Onvre
Forero del todo a cien
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- 14 May 2011
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En esos largos veranos de colegio/instituto, mis padres me mandaban al pueblo, seguramente sería para “no preocuparse por mí”, para ver a los abuelos y para desintoxicarme de la vida en la capital. Mi pueblo está en Castilla La-Mancha. No es muy grande, son unos 200 habitantes, pero en verano, sobre todo en julio y agosto los urbanitas como un servidor vamos a pasar las vacaciones. Es un lugar un tanto misterioso y especial; misterioso porque nunca dejé de descubrir cosas, especial porque está en un valle, rodeado de montañas.
Sin embargo, no conocí a Lorena en el pueblo. En los primeros meses de un año, a mediados de los 90, mis padres se encontraron a unos amigos suyos en el centro comercial más cercano. Era una pareja prototípica, igual que la que formaban mis padres, los dos bajitos, padre regordete y sobón (vaya hostias que se daban en la espalda mientras se abrazaban) y una madre algo más moderada; de detrás de la mujer apareció una chica, algo más mayor que yo. Lorena. Que guapa era joder, me daba hasta vergüenza mirarla; iba con un chándal de esos de mercadillo y a diferencia del mío, el suyo estaba inmaculado.
Nuestros padres siguieron hablando de sus cosas y yo desconecté mis sentidos, aquí hay una laguna mental. Acabamos en un restaurante donde nos pimplamos 2 tablas de patatas con salsas y unas salchichas enormes que distaban mucho de las del Ahorra Más que me hacía mi madre. De eso si me acuerdo, mi madre me metió una hostia porque comía como un cerdo.
Ese mismo verano fue el primero que fui sin mis padres al pueblo, básicamente me banearon a hacer cuadernillos de verano por sacar malas notas, mientras ellos se pesaban una semanita en la playa. Seguramente de aquí a un par de años los mande a una residencia por ello. Mis tíos me soltaron en casa de mis abuelos y yo me puse a ver la tele y a leer tebeos de Mortadelo y Filemón. Porque no tenía nada que hacer y los cuadernillos ya los haría la semana antes de empezar las clases, un rebelde sin causa.
Al día siguiente apareció Lorena por la puerta, bien pronto, venía a “sacar a pasear al perro”. No sé en vuestros pueblos, pero en el mío los perros se pasean solos. Mi abuela le dijo que además de sacar al perro, podía sacarme a mí también; y así empezó nuestra amistad, paseando al puto perro. Nada mas salir por la puerta Lorena empezó a hablar en su dialecto castellanomanchego, lo único que recuerdo es:
—¿Por qué hablas así? — pregunté riéndome.
— No sé, tú hablas como los de la tele. — dijo la puta borde de mierda te reviento la cabeza me cago en Dios.
Empezó a correr. Y yo la perseguí. A diferencia del Onvre de hoy día, aquel muchacho no quería estar solo.
Acabamos en una casa de esas que tienen los pastores para meter su mierda de pastores, un señor moreno salió agitando con su gorra.
— A los buenos días, zagales.
Después de una breve introducción, caimos en la cuenta de que era uno de los hermanos de mi abuelo, así que no corríamos un peligro inminente. Nos invitó a estar con él y echarle una mano (a la polla): andaba atando una vid como si de una enredadera se tratase, luego hicimos un injerto, y al acabar nos dijo que nos metiesemos en la caseta, porque que él se iba un poco más lejos "a hacer de vientre". Como yo soy de ciudad no tenía ni puta idea de qué era eso de "hacer de vientre", así que salí a echar un ojo y ahí me encontré a mi tio-abuelo, con los pantalones por la rodillas, en la posición más vulnerable posible, soltando cacaceite por el bujero. Mi primer ojete.
El día siguiente me quedé esperando. Hasta ese verano, nunca había prestado atención al chucho, no sabía su nombre, era “el perro”. Mi abuela me dijo que se llamaba Ramón, una especie de pastor alemán con enanismo y síndrome de down. Yo lo acariciaba y le prestaba atención, porque si dejaba de hacerlo Ramón se iba a la calle solo, y si Ramón se iba a la calle, Lorena no aparecería. Era un poco imbécil.
— ¿Por qué no te vas con el perro a buscar a Lorena? — me dijo mi abuela.
Ante sesudo argumento, salí con el perro a la calle, y estuve un buen rato dando vueltas. Me encontré a Lorena sentada en un banco junto a una tienda, sola. Me senté junto a ella y Ramón se fue a tomar por culo a follar.
— Hola.
— Hola, ¿por qué no has venido?
— Mis padres me han dicho de ir a comprar
Me quedé junto a ella, comentando la jugada del chocolate. Recuerdo ver pasar a unos niños corriendo, de nuestra edad, y pensar “coño, si hay más de 2 críos por aquí”, si el phoro me pide más, hablaré de ellos que tiene su miga. Al salir sus padres, me invitaron a casa, a Ramón le perdí de vista definitivamente y me importaba una puta mierda. La casa de Lorena tenía un pequeño jardín en la entrada, con hierba alta, y aparejos oxidados. Años después, en una Semana Santa creo, vería en ese mismo jardín luciérnagas por primera y última vez en mi vida.
Lorena tenía un montón de cachibaches y mierda de todo tipo, el patio interior estaba lleno, como si en esa casa tuviesen síndrome de diogenes. Lo más molón que tenía era una especie de caseta sucia de tela rosa donde nos metimos a jugar. A mi me daba algo de vergüenza jugar a eso, pero joder, no había nadie mirando y ser maricón no estaba —todavía— en mi vocabulario, así que me puse mi delantal y me lie a hacer cafés para la Pocahontas, la Minnie Mouse y el Volswagen Beatle de la Barbie, porque allí eramos muy inclusivos y había café para todos. A partir de ese día consideré a Lorena como una amiga.
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