Libros La sala número seis, de Anton Chejov.

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5 Sep 2005
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Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa. Hijo de un comerciante que había nacido siervo, Chéjov nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog, y estudió medicina en la Universidad Estatal de Moscú. Mientras todavía estaba en la universidad publicó relatos y escenas humorísticas en revistas. Casi no ejerció la medicina debido a su éxito como escritor y porque padecía tuberculosis, en aquel tiempo una enfermedad incurable. La primera colección de sus escritos humorísticos, Relatos de Motley, apareció en 1886, y su primera obra de teatro, Ivanov, se estrenó en Moscú al año siguiente. En 1890 Chéjov visitó la colonia penitenciaria de la isla de Sajalín, en la costa de Siberia, para escapar de las inquietudes de la vida del intelectual urbano, y posteriormente escribió La isla de Sajalín (1891-1893), un relato de su visita. La frágil salud de Chéjov le llevó a trasladarse en 1897 de su pequeña propiedad cercana a Moscú a Crimea, de clima más cálido. También hizo frecuentes viajes a los balnearios de Europa central. Casi a finales de siglo conoció al actor y productor Konstantín Stanislavski, director del Teatro de Arte, de Moscú, que en 1898 representó su obra La gaviota (1896). Esta asociación de dramaturgo y director de teatro, que continuó hasta la muerte de Chéjov, permitió la representación de varios de sus dramas en un acto y de sus obras más significativas como El tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904). En 1901 se casó con la actriz Olga Knipper, que había actuado en sus obras. Chéjov murió en el balneario alemán de Badweiler el 14/15 de julio de 1904. La crítica moderna considera a Chéjov uno de los maestros del relato. En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas. Utilizando temas de la vida cotidiana, Chéjov retrató el pathos de la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiar una sociedad que sabían que era inherentemente errónea. Algunos de los mejores relatos de Chéjov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910). Dentro del teatro ruso, a Chéjov se le considera como un representante fundamental del naturalismo moderno. Sus obras dramáticas, lo mismo que sus relatos, son estudios del fracaso espiritual de unos personajes en una sociedad feudal que se desintegraba. Para presentar estos temas, Chéjov desarrolló una nueva técnica dramática, que él llamó de “acción indirecta”. Para ello diseccionaba los detalles de la caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa. En una obra de teatro de Chéjov muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que las ideas y sentimientos expresados. Algunas de sus obras fueron inicialmente rechazadas en Moscú, pero su técnica ha sido aceptada por los dramaturgos y los espectadores modernos, y sus obras aparecen con frecuencia en los repertorios dramáticos.

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Por mi parte cabría resaltar varios aspectos del relato.

El autor no nos identifica al protagonista desde el principio. Un tipo con la pluma experimentada que se toma su tiempo para presentarnos a los personajes dirigiéndose al lector en primera persona del plural. Es una descripción muy acertada del lugar y de los que forman parte del relato, estos últimos como cabría esperar, cada uno, hijo de una madre diferente.

Hay suficientes mimbres para identificar la realidad rusa del siglo XIX, lugares apartados, como dirían los finos dejados de la mano de dios, donde la vida transcurre entre la desidia, la pobreza, el aislamiento y las enfermedades -la tuberculosis que padeció el mismo autor-. Esa estampa que nos presenta sigue siendo la típica del caracter ruso, la vida no tiene el valor que se le da en Occidente, hoy en día hay lugares apartados entre las estepas que bien podrían encajar en esta novela. A modo de complemento diré que hasta hace poco muchos niños rusos todavía desconocían la leche no materna.

Entonces surge el protagonista, el doctor Efimich, un individuo con una personalidad débil en extremo, incapaz siquiera de medrar en beneficio propio y siempre a merced de los acontecimientos. Como no molesta ni destaca no rompe el contexto del lugar. Al ser introvertido se refugia en la lectura. Y de ahí viene la espiral que le conducirá al fracaso. Descubre que uno de sus locos tiene un nivel intelectual similar al suyo. Al tener una relación fuera de la profesional con este enfermo, rebasa la formalidad de lo cotidiano y es suficiente motivo para que los acontecimientos se disparen y vayan hundiendo al médico socialmente hasta acabar con él.

Considero como más interesantes las dos conversaciones fundamentales con su loco preferido, la primera cuando lo descubre y la última cerca del fin. En la primera, ante las luces que demuestra su interlocutor para definir su vida de médico, éste se defiende diciendo que él no se la toma con estoicismo, que ése no es el camino, pero como demuestra el final de la obra, esa manera de ser que se fundamenta en una corriente filosófica de la antigüedad, es la que conduce al protagonista a su perdición.
 
Muy acertado el análisis, pero creo que olvida usted un tema importante, aparte del ya mencionado estoicismo vs. vitalismo. Es el concepto de locura como "estar fuera del lugar común" (cosa muy difícil de distinguir, a veces, de la excentricidad), ya que, en principio, el personaje no está ni se le considera loco, simplemente abre los ojos a otra realidad. El factor ambiental juega mucho en la pérdida de la cordura. Su perdida progresiva de cordura me ha recordado a uno de mis favoritos: Rayuela.

También se produce, en este sentido, una denuncia del sistema usado en los manicomios rusos, ya que al final el protagonista se da cuenta de lo que él, en su apoltronamiento burgués, había evitado ver.

Me ha gustado leer la obra, pero he leido cosas de Anton Chejov que me han gustado bastante más, pero que posiblemente tengan un fondo más surrealista.


Recuerdo con vividez una obra teatral donde uno de los protagonistas era él mismo y un mendigo le pedía dinero por un espectáculo donde hacía que se ahogaba. ¿Alguien podría ayudarme? Se lo agradecería.
 
Dos aspectos que siempre me han llamado la atención de los relatos y obras de teatro de Chéjov han sido, en primer lugar, el hecho de que escondiese las tragedias bajo personajes aparentemente vulgares y situaciones corrientes (El jardín de los cerezos), y, en segundo lugar, que rara vez describa a los personajes directamente, sino dejando que sea la situación la que los describa -como si siempre escribiese como un dramaturgo, y no fuese capaz de hacerlo como un novelista o un escritor de relatos cortos-; eso se ve muy bien, por ejemplo, cuando Efimich pierde los nervios con sus amigo, lo que nos da a entender que se trata de una persona paciente y complaciente, pero con una salud nerviosa delicada. En este último aspecto, Chéjov es revulcionario, en tanto en cuanto que ha influido en las obras de muchos autores posteriores, como Factotum, en la que casi nunca leemos descripciones acerca de cómo es Chinaski -son sus desventuras con los despidos y el alcohol lo que no muestra su idiosincrasia, al narrarárnoslas Bukowsky en primera persona.

Mi primer contacto (indirecto) con el ruso, por cierto, fue a través de Tres rosas amarillas, de Raymond Carver, cuyos relatos sobre la clase media americana valen también un buen vistazo. Este relato ha sido el que más me ha gustado de los tres textos propuestos, la sensación que me ha dejado es que podría releerlo decenas de veces y aun así todavía se me escaparían ideas dignas de ser tenidas en cuenta.
 
Después de haber leído el relato, no puedo evitar encontrarle cierto parecido, salvando las diferencias por supuesto, con "La montaña mágica", de Thomas Mann. Aunque con aires menos trágicos y un estilo diferente, uno casi aguarda con impaciencia los encuentros del médico con su paciente, ya que son lo más destable de ambas obras.

Por lo demás, cabe preguntarse ¿cómo puede un escritor profundizar tan acertadamente sobre la naturaleza humana en pasajes tan brillantes como las conversaciones con su "loco" preferido y luego rodearlo de tanta morralla innecesaria para la historia? A ratos aburre y a ratos da la sensación de que el escritor alargó artificial, e innecesariamente, la historia para perjuicio de la misma.

En mi opinión, una obra menor de Chejov que cuenta con momentos realmente brillantes deslucidos por la tendencia de muchos escritores a "rellenar" páginas sin necesidad.
 
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