Libros Lecturas encadenadas

ruben_clv

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5 Sep 2005
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Quizá podríamos haber usado el hilo de forochat para esto, pero bueno, en este subforo cualquier excusa es buena para abrir un hilo.

Me gustaría que comentáramos un fenómeno asociado a la lectura y es cómo la lectura de ciertos autores y/u obras nos lleva a conocer otros autores y/u obras. Hay casos flagrantes, por ejemplo y en mi caso, la lectura de Chesterton gracias a la obra de Borges, pero ya digo que es algo notorio ya que el argentino no se cansa de aconsejar la lectura del inglés es casi todos sus escritos.

Por poner un ejemplo:

«En cuanto a Stevenson, Kipling y Chesterton he
leído sus narraciones tantas veces desde chico que ya casi las puedo recrear íntegras en la memoria» JLB




Pero hay otros casos, más leves, en los que la curiosidad más que la fidelidad es la que nos arrastra. Cuando leí Un mundo feliz no pensaba que mucho después, y gracias a una escritora de tres al cuarto, me iba a dar de bruces con Shakespeare. El título original de la obra, A brave new world, imagino que de difícil traducción al castellano, es una frase del personaje de Miranda en el último acto de La tempestad:

"O wonder!
How many goodly creatures are there here!
How beautious mankind is!
O brave new world,
That has such people in't!"


prospero.jpg


Estos versos los recita Miranda cuando aparecen en escena el resto de personajes de la obra. Hay que recordar que Miranda se cría en la soledad de una isla, con la única compañía de su padre, Próspero, y la bestia Calibán; palidece de emoción al observar que existen más hombres en ese otro mundo. El guiño irónico que Huxley le da a ese verso usándolo como título para su obra más famosa es evidente.



Quizá una lectura encadenada por post, para no agotar el hilo. :lol:
 
Ah, que yo recuerde, gracias a Bukowski conocí a John Fante. Fue su mayor influencia literaria. Aunque, a decir verdad, nunca leí nada de él (de Fante, se entiende). De todas maneras, tengo pendiente leerle, así que supongo que cuenta.
 
Fante es mil veces mejor escritor que Hank. Empieza por Pregúntale al polvo y luego amplías el post, gañanaza.
 
¿Valen los que todavía no has leído? lo digo porque al hilo de lo que comentaba Rubén de La Tempestad de Shakespeare me ha entrado el gusanillo tras leer los volúmenes de Illión y Olimpo de Dan Simmons. Leyendo estos mismos libros me piqué y me releí La Illíada.
 
Cáncer de Colon rebuznó:
Sí, bueno, argumenta eso.
No te preocupes, en el gilijuego me cogeré a Bukowski y barreré el subforo.
Aunque, total, podría ganar hasta con JJ Benítez.

Ahora cuando tenga un rato muevo estos posts al hilo de forochat.
 
Cáncer de Colon rebuznó:
Sí, bueno, argumenta eso.

Prólogo de Pregúntale al polvo:

“Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía; se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles. Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión, no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte. Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre. Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron: las palabras eran nuevas y las ilustraciones maravillosas. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon. Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos (cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa lo perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas). Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, casi todos dormidos sobre el libro abierto. Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación. Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba “Pregúntale al polvo”, y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé “Pregúntale al polvo” y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. “Dago red” y “Espera a la primavera, Bandini”. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”. Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de “Angel’s Flight” en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿Será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca. Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer “Pregúntale al polvo”. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión. ”


Bukowski me divierte en sus relatos como el que más, pero no es Carver, ni Chejov. Es otro tipo de literatura.

Y en cuanto a novela, podría decirse que la mejor de Hank es Mujeres, que considero inferior a lo mejor de Fante. Quizá incluso inferior a La hermandad de la uva. Y encima son anteriores en el tiempo. La prosa de Fante es más madura, sin caducidad, y trata los mismos temas aunque se aleja un poco del sexo, tan presente en el otro.
 
Porfa Rubén no metas el extracto en cursiva que me quedo sin ojitos.
 
Prólogo de Pregúntale al polvo
Pero di que el prólogo es de Bukowski. Si no, no se entiende lo que quieres decir.

En cuanto a lo del sexo en las novelas de Hank...
Sí, bueno, puede parecer que tiene cierta obsesión, pero también es posible que lo use como simple unidad interna de la obra.
Ten en cuenta que él mismo reconoció muchas veces que no sabía escribir novelas, sólo relatos cortos. Y el utilizar como unidad interna unos patrones que se repiten en el tiempo (encuentros sexuales en Mujeres, trabajos en Factotum) ayuda a la hora de vertebrar una historia larga si eres, como es él, un escritor de relatos.

O igual era un salido, yo qué sé.
 
Fante es un ejemplo de lectura encadenada, Bukowski esta todo el dia con Fante, aunque también con Celine y no veo que a nadie le haya dado por Celine, e incluso por como los llama el los viejos rusos Dostoievski y tal. Si vais a por Fante es porque teneis esperanza de encontrar tetas y culos.

Como escritor, creo que Bukowski lo ensalzaba porque se veía reflejado en el, o el lo que él quería ser como novelista, pero no es nada del otro jueves.
 
Hoy estaba con el ánimo bajo cero, y estaba sintiendo hasta náuseas, entonces pensé: "Quizás debería ponerme a leer "La Náusea", de Jean Paul Sartre". Inmediatamente, mi mente lo asoció a "La espuma de los días", de Boris Vian, donde el nombre está ligeramente modificado: Jean-Sol Partre. Dos personajes del libro, que forman una pareja, sienten una devoción tal por Partre, que acaba siendo letal.

Y se me ocurrió que quizás leyendo a Sartre podría entender algo de "La espuma de los días" que quizás no había sido capaz de comprender en la primera lectura.

Suele suceder, de todos modos.

También debo añadir que, al leer "Así habló Zarathustra", sobre todo la parte de la náusea (como es obvio), me acordé de Jean Paul Sartre, pero el de "La espuma de los días". Vamos, de Jean-Sol Partre.
 
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