Han pasado -casi- diez años desde que me enamoré por primera vez. Era un adolescete con todo el gallo en la cabeza y pajas en las manos. A día de hoy, poco ha cambiado, sólo que me he encontrado con Ella. Esa primera vez mi amor no fue correspondido, más por timidez o por amistad que por otra cosa.
Como ya he dicho, nunca le dije nada. Mi muy mejor amigo, el Longanizas, tardó exactamente un segundo menos que yo en decir lo mucho que le gustaba Ella tras su metamorfosis veraniega. Esa sería la pequeña traba entra Ella y yo. Ni que decir tiene que mi amigo nunca consiguió nada, ni siquiera el respeto de aquella zagala. En mi caso, quién sabe si hubiese sido mal amigo mi buena amistad con Ella hubiera llegado a buen puerto.
A pesar de no haber estado nunca con esa chica, la conozco mejor que lo que he llegado a conocer alguna chica con la que he compartido algo. No hace falta que me diga nada, si con una simple mirada o un suave fruncido de ceño es más explícita que hablando -o mintiendo- durante un par de minutos.
Con los años sólo queda el pensamiento más agradable de aquella persona, sin embargo, hay veces que chocas con la realidad y esperas que no sea verdad.
Hoy, con sólo un cuarto de siglo ha conseguido que desee olvidar todo lo suyo que quedaba en mi cabeza. De primeras, su cuerpo me sorprendió. Antes, gracioso y femenino; ahora, atonelado y cervecero. No es que esté gorda, sólo que ha perdido todo el encanto. Tras este vistazo, más me sorprendió su actitud: altanera y prepotente. Entonces pasé, simplemente no me molesté en preguntarle por más gilipolleces.
Ni un suspiro después, volví a reconocer a aquella niña de 15 años. Simplemente me miró como entonces, porque entendía que todas las memeces y mentiras de antes no habían calado. Ahí fue cuando entendí que espero no volver a verla.
Como ya he dicho, nunca le dije nada. Mi muy mejor amigo, el Longanizas, tardó exactamente un segundo menos que yo en decir lo mucho que le gustaba Ella tras su metamorfosis veraniega. Esa sería la pequeña traba entra Ella y yo. Ni que decir tiene que mi amigo nunca consiguió nada, ni siquiera el respeto de aquella zagala. En mi caso, quién sabe si hubiese sido mal amigo mi buena amistad con Ella hubiera llegado a buen puerto.
A pesar de no haber estado nunca con esa chica, la conozco mejor que lo que he llegado a conocer alguna chica con la que he compartido algo. No hace falta que me diga nada, si con una simple mirada o un suave fruncido de ceño es más explícita que hablando -o mintiendo- durante un par de minutos.
Con los años sólo queda el pensamiento más agradable de aquella persona, sin embargo, hay veces que chocas con la realidad y esperas que no sea verdad.
Hoy, con sólo un cuarto de siglo ha conseguido que desee olvidar todo lo suyo que quedaba en mi cabeza. De primeras, su cuerpo me sorprendió. Antes, gracioso y femenino; ahora, atonelado y cervecero. No es que esté gorda, sólo que ha perdido todo el encanto. Tras este vistazo, más me sorprendió su actitud: altanera y prepotente. Entonces pasé, simplemente no me molesté en preguntarle por más gilipolleces.
Ni un suspiro después, volví a reconocer a aquella niña de 15 años. Simplemente me miró como entonces, porque entendía que todas las memeces y mentiras de antes no habían calado. Ahí fue cuando entendí que espero no volver a verla.