“He vuelto y pienso quedarme”
Bueno debido a la ausencia creo que al menos debo comentar mi aventura por Madrid, Barcelona y algunos pueblos de España de los que no querría volver a escuchar nunca. Por compromisos de trabajo, tuve que viajar estos últimos meses bastante, en los cuales, y después de haber roto con el novio (ya que su trabajo le exigía vivir en otro continente) decidí dejar los pañuelos y ponerme las botas con todo bicho masculino que pudiese( sin llegar a ser un putón claro) algo que no fue tarea fácil a mi sorpresa. No sé qué les pasa a los tios, pero últimamente solo me encuentro a idiotas y degenerados.
El primero, llamémosle Roberto, un chico moreno, alto, deportista, elegante, lo típico, que parecía más bueno que el pan. Cenábamos en restaurantes algo carillos, paseábamos, me mostró todo Barcelona, salíamos de fiesta y siempre, de forma muy galante, me dejaba en casa despidiéndose de mí con un beso en el coche.
Pues resulta que al mes de jugar al que sí o no, dimelo de una puta vez, resulta que por fin decide subir. Todo marchaba bien, era detallista, no tenía prisa, y sabía ser muy dulce, hasta que sin saber cómo, después de susurrarme algunas cosillas subidas de tono y calentarme la oreja me suelta: méteme el dedo en el culo.
Adiós calentón. Para mi sorpresa, me explica que le pone mucho que le metan el dedo en el culo mientras lo está haciendo y que después de un rato calentando, se lo coman terminen metiendo...(hace una pausa y busca en un bolsillo de una cartera que tiene) un puto consolador del tamaño del Big Ben!!! Con esa sonrisa afable sigue hablando como sí no sucediese nada, explicándome que esté tranquila, que lo podemos compartir y que ha traído también unas bolas chinas, que él ya ha probado y sabe que nos vuelve locas todo este tipo de cosas. YO por mi parte no podía dejar de pensar en el consolador metido en su culo y que luego me lo querría meter a mí, algo antihigiénico para mi gusto.
Después de tal noche, (está claro que no volví a verle) pasé una semana de relajación, intentando no imaginarme la escena con cada chico que me cruzaba en la calle, en el trabajo en todas partes. Entonces apareció Oscar, valenciano y rubio como un Noruego, tenía unos ojos bien bonitos. Este iba siempre de aire rebelde, vestía como quería, hablaba y decía las cosas sin masticarlas y siempre siempre tenía un piropo picante para cualquiera de nosotras. Después del de los consoladores anales, yo únicamente quería follar, (si, las chicas también tenemos esa necesídad y la que diga que no, miente) no pretendia nada más que coger a un chico guapo que tuviera cierto encanto y pillarlo en las sabanas. Pero tampoco tuve suerte. Después de cinco citas y un par de veces más de vernos por coincidencias del destino, terminamos en su casa, en el sofá, entrelazados, desnudándonos, y entonces cae de su bolsillo al tirar yo de su pantalon un anillo.
Silencio. Le miro, me mira sonriente y suelta: espero que no te importe ni seas celosa.
Ahí comienza a contarme su vida y sus desamores, que es un hombre casado, pero mantiene una especie de doble vida porque es adicto a las mujeres(que excusa, como que ningún tio es así) me empieza a marear con mil argumentos sobre porqué deberíamos seguir sín prestar atención al detalle, qe tanto ella como los niños, ¿!¿LOS NIÑOS?!?!, hace mucho que no viven con él y bla bla bla. Total, que no me creo nada porque en tanta explicación le pillo varias veces mintiendo y contradiciéndose. Me marcho.
Madrid, vuelta. En el avión, una compañera me presenta a Pablo. Un chico que ha conocido durante nuestro trabajo y que la tiene loquita perdida. Algo sorprendente porque Pablo muestra claramente un leve e indiferente interés en ella como persona, ya que le pillo tres veces en dos minutos mirándolas las tetas de forma descarada. Va con ese estilo de modernete que tanto está de moda y parece ser el típico chico que liga más por su encanto que por su labia. Total, llegamos a Barajas, cansados, yo totalmente salida, mi compañera contándome cómo se lo va a montar con Pablo esta noche que han quedado, y Pablo contándome lo bien que se lo ha pasado en el viaje.
Como me estoy enrrollando un poco, pasaré a resumir el resto porque esta historia tiene tela. Acabé montándomelo con Pablo en su casa, después el campeón (hay que ser muy jefe ) se lo terminó montando con mi compañera esa misma noche, como me enteré después. Y ha terminado saliendo con una de las jefecillas del trabajo. Asi que más o menos todos contentos.
Toda esta mierda de historia era por abrir un post que hacía mucho, y ya de paso abrir un debate para los chicos sobre un par de preguntas:
¿Os gusta que os metan dedos en el culo?
¿Lo probaríais?
¿Un consolador os da curiosidad o más bien reparo y miedo?
(Si es así perdonad pero sóis un poco
Tres grandes preguntas que me gustaría conocer de vuestras mentes bizarras porque por lo que he estado conociendo, Roberto no es el primero ni el último que practica esta clase de cosas con las chicas y por lo visto hay algunas que incluso les gusta
Bueno debido a la ausencia creo que al menos debo comentar mi aventura por Madrid, Barcelona y algunos pueblos de España de los que no querría volver a escuchar nunca. Por compromisos de trabajo, tuve que viajar estos últimos meses bastante, en los cuales, y después de haber roto con el novio (ya que su trabajo le exigía vivir en otro continente) decidí dejar los pañuelos y ponerme las botas con todo bicho masculino que pudiese( sin llegar a ser un putón claro) algo que no fue tarea fácil a mi sorpresa. No sé qué les pasa a los tios, pero últimamente solo me encuentro a idiotas y degenerados.
El primero, llamémosle Roberto, un chico moreno, alto, deportista, elegante, lo típico, que parecía más bueno que el pan. Cenábamos en restaurantes algo carillos, paseábamos, me mostró todo Barcelona, salíamos de fiesta y siempre, de forma muy galante, me dejaba en casa despidiéndose de mí con un beso en el coche.
Pues resulta que al mes de jugar al que sí o no, dimelo de una puta vez, resulta que por fin decide subir. Todo marchaba bien, era detallista, no tenía prisa, y sabía ser muy dulce, hasta que sin saber cómo, después de susurrarme algunas cosillas subidas de tono y calentarme la oreja me suelta: méteme el dedo en el culo.
Adiós calentón. Para mi sorpresa, me explica que le pone mucho que le metan el dedo en el culo mientras lo está haciendo y que después de un rato calentando, se lo coman terminen metiendo...(hace una pausa y busca en un bolsillo de una cartera que tiene) un puto consolador del tamaño del Big Ben!!! Con esa sonrisa afable sigue hablando como sí no sucediese nada, explicándome que esté tranquila, que lo podemos compartir y que ha traído también unas bolas chinas, que él ya ha probado y sabe que nos vuelve locas todo este tipo de cosas. YO por mi parte no podía dejar de pensar en el consolador metido en su culo y que luego me lo querría meter a mí, algo antihigiénico para mi gusto.
Después de tal noche, (está claro que no volví a verle) pasé una semana de relajación, intentando no imaginarme la escena con cada chico que me cruzaba en la calle, en el trabajo en todas partes. Entonces apareció Oscar, valenciano y rubio como un Noruego, tenía unos ojos bien bonitos. Este iba siempre de aire rebelde, vestía como quería, hablaba y decía las cosas sin masticarlas y siempre siempre tenía un piropo picante para cualquiera de nosotras. Después del de los consoladores anales, yo únicamente quería follar, (si, las chicas también tenemos esa necesídad y la que diga que no, miente) no pretendia nada más que coger a un chico guapo que tuviera cierto encanto y pillarlo en las sabanas. Pero tampoco tuve suerte. Después de cinco citas y un par de veces más de vernos por coincidencias del destino, terminamos en su casa, en el sofá, entrelazados, desnudándonos, y entonces cae de su bolsillo al tirar yo de su pantalon un anillo.
Silencio. Le miro, me mira sonriente y suelta: espero que no te importe ni seas celosa.
Ahí comienza a contarme su vida y sus desamores, que es un hombre casado, pero mantiene una especie de doble vida porque es adicto a las mujeres(que excusa, como que ningún tio es así) me empieza a marear con mil argumentos sobre porqué deberíamos seguir sín prestar atención al detalle, qe tanto ella como los niños, ¿!¿LOS NIÑOS?!?!, hace mucho que no viven con él y bla bla bla. Total, que no me creo nada porque en tanta explicación le pillo varias veces mintiendo y contradiciéndose. Me marcho.
Madrid, vuelta. En el avión, una compañera me presenta a Pablo. Un chico que ha conocido durante nuestro trabajo y que la tiene loquita perdida. Algo sorprendente porque Pablo muestra claramente un leve e indiferente interés en ella como persona, ya que le pillo tres veces en dos minutos mirándolas las tetas de forma descarada. Va con ese estilo de modernete que tanto está de moda y parece ser el típico chico que liga más por su encanto que por su labia. Total, llegamos a Barajas, cansados, yo totalmente salida, mi compañera contándome cómo se lo va a montar con Pablo esta noche que han quedado, y Pablo contándome lo bien que se lo ha pasado en el viaje.
Como me estoy enrrollando un poco, pasaré a resumir el resto porque esta historia tiene tela. Acabé montándomelo con Pablo en su casa, después el campeón (hay que ser muy jefe ) se lo terminó montando con mi compañera esa misma noche, como me enteré después. Y ha terminado saliendo con una de las jefecillas del trabajo. Asi que más o menos todos contentos.
Toda esta mierda de historia era por abrir un post que hacía mucho, y ya de paso abrir un debate para los chicos sobre un par de preguntas:
¿Os gusta que os metan dedos en el culo?
¿Lo probaríais?
¿Un consolador os da curiosidad o más bien reparo y miedo?
(Si es así perdonad pero sóis un poco
Tres grandes preguntas que me gustaría conocer de vuestras mentes bizarras porque por lo que he estado conociendo, Roberto no es el primero ni el último que practica esta clase de cosas con las chicas y por lo visto hay algunas que incluso les gusta