Asta
Freak
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Este post va a ser más cortito. Es un recuerdo aislado y tengo algo de rabajo para recrearlo largamente.
El caso es que con unos diez años, le robaba a mi tio Jose (que vivía en casa y hacía la mili por aquel entonces) las revistas cerdas, en francés, que guardaba el infeliz bajo su colchón...
Aquellas imágenes de vergas enormes, semen desparramado, mujeres lascivas, etc..., lejos de asustarme, me fascinaban, quizás de ahí esta pornofilia que me caracteriza actualmente. Y yo, que era bastante generosa con mis descubrimientos, me las llevaba, ocultas entre el pantalón y la camisa, en la barriga, para que las viesen también mis mentecatas amigas, que estaban un poco menos avezadas en eso del sexo gráfico.
El problema es que aquellas revistas gustaban tanto entre la chiquillería que las peticiones de traer más se me iban acumulando, y mi tío se iba a mosquear, por lo que opté por crear lo que durante un tiempo se conoció en el colegio como "biblioteca secreta de .....(mi nombre)". La ubicación de esta novedosa cultura escrita me traía por la calle de la amargura, hasta que comprendí que el mejor escondite de algo es aquel en donde a nadie se le ocurre mirar. LA CAPILLA. Y dentro de la capilla, debajo del púlpito de Don Manuel, el cura progre de pelos largos, que nos cantaba con la guitarra "Una paloma, voaba, voaba, asos de vento, corasao de maaaar".
Durante algunos meses fué proverbial la extraña epidemia piadosa que se podía ver entre algunos niños, muchos de ellos suspensos irredentos en clase de religión, que acudían tras la hora del comedor a la capilla...
Un buen día, la biblioteca secreta desapareció, como antaño lo hiciera la Gran Biblioteca de Alejandría.
Don Manuel, por cierto, y esto es verídico, dejó los hábitos años más tarde y ahora tiene tres crios y es productor musical.
Creo que voy a volver a confesarme...
El caso es que con unos diez años, le robaba a mi tio Jose (que vivía en casa y hacía la mili por aquel entonces) las revistas cerdas, en francés, que guardaba el infeliz bajo su colchón...
Aquellas imágenes de vergas enormes, semen desparramado, mujeres lascivas, etc..., lejos de asustarme, me fascinaban, quizás de ahí esta pornofilia que me caracteriza actualmente. Y yo, que era bastante generosa con mis descubrimientos, me las llevaba, ocultas entre el pantalón y la camisa, en la barriga, para que las viesen también mis mentecatas amigas, que estaban un poco menos avezadas en eso del sexo gráfico.
El problema es que aquellas revistas gustaban tanto entre la chiquillería que las peticiones de traer más se me iban acumulando, y mi tío se iba a mosquear, por lo que opté por crear lo que durante un tiempo se conoció en el colegio como "biblioteca secreta de .....(mi nombre)". La ubicación de esta novedosa cultura escrita me traía por la calle de la amargura, hasta que comprendí que el mejor escondite de algo es aquel en donde a nadie se le ocurre mirar. LA CAPILLA. Y dentro de la capilla, debajo del púlpito de Don Manuel, el cura progre de pelos largos, que nos cantaba con la guitarra "Una paloma, voaba, voaba, asos de vento, corasao de maaaar".
Durante algunos meses fué proverbial la extraña epidemia piadosa que se podía ver entre algunos niños, muchos de ellos suspensos irredentos en clase de religión, que acudían tras la hora del comedor a la capilla...
Un buen día, la biblioteca secreta desapareció, como antaño lo hiciera la Gran Biblioteca de Alejandría.
Don Manuel, por cierto, y esto es verídico, dejó los hábitos años más tarde y ahora tiene tres crios y es productor musical.
Creo que voy a volver a confesarme...