Barley
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- 29 Mar 2008
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Tras la completa exposición dedicada a la figura de Francis Bacon, El Prado vuelve a ofrecernos otra sobre la vida de uno de los más exitosos y talentosos pintores de la historia de España: Joaquín Sorolla y Bastida. Joaquín Sorolla y Bastida nació en Valencia el 27 de febrero de 1863. Durante su infancia fue cuidado por su hermana Eugenia y su tía Isabel, quienes trataron de hacer de él cerrajero sin conseguirlo, pues desde una edad muy temprana mostró una evidente vocación por la pintura que afortunadamente le brindaría una dichosa vida llena de alegrías y triunfos. Con once años comenzó a estudiar en la Escuela Normal Superior recibiendo también parte de su formación en la Escuela de Artesanos, donde mostró un gran entusiasmo por el dibujo. De ahí pasaría a la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, y de ahí a el comienzo de una brillante carrera ascendente, continuando su formación junto a pintores con los que no dejaría de estar en contacto, entre los que destaca Benlliure, así como Juan Antonio García, quien destacaría sobre todo en el ámbito de la fotografía. En general su carácter sociable no sólo le permitiría entablar buenas relaciones con otros artistas, sino también con políticos, académicos e intelectuales tanto españoles como extranjeros.
Pero Sorolla comprendió que no bastaría con formarse en Valencia, así que viajó a Madrid, donde descubrió su pasión por Velázquez, y en menor medida por Rembrandt y Rubens; en su casa en la capital conserva en el salón dos discretos libros elegantemente encuadernados en la sala principal. El hecho de que Velázquez haya influido tan fuertemente en tantos autores nos hace pensar que tal vez sea el mejor pintor de la historia de nuestro país o tal vez de la historia, y fue precisamente bajo la influencia del mismo y la de su maestro Gonzalo Salva como inició su etapa realista. Destaca dentro de la misma Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, que vagamente recuerda a un lienzo goyesco sobre el alzamiento contra los franceses en Madrid, aunque haciendo referencia a la Guerra de Independencia, cosechó aún más éxito con El grito del palleter, hasta tal punto es así que Valencia, ciudad que acabaría nombrándole hijo predilecto por méritos propios, le pagaría la posibilidad de ampliar su formación en Roma, ciudad de la que conservaría un buen recuerdo que inmortalizaría en Retrato de una santa, cuadro que representa a su mujer Clotilde como si fuese la esposa de Clodoveo, apareciendo a su vez este modesto pero querido cuadro en el fondo de otro retrato de Clotilde ataviada con una traje regional negro.
Tras haber conocido Roma, se desplazó a París para apreciar de cerca los trabajos de los impresionistas, quienes dejarían una profunda huella en su estilo, hasta el punto de que sus obras, naturalistas en su mayoría, pasarían a parecer completamente impresionistas en algunos casos, como en Los buscadores de crustáceos o La siesta, y más aún en sus paisajes -bastante mediocres en comparación con sus retratos y el resto de su obra en general, dicho sea de paso, algunos paisajes de hecho parecen más bien estudios para obras más grandes y relevantes. Precisamente en París, alcanzaría un gran éxito con obras como La vuelta de la pesca, Triste herencia, y su obra naturalista Y dicen que el pescado es caro, obra de denuncia social que tan sólo podría superar la sobria y magistral ¡Otra Margarita! Dentro de las obras de denuncia social merece especial atención Trata de blancas por el patetismo y la sensibilidad que irradia.
Cuanto más trabajaba y pintaba, tanto más parecía crecer la fama de Sorolla en el todo el mundo, especialmente fructífera en su carrera sería la primera década del siglo XX, donde crearía obras de costumbrismo marinero y de paisajes de playa, sintiendo especial predilección por Jávea un pueblecito pesquero en el que, pintando al aire libre, demostró ser, además del pintor de la luz, el pintor del agua, pues nadie supo como él plasmar tan bien sobre el lienzo los reflejos de la misma. Se podría decir que en muchos cuadros de este periodo los verdaderos protagonistas de los mismos no son los niños o las mujeres que los protagonizan, sino sus mágicos y torbellinescos reflejos.
Justo cuando parecía que este triunfador había alcanzado el cénit, conoció en Nueva York a un hombre que le encargaría un faraónico proyecto con el que pondría el broche de oro a su carrera: Archer Milton Huntington. Huntington, hombre muy destacado en varios campos, fundó en 1904 en Nueva York la Hispanic Society of America, la cual desde sus orígenes se ha ocupado del estudio de las culturas hispana y lusa -aunque ésta no esté incluida en el nombre de la misma. La institución tiene su sede en un elegante edificio de estilo ecléctico, dentro del cual se hallan un museo y una gigantesca biblioteca, y fue precisamente esta biblioteca la que el ambicioso Huntington propuso decorar al que entonces era el artista más prestigioso y reconocido internacionalmente. Inicialmente el proyecto versaría únicamente sobre una sola idea de España de modo que los mismos motivos se repitiesen en los grandes paneles que rodean el lugar, pero Sorolla consiguió convencer a su temporal mecenas de ofrecer una visión regionalista en la que se plasmasen las peculiaridades de las diferentes zonas del país resaltando sus diferencias pero haciendo hincapié en la idea de unidad bajo un sólo país -curiosamente, no hay ni una sola referencia a las islas ni a Ceuta ni Melilla. Los catorce paneles de Visión de España, encabezada por Castilla, la Fiesta del Pan y culminando en Ayamonte, la Pesca del atún, ofrecen una visión llena de tópicos que que eludían la incipiente y tardía industrialización española en un contexto pesimista en el que nacería el movimiento intelectual noventayochista, a cuyos sombríos autores se opondría Sorolla reflejando escenas cotidianas en las que plasmaría tranquilidad, bienestar y felicidad, de hecho, salvo algunas de sus obras de denuncia social de las que acabaría alejándose al cambiar su estilo poco a poco. Sorolla, como todo gran genio (como Picasso), se atrevió no con uno, sino con varios estilos, comenzando con el realismo, siguiendo con el naturalismo, y acabando obras casi impresionistas y puntillistas en algunos pocos casos. También fue un agudo retratista, obsequiando con retratos tanto a sus seres más queridos (Clotilde fue su indiscutible musa), como a sus contactos más cercanos dentro del ámbito social como destacados pensadores patrios como Galdós.
Por todo esto y más, Joaquín Sorolla y Bastida merece un papel protagonista en la historia de la pintura de nuestro país.
![sorolla-autorretrato.jpg](https://www.theartwolf.com/news/images/sorolla-autorretrato.jpg)
Pero Sorolla comprendió que no bastaría con formarse en Valencia, así que viajó a Madrid, donde descubrió su pasión por Velázquez, y en menor medida por Rembrandt y Rubens; en su casa en la capital conserva en el salón dos discretos libros elegantemente encuadernados en la sala principal. El hecho de que Velázquez haya influido tan fuertemente en tantos autores nos hace pensar que tal vez sea el mejor pintor de la historia de nuestro país o tal vez de la historia, y fue precisamente bajo la influencia del mismo y la de su maestro Gonzalo Salva como inició su etapa realista. Destaca dentro de la misma Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, que vagamente recuerda a un lienzo goyesco sobre el alzamiento contra los franceses en Madrid, aunque haciendo referencia a la Guerra de Independencia, cosechó aún más éxito con El grito del palleter, hasta tal punto es así que Valencia, ciudad que acabaría nombrándole hijo predilecto por méritos propios, le pagaría la posibilidad de ampliar su formación en Roma, ciudad de la que conservaría un buen recuerdo que inmortalizaría en Retrato de una santa, cuadro que representa a su mujer Clotilde como si fuese la esposa de Clodoveo, apareciendo a su vez este modesto pero querido cuadro en el fondo de otro retrato de Clotilde ataviada con una traje regional negro.
Tras haber conocido Roma, se desplazó a París para apreciar de cerca los trabajos de los impresionistas, quienes dejarían una profunda huella en su estilo, hasta el punto de que sus obras, naturalistas en su mayoría, pasarían a parecer completamente impresionistas en algunos casos, como en Los buscadores de crustáceos o La siesta, y más aún en sus paisajes -bastante mediocres en comparación con sus retratos y el resto de su obra en general, dicho sea de paso, algunos paisajes de hecho parecen más bien estudios para obras más grandes y relevantes. Precisamente en París, alcanzaría un gran éxito con obras como La vuelta de la pesca, Triste herencia, y su obra naturalista Y dicen que el pescado es caro, obra de denuncia social que tan sólo podría superar la sobria y magistral ¡Otra Margarita! Dentro de las obras de denuncia social merece especial atención Trata de blancas por el patetismo y la sensibilidad que irradia.
![triste-herencia-de-joaquin-sorolla-1899.jpg](https://patry33.files.wordpress.com/2008/12/triste-herencia-de-joaquin-sorolla-1899.jpg)
Cuanto más trabajaba y pintaba, tanto más parecía crecer la fama de Sorolla en el todo el mundo, especialmente fructífera en su carrera sería la primera década del siglo XX, donde crearía obras de costumbrismo marinero y de paisajes de playa, sintiendo especial predilección por Jávea un pueblecito pesquero en el que, pintando al aire libre, demostró ser, además del pintor de la luz, el pintor del agua, pues nadie supo como él plasmar tan bien sobre el lienzo los reflejos de la misma. Se podría decir que en muchos cuadros de este periodo los verdaderos protagonistas de los mismos no son los niños o las mujeres que los protagonizan, sino sus mágicos y torbellinescos reflejos.
![joaquin-sorolla-bastida.jpg](https://www.indaga.net/noticiascomunitat/images/joaquin-sorolla-bastida.jpg)
Justo cuando parecía que este triunfador había alcanzado el cénit, conoció en Nueva York a un hombre que le encargaría un faraónico proyecto con el que pondría el broche de oro a su carrera: Archer Milton Huntington. Huntington, hombre muy destacado en varios campos, fundó en 1904 en Nueva York la Hispanic Society of America, la cual desde sus orígenes se ha ocupado del estudio de las culturas hispana y lusa -aunque ésta no esté incluida en el nombre de la misma. La institución tiene su sede en un elegante edificio de estilo ecléctico, dentro del cual se hallan un museo y una gigantesca biblioteca, y fue precisamente esta biblioteca la que el ambicioso Huntington propuso decorar al que entonces era el artista más prestigioso y reconocido internacionalmente. Inicialmente el proyecto versaría únicamente sobre una sola idea de España de modo que los mismos motivos se repitiesen en los grandes paneles que rodean el lugar, pero Sorolla consiguió convencer a su temporal mecenas de ofrecer una visión regionalista en la que se plasmasen las peculiaridades de las diferentes zonas del país resaltando sus diferencias pero haciendo hincapié en la idea de unidad bajo un sólo país -curiosamente, no hay ni una sola referencia a las islas ni a Ceuta ni Melilla. Los catorce paneles de Visión de España, encabezada por Castilla, la Fiesta del Pan y culminando en Ayamonte, la Pesca del atún, ofrecen una visión llena de tópicos que que eludían la incipiente y tardía industrialización española en un contexto pesimista en el que nacería el movimiento intelectual noventayochista, a cuyos sombríos autores se opondría Sorolla reflejando escenas cotidianas en las que plasmaría tranquilidad, bienestar y felicidad, de hecho, salvo algunas de sus obras de denuncia social de las que acabaría alejándose al cambiar su estilo poco a poco. Sorolla, como todo gran genio (como Picasso), se atrevió no con uno, sino con varios estilos, comenzando con el realismo, siguiendo con el naturalismo, y acabando obras casi impresionistas y puntillistas en algunos pocos casos. También fue un agudo retratista, obsequiando con retratos tanto a sus seres más queridos (Clotilde fue su indiscutible musa), como a sus contactos más cercanos dentro del ámbito social como destacados pensadores patrios como Galdós.
Por todo esto y más, Joaquín Sorolla y Bastida merece un papel protagonista en la historia de la pintura de nuestro país.