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Hijo de hombre, ¿han de revivir este puñado de esbirros, en desbandada como huesos en removidas fosas?
Venid, los cuatro vientos del espíritu, y soplad sobre estos huesos: y ellos, cubriéndose de carne, revivirán.
Abrid las jaulas en este rito funebre, y que los lays desentumezcan sus alas unos momentos antes de elevarse.
Porque son sus evocacionesel conjuro que nos revelará a nosotros mismos.
Una presencia intensa, una más que camina a nuestro lado, desapercibida, o bien muchas más.
Si entra en ellas el soplo, se pondrán de pie como un ejército.
Me he lanzado a la polifonía.
Señor de las ojivas, óyeme: que sean uno en su múltiple entonación.
El espíritu de la bóveda de crucería, que se cierne sobre nuestras cabezas, es fuerza formadora recreándose a sí misma, pues llega desde más allá de esas letras de piedra.
Como toda voluntad retomada, es sello e impronta al mismo tiempo.
Señora, tres leopardos blancos estaban recostados bajo un árbol de enebro
a la fresca del día, tras haberse saciado hasta el hartazgo
de mis piernas mi corazón mi hígado y aquello que había sido el contenido
se la esfera ahuecada de mi cráneo. Y dijo Dios ¿Vivirán estos huesos? ¿Vivirán
Estos huesos? Y aquello que había sido el contenido
de los huesos (que ya se habían secado) dijo con un gorjeo:
Gracias a la bondad de esta Señora,
por su belleza, y porque
honra a la Virgen meditando
brillamos relucientes. Y yo, que estoy aquí disimulado,
ofrezco mis acciones al olvido, y mi amor
a la posteridad del desierto y al fruto de la calabaza.
Esto es lo que rescata
Mis entrañas, los nervios de mis ojos y las partes indigeribles
Que rechazan los leopardos. La señora se retira
Con un vestido blanco, a contemplar, con un vestido blanco.
Que la blancura de los huesos sirva de expiación para el olvido.
No hay vida en ellos. Como estoy olvidado
y he de estar olvidado, así me olvidaría
Al consagrarme, concentrado en un propósito. Y dijo Dios
Su profecía al viento, al viento solamente porque sólo
Sabe escuchar el viento. Y los huesos gorjeaban en un canto,
Acompañados por los saltamontes. Y decían:
Señora del silencio
Calmada y afligida
Desgarrada e intacta
Rosa de la memoria
Rosa de los olvidos
Agotada y nutricia
Preocupada y tranquila
La Rosa singular
Es ahora el Jardín
Donde el amor termina
Da fin a los tormentos
De amor insatisfecho
El tormento mayor
Del amor satisfecho
Final de lo infinito
Viaje a ninguna parte
La conclusión de aquello
Que es inconclusible
Discurso sin palabra y
Palabra sin discurso
Las gracias sean dadas a la Madre
Por el Jardín
Donde el amor termina
Bajo un árbol de enebro, cantaban esparcidos los huesos relucientes
Estamos satisfechos de estar desperdigados, no hicimos nada bueno los unos por los otros
A la fresca del día, bajo un árbol, con la anuencia de la arena,
En olvido de sí mismos y de los otros, juntos
en el silencio del desierto. Esta es la tierra que
dividiréis por lotes. Y ni la división ni la unidad
importan. Es la tierra. Tenemos nuestra herencia