El_Tormento
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Yo entre a ese lugar buscando comprar agua, porque “ya saben” la sed es de las peores compañeras. Nunca pensé encontrarme nada especial, nada del otro mundo. Tan solo, pues tan solo se trataba de una botella plástica llena de agua fría, la cual tendría como destino más próximo mi esófago.
Y al intentar pedir el agua, me percato de que ella estaba allí. Parecía como si los mismos ángeles la hubieran colocado en ese lugar, no sé si ángeles del cielo o ángeles caídos. Pero solo una criatura de carácter divino tendría la sutil delicadeza de hacer eso. En silencio me quede contemplando su perfección, esa perfección indiscutible e inexplicable ante otros ojos porque resulta simplemente una experiencia singular.
Al verme sucumbido entre el letargo que suponía mi mirada en silencio, ella; decidió preguntar lo que cualquiera en su situación preguntaría “¿En qué puedo ayudarle? ¿Desea algo?” Yo, es que me había transportado mágicamente al mundo de mi mente en donde me bastaron tan solo 20 segundos para imaginarla por siempre a mi lado.
Y así, la vi a ella caminado a mi lado, tomada de mi mano, acostada en mi cama, entregándome sus más deliciosos besos y dejándome entrar a su cuerpo mientras nuestros sudores se mezclaban, la vi sonriendo ante mis penas y apoyándome en mis desgracias, la vi de ojos brillantes, de palabras cálidas, pensé saber cómo sería su aliento algo similar al de las galletas de chocolate recién horneadas y que sus labios eran tibios y húmedos como cuando probamos un pastel de manzanas, en realidad ahora que lo pienso creo que en ese momento debí haber tenido algo de hambre o por lo menos ganas de comer algo dulce. Y sentí que podría pasar lo que me queda de vida junto a ella, que quizás aún había esperanzas de encontrar la felicidad que tanto se había escapado de mis manos.
Volaba en mi mente pensándome con ella. Y para tal cosa me bastaron 20 segundos.
Ella, con voz más fuerte volvía a preguntar: “¿En qué puedo ayudarle? ¿Desea algo?”
Allí, en ese preciso instante volví, caí en mí y en medio de la vergüenza que es normal en mi introvertida persona, supe que solo quería agua, así que solo pude decir “una botella de agua por favor” a lo que ella reacciono como cualquiera en su lugar lo haría. Fue busco una botella de agua entre las neveras del local, me la entrego y dijo “son cinco bolívares” le entregue el dinero y ella se retiró para seguir en su trabajo.
Yo, me retire de allí, Me fui con mi botella de agua, con su semblante y rostro fijado en la memoria. Volvería en diversas ocasiones para verla trabajar y consumirme en el miedo que me supone interactuar con otra gente, volvería con la intención de soñarla de nuevo, de cerciorarme que aún existía.
Volvería así cada cierto tiempo, era evidente y obvio que sospechaba de mi admiración hacia ella o por lo menos eso yo creía, incluso un día hasta me saludaría y me dirigiría algunas frases alegres, pero el miedo me congelaba la mente y el cuerpo, me resultaría imposible ofrecerle cualquier tipo de respuesta mínimamente inteligente, me limitaría a sonreír como un estúpido y a responderle sonrojado las frases más tontas e incoherentes de su historia.
Con el tiempo, ella tan solo me comenzó a tratar como un cliente agradable, me atendía y saludaba con una sonrisa. Y en cada ocasión que yo visitaba la tienda me limitaría a soñarla a mi lado y ella a atenderme de la forma más cordial y educada que podía.
Así, luego de varios meses; un día le note diferente. Ella comenzó a verse más gorda un poco más llena. Les diría a todos que estaba embarazada. Luego, yo; me enteraría por terceros y por su prolongada ausencia.
Quien fuera el padre de su hijo le vería solo en un par de ocasiones cuando fue a buscarle al finalizar su trabajo.
Decidí retirarme y no volver a ese lugar. Mi corazón se había hecho pedazos, la tristeza me destruiría a partir de ese momento, no comprendía que ella tan solo tenía una vida normal, que el del problema era yo, porque al fin de cuentas quizás y ella nunca se interesaría en mi persona. No comprendía que me había encerrado dentro de mis propios complejos y que ella era para mí el único refugio donde encontraba una falsa felicidad. Tan solo sentía que había perdido la única oportunidad que tenía en la vida de ser feliz.
Pasaría el tiempo, en realidad hablamos de más de 5 años. Yo, seguiría igual, igual de tonto, igual de iluso, igual de triste. Ella conservaría esa supina belleza que le caracterizaba. Y así al caminar un día por la avenida principal de mi ciudad me la cruzaría. La recordé inmediatamente y de forma inconsciente pero deseosa le saludaría, pero claro; le saludaría como lo hace un triste como yo, con un gesto facial y sin emitir palabras. Ella me devolvería el gesto, pero además me pediría que hablase con ella.
Al acercarme pude ver un sesgo de desesperación y desesperanza en su mirada, era como si esa belleza impoluta que algún día vi en ella, fuese sido perpetrada y carcomida por algo. Tristeza, rabia, confusión y resignación ante sus penas; me trasmitía todo eso solo con mirarle. De pronto me dijo. Oye que no te conozco pero creo tu a mi si. Le mencione que le recordaba de cuando trabajaba en aquella tienda y ella me respondió sonriendo diciendo “Ah sí, Ok”
Le pregunte que hacia ahora, me dijo que trabajaba por su cuenta. Y le pregunte qué ¿dónde? Y solo me respondió que en la calle. ¿Calle? Le dije y ella respondio: si, aquí mismo trabajo yo. Yo, sonreiría como un tonto ante el hecho más que obvio de saber que ella se había convertido en una prostituta, porque coño era eso o se trataba de la peor y más extraña buhonera del mundo.
Luego de unos segundos de tenso silencio (tensos para mi) me ofreció sus servicios, me negué en ese momento. Me retire del lugar, lugar al que luego volvería de incognito tan solo para perder horas viéndole trabajar e imaginar lo que hubiésemos podido ser y que aun podríamos ser. Pero que no era capaz de consumar, tenía tanto miedo que me resultaba imposible el simple hecho de proponerle ser uno de sus clientes.
Y allí estoy de cuando en vez, viendo con deseo a una prostituta, prostituta a la cual deseo fervorosamente pero a la que nunca siquiera voy a poseer.
Y al intentar pedir el agua, me percato de que ella estaba allí. Parecía como si los mismos ángeles la hubieran colocado en ese lugar, no sé si ángeles del cielo o ángeles caídos. Pero solo una criatura de carácter divino tendría la sutil delicadeza de hacer eso. En silencio me quede contemplando su perfección, esa perfección indiscutible e inexplicable ante otros ojos porque resulta simplemente una experiencia singular.
Al verme sucumbido entre el letargo que suponía mi mirada en silencio, ella; decidió preguntar lo que cualquiera en su situación preguntaría “¿En qué puedo ayudarle? ¿Desea algo?” Yo, es que me había transportado mágicamente al mundo de mi mente en donde me bastaron tan solo 20 segundos para imaginarla por siempre a mi lado.
Y así, la vi a ella caminado a mi lado, tomada de mi mano, acostada en mi cama, entregándome sus más deliciosos besos y dejándome entrar a su cuerpo mientras nuestros sudores se mezclaban, la vi sonriendo ante mis penas y apoyándome en mis desgracias, la vi de ojos brillantes, de palabras cálidas, pensé saber cómo sería su aliento algo similar al de las galletas de chocolate recién horneadas y que sus labios eran tibios y húmedos como cuando probamos un pastel de manzanas, en realidad ahora que lo pienso creo que en ese momento debí haber tenido algo de hambre o por lo menos ganas de comer algo dulce. Y sentí que podría pasar lo que me queda de vida junto a ella, que quizás aún había esperanzas de encontrar la felicidad que tanto se había escapado de mis manos.
Volaba en mi mente pensándome con ella. Y para tal cosa me bastaron 20 segundos.
Ella, con voz más fuerte volvía a preguntar: “¿En qué puedo ayudarle? ¿Desea algo?”
Allí, en ese preciso instante volví, caí en mí y en medio de la vergüenza que es normal en mi introvertida persona, supe que solo quería agua, así que solo pude decir “una botella de agua por favor” a lo que ella reacciono como cualquiera en su lugar lo haría. Fue busco una botella de agua entre las neveras del local, me la entrego y dijo “son cinco bolívares” le entregue el dinero y ella se retiró para seguir en su trabajo.
Yo, me retire de allí, Me fui con mi botella de agua, con su semblante y rostro fijado en la memoria. Volvería en diversas ocasiones para verla trabajar y consumirme en el miedo que me supone interactuar con otra gente, volvería con la intención de soñarla de nuevo, de cerciorarme que aún existía.
Volvería así cada cierto tiempo, era evidente y obvio que sospechaba de mi admiración hacia ella o por lo menos eso yo creía, incluso un día hasta me saludaría y me dirigiría algunas frases alegres, pero el miedo me congelaba la mente y el cuerpo, me resultaría imposible ofrecerle cualquier tipo de respuesta mínimamente inteligente, me limitaría a sonreír como un estúpido y a responderle sonrojado las frases más tontas e incoherentes de su historia.
Con el tiempo, ella tan solo me comenzó a tratar como un cliente agradable, me atendía y saludaba con una sonrisa. Y en cada ocasión que yo visitaba la tienda me limitaría a soñarla a mi lado y ella a atenderme de la forma más cordial y educada que podía.
Así, luego de varios meses; un día le note diferente. Ella comenzó a verse más gorda un poco más llena. Les diría a todos que estaba embarazada. Luego, yo; me enteraría por terceros y por su prolongada ausencia.
Quien fuera el padre de su hijo le vería solo en un par de ocasiones cuando fue a buscarle al finalizar su trabajo.
Decidí retirarme y no volver a ese lugar. Mi corazón se había hecho pedazos, la tristeza me destruiría a partir de ese momento, no comprendía que ella tan solo tenía una vida normal, que el del problema era yo, porque al fin de cuentas quizás y ella nunca se interesaría en mi persona. No comprendía que me había encerrado dentro de mis propios complejos y que ella era para mí el único refugio donde encontraba una falsa felicidad. Tan solo sentía que había perdido la única oportunidad que tenía en la vida de ser feliz.
Pasaría el tiempo, en realidad hablamos de más de 5 años. Yo, seguiría igual, igual de tonto, igual de iluso, igual de triste. Ella conservaría esa supina belleza que le caracterizaba. Y así al caminar un día por la avenida principal de mi ciudad me la cruzaría. La recordé inmediatamente y de forma inconsciente pero deseosa le saludaría, pero claro; le saludaría como lo hace un triste como yo, con un gesto facial y sin emitir palabras. Ella me devolvería el gesto, pero además me pediría que hablase con ella.
Al acercarme pude ver un sesgo de desesperación y desesperanza en su mirada, era como si esa belleza impoluta que algún día vi en ella, fuese sido perpetrada y carcomida por algo. Tristeza, rabia, confusión y resignación ante sus penas; me trasmitía todo eso solo con mirarle. De pronto me dijo. Oye que no te conozco pero creo tu a mi si. Le mencione que le recordaba de cuando trabajaba en aquella tienda y ella me respondió sonriendo diciendo “Ah sí, Ok”
Le pregunte que hacia ahora, me dijo que trabajaba por su cuenta. Y le pregunte qué ¿dónde? Y solo me respondió que en la calle. ¿Calle? Le dije y ella respondio: si, aquí mismo trabajo yo. Yo, sonreiría como un tonto ante el hecho más que obvio de saber que ella se había convertido en una prostituta, porque coño era eso o se trataba de la peor y más extraña buhonera del mundo.
Luego de unos segundos de tenso silencio (tensos para mi) me ofreció sus servicios, me negué en ese momento. Me retire del lugar, lugar al que luego volvería de incognito tan solo para perder horas viéndole trabajar e imaginar lo que hubiésemos podido ser y que aun podríamos ser. Pero que no era capaz de consumar, tenía tanto miedo que me resultaba imposible el simple hecho de proponerle ser uno de sus clientes.
Y allí estoy de cuando en vez, viendo con deseo a una prostituta, prostituta a la cual deseo fervorosamente pero a la que nunca siquiera voy a poseer.