(…) aquella desnudez indiferente transmitía la plenitud de una diosa madre cuyo monte de Venus hubiera encajado anoche la embestida de un guerrero lanzado al galope. Reposaba tan complacida como una mantis religiosa sexual, agotada después de que hubiese tragado a su amante por la vulva, haberlo digerido en el útero y finalmente haberlo vuelto a expulsar, haberlo vuelto a parir, haberlo vuelto a renacer.
Descansaba con la conciencia tranquila de quién posee la fuerza de la resurrección en el centro mismo de su coño. Del desfiladero vertiginoso que separa sus pechos, desde semejante valle húmedo, blanco y angosto, emanaba un perfume parecido al de la leche hervida en cualquier recuerdo remoto de una muy fría y entrañable Navidad, complaciente, sensual, femenino, que transformaba la atmósfera de aquel dormitorio en una apasionada prisión, en un harén de una sola esposa, en un laberinto del que está prohibido querer escapar. En un "Me sobra el camisón". En un hogar. Costaba respirar sin embriagarse. El aire del dormitorio se percibía sólidamente cargado de un cálido de olor a piel de Ella. Además, uno de sus pies, que se asomaba por debajo de la sábana arrugada, dejando a la vista una pulsera de cuero, el pequeñísimo tatuaje de una mariposa en el tobillo y las uñas pintadas de granate, ayudaba a confirmar esa idea de que quien tan plácidamente dormía ahí era una mujer amada con locura por un hombre de su propiedad.