Hay quien piensa en relacionar el bombardeo nuclear del 6 de agosto de 1945
de estas ciudades con ataque a Pearl Harbour en 1941. Se compara que, en
dicha agresión, los norteamericanos sufrieron en pérdidas humanas unos 2.000
muertos y 749 heridos, mientras los japoneses tuvieron entre 100.000 y
180.000 muertos en Hiroshima y entre 50.000 y 100.000 en Nagasaki, más las
secuelas genéticas de la radiación que subsisten hasta hoy día.
A tenor de estos datos, completamente ciertos, se preguntaba alguien
recientemente: - "¿El ataque a la población civil con un arma
desproporcionada que no deja ninguna posibilidad de defensa, y además
efectuado sobre un enemigo prácticamente vencido, y cuya rendición es
cuestión de tiempo, no es también una infamia?."
Cuestión aparentemente retórica a la que puedo responder con los siguientes
puntos:
- Guerra de Agresión.
Fueron los japoneses los que iniciaron una guerra de agresión, sin previa
declaración de guerra, pues la decimocuarta parte del documento del
documento, la más importante, no fue entregada al gobierno norteamericano
hasta pasado el ataque. Los Estados Unidos tenían derecho a defenderse,
contraatacar, y derrotar al que se había convertido en su nuevo enemigo.
- Japón militarizado.
Japón era un país gobernado por una junta militar, a cuya cabeza estaba
el emperador. Este gobierno infundía sus valores a todos los aspectos de la
vida de la nación.
Dichos preceptos calaban profundamente en la población por que, tanto la
familia como sistema educativo, les inculcaban a los niños el respeto y la
práctica de la tradición, de una forma tan reverente que a los occidentales
incluso hoy día nos resulta incomprensible, pero era así.
Los valores militares se le presentaban a los niños como una parte más de su
arraigada y ancestral cultura, que en concreto apelaba a los aspectos
bélicos de su larga edad media.
- La teoría expansionista japonesa.
Japón no tiene materias primas, y sus cifras económicas decaían
constantemente desde principios de siglo.
El gobierno dictaminó, como hiciera años más tarde
Hitler en Europa, que necesitaban de "espacio vital", más en concreto un
área económica que les reportara las materias para poder desarrollar la
industria de su nación., sin tener que pagar tanto por su importación del
extranjero.
Fue este argumento, combinado con una teoría de supremacía racial nipona, el
que arrastró a Japón a la guerra, prefijándose el objetivo de dominar toda
Asia oriental y las islas de Oceanía. Así pues, los japoneses invadieron
China, donde proseguían los enfrentamientos una vez comenzada la Segunda
Guerra Mundial. Las victorias se sucedieron, y el pueblo nipón veía
favorablemente la marcha de los acontecimientos.
- El código militar japonés.
La cultura japonesa dictaminaba que sus soldados debían, al igual que
hicieran los guerreros de antaño, seguir el Bushido, "el sendero del agua",
el código del guerrero.
Este código se afianzaba firmemente en la conciencia individual. Dictaminaba
conductas tales como el sacrificio, la abnegación, la obediencia y el
respeto absoluto a los oficiales, la intolerancia hacia el débil, o el
cobarde, y la más conocida, la determinación de luchar hasta el final, sin
contemplar la rendición: los que se rendían no podían clemencia alguna de su
enemigo. Se prefiere la muerte incluso por suicidio. El honor, ese valor
decadente en occidente, aún significaba mucho para ellos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados del ejército imperial
demostraron batalla tras batalla que ciertamente vivían con dichos ideales,
a destacar en las actuaciones que tuvieron cuando la guerra se vuelve en su
contra.
Dichas actuaciones eran interpretadas por los japoneses como nobles por ser
desesperadas, para los aliados eran actos horriblemente absurdos, muestra de
una resistencia tan obsesiva que les impedía ver su inutilidad, al malgastar
en estas acciones más recursos humanos y materiales de los que podían
permitirse, en comparación a sus enemigos, lo cual no conduciría a los
japoneses a la victoria, la finalidad de una guerra.
- Acciones de los soldados japoneses.
Desde el 25 de octubre de 1944, los pilotos suicidas trataban de
estrellarse contra los portaviones norteamericanos, pero estos pronto
se rodearon de barreras de fragatas y destructores, con gran número
de cañones y ametralladoras antiaéreas, que los destrozaban el aire,
por lo que también empezaron a lanzarse contra ellos.
Hasta el final de la guerra se emplearon unos 2.300 aparatos que
hundieron unos 34 buques norteamericanos, entre ellos 3 portaviones
y 13 destructores, y dañaron a otros 288 buques. Con ello no
alteraron el curso de la guerra, pero demostraban a los aliados su
determinación por morir matando, pues hasta los últimos días del
conflicto siguieron atacando.
Hacia el final del conflicto, a los japoneses solo les quedaba la infantería
para luchar contra los aliados. Y esta peleaba con el fanatismo que les
habían inculcado, prefiriendo la muerte a la deshonra de la derrota o
la captura.
En Iwo Jima (febrero-marzo de 1945) Cuando a los japoneses
se les agotó la munición, algunas guarniciones se encerraron en los
búnkers y se suicidaban con granadas, aún pueden verse los efectos de la
metralla en las paredes. Otras preferían antes cargar a la bayoneta,
buscando el cuerpo a cuerpo con los norteamericanos. Los oficiales
tenían la elección de abrirse el vientre o atacar con su Katana.
En Saipán (1944), hasta los civiles se tiraban desde los barrancos, los
cámaras los filmaron. En las cuevas de dicha isla se refugiaron los
últimos soldados japoneses que aún resistían. Los norteamericanos intentaron
hacerles salir, no por bondad, si no para evitar tener más bajas. Al final
tuvieron que recurrir a los lanzallamas, muriendo casi la totalidad de los
encerrados, abrasados.
La propaganda se reveló inútil contra estas actitudes, las rendiciones
fueron muy escasas. En Toda la campaña de Guadalcanal (1942-1943)
solo se tomaron un millar de prisioneros. Los norteamericanos tenían pues
razones para pensar que sólo vencerían a los japoneses una vez que les
exterminasen, al coste de una gran perdida de vidas de sus propios hombres.
Los japoneses luchaban más encarnizadamente a medida que los
norteamericanos se aproximaban a su país.
- La defensa de Japón.
Saipán (1944) hacía presagiar la defensa que los nipones harían de su
patria.
Murieron 10.000 marines y solo fueron capturados un millar de prisioneros
nipones; 2.500 infantes imperiales murieron en un ataque a la desesperada,
tras el suicidio de sus comandantes. Las Islas Marianas fueron el primer
territorio en el que los japonés lucharon defendiendo el que consideraban
su suelo, pues las pistas de aterrizaje eran cruciales para la supremacía
aérea del Pacífico. Pero en la isla principal, Honsu, la determinación por
la lucha sería aún mayor.
La campaña de bombardeos incendiaros de los norteamericanos había reforzado
más el espíritu de resistencia nipón. Los bomberos apagaban los incendios
enviando un hombre portando una bandera que el fuego no debía traspasar,
pues si lo hacía, el hombre que la llevaba sufriría graves quemaduras.
Los niños recibían una instrucción militar desde la infancia. En los patios
de los colegios, los profesores les hacían jugar marcando el paso o
simulando ataques a la bayoneta con palos de madera. Mas tarde venían las
bofetadas por mostrar cobardía o debilidad. Cuando se preveía una invasión
norteamericana, la presión sobre la población civil se acentuó, y las
mujeres empezaron a recibir entrenamiento de combate. Todos, niños, mujeres
y ancianos debían resistir, hasta la muerte. Esto lo cuentan los propios
japoneses, y los norteamericanos lo sabían.
- Las bombas atómicas.
El estado mayor norteamericano hizo (basándose en cifras desprendidas de las
acciones japonesas, su población, etc.) un cálculo de las bajas que podían
sufrir los marines si invadían la isla de Honsu. La cifra se acercaba al
millón de soldados.
Los norteamericanos decidieron arrojar las bombas para evitar sufrir más
perdidas, que a buen seguro tendrían sabido todo lo anterior. Si los
japoneses se rendían tras un ataque de esta magnitud, también evitarían
mayores males, es así de horrible y cruel, pero es cierto.
Desde luego que no fue una buena acción, como ninguna lo es en una guerra,
pero dadas las circunstancias, arrojar las bombas atómicas sobre estas
ciudades no fue tan injustificable en su contexto como se puede pensar.
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Gracias a De Re Militari
de estas ciudades con ataque a Pearl Harbour en 1941. Se compara que, en
dicha agresión, los norteamericanos sufrieron en pérdidas humanas unos 2.000
muertos y 749 heridos, mientras los japoneses tuvieron entre 100.000 y
180.000 muertos en Hiroshima y entre 50.000 y 100.000 en Nagasaki, más las
secuelas genéticas de la radiación que subsisten hasta hoy día.
A tenor de estos datos, completamente ciertos, se preguntaba alguien
recientemente: - "¿El ataque a la población civil con un arma
desproporcionada que no deja ninguna posibilidad de defensa, y además
efectuado sobre un enemigo prácticamente vencido, y cuya rendición es
cuestión de tiempo, no es también una infamia?."
Cuestión aparentemente retórica a la que puedo responder con los siguientes
puntos:
- Guerra de Agresión.
Fueron los japoneses los que iniciaron una guerra de agresión, sin previa
declaración de guerra, pues la decimocuarta parte del documento del
documento, la más importante, no fue entregada al gobierno norteamericano
hasta pasado el ataque. Los Estados Unidos tenían derecho a defenderse,
contraatacar, y derrotar al que se había convertido en su nuevo enemigo.
- Japón militarizado.
Japón era un país gobernado por una junta militar, a cuya cabeza estaba
el emperador. Este gobierno infundía sus valores a todos los aspectos de la
vida de la nación.
Dichos preceptos calaban profundamente en la población por que, tanto la
familia como sistema educativo, les inculcaban a los niños el respeto y la
práctica de la tradición, de una forma tan reverente que a los occidentales
incluso hoy día nos resulta incomprensible, pero era así.
Los valores militares se le presentaban a los niños como una parte más de su
arraigada y ancestral cultura, que en concreto apelaba a los aspectos
bélicos de su larga edad media.
- La teoría expansionista japonesa.
Japón no tiene materias primas, y sus cifras económicas decaían
constantemente desde principios de siglo.
El gobierno dictaminó, como hiciera años más tarde
Hitler en Europa, que necesitaban de "espacio vital", más en concreto un
área económica que les reportara las materias para poder desarrollar la
industria de su nación., sin tener que pagar tanto por su importación del
extranjero.
Fue este argumento, combinado con una teoría de supremacía racial nipona, el
que arrastró a Japón a la guerra, prefijándose el objetivo de dominar toda
Asia oriental y las islas de Oceanía. Así pues, los japoneses invadieron
China, donde proseguían los enfrentamientos una vez comenzada la Segunda
Guerra Mundial. Las victorias se sucedieron, y el pueblo nipón veía
favorablemente la marcha de los acontecimientos.
- El código militar japonés.
La cultura japonesa dictaminaba que sus soldados debían, al igual que
hicieran los guerreros de antaño, seguir el Bushido, "el sendero del agua",
el código del guerrero.
Este código se afianzaba firmemente en la conciencia individual. Dictaminaba
conductas tales como el sacrificio, la abnegación, la obediencia y el
respeto absoluto a los oficiales, la intolerancia hacia el débil, o el
cobarde, y la más conocida, la determinación de luchar hasta el final, sin
contemplar la rendición: los que se rendían no podían clemencia alguna de su
enemigo. Se prefiere la muerte incluso por suicidio. El honor, ese valor
decadente en occidente, aún significaba mucho para ellos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados del ejército imperial
demostraron batalla tras batalla que ciertamente vivían con dichos ideales,
a destacar en las actuaciones que tuvieron cuando la guerra se vuelve en su
contra.
Dichas actuaciones eran interpretadas por los japoneses como nobles por ser
desesperadas, para los aliados eran actos horriblemente absurdos, muestra de
una resistencia tan obsesiva que les impedía ver su inutilidad, al malgastar
en estas acciones más recursos humanos y materiales de los que podían
permitirse, en comparación a sus enemigos, lo cual no conduciría a los
japoneses a la victoria, la finalidad de una guerra.
- Acciones de los soldados japoneses.
Desde el 25 de octubre de 1944, los pilotos suicidas trataban de
estrellarse contra los portaviones norteamericanos, pero estos pronto
se rodearon de barreras de fragatas y destructores, con gran número
de cañones y ametralladoras antiaéreas, que los destrozaban el aire,
por lo que también empezaron a lanzarse contra ellos.
Hasta el final de la guerra se emplearon unos 2.300 aparatos que
hundieron unos 34 buques norteamericanos, entre ellos 3 portaviones
y 13 destructores, y dañaron a otros 288 buques. Con ello no
alteraron el curso de la guerra, pero demostraban a los aliados su
determinación por morir matando, pues hasta los últimos días del
conflicto siguieron atacando.
Hacia el final del conflicto, a los japoneses solo les quedaba la infantería
para luchar contra los aliados. Y esta peleaba con el fanatismo que les
habían inculcado, prefiriendo la muerte a la deshonra de la derrota o
la captura.
En Iwo Jima (febrero-marzo de 1945) Cuando a los japoneses
se les agotó la munición, algunas guarniciones se encerraron en los
búnkers y se suicidaban con granadas, aún pueden verse los efectos de la
metralla en las paredes. Otras preferían antes cargar a la bayoneta,
buscando el cuerpo a cuerpo con los norteamericanos. Los oficiales
tenían la elección de abrirse el vientre o atacar con su Katana.
En Saipán (1944), hasta los civiles se tiraban desde los barrancos, los
cámaras los filmaron. En las cuevas de dicha isla se refugiaron los
últimos soldados japoneses que aún resistían. Los norteamericanos intentaron
hacerles salir, no por bondad, si no para evitar tener más bajas. Al final
tuvieron que recurrir a los lanzallamas, muriendo casi la totalidad de los
encerrados, abrasados.
La propaganda se reveló inútil contra estas actitudes, las rendiciones
fueron muy escasas. En Toda la campaña de Guadalcanal (1942-1943)
solo se tomaron un millar de prisioneros. Los norteamericanos tenían pues
razones para pensar que sólo vencerían a los japoneses una vez que les
exterminasen, al coste de una gran perdida de vidas de sus propios hombres.
Los japoneses luchaban más encarnizadamente a medida que los
norteamericanos se aproximaban a su país.
- La defensa de Japón.
Saipán (1944) hacía presagiar la defensa que los nipones harían de su
patria.
Murieron 10.000 marines y solo fueron capturados un millar de prisioneros
nipones; 2.500 infantes imperiales murieron en un ataque a la desesperada,
tras el suicidio de sus comandantes. Las Islas Marianas fueron el primer
territorio en el que los japonés lucharon defendiendo el que consideraban
su suelo, pues las pistas de aterrizaje eran cruciales para la supremacía
aérea del Pacífico. Pero en la isla principal, Honsu, la determinación por
la lucha sería aún mayor.
La campaña de bombardeos incendiaros de los norteamericanos había reforzado
más el espíritu de resistencia nipón. Los bomberos apagaban los incendios
enviando un hombre portando una bandera que el fuego no debía traspasar,
pues si lo hacía, el hombre que la llevaba sufriría graves quemaduras.
Los niños recibían una instrucción militar desde la infancia. En los patios
de los colegios, los profesores les hacían jugar marcando el paso o
simulando ataques a la bayoneta con palos de madera. Mas tarde venían las
bofetadas por mostrar cobardía o debilidad. Cuando se preveía una invasión
norteamericana, la presión sobre la población civil se acentuó, y las
mujeres empezaron a recibir entrenamiento de combate. Todos, niños, mujeres
y ancianos debían resistir, hasta la muerte. Esto lo cuentan los propios
japoneses, y los norteamericanos lo sabían.
- Las bombas atómicas.
El estado mayor norteamericano hizo (basándose en cifras desprendidas de las
acciones japonesas, su población, etc.) un cálculo de las bajas que podían
sufrir los marines si invadían la isla de Honsu. La cifra se acercaba al
millón de soldados.
Los norteamericanos decidieron arrojar las bombas para evitar sufrir más
perdidas, que a buen seguro tendrían sabido todo lo anterior. Si los
japoneses se rendían tras un ataque de esta magnitud, también evitarían
mayores males, es así de horrible y cruel, pero es cierto.
Desde luego que no fue una buena acción, como ninguna lo es en una guerra,
pero dadas las circunstancias, arrojar las bombas atómicas sobre estas
ciudades no fue tan injustificable en su contexto como se puede pensar.
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Gracias a De Re Militari