norteño
Freak total
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José Manuel llegó virgen a los 25 o, mejor dicho, casi, pues el par de experiencias fortuitas que tuvo hasta entonces no se pueden considerar como 'follar'. Una fue con una tal Elsa, una foca monje de su instituto con la que se encamó a los 17, en un viaje a París. Ella llevaba una sudadera de Nirvana. Y no hay mucho más que decir sobre su estilo y su sensualidad. Por la noche, de soslayo, se metió en la cama de JM y se metió su pene por el culo. A él le dio asco y se le bajó la erección. Ella lo fue contando, pues, dado que era gorda, necesitaba ridiculizar a los hombres para sentirse más realizada.
Han pasado casi 20 años de aquello y Elsa ordena los barbitúricos por sus iniciales. Y José Manuel ha conocido sólo a dos mujeres más: una, su esposa. La otra, una filósofa a la que conoció en una manifestación de los saharauis. Se presentó ella y JM pudo demostrar en la conversación sus EXCELSOS conocimientos sobre el conflicto y, en especial, su odio a los marroquíes, que se debe a otro asunto, pero que decidió no mencionar ante la poca aceptación que tiene el RACISMO entre los progres moldeados con ingeniería social. Ella, que se llamaba Yoana, le llevó ese día a su casa. Se le subió encima y tampoco se empalmó. Él bajó a su vagina para tratar de arreglarlo, pero tras 15 minutos de lengüetazos desafinados (tocó clítoris un par de veces), ella le retiró. Ciertamente, era difícil alcanzar el orgasmo con esa lengua gorda y medio atrofiada, que se movía con un amplitud parecida a la del perro que bebe agua en un charco.
A los 28, cuando José Manuel había comenzado a explorar los peligrosos territorios del cinismo, y cuando ya ni siquiera abría el ordenador para adornar sus pajas (solía hacerlo con imágenes de la televisión, con especial predilección por esas actrices desconocidas y nefastas de El Secreto de Puente Viejo), conoció a Rosario. Apodada Charo en su casa y en su grupo de amigas. Hasta entonces, había estado solo y, pese a que trataba de correr más rápido que las preguntas trascendentales, a veces le atrapaban y le transmitían un pensamiento: que la soledad era lo peor que le podía pasar.
José Manuel trabajaba de programador informático y tenía un sueldo más o menos decente, tras haber recorrido el submundo de las derivadas de las tecnológicas low cost. Vivía solo desde que a los 27 descubrió que su padre había dejado definitivamente de tolerar sus MASTODÓNTICAS sesiones de LOL y desde que su madre había organizado un juicio sumarísimo para eliminar el cerrojo de su habitación. Lo hizo después de descubrir que una fila de decenas de hormigas habían acudido a la llamada de una bolsa de riskettos que JM había dejado en el suelo de la habitación durante varios días. "Esto no puede seguir así", dijo. Y eliminó de un plumazo la intimidad de JM. Pajas con un oído puesto en el pasillo. Pantalones por las rodillas, y no en los tobillos, por si hubiera que subirlos de repente. Entonces, se independizó.
A Rosario la conoció porque ella era comercial a puerta fría. De Endesa. Llamó a su puerta un minuto después de que su jefe le enviara un mensaje humillante, descontento por su nula capacidad para vender NADA. Cuando JM abrió la puerta, ella tenía lágrimas en los ojos. A los pocos segundos, mientras le transmitía que con aquella oferta podría ahorrar un 800.000% en su factura de la luz, rompió a llorar. Y José Manuel, que siempre dice a sus escasos amigos que lo malo le pasa porque "es un pedazo de pan", le invitó a pasar y a sentarse en sofá. Y le dio un vaso de agua.
A los dos días, ella volvió para agradecer el gesto a aquel hombre. La primera vez que le vio, tenía una camiseta de Breaking Bad. Ahora, iba más elegante, con una de esas camisetas que tienen dibujado un falso chaleco, de la que asomaba, en la parte inferior, un trozo de su ombligo. A JM, el gesto de Charo le conquisto. Ella, simplemente vio ahí un clavo ardiendo y decidió dejarse conquistar. Como a él le sudaban las manos y no daba ningún paso hacia adelante, decidió sentarse en una de sus piernas y besarle. La lengua gorda y atrofiada volvió a la carga. Le hizo una paja en el sillón, le dejó un número de teléfono y se fue.
A él nunca le habían tocado la trucha así. De hecho, nadie le había tocado la trucha desde que su madre le echaba la piel para atrás, de niño. Charo tenía dedos de gorda y la mano llena de anillos y pulseras de látex de diferentes causas justas. Pero la movía con pericia y le hizo una buena paja. Para qué nos vamos a engañar. Una paja llena de objetos, la paja top manta, pero una paja precisa. Su mano sonaba como quien mueve un saco de monedas, pero JM se corrió como un ternero al desflorarse. Nunca había sentido esas pequeñas contracciones que le vienen a uno cuando se la casca una mano ajena. Y aquello le pareció maravillosa. Paja de gorda con ruido, falsa solidaridad y supercherías varias. Con una medallita de recuerdo de las convivencias en Mondoñedo en la pulsera de la mano. Pero oye, fue una SEÑORA PAJA.
A los pocos meses, JM se limpiaba el arroz de la solapa de su traje de novio (parecía un camarero de Vacaciones en el Mar) mientras le comentaba a un amigo: "y pensaba que me iba a quedar solo, pero mira, he encontrado a una mujer que me aguanta juejue jajota jajota". El evento se celebró en una finca de gran jardín, a las afueras de la ciudad, elegido por ella, que iba de blanco. JM quería que se hiciera en un castillo en el que había oído que daban cenas con espectáculo medieval. Y había propuesto que todos sus invitados se disfrazaran de esa temática para el convite. Pero ella le dijo con suaves palabras y eufemismos delicados que le parecía una idea propia de un subnormal de los cojones y al final se impuso su criterio.
Eso sentó un precedente, pues en ese matrimonio la balanza siempre estuvo desequilibrada. JM fue DOMESTICADO por ella y asistió en voz pasiva a la evolución de esa pareja. Temía tanto perderla y volver a su situación de soledad absoluta que, al final, al mínimo órdago, qué digo yo, al mínimo envite a la chica, daba su brazo a torcer. Ella decidía, pinchaba y cortaba. Ella quiso tener un hijo y él aceptó. Ella dejó de trabajar (mejor dicho, no buscó un nuevo trabajo) sin consultárselo a él. Ella buscó un piso en Montecarmelo, con hipoteca basta 2070, porque quería un edificio con piscina y zona verde para el crío. Él sólo ponía su dinero. Ella lo administraba. Y si faltaba, ella le decía: "creo que ya es hora de que pidas un aumento. Te están explotando y les exiges poco. Eres muy buenazo".
La de JM es la cruda realidad de los semi-vírgenes que encuentran pareja tardía. Los que viven su primer amor más cerca de los 30 que de los 20. Los que no conocieron el desengaño adolescente ni el polvo exagerado de universitarios. Los que no fueron de putas por tener buen corazón. Y los que pasaron de madre a esposa sin haber podido experimentar la sensación de que ella se lleve sus cosas de tu casa tras haberlo sido todo para ti, a los 25. La de vacío, volver a empezar, fregar menos vasos por la mañana, evitar el pasillo del supermercado donde está ese zumo de tomate que le gustaba. Buscar tutoriales de YouTube para dejar el espejo del baño y la mampara sin sombras. Y descargar Tinder como método para acallar la voz interior del desengaño con trozos de carne sin s
entimientos y tetas siliconadas.
JM pensó que estaba desahuciado del sexo y estaba en lo cierto. Ninguna pareja estable, ninguna hembra en la agenda a la que recurrir para atenuar la melancolía, ningún coño en otra ciudad al que visitar en verano. Ningún engaño, ningún desengaño y ninguna alegría. Era una vida simple: del trabajo a casa y, en casa, a practicar las formas electrónicas de ocio más insospechadas. Sin más problemas que hacer la compra y poner la lavadora. Sin plancha, sin preocuparse por limpiar las putas esquinas negras del fregadero. Sin más.
Su gregarismo y su instinto de supervivencia le traicionaron y, como siempre se había sentido solo, se agarró de la primera mano femenina que prometió sacarle de ese pozo. Se casó sin haber adquirido los mecanismos de defensa necesarios. Cambió su rutina, su vida y sus proyectos por una mucosa que ni siquiera se depiló a partir del segundo año, y estaba llena de pelo, siempre, con algún trocito de papel higiénico atrapado entre el matojo. Tu reino por un coño, José Manuel. Tu madre te lo advirtió: "ve despacio, muchacho, que eres un trozo de pan y...". "Ya se que soy un trozo de pan, mama, pero es que algo me dice que es la mujer de mi vida. Y ya sabes que yo he tenido novias y que he sido discreto, nunca te las he presentado, pero por eso a Charo la conoces, porque es especial". Tanta mentira. Tanta verdad. Tanta tristeza.
Querido mío, amigo forista, has de saber que la vida muchas veces te aparta de los placeres, y esto es por algo. Si a los 27no has fornicado, ni conocido mujer premenstrual, degolladora de amigas y maniática para con tu comportamiento, hazme caso, no cometas una locura. No renuncies a tu soledad. No tires tu vida a la basura. No seas como José Manuel. No hipoteques tu felicidad por una Charo, gorda y resentida. Y con urgencias para concebir. Serás un mero cubo de semen con una antenita sobre tu cabeza. Y ella te manejará desde su puesto de control. Cruel es la vida, sí, pero más jodido es esperar el sábado por la mañana en un punto de intercambio del Ayuntamiento a que te lleve el crío.
Han pasado casi 20 años de aquello y Elsa ordena los barbitúricos por sus iniciales. Y José Manuel ha conocido sólo a dos mujeres más: una, su esposa. La otra, una filósofa a la que conoció en una manifestación de los saharauis. Se presentó ella y JM pudo demostrar en la conversación sus EXCELSOS conocimientos sobre el conflicto y, en especial, su odio a los marroquíes, que se debe a otro asunto, pero que decidió no mencionar ante la poca aceptación que tiene el RACISMO entre los progres moldeados con ingeniería social. Ella, que se llamaba Yoana, le llevó ese día a su casa. Se le subió encima y tampoco se empalmó. Él bajó a su vagina para tratar de arreglarlo, pero tras 15 minutos de lengüetazos desafinados (tocó clítoris un par de veces), ella le retiró. Ciertamente, era difícil alcanzar el orgasmo con esa lengua gorda y medio atrofiada, que se movía con un amplitud parecida a la del perro que bebe agua en un charco.
A los 28, cuando José Manuel había comenzado a explorar los peligrosos territorios del cinismo, y cuando ya ni siquiera abría el ordenador para adornar sus pajas (solía hacerlo con imágenes de la televisión, con especial predilección por esas actrices desconocidas y nefastas de El Secreto de Puente Viejo), conoció a Rosario. Apodada Charo en su casa y en su grupo de amigas. Hasta entonces, había estado solo y, pese a que trataba de correr más rápido que las preguntas trascendentales, a veces le atrapaban y le transmitían un pensamiento: que la soledad era lo peor que le podía pasar.
José Manuel trabajaba de programador informático y tenía un sueldo más o menos decente, tras haber recorrido el submundo de las derivadas de las tecnológicas low cost. Vivía solo desde que a los 27 descubrió que su padre había dejado definitivamente de tolerar sus MASTODÓNTICAS sesiones de LOL y desde que su madre había organizado un juicio sumarísimo para eliminar el cerrojo de su habitación. Lo hizo después de descubrir que una fila de decenas de hormigas habían acudido a la llamada de una bolsa de riskettos que JM había dejado en el suelo de la habitación durante varios días. "Esto no puede seguir así", dijo. Y eliminó de un plumazo la intimidad de JM. Pajas con un oído puesto en el pasillo. Pantalones por las rodillas, y no en los tobillos, por si hubiera que subirlos de repente. Entonces, se independizó.
A Rosario la conoció porque ella era comercial a puerta fría. De Endesa. Llamó a su puerta un minuto después de que su jefe le enviara un mensaje humillante, descontento por su nula capacidad para vender NADA. Cuando JM abrió la puerta, ella tenía lágrimas en los ojos. A los pocos segundos, mientras le transmitía que con aquella oferta podría ahorrar un 800.000% en su factura de la luz, rompió a llorar. Y José Manuel, que siempre dice a sus escasos amigos que lo malo le pasa porque "es un pedazo de pan", le invitó a pasar y a sentarse en sofá. Y le dio un vaso de agua.
A los dos días, ella volvió para agradecer el gesto a aquel hombre. La primera vez que le vio, tenía una camiseta de Breaking Bad. Ahora, iba más elegante, con una de esas camisetas que tienen dibujado un falso chaleco, de la que asomaba, en la parte inferior, un trozo de su ombligo. A JM, el gesto de Charo le conquisto. Ella, simplemente vio ahí un clavo ardiendo y decidió dejarse conquistar. Como a él le sudaban las manos y no daba ningún paso hacia adelante, decidió sentarse en una de sus piernas y besarle. La lengua gorda y atrofiada volvió a la carga. Le hizo una paja en el sillón, le dejó un número de teléfono y se fue.
A él nunca le habían tocado la trucha así. De hecho, nadie le había tocado la trucha desde que su madre le echaba la piel para atrás, de niño. Charo tenía dedos de gorda y la mano llena de anillos y pulseras de látex de diferentes causas justas. Pero la movía con pericia y le hizo una buena paja. Para qué nos vamos a engañar. Una paja llena de objetos, la paja top manta, pero una paja precisa. Su mano sonaba como quien mueve un saco de monedas, pero JM se corrió como un ternero al desflorarse. Nunca había sentido esas pequeñas contracciones que le vienen a uno cuando se la casca una mano ajena. Y aquello le pareció maravillosa. Paja de gorda con ruido, falsa solidaridad y supercherías varias. Con una medallita de recuerdo de las convivencias en Mondoñedo en la pulsera de la mano. Pero oye, fue una SEÑORA PAJA.
A los pocos meses, JM se limpiaba el arroz de la solapa de su traje de novio (parecía un camarero de Vacaciones en el Mar) mientras le comentaba a un amigo: "y pensaba que me iba a quedar solo, pero mira, he encontrado a una mujer que me aguanta juejue jajota jajota". El evento se celebró en una finca de gran jardín, a las afueras de la ciudad, elegido por ella, que iba de blanco. JM quería que se hiciera en un castillo en el que había oído que daban cenas con espectáculo medieval. Y había propuesto que todos sus invitados se disfrazaran de esa temática para el convite. Pero ella le dijo con suaves palabras y eufemismos delicados que le parecía una idea propia de un subnormal de los cojones y al final se impuso su criterio.
Eso sentó un precedente, pues en ese matrimonio la balanza siempre estuvo desequilibrada. JM fue DOMESTICADO por ella y asistió en voz pasiva a la evolución de esa pareja. Temía tanto perderla y volver a su situación de soledad absoluta que, al final, al mínimo órdago, qué digo yo, al mínimo envite a la chica, daba su brazo a torcer. Ella decidía, pinchaba y cortaba. Ella quiso tener un hijo y él aceptó. Ella dejó de trabajar (mejor dicho, no buscó un nuevo trabajo) sin consultárselo a él. Ella buscó un piso en Montecarmelo, con hipoteca basta 2070, porque quería un edificio con piscina y zona verde para el crío. Él sólo ponía su dinero. Ella lo administraba. Y si faltaba, ella le decía: "creo que ya es hora de que pidas un aumento. Te están explotando y les exiges poco. Eres muy buenazo".
La de JM es la cruda realidad de los semi-vírgenes que encuentran pareja tardía. Los que viven su primer amor más cerca de los 30 que de los 20. Los que no conocieron el desengaño adolescente ni el polvo exagerado de universitarios. Los que no fueron de putas por tener buen corazón. Y los que pasaron de madre a esposa sin haber podido experimentar la sensación de que ella se lleve sus cosas de tu casa tras haberlo sido todo para ti, a los 25. La de vacío, volver a empezar, fregar menos vasos por la mañana, evitar el pasillo del supermercado donde está ese zumo de tomate que le gustaba. Buscar tutoriales de YouTube para dejar el espejo del baño y la mampara sin sombras. Y descargar Tinder como método para acallar la voz interior del desengaño con trozos de carne sin s
entimientos y tetas siliconadas.
JM pensó que estaba desahuciado del sexo y estaba en lo cierto. Ninguna pareja estable, ninguna hembra en la agenda a la que recurrir para atenuar la melancolía, ningún coño en otra ciudad al que visitar en verano. Ningún engaño, ningún desengaño y ninguna alegría. Era una vida simple: del trabajo a casa y, en casa, a practicar las formas electrónicas de ocio más insospechadas. Sin más problemas que hacer la compra y poner la lavadora. Sin plancha, sin preocuparse por limpiar las putas esquinas negras del fregadero. Sin más.
Su gregarismo y su instinto de supervivencia le traicionaron y, como siempre se había sentido solo, se agarró de la primera mano femenina que prometió sacarle de ese pozo. Se casó sin haber adquirido los mecanismos de defensa necesarios. Cambió su rutina, su vida y sus proyectos por una mucosa que ni siquiera se depiló a partir del segundo año, y estaba llena de pelo, siempre, con algún trocito de papel higiénico atrapado entre el matojo. Tu reino por un coño, José Manuel. Tu madre te lo advirtió: "ve despacio, muchacho, que eres un trozo de pan y...". "Ya se que soy un trozo de pan, mama, pero es que algo me dice que es la mujer de mi vida. Y ya sabes que yo he tenido novias y que he sido discreto, nunca te las he presentado, pero por eso a Charo la conoces, porque es especial". Tanta mentira. Tanta verdad. Tanta tristeza.
Querido mío, amigo forista, has de saber que la vida muchas veces te aparta de los placeres, y esto es por algo. Si a los 27no has fornicado, ni conocido mujer premenstrual, degolladora de amigas y maniática para con tu comportamiento, hazme caso, no cometas una locura. No renuncies a tu soledad. No tires tu vida a la basura. No seas como José Manuel. No hipoteques tu felicidad por una Charo, gorda y resentida. Y con urgencias para concebir. Serás un mero cubo de semen con una antenita sobre tu cabeza. Y ella te manejará desde su puesto de control. Cruel es la vida, sí, pero más jodido es esperar el sábado por la mañana en un punto de intercambio del Ayuntamiento a que te lleve el crío.
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