En cuanto a comida pasada en congeladores la reina es la lenteja. Sitúense en un piso de estudiantes e imaginen un tupper de lentejas caldosas con papa y chorizo, ahora, un servidor, que es un indeciso, saca las lentejas un lunes para comer, pero resulta que no le apetecen y se hace patatas fritas así que cual inocente vuelve a congelarlas. Al día siguiente igual hasta pasados 3 o 4 días. Al quinto (viernes) era el día de volver al pueblo así que las lentejas no volvieron al congelador sino que se quedaron en el pollo de la cocina dándoles el caluroso sol del fin de semana cartagenero.
Volvemos el domingo por la noche y me encuentro el tupper como el doble de grande, abombado, hinchado por los vapores de la fermentación. Ya era mala suerte que mi madre fuera tan inteligente que, pensando que era caldoso y podría salirse, las metió en un tupper con refuerzos militares de «click», aquello era una bomba biológica y yo soy curioso, así que al soltar el primer refuerzo la tapa saltó con un «plop», escupiéndome todo el asqueroso contenido gaseoso del tupper a la cara. Con aguantar la respiración no era suficiente, pues aquellos vapores entraron en mis fosas nasales como un escuadrón de Curros Jiménez preparados para matar. Aquél hedor superaba cualquiera y la raba cayó ahí mismo encima de las lentejas que ya quedaron incomestibles; pobre de mi intenté coger aire para mantenerme vivo y, aunque fue por la boca, noté otra vez esa peste, incluso la saboreé, lo que hizo que potara again, esta vez en el fregadero.
Los compañeros entraron a la cocina al grito de "qué pasa, qué son esos ruidos" y, cuando cruzaron el umbral de la zona segura, las arcadas vinieron como en un canon al ver una pota que caía desde la encimera, yo teniendo espasmos encima del fregadero y aquel hedor que no se fue hasta pasados dos días.