Sólo estuve dos días en Münich y no me dio tiempo a ver nada más que el magnífico centro, algún que otro palacio la catedral, los muñequitos que bailan en el reloj, el estadio olímpico, el Allianz Arena y alguna que otra calle de las que se te quedan grabadas a fuego.
Dado mi estado etílico de borrego occidental en plena efervescencia, tan sólo recuerdo 24 de las 48 horas que estuve allí. Es muy fácil emborracharse a muy bajo precio con cerveza cojonuda. Recuerdo que en su día compramos 40 Paulaner (en 4 mini palés de 10 cervezas cada uno que te venden directamente) por algo así como 15 euros.
Dormimos en un hotel que nos costó 22 euros la noche, y estaba lleno de guiris cachondas de todas las edades que provocaron una melopea que terminó conmigo escuchando las penas de una recepcionista colombiana que me servía cerveza a cambio de contarme sus mierdas de Bogotá y su soledad en Alemania, un país demasiado frío e impersonal para los salvajes o poco civilizados.
La ciudad es genial para vivir, bien conectada, limpia en su mayoría, ordenada y llena de parques (y bancos gigantescos). Además, está en esa zona de Europa en la que estás conectado con otras grandes ciudades en no menos de tres horas.
Te recomiendo, no obstante, que visites Innsbruck, Zurich, Berna y Ginebra, que están relativamente cerca, se pueden ver en un día la mayoría (salvo Zurich) y son jodidas maravillas. Y si te sobra tiempo, termina en algún pueblo medianamente desarrollado de los alpes italianos, el territorio de Europa que más he visto que se parece al jodido paraíso. Te recomiendo Aosta, un lugar donde espero y deseo montar en el futuro una sucursal de la Betty Ford y hacerme de oro. Sencillamente, un sitio cojonudo.
Así que alquílate un coche y no te lo pienses dos veces.