Lonely Planet ---- Hoy, la apestosa Italia.

El Loco de las Coles

Famelic escaleto
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29 May 2005
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Hace tiempo que deseaba ordenar mis pensamientos por escrito, acerca de mi segundo y espero que último viaje a la odiosa Italia. Trataré de ser esquemático y breve, no pretendo hacer un libro de viajes.

Desde bien joven he odiado Italia, por culpa de los italianos que he ido conociendo durante mi vida. Chulescos, con una sonrisa de suficiencia insultante, descuidados, sucios, aceitosos e incapaces de la menor de las disciplinas, los italianos son los mayores bastardos de Europa, compitiendo directamente con los rumanos y los griegos. Alejados de la austeridad española, de nuestra nobleza y nuestro semblante serio y amargo, son infraseres que predican la doctrina del "comer, beber y follar, la Dolce Vita".

Alejados del rigor romano que dominó el mundo durante siglos, Italia está ahora habitada por verdaderos sub-humanos con un bagaje genético salido de yo qué sé que oscura rama de la humanidad, pero bueno, tenemos la suerte de que "la bota", y su mafiosa isla principal, Sicilia, están perfectamente delimitadas por una frontera acosada por gentes del este. Así se los coman.

Pues sí señores, el año pasado me tocó viajar a las profundidades de la Europa más vergonzante y atrasada. Quien habla de Extremadura, de los rincones oscuros de Andalucía o de mi propia Murcia, tierra de polvo y luz, no tiene ni la menor idea del atraso en el que viven los italianos del sur. Todo empezó durante el verano de 2007, en mi puesto de trabajo, del que todos sabéis ya lo suficiente. Cuando uno trabaja aconsejando películas a lo más ceporro de la sociedad murciana, el único aliciente de la vida es aguardar tranquilo la llegada de nuevas compañeras de trabajo a las que engañar, seducir y penetrar. A veces hay suerte, y otras veces te comes una mierda como un piano, pero el factor de acoso laboral siempre está poresente, para regocijo de mi alma. No hay sonido más bello que el de una dama escandalizada por los envites de un sátiro al que ya le da igual todo.

En una de esas tuve suerte, demasiada tal vez, porque con el tiempo y la distancia me doy cuenta de que me enamoré como un adolescente de una teleserie americana. Os ahorraré el relato de los dos o tres meses de felicidad absoluta, de polvos en mitad de los parques, de borracheras y de complicidad animal, primero porque no os la vais a creer, y segundo porque me duele recordarlo. El caso es que mi pequeña gran zorra había entrado a trabajar de forma temporal, porque se marchaba en octubre gracias a la jodida beca Erasmus. Me lo confesó la segunda o tercera vez que follamos, en la cama, en la habitación del piso que yo había alquilado meses atrás para mí y para mi novia.

No sé si muchos de vosotros conocéis la sensación de follar sobre una cama en la que, tan solo unos cuantos días atrás, habéis hecho el amor con la persona a la que creíais querer realmente, la sensación de tirarlo todo por la borda, los planes, el trabajo de meses, años quizás, los sueños de una vida, por un capricho pasajero que no ofrece otra cosa que placer instantáneo. En el momento no lo piensas demasiado, sólo la metes y empujas, y ríes y disfrutas, pero la mente tiene sus propios recovecos en los que fermentan los recuerdos, y al final piensas que eres un verdadero monstruo sin moral. Y me gusta ser un monstruo sin futuro, las satisfacciones son inenarrables.

El caso es que la chica se largó, se largó de Erasmus a Palermo, Sicilia, en peor lugar del universo, pero nos quedó un vínculo que yo me encargué de alimentar cuidadosamente, con llamadas, emails y sueños. Me enamoro con la misma facilidad con la que odio, debido a mis ya conocidos desequilibrios emocionales, y esta vez me caí con todo el equipo. Tardé poco en sentir la necesidad de ir a buscarla, aunque me costó dar el paso porque en mi trabajo no es fácil conseguir cuatro o cinco días libres seguidos. No es fácil, pero tampoco imposible, y como contaré un poco después, si la cagas y te quedas tirado en mitad de la península itálica, los jefes son comprensivos y no te echan a la puta calle.

Lo hice todo en una noche, en apenas dos horas, desde el ciber de mi propio curro. Días atrás, mi señorita X me había estado reprochando mi desgana, mi cobardía, mi reticencia a viajar a Palermo a verla. Me calentó los cascos y me puso al límite, y no hay cosa que mejor funcione en un hombre que una mujer (a la que te quieres follar) pichando sin cesar y retando. ¿Sabéis quién es Alejandro Magno? ¿Sí?. Pues vale, Alejandrito le metió fuergo a Persépolis entera porque Thais, la putita de su amigo y general Ptolomeo, lo retó y puso en duda su valor. Para que os hagáis una idea de los imbéciles que podemos ser los hombres.

Con la tarjeta de crédito echando humo (no por el gasto, que no fue excesivo, sino porque en aquella época vivía con lo justo), compré un billete de tren a Barcelona, y uno de avión a Palermo, de ida y vuelta. Todo estaba previsto, excepto el retorno desde Barcelona. Menos mal que no lo compré, porque todo salió del revés.

El viaje fue plácido, aunque agotador por las horas y las esperas en el aeropuerto y las estaciones. La noche que pasé en el Prat, compartí las horas con una malagueña que volvía a casa después de pegarse la megafiesta en Barcelona durante tres o cuatro días. Estuvimos durmiendo cabeza con cabeza en un rincón apartado de la terminal, y lo único que evitó que nos comiéramos el morro fue su cansancio (no me quiero imaginar la de pollas que tuvo que comerse durante su estancia en la ciutat condal), y mis reticencias morales. Si me iba a hacer 4000 kilómetros para ver a una chica de la que se supone estaba enamorado, no tenía sentido comerle el morro a una desconocida una noche antes, por muy palote que me pusiera la idea. Logré resistir la tentación y en seguida me planté en Palermo, en un cochambroso avión de Clickair.

Y aquí empieza mi viaje al tercer mundo. Nada más salir del aeropuerto de Palermo supe que iba a tener problemas con los putos espaguettis. Un desgraciado, jovencito, delgado, con toda la cara de Valentino Rossi pero en feo, empezó a hablarme en un italiano sureño que no entendía ni su puta madre. Me preguntó de donde era, y cuando le dije que "español", dijo lo que todos decimos cuando alquien extranjero nos revela su procedencia: "Ahhhhh, españoloooooo, blaoblaoblao - risita- blaoblaoblao - risita"

Yo sabía que se estaba mofando de mí, o de España, o de algo, se le veía en toda su cara de mongolomórfico con camiseta de la Juve, así que lo mandé a la mierda educadamente, antes de negarle el cigarro que me pedía al ver que me marchaba. Ni rechistó, porque si algo he aprendido de la raza italiana, es que es tan parlanchina como cobarde, cuando les hablas con el recio acento español que tan árido suena en el resto de países, exceptuando tal vez Alemania y Rusia. Un seco "No, no llevo, gilipollas", les suena a verdadera lengua de Mordor.

Desde el aeropuerto tomé el tren que me había de llevar a la ciudad de Palermo, que no está nada cerca, por cierto, del lugar de aterrizaje. Si algo bueno tiene Sicilia, son sus paisajes y su rollito de isla anclada en el pasado, su naturaleza apenas domada, sus montañas volcánicas y su verdor triste. Si algo malo tiene, son sus habitantes desnaturalizados y sus mujeres de nariz imposible. Joder, qué napias tienen los italianos, dejan a la mía, que ya es fea y grande, como un apéndice apolíneo.

Me ahorraré la descripción de mis sentimientos, porque os podéis imaginar el pasteleo. Reencuentro extraño, días felices, sexo y alcohol, celos de todo y todos, y sopresa mayúscula cuando comprobé que la chavala me había respetado, y que aunque muchos querían follársela, ella se mantenía fría y distante, más que nada porque podía permitírselo. Pese a estar de Erasmus, mi chica no se había desmadrado como sus amigas españolas, y lo peor es que era serio. Por aquel entonces todavía me quería. Palermo es una ciudad grande y antigua, destartalada y mal construida, pero bella en su descuidada solera. Atrasada como pocas, nada funciona bien, ni el transporte ni los comercios, ni el alumbrado público ni los desagües. Pero por encima de todo, lo que no funciona es la gente. La señorita X me explicó, nada más llegar, que hiciera caso omiso a los semáforos y a los pasos de peatones. En Palermo, si quieres cruzar una carretera, la cruzas por donde te venga bien, y los coches se paran y esperan que lo hagas, sin pitorradas ni malos gestos, como un acuerdo tácito entre conductor y caminante. Las motocicletas, abundantísimas, circulan de forma salvaje y adelantan por la derecha, por la izquierda y por encima del capó de los coches, si se tercia. De la policía Palermitana mejor no hablo, no quiero causar un conflicto diplomático entre dos países de la UE.

Por las noches salíamos a beber, y me costó integrarme en la ridícula e inmadura comunidad Erasmus española. Yo pensaba que no había nada más subnormal que un universitario español, hasta que conocí a los erasmus patrios en país extranjero. Jamás había visto tal concentración de niños de papá, subvencionados por nuestros impuestos, bebiendo con euros estatales y diciendo chorradas como pianos. Cada noche sentía deseos de coger una botella rota y degollarlos a todos, chicas incluídas, pero tuve que comprender que de donde no hay, no puede sacarse. Tal vez, si yo hubiese tenido mejor suerte y no hubiese abandonado los estudios universitarios, me hubiese lanzado también a la aventura internacional, engrosando las listas transeuropeas de retrasados mentales hiper-alcoholizados y mega-sexuados. Mi señorita X no se integraba bien con la fauna erasmus, porque percibía como yo su mongolismo pronunciado. No era feliz allí, y cunado le pregunté por qué no se volvía, me dijo que no quería fracasar y volver con el rabo entre las piernas. Esa noche, le metí el rabo entre las piernas.

Hasta aquí, la historia se desarrolla de un modo normal y casi aburrido. Si algo queda por reseñar, es la visita a Corleone. Mi señorita X sabía, desde hacía tiempo ya, mi gusto por las películas del Padrino, y me regaló una visita al pueblo natal de Marlon Brando, al menos en la ficción. Me gustaría poder hablaros del sentimiento que me embargó al visitar aquellas callejuelas llenas de historia oculta, del miedo al encarar el semblante de aquellos ancianos sentados en la spuertas de sus casas, el aroma clandestino del aire fresco de la alta montaña siciliana, pero en realidad Corleone es un puto pueblo de mierda que sólo se disfruta si eres miembro de algún clan mafioso. Y claro, los habitantes de aquello no hacen apología, precisamente, de la Mafia, ni hay parques de atracciones donde te enseñan a estrangular a la peña con una percha de la de colgar las camisas. Así que en resumidas cuentas, debimos haber visitado el Etna, y si me apuráis, tenía que haber empujado a la señorita X dentro del cráter ardiente.

Por fin llegó el día de la despedida, y como toda despedida, tuvo su correspondiente polvo de promesas y tristeza, de te quieros y volverés. Y fue precisamente ese polvo sucio de besos y amargor lo que desencadenó la verdadera aventura, la verdadera e inapelable gracia del viaje. Como es natural en Palermo, el tran que había de llevarme al aeropuerto llegó tarde, y me dejó en la terminal con 5 minutos para facturar y coger el avión. Corrí, corrí, corrí, más que en toda mi vida, moviendo el equipaje con una fuerza sobrehumana que sólo emana de nosotros cuando estamos verdaderamente jodidos. No pagué el billete de vuelta a Palermo, usé el mismo ticket que había usado en la ida, como venganza por el lío en el que el servicio de transportes palermitano me acababa de meter.

Me daba vergüenza aparecer de nuevo en la casa de mi señorita X, reconociendo que había perdido el avión, así que use mis últimos euros en lo que en aquel momento se me antojaba la solución más lógica: un billete de tren a Roma. Si todos los caminos llevan a Roma, supuse que desde la capital del imperio me sería más fácil regresar a España. Llamaría a casa y mi familia se enrollaría y me pagarían un billetito de avión, al fin y al cabo estaba en apuros y no me iban a dejar colgado en el país transalpino. Me cago en Dios.

La señorita X se enfadó cuando le comuniqué mi determinación de ir a Roma, en lugar de quedarme con ella un par de días más y coger el siguiente avión desde Palermo. Desde luego, era la solución más sencilla, pero implicaba molestarla dos días más, pedirle pasta prestada y soportar Sicilia durante demasiado tiempo. Fui inamovible desde el principio, y las siete de aquella tarde salí hacia Roma desde la Stacione Centrale, en el peor tren expresso que jamás haya construido el hombre civilizado. Aquella cafetera con ruedas se parecía peligrosamente a los trenes de las novelas de Agatha Christie, con pasillos y compartimentos cerrados donde a duras penas cabían cuatro personas, sentadas frente a frente y cons las rodillas chocando a cada traqueteo del viaje. La suerte es caprichosa en estos casos, y en un tren lleno de estudiantes que regresaban a Roma, me tocó compartir habitáculo con una familia "tipical deeper Palermo", constituída por MAMMA, FIGLIO Y NUERA. Entre los tres debían pesar no menos de 500 kilos, y su aspecto y olor eran los propios de los gitanos hipervitaminados que venden droga a escasos metros de mi barrio. Fueron simpáticos conmigo, sobre todo cuando sacaron las barras de pan y el "prosciuto" y me ofrecieron un suculento bocadillo, que educadamente rechacé. Tenía miedo de dormirme durante el viaje y ser devorado por aquellos orcos, tenía que mantenerme hambriento, despierto, alerta.

El expresso di merda atravesó el estrecho de Messina, el pequeño estrecho que separa Sicilia del resto de la península. Yo pensaba que al ser tan sólo tres kilómetros de separación, habría un puente o algo parecido, sin recordar la inoperancia de nuestros amigos italianos, incapaces de mear y silbar al mismo tiempo. Efectivamente, el tren, junto con otros dos más, se metió, como una gran polla metálica, dentro de un enorme barco que nos llevó al otro lado. Fue bonito, eso sí, subir a cubierta a echar un pito viendo a un lado Sicilia, y al otro Italia, en pleno Tirreno. Entonces comenzó el verdadero viaje, y pese a mis miedos, logré conciliar el sueño.

Me desperté en Roma. Y aquí comienza el verdadero LOL.
 
Italia y los italianos siempre han sido los más apestosos, rastreros y los peor vistos de Europa. Son como gitanos con algo más de dinero. Lo peor de todo es que incomprensiblemente nuestras hembras se mojan las bragas cuando ven a un mierda de estos.
 
Interesante aventura, como mínimo obtuvo un +50 en experiencia.

Hace poco me compré una camiseta que reza:

-------------------------
IM NOT ITALIAN
so you can come closer
-------------------------

Ilustra las actitudes de los espaguetti que purulan por mi zona de veraneo. No me extraña su actidud dada lo estrechas y gilipoyas que son las zorras que habitan el país de la bota.

Lo único que tienen bueno es el odio a los Ruma Ruma Yei.
 
Italia es como España pero a lo bestia, es decir, todavía más cutre, mugrienta, rastrera e incluso más ruidosa.

Mola.
 
Prosiga, por Zeus, no me provoque un coitus interruptus!

P.D. Un forero nunca debe vanagloriarse de haber follado.
 
El que las tías mojen las bragas con seres infrahumanos como los italianos, demuestra la verdad de ese viejo refrán que dice: las mujeres son como las gallinas, que dejan el maíz y se van a picar la mierda.

Magnífico relato. Continúe, por favor.
 
Aparte de tener tias brazo-peludas, por lo visto, el sistema político de Italia es, por así decirlo, "estable":137

Un saludo
 
Coles sigue copón, que con la ansiedad de Lost ya tenemos bastante :lol:
 
La verdadera odisea comenzó en la ciudad eterna, Roma. Como muchos de vosotros sabéis, Roma pasa por ser la ciudad más bella de Europa, aunque en mi precaria situación sólo era otra ciudad hostil llena de españolos que no me iban a ayudar a volver a mi tierra. Cuando llegué a la famosa Estación Termini, símbolo viajero de Roma, sentí la necesidad de salir de allí corriendo. No soporto las enormes estaciones de las grandes capitales, donde confluyen trenes, metros y autobuses, me siento agobiado por los luminosos y los avisos por megafonía, por las cafeterías artificiales y las tiendas de productos inútiles. Me compré un ejemplar del Corriere de la Sera, ya que por simple intuición, leyendo un par de noticias, podía aprender las suficientes palabras como para no morirme de hambre en aquel lugar. Llevaba un par de euros en el bolsillo, un MP3 a punto de descargarse, y unas bragas que mi señorita X me había deslizado furtivamente en uno de los bolsillos de mi mochila.

Con ese par de euros pensaba llamar a casa y pedir ayuda, no porque deseara volver especialmente, ya que la aventura me estaba gustando, sino porque al día siguiente entraba a trabajar y no me convencía la idea de que me echasen del curro por un error de cálculo tan idiota. Marqué el número que tan pocas veces he marcado, y la conversación con mamá me reveló que me esperaban días de vino y rosas, días de aventura gansa:

- Madre, estoy jodido, me ha pasado...blaoblao... necesito volver a España, mañana curro.

- No querías aventura (gritando), pues toma aventura! Yo no te voy a sacar del lío.

Mi madre es una persona muy ama, lo reconozco, supo leer en mi voz que lo que yo ansiaba realmente, ansiaba y necesitaba, no era que mi familia se gastara setenta euros en un billete de avión y me salvara el culo y el puesto de trabajo. Mi madre supo ver que su hijo deseaba convertirse en hombre, y arreglárselas por si mismo en un país extranjero, sin un puto duro, sin móvil y sin posibilidad alguna de volver, salvo robando y siendo deportado o haciendo auto-stop.

Abandonado a mi suerte, salí de Termini a patearme Roma de arriba a abajo, esperando un golpe de suerte que el destino me debía, después de tantos sinsabores y con el cuerpo desmenuzado por las doce horas de infierno ferroviario. Tras tres o cuatro horas de paseo sin rumbo, atravesando los lugares mágicos de Roma, observando sus ruinas, sus catedrales y sus plazas abotargadas de turistas y bermudas (y eso que eran finales de Octubre), me sentí muy desprotegido sin un puto euro en el bolsillo, sin capacidad monetaria alguna, ni para comprar una mera botella de agua, así que abordé a uno de esos negros que venden fruslerías por las calles de Roma, y logré que me comprara el MP3 (sin cable de carga ni hostias, y lleno de música), por diez euros. Le podría haber sacado 15, veinte si hubiese apretado, pero en realidad yo sólo quería un billete caliente en mi bolsillo, un billete que me permitiese albergar alguna esperanza de supervivencia y resolución. Nunca he tenido miedo al hambre ni al frío, y sé que nadie puede morir de necesidad en plena ciudad, pero el tiempo corriendo en mi contra, mi jefe a punto de descubrir el pastel de mi ausencia, mi vida a punto de desmoronarse, me impedían disfrutar de la libertad salvaje que implica estar tan tirado.

Usé los diez euros del negro en cubrir dos necesidades básicas. Lo primero que hice fue comprarme un paquete de Fortuna. Fumar me relajaba, me ayudaba a pensar en lo que iba a hacer para salir de ese atolladero en el que andaba metido. Corría, día arriba, día abajo, el 25 de Octubre, así que dándole vueltas al coco, llegué a la única conclusión que en ese momento pude hilvanar: debía sobrevivir 5 días en Roma, a mi suerte, y esperar al día 1 de Noviembre. Ese día, pese a que en mi curro ya me habrían dado por desaparecido, ingresarían mi nómina en la cuenta bancaria, y con ese dinero podría viajar de nuevo a Palermo y presentarme ante la señorita X, contarle lo que había pasado y probar suerte en Palermo, ante la negra perspectiva de paro y LOLES que me esperaba en mi Murcia natal. No era mal plan, después de todo, y al menos me iba a quedar unos meses con mi por aquel entonces ya novia.

Marqué el número de mi curro, con el consabido 0034 delante, y me contestó mi encargado:

- Ehhhh Jose, dónde andas, te lo estás pasando bien?

- Carlos, te quiero pedir un favor, no me eches del curro, no me eches hasta el día 1. Mi vida depende de que no lo hagas.

- ¿Qué estas diciendo? ¿Cuándo vuelves jose? Curras mañana.

- No lo sé Carlos.

- ¿Cómo que no lo sabes?

- Carlos, NO LO SÉ, tú no me eches, hasta el día 1.

- Me cago en tu puta madre!!!


Y colgué.

Sabía que Carlos, pese a su cabreo, no me iba a dejar en la estacada, así que le di otra calada al cigarro y respiré tranquilo. Sólo eran 5 días de miseria, y después, noche de hotel, ducha, tal vez algo de ropa nueva y de vuelta a Palermo, con ella, hacia una nueva vida. Deambulé como un muerto viviente por Roma todo el día, temía pararme y helarme de frío. No tenía sed ni hambre, pero empezaba a echar de menos una ducha. Qué irónico es el deseo para los ex-anoréxicos. En lugar de estar suspirando por un buen plato de comida, o por una cerveza fresca, mi única necesidad era recibir una ducha caliente sobre mi, sentirme limpio y perfumado, con la piel fresca y la cabeza despejada. Pero no podía obtener nada de aquello, no lo había intentado tampoco, y a medida que las horas pasaban me iba desanimando. No iba a ser fácil sobrevivir 5 días en Roma, a no ser que me cruzase con algunos Erasmus españoles que me brindaran ayuda y me dieran cobijo. Me crucé con unos cuantos por la calle, pero no me atreví a pedir ayuda, en una mezcla de pudor y orgullo de hombre solitario. Yo me había metido en aquel lío y yo iba a salir de él, con los pies por delante, hundido en las aguas del Tíber, o triunfante en mi regreso.

Cayó la noche romana y yo seguía caminando, con la capucha de mi abrigo calada hasta los ojos, sin poder pararme. Calculé y llevaba sin parar más de ocho horas, y el frío del otoño empezaba a molestarme. Decidí buscar un lugar para dormir, y tras mucho dudar, pues no tengo alma de vagabundo, me colé en un viejo portal cerca de la plaza Navonna, y allí me acurruqué, a verlas venir. El portal no ofrecía cobijo alguno contra el frío, y pasé una noche helada, aferrado a mi mochila, a las bragas de mi amada, mi nuevo amuleto de la suerte. Ni dos horas logré conciliar el sueño, pero tuve tiempo de pensar y relajar mi ansiedad, hacerme a la idea de que si nada malo ocurría, el infierno romano duraría poco más de cuatro días. Qué larga fue la noche, y que fría el alba. A las siete de la mañana ya estaba de nuevo en camino, helado, con la capucha aplastando mis pelos, cruzando uno de los puentes del Tíber una vez más, rumbo hacia ninguna parte. Era Sábado por la mañana, y no podía imaginar lo que me deparaba la suerte.

Os podéis imaginar la risa que me da cuando alguien me dice que su sueño es viajar a Roma, o que ha estado y le ha parecido algo bellísimo. Comprendo la objetividad estética del comentario, pero no puedo evitar acordarme de que estuve cagándome en la puta loba capitolina, en Roma, en la Lazio y en Mónica Belucci durante interminables horas. Seguía sin tener hambre, pero llevaba tiempo sin comer, así que me metí en un supermercado y logré pedirle al dependiente, en un italiano lamentable, un poco de pan, que terminó de derrumbar mi ánimo. Al comer aquel pedazo de masa aceitosa (sí, eran pan de aceite, no sé por qué cojones no me dio pan normal), me sentí muy desgraciado, pensando en que venían mal dadas y en que iba a pasar un calvario como no me andara listo. Mi preocupación radicaba en que a medida que las horas pasaban, mi aspecto y mi higiene se iban deteriorando, y cada vez me iba a ser más complicado convencer a alguien de que era un muchacho normal que había tenido mala suerte. Unas cuantas horas más y no podría acercarme a nadie sin provocar asco y temor, el tiempo se me estaba agotando, y el vínculo que me unía con la "sociedad normal" se iba rompiendo poco a poco. Un perroflauta sucio es un simpático e irresponsable aventurero, pero un tipo vestido con ropas normales, sucio y demacrado, es un enfermo mental al que no conviene acercarse demasiado.

La necesidad de una ducha se acrecentaba, e incluso pensé en bajar a las orillas del Tíber y asearme con sus aguas milenarias, lo que seguramente me hubiese conferido unos cuantos poderes especiales. Pero acababan de condenarme a seis meses de prisión en España, muy pocos días antes, y mi comportamiento estaba muy limitado por la idea de que cualquier metedura de pata podía dar con mis huesos en la trena. Como veis, estaba atado de pies y manos, demasiado atado como para tomar la iniciativa. La única solución para lo de mi higiene me pareció preguntar por algún hospital de beneficiencia. Al fin y al cabo no estaba enfermo ni necesitaba dinero, ni comida, ni pollas en vinagre. Sólo quería una ducha de agua, aunque fuese fría, y un poco de jabón. Preguntando a unas cuantas monjas que me crucé cerca del Tíber (mi punto de referencia para saber donde hostias estaba), llegué a la Isola Tiberina, una especie de hospital religioso en mitad de una isla artificial sobre el río.

Entré desesperado, y tardé poco en revelarle al fraile el propósito de mi visita. Yo era un Cruzado del Coño, había ido de viaje a buscar a una pava y había sufrido un percance, así que necesitaba, pedía, ROGABA, un poco de amparo y sobre todo, una ducha. El viejo fraile alucinaba con mi historia, y con el hecho de que mi madre me hubiese dejado tirado en la cuneta. Claro que el fraile no conocía mi historial, porque de ser así hubiese comprendido muchas cosas, y me hubiese sacado a hostias de su remanso de paz Tiberino.

Es admirable la capacidad de resolución de los frailes romanos. Me dijo que me dejara de duchas ni de hostias, ni de planes descabellados, que mi lugar no estaba deambulando como un vagabundo por Roma, sino en Murcia, mi ciudad, donde estaba mi trabajo y mi sitio. Tan claro lo tenía el amigo religioso, que me metió en la trastienda, me compró un billete de avión para ese mismo día, hacia Barcelona (fue imposible, con mi nivel de italiano, explicarle al hombre que lo prefería a Valencia, que era igual de caro y que estaba más cerca de Murcia), me dio 15 euros para el tren hacia el aeropuerto Fiumicino, y me deseó buena suerte con mi ragazza. Me dio sus datos para que le devolviera el dinero cuando pudiera (aún conservo lo que me escribió, así como las intenciones de devolverle su dinero), y me solucionó la vida en apenas media hora. Es impresionante como cruzarse con personas que quieren hacer el bien, puede cambiar nuestro futuro y hacernos creer que nuestra suerte siempre va a ser tan benévola. Aquel fraile, y sólo aquel fraile, con un gesto de apenas 100 euros, salvó mi vida y me mantuvo dentro de la sociedad, cuando yo sólo había acudido a su hospital a por una ducha.

Ducha que por cierto, no me dejó darme el tío rata. Pero me desquité con creces en el aeropuerto del Prat, donde me metí sin pudor debajo del grifo.
 
Ya puedes marcarle la X en la declaracion a la iglesia.Aunque si el fraile era franciscano me es mas creible la cosa.
 
ERES EL PUTO AMO, CHAVAL.

Me quito el sombrero
 
En cuanto a los italianos totalmente de acuerdo, son escoria.

El relato me ha gustado mucho.

gracias por entretenerme un ratito se lo agradezco.
 
Voy a dejar claro que a mi Italia me parece un país precioso, la diferencia entre el Norte y el Sur es enorme y así como los del Norte son encantadores los del sur y particularmente los sicilianos dejan mucho que desear.

Ahora una pregunta caballero:

El fraile que le ayudó era Italiano?

Si es si, tendrá que admitir que un habitante de ese país que tanto critica le ha hecho un buen favor, no le parece?

Y usted no parece haberle devuelto los 100 euros.

Me gustaría saber que debemos esperarnos que piensen de los grandes y orgullosos españoles.

Ahora que espera usted que pensemos nosotros?

Le parece bien haber contribuido a "mejorar" la imagen de España en el extranjero haber demostrado que usted no parece mejor que ellos?

Usted cree que este fraile ayudará con la misma facilidad al próximo español?

Y para terminar perder un avión de ese modo tan ridículo y haber tomado esa decisión de ira a Roma en lugar de pedir ayuda a quien se la hubiera dado no me parece indicar una capacidad de organización y habilidad en la toma de decisiones.

El relato bastante entretenido.
 
Grande Coles, pero sinceramente en la segunda parte esperábamos más loles. No sé, que te violaran con un calzzone o algo :lol:
 
Me lo he leido entero, un elogio de quien tiene la capacidad de concentracion de una ameba.

Aunque no se de que acusas a los italianos, la culpa es de los murcianos por ser pobres.
 
Italia es un pais on dos caras, muy pero que muy marcadas.
El norte (Milan, Turín, Verona, Parma, ect..) es un pais moderno, avanzado y europeo, incluso más que España en muchos sentidos.

Pero de Florencia hacia abajo incluyendo Roma es otro pais distinto, educado en la ignorancia, la picaresca, el engaño y un curioso "síndrome cainita" entre vecinos-hermanos.

Supongo que podríamos incluir al 80% de la población española, en esta segunda opción.
 
Hubiese molado que el monje no le hubiera ayudado. Ello hubiera provocado que, en un arrebato anticlerical espoleado por el hambre, la penuria y la desesperación, Coles intentase quemar el Vaticano.
 
Una curiosa propiedad de las gentes de Palermo es su descaro a la hora de mirar a las mujeres. Ya he dicho en alguna ocasión, aunque no me cuesta repetirlo, que mi señorita X es un bombonazo moreno de 1,80, y gusta de usar ropajes medio perroflautas-medio jevis-medio góticos cuya combinación, sin enseñar apenas carne, provoca una insuperable sensación de morbo. Ir por las calles de Palermo junto a ella era ponerse enfermo, pues el Palermitano mira a las mujeres sin pudor, incluso las jalea y les silba, aunque cuando van con pareja suelen acobardarse bastante.

De lo que no se privan es de mirar, y no dejan de hacerlo hasta que tú mismo los miras a ellos con ojos de poca amistad. Entonces se acobardan y dejan de mirar unos segundos, para empezar luego de nuevo. Tienen la mirada muy sucia y están muy hambrientos de sexo, no sé qué coño les pasa a los palermitanos.:lol:


PERVERTMAN rebuznó:
Hubiese molado que el monje no le hubiera ayudado. Ello hubiera provocado que, en un arrebato anticlerical espoleado por el hambre, la penuria y la desesperación, Coles intentase quemar el Vaticano.

Quemar el Vaticano no, pero el viernes busqué sin cesar la embajada española, para pedir ayuda y repatriación, o algo, y cuando el hombrecillo de la entrada me dijo que estaba en la embajada española ante la Santa Sede, y que allí no me iban a poder ayudar, me dio como un nosequé que qué se yo.

Así como un arrobo.

Luego, en el Consulado Español también pasaron de mi puta cara. Se ve que sólo te repatrian si te mueres.
Sí, la señorita X me saca dos cabezas.
 
PERVERTMAN rebuznó:
Hubiese molado que el monje no le hubiera ayudado. Ello hubiera provocado que, en un arrebato anticlerical espoleado por el hambre, la penuria y la desesperación, Coles intentase quemar el Vaticano.


Coles ardiendo frente a "La Piedad" sería una la imagen apocalíptica de la década, dando paso al "Papa Negro" como antecedente a nuestro predecible futuro, que es petar el planeta.
 
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