En el segundo tercio del siglo XIX comienza a proliferar en nuestro país un nuevo ejemplar de la fauna humana que desarrolla su actividad en el periodo estival y que se le conocerá como: el veraneante.
En Europa era ya conocido. Prueba de ello es que en pleno siglo XVIII, el dramaturgo italiano Carlo Goldoni (1707-1793) se había ocupado de este personaje al que dedica, en 1761, tres comedias que suponen una curiosa “trilogía del veraneo”: La manía del veraneo, Las aventuras del veraneo y El regreso del veraneo, en las que quizás por primera vez se describe “el ambiente desordenado e interino del veraneo”.
Es la divertida sátira de una moda que desde la nobleza comienza a extenderse a la sociedad burguesa y que entonces, como hoy en día, obligaba a gastos excesivos a veces difíciles de soportar.
A los veraneantes de aquellos años se les podía clasificar en distintos grupos en función del lugar de destino de su veraneo.
La nobleza pasaba la temporada veraniega en San Sebastián o Santander, lugares habitualmente escogidos, por entonces, por nuestros reyes para su veraneo y a los que pronto comenzarán también a acudir la alta burguesía.
La pequeña burguesía se va a proteger de los rigores de la “canícula” en las numerosas colonias de “villas” que comienzan a surgir en localidades serranas como El Espinar, San Rafael, Cercedilla, El Escorial, etcétera. Viviendas que buscaban, intencionadamente, la proximidad a las estaciones de tren, medio de traslado de la mayoría, ya que los automóviles eran muy escasos.
Otro grupo, el más abundante de todos, se quedaba tranquilamente en su casa y combatía el calor, saliendo a las puertas o al balcón de sus viviendas acompañados del abanico y un buen botijo de Talavera.
Pero había también un grupo de veraneantes que se trasladaba, para mitigar el calor estival, desde el centro de Madrid, a lugares tan “lejanos” como los Carabancheles, Ciudad Jardín, o la nueva Ciudad Lineal de la calle Arturo Soria.
Veranear en éste último lugar iba a ser posible porque a un prohombre de aquellos años - Don Arturo Soria - se le ocurrió crear, en 1894, una sociedad que se encargase de construir una “Ciudad lineal”.
De como se llevó a cabo este proyecto y de sus características tenemos una interesante descripción en las páginas del libro Aquellos tranvías de Madrid...(2001) del doctor Diego Gutiérrez.
Cuenta nuestro querido amigo y compañero que el proyecto de esta ciudad contemplaba una calle “auténtica columna vertebral de la ciudad (y) a lo largo y a lo ancho de ella, la población se albergaría en viviendas independientes”.
El slogan que utilizó el Sr. Arturo Soria en la promoción de su ciudad rezaba: “Para cada familia una casa. En cada casa, una huerta y un jardín”, y respondía a su deseo de que cada familia contase con un jardín, una huerta y una granja.
Y por si fueran pocas las ventajas que ofrecía la nueva ciudad, su proximidad a Madrid permitía asegurarse un veraneo feliz:
“La Ciudad Lineal es el mejor sitio para veranear para los hombres de negocios y singularmente para los bolsistas, a quienes alejarse de Madrid puede ocasionarles una pérdida de muchos miles de pesetas o privarles de ganarlas”.
Y también había ventajas para la salud:
“En la Ciudad Lineal disminuyen las enfermedades en general, y éstas son más leves, de más fácil curación y las contagiosas rara vez existen por la salubridad y la disposición especial de aislamiento de las viviendas.
La influencia que ejerce el aire puro en la salud se advertirá bien comparando las fisonomías de dos niños de la misma edad, uno criado en la Ciudad Lineal y el otro en Madrid, pues se verá que el primero está colorado y robusto y el segundo pálido y enclenque...”