La triste vide de un hipocondriaco: problemas del primer mundo.

RoderickUsher

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Hola a todos, conforeros.

En esta hermosa tarde de almendros en flor y aromas primaverales fuera de lugar, foreando con la mano izquierda suavemente apoyada en la entrepierna y mi dedo índice acariciando mi entrehuevada, os escribo desde la casa de un familiar mío en el campo para hablaros de un problema que ha estado asolando mi vida los últimos años: el intenso miedo de estar gravemente enfermo. Me gustaría relataros una experiencia para que entendáis un poco mejor a que puede llegar esto, que en principio parece un mero problema de ansiedad o nerviosismo:

Hace un par de años estaba yo en casa, sentado ante el ordenador mirando la página del IKEA o algo así cuando de pronto empecé a encontrarme mal, sin poder encontrar exactamente qué era lo que pasaba. Sentí bastante miedo y empecé a notarme ligeramente mareado, con bastante taquicardia y con temblor de manos. “El corazón”, fue lo primero que pensé, suponiendo que me estaba fallando. Este chungazo que me dio me duró unas cuantas horas, durante las cuales tuve tiempo de sobra para pensar en lo que me estaba ocurriendo. Al rato empecé a aterrizar en la conclusión de que lo que me había ocurrido era un ataque de pánico, algo parecido a lo que los porreros de turno llamáis “amarillazo”. ¿Pero lo era en realidad? ¿Podía estar absolutamente seguro? ¿Podría ser esta una excusa mía para no aceptar la cruel realidad de estar mortalmente enfermo? ¿O podría ser esto el resultado de inhalar accidentalmente un spray anti-plagas que usé hace unas horas para fumigar un naranjo?

A las una de la puta madrugada decidí dirigirme al centro de salud más cercano, por si las moscas. Ahí expliqué a una joven doctora con tetitas apretadas de teen que me estaba muriendo, la cual pareció tomarme bastante en serio al principio. Me enchufo a una máquina con unos tubos que te enganchan a las tetillas y a las lorzas que te deja marcas de chupetones por el cuerpo, creo que se llama electrocardiógrafo o algo así, pero la verdad es que ni puta idea. La cuestión es que del miedo que tenía, ni así se me puso dura. Después empezó a escuchar mi respiración con un cacharro de estos que llevan siempre los médicos incluso en las películas. Me dijo que todo iba bien en mi cuerpo, recomendándome que hiciera cita con mi médico para ver a un psiquiatra.

Total, que llegué a casa una hora y media más tarde colocadísimo de Valium, me la machaqué vigorosamente pensando en la rica doctora y me dormí con la ropa puesta.

Aunque en ninguna otra ocasión haya vuelto al médico por uno de estos episodios ni haya acabado pasando por pruebas que requerían mi desnudez parcial, suelo pasarlo bastante mal con esto y en ocasiones se producen efectos indirectos, como por ejemplo rendir poco en el trabajo tras estar toda la noche anterior sin dormir por autodiagnosticarme un cáncer de riñon.

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MedlinePlus y otras páginas similares son de mis páginas más visitadas. Tiendo a entrar cuando me invade el pensamiento de estar mortalmente enfermo y me hago distintos autodiagnósticos que lo que hacen es incrementar mi malestar y empeorar aún más el problema. Gracias a medline tengo hepatitis, 2 o 3 tipos de cáncer distinto, sida y alguna que otra enfermedad infecciosa. Dedico un tiempo a comparar todas las marcas de mi piel a fotos como esta:


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Y este es uno de mis tantos problemas, y uno de los que más me tocan los cojones últimamente ¿Hay alguien más que se sienta morir a diario?



PD: Soy psicólogo.
 
Pues no, no comparto esa obsesión, de momento, igual cuando me haga viejuno me entretengo con ello.
Supongo que ya sabrá que ponia en la lapida de un hipocondriaco:
¿Veis como tenia razón?
 
A mí me pasa una cosa realmente sorprendente, a veces me viene un ligero olor químico. Dura un instante muy pequeño y después desaparece, me recuerda al olor de los empastes de los dentistas.
 
Al rato empecé a aterrizar en la conclusión de que lo que me había ocurrido era un ataque de pánico, algo parecido a lo que los porreros de turno llamáis “amarillazo”.

Aunque en ninguna otra ocasión haya vuelto al médico por uno de estos episodios ni haya acabado pasando por pruebas que requerían mi desnudez parcial, suelo pasarlo bastante mal con esto

PD: Soy psicólogo.

Como buen psicólogo, sabrá que lo de no ir al médico es importante; si se establece el esquema <<ansiedad - voy al médico - el médico me dice que no me pasa nada - baja la ansiedad>> su mente podría acabar jodida ya que solo la visita al médico podría calmarle cuando le suceda un episodio, actuando de refuerzo negativo (se asienta una conducta gracias a que se quita algo desagradable, en este caso la ansiedad).

Es un problema que tengo cerca y la verdad es que es una putada. Qué le voy a contar que no sepa. Y ya no recuerdo qué terapia se recomienda. Puede encerrarse en una habitación hasta que la ansiedad baje por si sola y una vez llegado a ese punto, racionalizar el episodio.

Lo de los porros lo quoteo por que el otro día me dio un conato de ataque. Estaba tan sumamente fumado que me emparanoié pensando "¿y si ahora mismo se me cierra la traquea y no puedo respirar?". De pronto tomas conciencia de cada músculo, de los impulsos eléctricos que generan movimiento. Es como cuando me agobio antes de dormir pensando en respirar y deja de ser una conducta automática. Y pienso, ¿qué estoy moviendo para respirar? Comiendo también me pasa, es como si tomara conciencia de acciones que siempre pasan desapercibidas y de pronto, las hago mal. Como si subes unas escaleras y piensas en los movimientos uno por uno, es probable que te caigas. Comiendo me pasó, empecé a agobiarme con el movimiento de tragar, cómo lo acciono, cómo lo produzco. Y ese mero pensamiento hace que me atore y casi me atragante.
 
Última edición:
Como buen psicólogo, sabrá que lo de no ir al médico es importante; si se establece el esquema <<ansiedad - voy al médico - el médico me dice que no me pasa nada - baja la ansiedad>> su mente podría acabar jodida ya que solo la visita al médico podría calmarle cuando le suceda un episodio, actuando de refuerzo negativo (se asienta una conducta gracias a que se quita algo desagradable, en este caso la ansiedad).

Si, lo se, por eso lo evito siempre que puedo. La conducta de ir al médico es una forma de evitación, aunque a simple vista no lo parezca. También evito consumir drogaina de ningún tipo cuando ocurre, ya que esto puede tener uno de dos efectos:

1. Lo empeora y hace que me ralle más. Vaya, que el mal rato se triplica.

2. Lo mejora, lo cual es aun peor, ya que estaría huyendo del problema y, al mismo tiempo, reforzándolo negativamente. Es el camino a empeorar el problema y a ganarse una adicción de bonus track.


Lo de los porros lo quoteo por que el otro día me dio un conato de ataque. Estaba tan sumamente fumado que me emparanoié pensando "¿y si ahora mismo se me cierra la traquea y no puedo respirar?". De pronto tomas conciencia de cada músculo, de los impulsos eléctricos que generan movimiento. Es como cuando me agobio antes de dormir pensando en respirar y deja de ser una conducta automática. Y pienso, ¿qué estoy moviendo para respirar? Comiendo también me pasa, es como si tomara conciencia de acciones que siempre pasan desapercibidas y de pronto, las hago mal. Como si subes unas escaleras y piensas en los movimientos uno por uno, es probable que te caigas. Comiendo me pasó, empecé a agobiarme con el movimiento de tragar, cómo lo acciono, cómo lo produzco. Y ese mero pensamiento hace que me atore y casi me atragante.

Esto ya, quitándolo de los porros, que es como un ataque de pánico químicamente inducido, recuerda un poco a un rollo obsesivo-compulsivo.
 
Última edición:
Esto ya, quitándolo de los porros, que es como un ataque de pánico químicamente inducido, recuerda un poco a un rollo obsesivo-compulsivo.

No lo sé. De pequeño tuve alguna época que se esfumó tal como vino, pero no fue parecido a esto.

Me dio por la obsesión de lavarme las manos. La madre de una amiga con la que me juntaba nos dijo que un niño había llevado una tortuga al colegio y que una niña se había contagiado de salmonella. Se me grabó a fuego, solo como un niño puede tomar por cierto la voz de un adulto. Y yo, que tenía tortugas en casa, cada vez que las cambiaba el agua me labava con fruición. Primero a fondo. Luego a fondo pero dos veces, con su secado cada vez. Luego no eran las tortugas, eran mucho más cosas, un ambientador, el suelo de casa... luego vinieron los eczemas, la piel roja, y esa ansiedad que solo se iba ya con rituales de lavado, simétricos y repetitivos. Al menos no llegué a la fase de la lejía o el agua hirviendo, como pasa muchas veces.

No sé si en esa época o en otra, pero también tuve ansiedad antes de dormir. Antes de meterme en la cama tenía que hacer una serie de rituales. Comprobar todos los grifos para cerciorarme que ninguno goteaba (haciendo presión hacia abajo, teniendo SUMO cuidado de que al retirar la presión, no levantara el grifo de nuevo), dejas las zapatillas de estar por casa perfectamente simétricas formando cierto ángulo, y con la persiana también había movida.

En fin, que como vino se fue, pero da miedo ver cómo esas mierdas pueden aparecer y joderte la vida a más no poder.
 
Yo vengo a contar el caso de un hipercondriaco, que es todo lo contrario. Un conocido de mis padres estaba SIEMPRE con dolor de tripa. Bah, no es ná. Bah, me tomo una aspirina y se me pasa. Nah, aquí, con lo del dolor de tripa, que no se me va; será una tontería, pero no se me va. Paco, ¿por qué no vas al médico? Si hombre, por una mierda de dolor que lo aguanto perfectamente. Joder, hoy estoy jodido de lo de la tripa. Ve al médico. Nah, si se aguanta. Hostia, qué mal estoy hoy de la tripa. Llevas un año quejándote de la tripa toooodos los días, ¿vas a ir al médico? Sí, igual sí tendría que ir, ya pediré cita. Hostia, ya la aspirina no me hace ná, ni el gelocatil. ¿Quieres ir al médico ya de una vez? Al final fue al médico. ¿Pero cómo no ha venido usted antes? Debe llevar usted por lo menos un año con dolores de muerte. No, porque me los aguantaba, ¿qué es lo que tengo? Pues tiene usted un cáncer que le ha devorado por dentro. Dos semanas de vida le quedan; si hubiera venido cuando empezaron los dolores hoy día estaría bien. Ahora lo más que puede hacer es arreglar sus cosas y encontrar a alguien que le entierre barato.

Y dos semanas después le enterraron.

No era ná.
 
Vaya, otro forero con trastornos mentales.

Roderick, ¿alguna situación LOL en medio de una cita (guiño codazo)?
 
Yo sufro una rara mezcla de los dos trastornos,al principio de verme cualquier mierda es como -¿WTF? Esto es sida o cáncer fijo,y luego sea lo que sea acabo como -va me la pela seguro que no es nada :lol:
 
Yo vengo a contar el caso de un hipercondriaco, que es todo lo contrario. Un conocido de mis padres estaba SIEMPRE con dolor de tripa. Bah, no es ná. Bah, me tomo una aspirina y se me pasa. Nah, aquí, con lo del dolor de tripa, que no se me va; será una tontería, pero no se me va. Paco, ¿por qué no vas al médico? Si hombre, por una mierda de dolor que lo aguanto perfectamente. Joder, hoy estoy jodido de lo de la tripa. Ve al médico. Nah, si se aguanta. Hostia, qué mal estoy hoy de la tripa. Llevas un año quejándote de la tripa toooodos los días, ¿vas a ir al médico? Sí, igual sí tendría que ir, ya pediré cita. Hostia, ya la aspirina no me hace ná, ni el gelocatil. ¿Quieres ir al médico ya de una vez? Al final fue al médico. ¿Pero cómo no ha venido usted antes? Debe llevar usted por lo menos un año con dolores de muerte. No, porque me los aguantaba, ¿qué es lo que tengo? Pues tiene usted un cáncer que le ha devorado por dentro. Dos semanas de vida le quedan; si hubiera venido cuando empezaron los dolores hoy día estaría bien. Ahora lo más que puede hacer es arreglar sus cosas y encontrar a alguien que le entierre barato.

Y dos semanas después le enterraron.

No era ná.

Tu sabes que acabas de joder a todos los hipocondriacos del foro con eso, verdad? :lol:

Yo lo he tenido (y sigo teniendo, que coño) y es una puta mierda. Que me decis de coger un cronometro y medirse las pulsaciones constantemente? Maravilloso.
 
Sois el eslabón débil de la sociedad, así nunca construiremos un imperio @Nueces díselo tú
 
Yo vengo a contar el caso de un hipercondriaco, que es todo lo contrario. Un conocido de mis padres estaba SIEMPRE con dolor de tripa. Bah, no es ná. Bah, me tomo una aspirina y se me pasa. Nah, aquí, con lo del dolor de tripa, que no se me va; será una tontería, pero no se me va. Paco, ¿por qué no vas al médico? Si hombre, por una mierda de dolor que lo aguanto perfectamente. Joder, hoy estoy jodido de lo de la tripa. Ve al médico. Nah, si se aguanta. Hostia, qué mal estoy hoy de la tripa. Llevas un año quejándote de la tripa toooodos los días, ¿vas a ir al médico? Sí, igual sí tendría que ir, ya pediré cita. Hostia, ya la aspirina no me hace ná, ni el gelocatil. ¿Quieres ir al médico ya de una vez? Al final fue al médico. ¿Pero cómo no ha venido usted antes? Debe llevar usted por lo menos un año con dolores de muerte. No, porque me los aguantaba, ¿qué es lo que tengo? Pues tiene usted un cáncer que le ha devorado por dentro. Dos semanas de vida le quedan; si hubiera venido cuando empezaron los dolores hoy día estaría bien. Ahora lo más que puede hacer es arreglar sus cosas y encontrar a alguien que le entierre barato.

Y dos semanas después le enterraron.

No era ná.
y porque no defeco el tumor y ya esta?
 
Yo, por este problema, he leido los síntomas de muuuuuchas enfermedades e intento retener alguna en la memoria, lo cual resulta bastante imposible porque memorizar cuando uno está ansioso es difícil. Realizo bastantes "conductas de seguridad", en las cuales aseguro que todo está bien. Voy a ver cuantas puedo recordar:

- Pregunto a la persona de al lado si tiene frío/calor, sobre todo si es una mujer, como si estuviera preocupándome por su bienestar, cuando en realidad estoy comparando nuestra percepción de la propia temperatura corporal, por si yo tuviera estar padeciendo fiebre o un descenso extraño de temperatura.

- Pido a personas que me miren fijamente a la cara y me digan si ven algo extraño en mi piel o los ojos. O si simplemente me ven mala cara.

- Pido a personas de confianza que comprueben si tengo fiebre tocándome la frente.

- Cuando estoy lejos de casa, intento tener en mente el móvil y el camino más rápido para llegar hasta allí o a un centro de salud, ya sabéis, por si empezara a desangrarme o algo.

- Siempre me gusta tener cerca un lugar donde sentarme, mejor si es donde tumbarme, por si pierdo la consciencia (cosa que jamás me ha pasado)

Vaya, otro forero con trastornos mentales.

Roderick, ¿alguna situación LOL en medio de una cita (guiño codazo)?

Pues bastantes creo. Una vez había quedado con una amiga y sentía que me iba a venir la paranoya del día. Acudí a la cita de todos modos, sintiéndome más o menos tranquilo. Al sentarme, con un par de cojones, pedí un café, y ahí si que se fue a la mierda todo. Empezaron a darme todos los males del mundo, me imaginaba que empezaba a sufrir un fallo hepático y demás. Tuve que levantarme y decir que me encontraba enfermo, que estaba con un virus, con fiebre y demás para que la otra persona sintiera compasión por mi y me dejara marchar.

En otra ocasión estaba en la cama con alguien, en la etapa pre-folleteo, entre caricias en el chocho y demás y empezó a darme. La pobre zagala empezó a extrañarse ante mi conducta de inquietud: me dieron un par de tics, me sacudí y después me senté en la cama mientras me tomé el pulso poniendo mis dedos sobre mi cuello. Después le solté todo el rollo de que me mirara la cara, si me veía mal, si tenía los ojos amarillentos, etc. Nos seguimos llevando muy bien, ¿eh?
 
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Si fueron palabras textuales del doctor, tuvo su lol.

La mente...qué puta. Como el efecto placebo. Qué brujería. Creer que algo va a funcionar hace que mejores. Dicen que en la "lucha contra el cáncer" es fundamental. Creo que en terapias de mindfullnes y rollos asiáticos la parte de imaginarte una lucha real contra el mal era producente.

No me extraña que el reiki y esas mierdas tengan sus defensores. Sin duda hay gente a la que le funciona.
 
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Jodidos porretas con sus neuras y sus paranoias. ¿Pero no era tan sano el cannabis, que lo curaba casi todo?
 
Stonersloth, ése es el término.

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Cuando tenía 20 años o así pasé por lo mismo que tú. Tras un verano de interrail con los colegas reventándonos a porros, cuando volvimos a casa estaba petado de la cabeza y me pasé un par de semanas con taquicardias, hasta que fui al médico pensando que me moría y me dijeron que no, que estaba perfectamente y lo que tenía eran ataques de ansiedad.

Unos años después me dio por el sida, porque me había follado demasiadas tías de borrachera sin protección. Cuando finalmente fui a hacerme las pruebas ya me había autoconvencido que no sólo era HIV +, sino que tenía un sidrazo de la hostia. Luego resultó que no, pero los días que pasaron hasta que me lo dijeron fueron los peores de mi vida.

Y ya hace un par de años, empecé a notar que tenía un huevo más grande que el otro. Al principio pensé: tengo cáncer. Pero luego me autoconvencí de que era un hipocondríaco y que no tenía nada. Así que sudé. Hasta éste año, en verano se hizo ya evidente no sólo para mí sino para mi novia, tenía un testículo el triple de grande de lo normal. Y ya la tenemos liada: al médico corriendo. Sorpresa, tienes cáncer. Te operan, te hacen pruebas y descubren que lo tienes por el cuerpo por no haber ido antes. Y claro, me he tenido que comer 3 meses de quimio por ser tan subnormal y no haber ido antes. POR NO SER SUFICIENTEMENTE HIPOCONDRÍACO.

Tranquilos amigos, hace unas semanas me han dicho que estoy curados. No sufráis.
 
Dejad de autodiagnosticaros y de fusilar wikipedia al menor síntoma.

Hay dos y practicamente únicos sintomas de cuando uno esta jodido de verdad y no son paranoias o gases lo que se tiene.

Perder el hambre y las ganas de follar (dado el contexto en el que estamos, diremos pelarsela como un mono).


Yo 24h antes de que me ingresaran al borde de la muerte, años ha, me fue imposible acabarme una pizza Casa Tarradellas ni masturbarme con una escena lésbica de Jenna Jameson. Lo primero no me entraba y lo segundo no me salía. O no sé si era al revés.

Por supuesto habia tenido otros sintomas, pero mi hormonada juventud los ignoró, pero lo que no falla son esos dos.

Así que mientras os sigais hinchando a helado del mercadona y sigais subscritos a la web de Putalocura(como todo el foro) no os teneis que preocupar por nada más.

De nada.
 
Ladrillo, pero merece la pena. Si no reís con esto no tenéis alma, como las putas:

Aunque parezca realmente extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco de la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida.

Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer; y después, irreflexiblemente, lo hojeé descuidado y empecé a estudiar con indolencia las enfermedades en general. No recuerdo cuál fue la primera dolencia donde me sumergí –sin duda algún temible y devastador azote– pero, antes de haber llegado a la mitad de la lista de «síntomas premonitorios», supe sin lugar a dudas que la había contraído.

Me quedé unos instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me pregunté qué más tendría. Llegué al baile de San Vito; descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo, inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba, me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria. Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la rodilla de fregona.

Esto me irritó en un primer momento. Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas. Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más maligno, se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta, y era evidente que sufría zimosis desde la más temprana infancia. Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que concluí que ya no me ocurría nada más.

Ponderé el asunto. Pensé que debía ser un caso bien interesante desde el punto de vista médico. ¡Menuda adquisición para una clase! Si contaran conmigo, los estudiantes no necesitarían ya hacer práctica hospitalaria. Yo era un hospital en mí mismo. Todo lo que tenían que hacer era dar una vuelta a mi alrededor y después recoger el diploma.

Entonces me pregunté cuánto tiempo me quedaría de vida. Traté de examinarme. Me tomé el pulso. Al principio no sentí ningún pulso. Después, de pronto, me pareció que echaba a andar. Saqué el reloj y lo medí. Ciento cuarenta y siete pulsaciones por minuto. Traté de sentirme el corazón. No sentí el corazón. Había dejado de latir. Con el paso del tiempo he sido inducido a la opinión de que tenía que estar ahí y de que tenía que estar latiendo, pero no puedo asegurarlo. Me palpé todo el frente, desde lo que llamo la cintura hasta la cabeza, un poquito por cada lado y un poquito por la espalda. Pero no oí ni sentí nada. Traté de mirarme la lengua. La saqué todo lo que pude, cerré un ojo y traté de examinarla con el otro. Sólo alcancé a ver la punta, y lo único que saqué en limpio fue convencerme con mayor seguridad que antes de que tenía escarlatina.

Había entrado en aquella sala de lectura caminando como un hombre sano y optimista. Salí arrastrándome, convertido en una ruina decrépita. Acudí a mi médico. Es un viejo amigo, que me toma el pulso, me mira la lengua y habla del tiempo, sin cobrarme nada, cuando se me mete en la cabeza que estoy enfermo, así que pensé que le haría un favor presentándome en esas condiciones. Lo que necesita un médico, pensé, es práctica. Puede contar conmigo. Conmigo podrá practicar más que con mil setecientos de sus enfermos comunes y corrientes, que no tienen cada uno más de una o dos enfermedades. Así que fui directamente a verle, y me dijo:

–Bueno, ¿qué te pasa?

Yo dije:

–No pretendo malgastar tu tiempo, camarada, contándote lo que me ocurre. La vida es breve, y podrías morir antes de que yo terminase. Pero sí te diré lo que no me pasa. No tengo rodilla de fregona. No puedo decirte por qué no tengo rodilla de fregona, pero el caso es que así es. Tengo, sin embargo, todo lo demás.

Y le conté cómo lo había descubierto.

Me hizo desvestirme y me examinó, me cogió por la muñeca y después me golpeó en el pecho cuando menos lo esperaba –una acción cobarde, en mi opinión– e inmediatamente después me embistió con un lado de la cabeza.

Terminado esto, se sentó, escribió una receta la plegó y me la entregó. Me la metí en el bolsillo y me fui. No la abrí. La llevé a la botica más cercana y la entregué. El boticario la leyó y me la devolvió. Me dijo que no podía atenderme. Yo dije:

–¿No es usted farmacéutico?

Él dijo:

–Soy farmacéutico. Si fuera una combinación de almacén de cooperativa y hotel de familia quizás podría ayudarle. El ser sólo farmacéutico me lo impide. Leí la receta. Decía lo siguiente:

1 libra de bistec, con
1 pinta de cerveza amarga cada seis horas
1 paseo de diez millas todas las mañanas.
1 cama a las once en punto de la noche.
Y no te llenes la cabeza de cosas que no entiendes.


Seguí las instrucciones, lo que felizmente –desde mi punto de vista– resultó en la preservación de mi vida, que aún sigue en marcha.

Esta vez, para volver al prospecto de las píldoras para el hígado, tenía inequívocamente todos los síntomas, entre los que destacaba «una general desgana para todo tipo de trabajo».

Nadie podrá comprender jamás lo que sufro en este sentido. Soy un mártir de este síntoma desde la más tierna infancia. De niño, la enfermedad no me dejaba prácticamente un solo día de respiro. Los demás no sabían en aquel tiempo que era un problema de hígado. La ciencia médica estaba considerablemente menos avanzada que ahora, y lo atribuían sencillamente a holgazanería.

–Ah, diablillo remolón –me decían–, levántate y haz algo para ganarte la vida, que ya es hora.

Naturalmente, no sabían que estaba enfermo. Por la misma razón, no me daban píldoras. Me daban capones. Y, por extraño que parezca, los capones a menudo me curaban... momentáneamente. Sé por experiencia personal que un solo capón actuaba sobre el hígado y me hacía ir de aquí para allá y hacer lo que había que hacer con más velocidad que hoy en día toda una caja de píldoras.

Ya saben, ocurre a menudo. Los remedios sencillos y pasados de moda son a veces más eficaces que todas las porquerías de dispensario.
 
Ladrillo, pero merece la pena. Si no reís con esto no tenéis alma, como las putas:

Aunque parezca realmente extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco de la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida.

Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer; y después, irreflexiblemente, lo hojeé descuidado y empecé a estudiar con indolencia las enfermedades en general. No recuerdo cuál fue la primera dolencia donde me sumergí –sin duda algún temible y devastador azote– pero, antes de haber llegado a la mitad de la lista de «síntomas premonitorios», supe sin lugar a dudas que la había contraído.

Me quedé unos instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me pregunté qué más tendría. Llegué al baile de San Vito; descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo, inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba, me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria. Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la rodilla de fregona.

Esto me irritó en un primer momento. Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas. Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más maligno, se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta, y era evidente que sufría zimosis desde la más temprana infancia. Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que concluí que ya no me ocurría nada más.

Ponderé el asunto. Pensé que debía ser un caso bien interesante desde el punto de vista médico. ¡Menuda adquisición para una clase! Si contaran conmigo, los estudiantes no necesitarían ya hacer práctica hospitalaria. Yo era un hospital en mí mismo. Todo lo que tenían que hacer era dar una vuelta a mi alrededor y después recoger el diploma.

Entonces me pregunté cuánto tiempo me quedaría de vida. Traté de examinarme. Me tomé el pulso. Al principio no sentí ningún pulso. Después, de pronto, me pareció que echaba a andar. Saqué el reloj y lo medí. Ciento cuarenta y siete pulsaciones por minuto. Traté de sentirme el corazón. No sentí el corazón. Había dejado de latir. Con el paso del tiempo he sido inducido a la opinión de que tenía que estar ahí y de que tenía que estar latiendo, pero no puedo asegurarlo. Me palpé todo el frente, desde lo que llamo la cintura hasta la cabeza, un poquito por cada lado y un poquito por la espalda. Pero no oí ni sentí nada. Traté de mirarme la lengua. La saqué todo lo que pude, cerré un ojo y traté de examinarla con el otro. Sólo alcancé a ver la punta, y lo único que saqué en limpio fue convencerme con mayor seguridad que antes de que tenía escarlatina.

Había entrado en aquella sala de lectura caminando como un hombre sano y optimista. Salí arrastrándome, convertido en una ruina decrépita. Acudí a mi médico. Es un viejo amigo, que me toma el pulso, me mira la lengua y habla del tiempo, sin cobrarme nada, cuando se me mete en la cabeza que estoy enfermo, así que pensé que le haría un favor presentándome en esas condiciones. Lo que necesita un médico, pensé, es práctica. Puede contar conmigo. Conmigo podrá practicar más que con mil setecientos de sus enfermos comunes y corrientes, que no tienen cada uno más de una o dos enfermedades. Así que fui directamente a verle, y me dijo:

–Bueno, ¿qué te pasa?

Yo dije:

–No pretendo malgastar tu tiempo, camarada, contándote lo que me ocurre. La vida es breve, y podrías morir antes de que yo terminase. Pero sí te diré lo que no me pasa. No tengo rodilla de fregona. No puedo decirte por qué no tengo rodilla de fregona, pero el caso es que así es. Tengo, sin embargo, todo lo demás.

Y le conté cómo lo había descubierto.

Me hizo desvestirme y me examinó, me cogió por la muñeca y después me golpeó en el pecho cuando menos lo esperaba –una acción cobarde, en mi opinión– e inmediatamente después me embistió con un lado de la cabeza.

Terminado esto, se sentó, escribió una receta la plegó y me la entregó. Me la metí en el bolsillo y me fui. No la abrí. La llevé a la botica más cercana y la entregué. El boticario la leyó y me la devolvió. Me dijo que no podía atenderme. Yo dije:

–¿No es usted farmacéutico?

Él dijo:

–Soy farmacéutico. Si fuera una combinación de almacén de cooperativa y hotel de familia quizás podría ayudarle. El ser sólo farmacéutico me lo impide. Leí la receta. Decía lo siguiente:

1 libra de bistec, con
1 pinta de cerveza amarga cada seis horas
1 paseo de diez millas todas las mañanas.
1 cama a las once en punto de la noche.
Y no te llenes la cabeza de cosas que no entiendes.


Seguí las instrucciones, lo que felizmente –desde mi punto de vista– resultó en la preservación de mi vida, que aún sigue en marcha.

Esta vez, para volver al prospecto de las píldoras para el hígado, tenía inequívocamente todos los síntomas, entre los que destacaba «una general desgana para todo tipo de trabajo».

Nadie podrá comprender jamás lo que sufro en este sentido. Soy un mártir de este síntoma desde la más tierna infancia. De niño, la enfermedad no me dejaba prácticamente un solo día de respiro. Los demás no sabían en aquel tiempo que era un problema de hígado. La ciencia médica estaba considerablemente menos avanzada que ahora, y lo atribuían sencillamente a holgazanería.

–Ah, diablillo remolón –me decían–, levántate y haz algo para ganarte la vida, que ya es hora.

Naturalmente, no sabían que estaba enfermo. Por la misma razón, no me daban píldoras. Me daban capones. Y, por extraño que parezca, los capones a menudo me curaban... momentáneamente. Sé por experiencia personal que un solo capón actuaba sobre el hígado y me hacía ir de aquí para allá y hacer lo que había que hacer con más velocidad que hoy en día toda una caja de píldoras.

Ya saben, ocurre a menudo. Los remedios sencillos y pasados de moda son a veces más eficaces que todas las porquerías de dispensario.

Espero que se rían unas cuantas vacas sagradas y luego si eso ya me reiré yo también, si no te importa.
 
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