ensaladadeestacas
Emiliou tengo miedou
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Decía Borges al respecto del fútbol: "Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra". Sólo a un argentino rojo y maricón se le puede ocurrir tamaño razonamiento.
Sí, me gusta el fútbol. Como a tantos otros. Pero servidor no ve el fútbol como la sarta de subnormales que salen a la calle a gritar “Messi, Messi” cuando acude a los juzgados a declarar por sus fraudes fiscales, ni a pedir el balón de oro para Cristiano Ronaldo. De hecho, jamás me he comprado una camiseta de fútbol con un dorsal y un nombre a la espalda (desde que el Gafas, alias “Floper”, cambió el escudo oficial del RMCF no he vuelto a comprarme ninguna). Y eso a pesar de la devoción por algunos jugadores del RMCF (el sr. Fernando Redondo) o por el añorado Mourinho. Pero no, no soy un seguidor del fútbol de “Marca” y “As”.
El fútbol para mí es algo que, curiosamente, describió bastante bien el subnormal de Borges: "La idea que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible". Fútbol es ganar y aplastar a tu enemigo. Fútbol es ver triunfar tus colores y ondear bien alto tu bandera. Fútbol es defender tu escudo. Fútbol es la representación moderna de las antaño guerras medievales entre condados o ciudades. Sin espadas ni escudos, ni mazas ni hachas; sólo un balón de por medio y dos porterías, una cual fulana callejera donde hay que meterla cuantas más veces mejor y otra que debe conservar la virginidad a toda costa.
El fútbol contiene, además, símbolos sagrados: el escudo, el color. Símbolos que no representan a once tíos en pantalones cortos sino a una hinchada, a una afición, allí donde se encuentren. Y además dispone de su templo sagrado: el estadio de fútbol.
Por eso algunos nunca entenderán lo que supone perder ante el máximo rival; lo que es que mancillen tu camiseta con colores “novedosos”; que el presidente cambie a su antojo el escudo del club; lo que supone viajar siguiendo a tu equipo y lo que es entrar en tu estadio de fútbol.
Pocos hoy en día aprecian lo que es el fútbol, un deporte que no ha podido escapar a los valores democráticos capitalistas. Por eso a muchos no nos gusta el fútbol actual, ni los estadios modernos. Hoy en día cuando se acude a un campo de fútbol no se va a animar y a defender a unos colores. Se va a consumir, a asistir a un espectáculo. Como si fueras un retrasado mental que acude a un partido de la NBA y no un aficionado al fútbol de la vieja Europa.
El fútbol ha dejado de ser un deporte de hombres, tanto en el campo como en la grada. No hay sangre ni sudor en el césped; ni bocatas de chorizo y jamón, pinchos de tortilla, tercios de cerveza ni botas de vino que compartir en la grada. No hay obreros dejándose la garganta y cagándose en los muertos del rival de turno o del árbitro. Que para eso viste de negro, el hijo puta. No hay ese espíritu de camaradería y fraternidad que hacía vibrar a un niño cuando antaño acudía al estadio junto a su padre a ver a su equipo de fútbol.
Ahora uno va a un campo de fútbol con su camiseta rosa, acompañado por la petarda de turno iPhone en mano y el vaso de Coca Cola de medio litro para ver un “espectáculo” en el que en un futuro cercano el público será más silencioso que el de la Ópera.
El fútbol es el deporte rey por todo lo que lo significa y rodea (esas previas con los colegas cerveza en mano intentando solucionar el mundo). No por ver a veintidós gilipollas en pantalón corto corriendo tras un balón.