Uncle Meat
Leyenda
- Registro
- 10 Sep 2005
- Mensajes
- 24.592
- Reacciones
- 13.774

Canon El Bestia regresaba victorioso, de nuevo, de las tierras de Ishkaka. El fuerte olor de los serones de su caballo, repletos de trofeos aún calientes, iba espantando a las alimañas de la tarde y atrayendo a las hembras de éstas.
"¿Qué lleváis ahí, oh, poderoso Canon?", preguntóle la hermosa joven rubia que, una vez plantada con sus escasos atuendos en mitad del camino, y dirigiendo uno de sus frágiles dedos hacia uno de los apestosos cestos, detuvo la marcha del gran guerrero.
- Cabezas; un montón de cabezas de mis enemigos.
- Ah, cabezas... Qué bien...
- Ju...
- Que digo yo que tal vez os gustase pasar aquí la noche. En nuestro hogar guardamos abundantes viandas con las que aliviaros de la dureza del viaje.
Pero, quien guardaba abundantes viandas, y un enorme viaje, era Canon, entre sus fornidos muslos.
- ¿Qué dices, cacho perra? Te voy a reventar.
Canon yació con la hermosa joven. Y con la madre de ésta. Y con la madre de esta otra. Y también con otros animales de granja. Y, al poco, cayó la oscuridad sobre el cielo.
Las brumas del sueño fueron adueñándose de aquel vigoroso conquistador, quien, rodeado de femíneos brazos y piernas, emprendía, plenamente colmado, rumbo al más dulce de los letargos. Pero, ay, los dioses le tenían reservada una sorpresa a nuestro héroe para antes de la madrugada.
En pleno apogeo de la noche, en las horas más quedas, Canon fue súbitamente sacudido por unos terribles retortijones. Una especie de virulenta lava, refulgente y ácida como un demonio, parecía asomarle tímidamente por el ojete. Y la cosa parecía que cada vez iba a más. “Maldición”, masculló el gran guerrero; quien, en aquel momento, bien pudo decirse que fue presa del más terrible de los pánicos. Como pudo, y con la audacia del curtido en inimaginables y terribles acontecimientos, Canon fue lentamente, con el más absoluto de los sigilos, abriéndose camino entre el remolino de carne que le arrullaba. “Tengo que escapar de aquí como sea. Se me está saliendo toda la gloria por el culo”, se decía para sus adentros, mientras infructuosamente libraba su peor batalla contra los horrendos estertores de sus intestinos.
Tras unos minutos de oscuridad, que se le antojaron días, el hombre por fin alcanzó la puerta de la estancia. En aquel momento no podía ver el rastro de miseria que había ido depositando en el piso del habitáculo, pero viven los dioses que bien que podía olerlo; lo podía oler con tal intensidad que, de tener que regresar al catre por sus propios pasos, uno podría apostar el cuello a que no pisaba una sola gota de engrudo.
Pues bien, Canon consiguió al fin abrir la puñetera portezuela. Sí. Pero fue tal su regocijo al imaginarse ya fuera de aquel maloliente antro, al sentir el aire fresco de la libertad, que al pobre se le relajaron más de la cuenta todos los orificios y terminó por desparramar brutalmente todo el tinglado allí, no sin enorme algarabía. Al estruendo siguió el silencio más grave del cosmos. Pero, al poco, desde algún punto del interior de aquellas tinieblas, una irregular voz parecía renacer y preguntar: “¿Qué fue eso? ¿Y este pestazo?... ¡Hijo de puta!”
Nunca sabremos si realmente hubo palabras en la oscuridad o sólo fueron vergonzantes ecos en la mente del guerrero, pues éste, tratando de tomar el mayor impulso posible para salir disparado de aquel lugar, patinó sobre sus propios excrementos, con tan mal tino que cayó de espaldas y se desnucó allí mismo.
Fin.