stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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Cambian los tiempos y las costumbres. Una fiesta de verano de creación reciente en mi lugar natal no deja ninguna duda en su denominación acerca de su objetivo: el desfase alcohólico de la gente joven, dejando aparte otras actividades y otros colectivos.
Hace años la cosa era más diversa e inclusiva. Además de los inevitables pasacalles de la banda de música (las de la provincia de Ourense encabezando siempre el top ten), la sesión vermut y la orquesta nocturna había toda una panoplia de actividades para todas las edades: carreras populares, triangulares de fútbol-sala, partidos solteros- casados (de los últimos siempre con varios lesionados), tiro al plato y actividades para los más jóvenes: sogatira, concursos de pintura. Y carreras de sacos.
En estas últimas había una modalidad, para que todos participasen: una carrera para niños más pequeños o disminuidos que no podían competir con los otros (entonces aun no era moderno y empoderante asesinar mongólicos intraútero). El premio, por supuesto, era una bagatela simbólica.
Les presento a Juanito, ganador de la ultima edición:
Ahora supongamos que Juanito, o sus papás, en vez de considerar el esfuerzo inclusivo, se dedicasen a protestar del premio, comparándose con los ganadores del tiro al plato, en el que Paco el carnicero se llevó una magnífica tele en color o una escopeta superpuesta tras tres tiradas de 25 platos y un apasionante desempate con Antonio el de la ferretería, con el que ya venía picado desde la temporada de las perdices.
Todo esto viene a cuento por este asunto:
Obsérvese el divismo, la prepotencia, el desprecio absoluto de una empoderada que si tuviese que jugar contra hombres haría el ridículo en un partido de regional preferente. O se iría llorando a casita tras dos patadones en el coño del central leñero de guardia.
Pues eso es el deporte femenino: una carrera de sacos para subnormales en el que las zorrupias puedan sentirse importantes, levantar trofeítos, colgarse medallitas de latón y gritar somos las mejores. Y acaban comportándose como los padres de Juanito, berreando para exigir sueldos de Messis, Federers y Gasoles, cuando dan un espectáculo penoso que no interesa a nadie, mantenido por interés político y buenísimo inclusivo, excepción hecha de deportes puramente femeninos como la rítmica o la sincronizada (que siendo sinceros no interesan una mierda). No hay más que comparar la brutal final de Wimbledon ayer con la derrota de la mona negra un día antes.
Hagan pedagogía y recuerden a sus familiares y amigas deportistas el lugar que les corresponde cuando saquen los pies del tiesto. O antes de que lo hagan. Que si un perro se acostumbra a mearse donde quiere luego hay que sacarle la tontería a hostias.
Hace años la cosa era más diversa e inclusiva. Además de los inevitables pasacalles de la banda de música (las de la provincia de Ourense encabezando siempre el top ten), la sesión vermut y la orquesta nocturna había toda una panoplia de actividades para todas las edades: carreras populares, triangulares de fútbol-sala, partidos solteros- casados (de los últimos siempre con varios lesionados), tiro al plato y actividades para los más jóvenes: sogatira, concursos de pintura. Y carreras de sacos.
En estas últimas había una modalidad, para que todos participasen: una carrera para niños más pequeños o disminuidos que no podían competir con los otros (entonces aun no era moderno y empoderante asesinar mongólicos intraútero). El premio, por supuesto, era una bagatela simbólica.
Les presento a Juanito, ganador de la ultima edición:
Ahora supongamos que Juanito, o sus papás, en vez de considerar el esfuerzo inclusivo, se dedicasen a protestar del premio, comparándose con los ganadores del tiro al plato, en el que Paco el carnicero se llevó una magnífica tele en color o una escopeta superpuesta tras tres tiradas de 25 platos y un apasionante desempate con Antonio el de la ferretería, con el que ya venía picado desde la temporada de las perdices.
Todo esto viene a cuento por este asunto:
Actitud de Megan Rapione con niño encendió las redes sociales - Estadio Deportes
Ni siquiera lo volteó a ver
www.google.es
Obsérvese el divismo, la prepotencia, el desprecio absoluto de una empoderada que si tuviese que jugar contra hombres haría el ridículo en un partido de regional preferente. O se iría llorando a casita tras dos patadones en el coño del central leñero de guardia.
Pues eso es el deporte femenino: una carrera de sacos para subnormales en el que las zorrupias puedan sentirse importantes, levantar trofeítos, colgarse medallitas de latón y gritar somos las mejores. Y acaban comportándose como los padres de Juanito, berreando para exigir sueldos de Messis, Federers y Gasoles, cuando dan un espectáculo penoso que no interesa a nadie, mantenido por interés político y buenísimo inclusivo, excepción hecha de deportes puramente femeninos como la rítmica o la sincronizada (que siendo sinceros no interesan una mierda). No hay más que comparar la brutal final de Wimbledon ayer con la derrota de la mona negra un día antes.
Hagan pedagogía y recuerden a sus familiares y amigas deportistas el lugar que les corresponde cuando saquen los pies del tiesto. O antes de que lo hagan. Que si un perro se acostumbra a mearse donde quiere luego hay que sacarle la tontería a hostias.
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