si quisiera, podría ir, profanar su tumba y frotar su marmórea y gélida pierna contra mis genitales. Pero tampoco me quiero convertir en una violadora; no sé si él me daría su consentimiento para realizar el supremo acto de amor. Si le hubiera preguntado en vida, hoy podría estar acariciándolo con su parabién, aunque él no sintiera mis apasionados movimientos. Pero no sé si él me amaba, no sé si esa pasión, que nació en el momento en que lo vi finado, es correspondida. Tal vez ahora me corresponda esperar a que llegue mi hora. Tal vez debería lanzarme y dejar a un lado mi tranquila y aburrida vida en pos de emociones. Que al fin y al cabo yo todavía las siento.
Él es el único muerto que me ha atraído, quiero recalcar eso. ¿Vivos o muertos? Ése es el debate que me gustaría plantear.
Pros: compañía, tranquilidad, cordialidad, belleza, serenidad.
Contras: escasa conversación, disfunción eréctil.
Tampoco hablo de matar a nadie para realizar mis abyectos deseos, nada más lejos de la realidad. Simplemente hablo de la posibilidad de aprovecha una circunstancia desfavorable para otros como es el fin de la vida.
Yo daría mi consentimiento para que disfrutaran de mi cuerpo una vez finada. Al fin y al cabo, con esa idea fantaseé el día que firmé aquel papel donándome voluntariamente a la ciencia tras mi muerte. No con la utilidad de mis córneas en un invidente, ni con el rápido pulso de mi corazon en un transplantado. Sólo con la idea de que tiernos estudiantes de medicina encontraran en mí frío cuerpo el placer que la vida y las mujeres les niegan.