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- 22 Feb 2009
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El hombre occidental siempre ha sentido una atracción hacia las mujeres orientales, pero piensa que son inabastables. Su círculo social es cerrado, dicen. No son accesibles.
Pero un día el hombre occidental conoce una mujer mongola como Gengis Khan. La mujer oriental habla el castellano a batacazos pero explica anécdotas sorprendentemente divertidas. Es simpática y abierta, con un deje de timidez coquetamente infantil. Tiene una voz fina, ligeramente nasal, y una cara preciosa. Hace comentarios de una sinceridad aclaparadora, con una inocencia que asusta y que sólo puede ser producto de la diferencia cultura. Se acuestan.
La mujer oriental tiene una piel increiblemente suave, aterciopelada, y unos pechos pequeños de grandes pezones y una cabellera oscura y lisa. Es dulce como la miel, de caricias infinitas con sus pequeñas manos. Hace unos besos distintos, con succión y sacando mucho la lengua. No es lo único que hace distinto que las mujeres occidentales, ya sea con la boca u otras partes del cuerpo. Es parsimoniosa y delicada. Serena y equilibrada. En el placer, silenciosa. Cierra los ojos, tiembla como una hoja y busca las manos de su compañero para agarrarlas fuerte durante el clímax final. El hombre occidental llega a continuación, vaciándose en un sepso que se contrae con una fuerza considerable de forma intermitente.
Yaciendo el uno delante del otro retozan de la forma más tierna. Se miran en silencio y el hombre occidental se pierde en sus ojos rasgados, negros y brillantes. La mujer oriental enseña al hombre occidental a pronunciar su nombre y le explica qué significa. Canturrea melodías extrañas en su idioma con una voz dulce, mientra explora el cuerpo desnudo del amante. Hace observaciones curiosas sobre la proporción de las manos, las marcas de nacimiento o la direccionalidad de la línea que separa los dos dorsales mayores del hombre occidental. Entonces se vuelve juguetona y payasa. Se abrazan y se besan, retozando por la cama.
Un rato más tarde la mujer oriental se va a la ducha. El hombre occidental se incorpora y se viste, aún impregnado en su olor. Te haré un regalo, dice la mujer oriental envuelta en una toalla. Alarga la mano para devolver el dinero que le havia sido entregado una hora y media antes, porque el hombre occidental es forero. Después lo acompaña hasta la puerta. Le da un último beso largo y húmedo. Echa un vistazo por la mirilla al rellano, asegurándose de que no haya ningún vecino antes de dejarlo marchar con una sornisa franca.
El hombre occidental baja las escaleras y sale a la calle, flotando.
HILO ORIENTALES VS ESPAÑOLAS, discuss.
Pero un día el hombre occidental conoce una mujer mongola como Gengis Khan. La mujer oriental habla el castellano a batacazos pero explica anécdotas sorprendentemente divertidas. Es simpática y abierta, con un deje de timidez coquetamente infantil. Tiene una voz fina, ligeramente nasal, y una cara preciosa. Hace comentarios de una sinceridad aclaparadora, con una inocencia que asusta y que sólo puede ser producto de la diferencia cultura. Se acuestan.

La mujer oriental tiene una piel increiblemente suave, aterciopelada, y unos pechos pequeños de grandes pezones y una cabellera oscura y lisa. Es dulce como la miel, de caricias infinitas con sus pequeñas manos. Hace unos besos distintos, con succión y sacando mucho la lengua. No es lo único que hace distinto que las mujeres occidentales, ya sea con la boca u otras partes del cuerpo. Es parsimoniosa y delicada. Serena y equilibrada. En el placer, silenciosa. Cierra los ojos, tiembla como una hoja y busca las manos de su compañero para agarrarlas fuerte durante el clímax final. El hombre occidental llega a continuación, vaciándose en un sepso que se contrae con una fuerza considerable de forma intermitente.

Yaciendo el uno delante del otro retozan de la forma más tierna. Se miran en silencio y el hombre occidental se pierde en sus ojos rasgados, negros y brillantes. La mujer oriental enseña al hombre occidental a pronunciar su nombre y le explica qué significa. Canturrea melodías extrañas en su idioma con una voz dulce, mientra explora el cuerpo desnudo del amante. Hace observaciones curiosas sobre la proporción de las manos, las marcas de nacimiento o la direccionalidad de la línea que separa los dos dorsales mayores del hombre occidental. Entonces se vuelve juguetona y payasa. Se abrazan y se besan, retozando por la cama.

Un rato más tarde la mujer oriental se va a la ducha. El hombre occidental se incorpora y se viste, aún impregnado en su olor. Te haré un regalo, dice la mujer oriental envuelta en una toalla. Alarga la mano para devolver el dinero que le havia sido entregado una hora y media antes, porque el hombre occidental es forero. Después lo acompaña hasta la puerta. Le da un último beso largo y húmedo. Echa un vistazo por la mirilla al rellano, asegurándose de que no haya ningún vecino antes de dejarlo marchar con una sornisa franca.

El hombre occidental baja las escaleras y sale a la calle, flotando.
HILO ORIENTALES VS ESPAÑOLAS, discuss.