Frente Negro
Asiduo
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- 16 Mar 2004
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Retratos amarillos (I)
Mihura
Juan V. Oltra
Arrinconados en los anaqueles de las bibliotecas y librerías de viejo, pueden encontrarse volúmenes de multitud de autores hoy despreciados a izquierda y derecha por, quizá, no coincidir con lo hoy conocido como "políticamente correcto". De entre ellos destaca, tanto por una calidad sin igual en nuestras letras e incluso en lo universal, como por el particular desdén con que son tratados por muchos de nuestros críticos coetáneos desde su mediocridad, un buen número de los que hoy catalogaríamos como humoristas: desde "la otra generación del 27" (Mihura, Neville, Tono, Jardiel, López Rubio) a los recientemente desaparecidos Vizcaíno Casas, Ángel Palomino o Luis Sánchez Polack (Tip), pasando por autores gigantes de la talla de Ramón Gómez de la Serna o Álvaro de Laiglesia.
Iniciamos con este artículo una pequeña serie, humilde pero al tiempo ambiciosa, que tratará de rescatar de los confines de la memoria a alguno de estos grandes ninguneados [1].
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Parece lógico empezar por Mihura, Miguel Mihura (1905-1977), quien luchó siempre contra el tópico, elemento común para "la otra del 27". Fue Mihura, semblante siempre serio, un reconocido vago, que de lo que de verdad gustaba era de permanecer acostado. Siempre trajo a gala que escribía sólo cuando necesitaba dinero, lo que puede explicar su menguada producción literaria si la comparamos con otros pertenecientes a su generación, algo que por otra parte no encaja con la impresión que nos llevamos si ojeamos su currículo. Miembro de varias redacciones a lo largo de su vida, de entre las que destacan por su impacto en el humor hispano "Buen Humor" y "Gutiérrez", y padre de un par que formaron escuela: la revista "La Ametralladora", que se repartía gratuitamente a los soldados de la zona nacional durante la guerra civil, y su consecuente más directa, la decana de la prensa humorística en España: "La Codorniz". Autor de guiones cinematográficos (Una de fieras, Una de miedo). De teatro (con su impactante y no superada obra maestra Tres sombreros de copa, que durmió dos décadas en un cajón por el miedo que inspiraban sus locuras a los empresarios, siendo finalmente estrenada con éxito clamoroso por el TEU), y de numerosos libros, de entre los que destacan su descacharrante "Mis memorias".
Mihura nació en Madrid ("Cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también quería ser madrileño") y estudió en el colegio de San Isidoro, algo que le valió de poco, pues él mismo confesaba que a la semana escasa de salir había olvidado todo lo estudiado, claro que "para lo poco que salgo de casa, me tiene sin cuidado saber dónde está el Mar Rojo; me interesa mucho más saber dónde está El Corte Inglés") y como ya hemos apuntado, empezó su andadura en el mundo de la farándula, dedicándose pronto a pintar sus "monos" que publicaría, además de en las revistas antedichas, en el diario "El Sol". Catalogado por los entendidos como alguien a caballo de las vanguardias y uno de los iniciadores del surrealismo, es en realidad en unión a Tono, desde el criterio del que suscribe, el verdadero corazón de una generación especialmente divertida. De su primera época, marcados sus dibujos por una fuerte abstracción, poco perduró en el Mihura maduro que aparece en plena guerra civil. Hay quien apunta que la abstracción quedaba fuera del mapa estético del franquismo, pero no debemos olvidar que, sin pausa durante los años 30, el art decó que había sido su principal inspiración gráfica había ido desfigurándose para dar paso a los realismos.
Es en plena guerra, con el compromiso político evidente al crear y mantener "La Ametralladora" con su buen amigo el falangista Tono (Antonio de Lara), y alejado de las comodidades que le proporcionaba ese Madrid que tanto quería, cuando aparece su sutil idea de lo que debe ser el humor: "un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone en la cinta del sombrero". Es con "La Codorniz" con la que arranca definitivamente un nuevo estilo: "Yo recuerdo que “La Codorniz” nació para tener una actitud sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para tomarle el pelo a la gente que veía la vida demasiado en serio; para acabar con los cascarrabias; para reírse del tópico y del lugar común; para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente olvidase el mundo incómodo y desagradable en que vivía. Para decir a nuestros lectores: «No se preocupen ustedes de que el mundo esté hecho un asco. Una serie de tipos de mal humor lo han estropeado con sus críticas, con sus discursos, con sus violencias. Y ya no tiene remedio. Vamos a olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que siempre están dando la lata y buscándole los pies al gato.» Y por eso los señores barbudos los dibujaba Herreros dentro de los bolsillos de sus protagonistas, allí arrinconados, a punto de morir de asfixia”.
Era un tipo de humor osado en unos tiempos más dados a la severidad y la rigidez, lo que provocaba que en su despacho de director sonase el teléfono insistentemente:
"—¿Es el director de La Codorniz?
—Sí; al aparato.
—Pues es usted un mamarracho; es usted un imbécil. Y su periódico, una porquería.
Y colgaba. Yo entonces me echaba a llorar, como el niño que riñen por haber cometido una travesura. —Perdóneme, lo he hecho sin querer—, estaba a punto de decir".
Cuando, cansado de su criatura, vendió “La Codorniz”, siguió colaborando en ella. Pronto no le gustó el ritmo de la publicación que le imprimió Álvaro de Laiglesa, "ese chico", así que se lo dijo muy claro en un intercambio epistolar que atrajo la atención de sus lectores: "Ahora «La Codorniz» la encabeza un señor barbudo que dice cosas desagradables y que nos recuerda que no vivimos en un mundo cómodo, como si no lo supiéramos ya. El ridículo señor barbudo, del que nos reíamos, se ha crecido de pronto, ha salido de los bolsillos de los personajes de Herreros, ha trepado a las primeras columnas y desde allí nos muestra un mundo en descomposición. Y es natural que después de leer las cosas que dice el señor barbudo, se le quiten a uno las ganas de reír con lo demás. Reconozca usted que es un aperitivo demasiado amargo."
Siguió su vida de soltería perezosa: "Me he casado, a mi aire, diecisiete veces. Cada matrimonio me ha durado unos tres años. Después he descansado unos tres meses y me he vuelto a casar, a mi aire, siguiendo y siguiendo la rueda. Quién sabe si todavía vuelvo a intentarlo", escribiendo sólo por dinero o por compromisos personales, colaborando con Tono, su fiel amigo de toda la vida, o en solitario, creando en todo caso pequeñas obras maestras. Fue nombrado académico de la lengua, aunque murió sin darle tiempo a leer su discurso. Tono, en una "Última carta" le despedía recordando que "tampoco necesitabas poner debajo de tu firma lo de "de la Real Academia Española", porque tú ya no firmabas más que el documento de identidad y tu pasaporte, que necesitabas para ir a comprar queso a San Juan de Luz"
Miguel Mihura, falleció en 1977, poco antes de la desaparición de su hija de papel "La Codorniz".
Nota
[1] En aras de hacer digerible esta serie de artículos, se ha optado por omitir las referencias bibliográficas, que sí harían de estas tristes líneas algo más académico pero, por el contrario, lo apelmazarían. Al pie de cada uno figurarán, en todo caso, los textos "imprescindibles".
Para saber más de Mihura y su obra
· Antología 1927-1933 (Miguel Mihura). Prensa Española, Madrid, 1978.
· El negociado de incobrables. Ed. de la Torre, Madrid, 1990.
· Las anécdotas del humor (Fernando Vizcaíno Casas) Planeta, Barcelona, 1999.
· Los humoristas del 27 (ed. Patricia Molins) Sinsentido, Madrid, 2002 .
· Miguel Mihura (Fernando Ponce) Epesa, Oñate, 1972.
· Mis memorias (Miguel Mihura) Temas de Hoy, Madrid, 1998.
Obras de teatro escogidas
(Tomamos las ediciones más modestas, de Eslicer, antes que otras comentadas de Espasa Calpe o Cátedra, por considerar que son más fácilmente localizables en librerías de viejo, hoy por hoy y por desgracia el único mercado donde pueden conseguirse)
· A media luz los tres, Eslicer, Madrid, 1952.
· Carlota, Eslicer, Madrid, 1965.
· El caso de la señora estupenda, Eslicer, Madrid, 1967.
· El chalet de madame Renard, Eslicer, Madrid, 1962.
· La bella dorotea, Eslicer, Madrid, 1952.
· La canasta, Cardeñoso, Murcia, 1998.
· La decente, Eslicer, Madrid, 1969.
· Las entretenidas, Eslicer, Madrid, 1963.
· Melocotón en almíbar, Eslicer, Madrid, 1970.
· Milagro en casa de los López, Eslicer, Madrid, 1965.
· Ninette, modas de París, Eslicer, Madrid, 1967.
· Sólo el amor y la luna traen fortuna, Eslicer, Madrid, 1969.
· Tres sombreros de copa, Eslicer, Madrid, 1965.
· ¡Sublime decisión!, Eslicer, Madrid, 1960.
Otros textos
· Cuentos para perros, Bruño, 1994.
· La Codorniz (8 vols.), Aguaclara, Madrid, 2001.
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Su obra
"Las más bellas estampas de la revolución", Gutiérrez, n. 183, 1932.
(...)
Estampa tercera. (La estampa representa el comedor de la fábrica donde el patrono con su familia le chupa la sangre a los obreros).
La simpática señora: ¡Estoy encantado con que mi marido tenga una fábrica de boinas! ¡Gracias a ello mi marido tiene buenos obreros a los que los chupamos la sangre, y de este modo nos alimentamos bien y los niños meriendan tan a gusto!
Los obreros explotados (por lo bajo): ¡Sí! ¡Sí! Poco os va a durar esto, porque, a las seis en punto declararemos la huelga revolucionaria para fastidiaros. ¡Ay, qué risa, tía Felisa!
La simpática señora: Gracias a estos obreros ya no tengo que encender la lumbre ni comprar garbanzos, pues con su sangre nos alimentamos todos y aún sobra. Hoy, precisamente, he invitado a unas amigas a merendar. Voy a ir preparando las servilletas sucias.
Los obreros explotados: ¡Ay, qué risa! ¡Las servilletas! ¡Las servilletas!
La simpática señora: ¡Aquí llegan mis amigas con sus grandes fajas azules debajo de la combinación y sus tremendas sonrisas forzadas!
(Llegan las amigas con sus mejores medias)
Las amigas: ¡Estamos encantadas con su invitación y nos disponemos a merendar como serpientes boas!
La simpática señora: ¡Ya tengo los obreros preparados! ¡A la mesa! ¡A la mesa!
Los obreros explotados (levantándose): ¡Malditas seáis cien veces! ¡Os vais a fastidiar porque en este momento declaramos la huelga revolucionaria para poder decir muchas picardías! (Los obreros, por fin, se declaran en huelga revolucionaria y se van tan contentos)
La simpática señora (indignada): ¡Como veis estos obreros están imposibles y no se puede contar con ellos para nada! ¡La vida está cada día peor y no sé adónde vamos a ir a parar con la revolución! ¡Ahora no tengo más remedio que irme a la cocina y preparar algo! ¡Ay, qué narices! ¡Ay, qué narices!
(Y en efecto, se tiene que ir a la cocina muy fastidiada, y encender la lumbre con astillas, y preparar café con leche y pan con manteca. El café le sale tan malo que las amigas de las fajas no tienen más remedio que decir que es el café más bueno que han tomado nunca. Y en la calle se oye el himno de la revolución).
La revolución es una cosa
preciosa, preciosa,
Y cuando voy por la calle
con mi carita de rosa..., etc., etc.
El próximo «Retrato amarillo» será el de Edgar Neville.
Juan V. Oltra
1.VI.2004
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Edgar Neville,José López Rubio y Miguel Mihura
Mihura
Juan V. Oltra
Arrinconados en los anaqueles de las bibliotecas y librerías de viejo, pueden encontrarse volúmenes de multitud de autores hoy despreciados a izquierda y derecha por, quizá, no coincidir con lo hoy conocido como "políticamente correcto". De entre ellos destaca, tanto por una calidad sin igual en nuestras letras e incluso en lo universal, como por el particular desdén con que son tratados por muchos de nuestros críticos coetáneos desde su mediocridad, un buen número de los que hoy catalogaríamos como humoristas: desde "la otra generación del 27" (Mihura, Neville, Tono, Jardiel, López Rubio) a los recientemente desaparecidos Vizcaíno Casas, Ángel Palomino o Luis Sánchez Polack (Tip), pasando por autores gigantes de la talla de Ramón Gómez de la Serna o Álvaro de Laiglesia.
Iniciamos con este artículo una pequeña serie, humilde pero al tiempo ambiciosa, que tratará de rescatar de los confines de la memoria a alguno de estos grandes ninguneados [1].
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Parece lógico empezar por Mihura, Miguel Mihura (1905-1977), quien luchó siempre contra el tópico, elemento común para "la otra del 27". Fue Mihura, semblante siempre serio, un reconocido vago, que de lo que de verdad gustaba era de permanecer acostado. Siempre trajo a gala que escribía sólo cuando necesitaba dinero, lo que puede explicar su menguada producción literaria si la comparamos con otros pertenecientes a su generación, algo que por otra parte no encaja con la impresión que nos llevamos si ojeamos su currículo. Miembro de varias redacciones a lo largo de su vida, de entre las que destacan por su impacto en el humor hispano "Buen Humor" y "Gutiérrez", y padre de un par que formaron escuela: la revista "La Ametralladora", que se repartía gratuitamente a los soldados de la zona nacional durante la guerra civil, y su consecuente más directa, la decana de la prensa humorística en España: "La Codorniz". Autor de guiones cinematográficos (Una de fieras, Una de miedo). De teatro (con su impactante y no superada obra maestra Tres sombreros de copa, que durmió dos décadas en un cajón por el miedo que inspiraban sus locuras a los empresarios, siendo finalmente estrenada con éxito clamoroso por el TEU), y de numerosos libros, de entre los que destacan su descacharrante "Mis memorias".
Mihura nació en Madrid ("Cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también quería ser madrileño") y estudió en el colegio de San Isidoro, algo que le valió de poco, pues él mismo confesaba que a la semana escasa de salir había olvidado todo lo estudiado, claro que "para lo poco que salgo de casa, me tiene sin cuidado saber dónde está el Mar Rojo; me interesa mucho más saber dónde está El Corte Inglés") y como ya hemos apuntado, empezó su andadura en el mundo de la farándula, dedicándose pronto a pintar sus "monos" que publicaría, además de en las revistas antedichas, en el diario "El Sol". Catalogado por los entendidos como alguien a caballo de las vanguardias y uno de los iniciadores del surrealismo, es en realidad en unión a Tono, desde el criterio del que suscribe, el verdadero corazón de una generación especialmente divertida. De su primera época, marcados sus dibujos por una fuerte abstracción, poco perduró en el Mihura maduro que aparece en plena guerra civil. Hay quien apunta que la abstracción quedaba fuera del mapa estético del franquismo, pero no debemos olvidar que, sin pausa durante los años 30, el art decó que había sido su principal inspiración gráfica había ido desfigurándose para dar paso a los realismos.
Es en plena guerra, con el compromiso político evidente al crear y mantener "La Ametralladora" con su buen amigo el falangista Tono (Antonio de Lara), y alejado de las comodidades que le proporcionaba ese Madrid que tanto quería, cuando aparece su sutil idea de lo que debe ser el humor: "un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone en la cinta del sombrero". Es con "La Codorniz" con la que arranca definitivamente un nuevo estilo: "Yo recuerdo que “La Codorniz” nació para tener una actitud sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para tomarle el pelo a la gente que veía la vida demasiado en serio; para acabar con los cascarrabias; para reírse del tópico y del lugar común; para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente olvidase el mundo incómodo y desagradable en que vivía. Para decir a nuestros lectores: «No se preocupen ustedes de que el mundo esté hecho un asco. Una serie de tipos de mal humor lo han estropeado con sus críticas, con sus discursos, con sus violencias. Y ya no tiene remedio. Vamos a olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que siempre están dando la lata y buscándole los pies al gato.» Y por eso los señores barbudos los dibujaba Herreros dentro de los bolsillos de sus protagonistas, allí arrinconados, a punto de morir de asfixia”.
Era un tipo de humor osado en unos tiempos más dados a la severidad y la rigidez, lo que provocaba que en su despacho de director sonase el teléfono insistentemente:
"—¿Es el director de La Codorniz?
—Sí; al aparato.
—Pues es usted un mamarracho; es usted un imbécil. Y su periódico, una porquería.
Y colgaba. Yo entonces me echaba a llorar, como el niño que riñen por haber cometido una travesura. —Perdóneme, lo he hecho sin querer—, estaba a punto de decir".
Cuando, cansado de su criatura, vendió “La Codorniz”, siguió colaborando en ella. Pronto no le gustó el ritmo de la publicación que le imprimió Álvaro de Laiglesa, "ese chico", así que se lo dijo muy claro en un intercambio epistolar que atrajo la atención de sus lectores: "Ahora «La Codorniz» la encabeza un señor barbudo que dice cosas desagradables y que nos recuerda que no vivimos en un mundo cómodo, como si no lo supiéramos ya. El ridículo señor barbudo, del que nos reíamos, se ha crecido de pronto, ha salido de los bolsillos de los personajes de Herreros, ha trepado a las primeras columnas y desde allí nos muestra un mundo en descomposición. Y es natural que después de leer las cosas que dice el señor barbudo, se le quiten a uno las ganas de reír con lo demás. Reconozca usted que es un aperitivo demasiado amargo."
Siguió su vida de soltería perezosa: "Me he casado, a mi aire, diecisiete veces. Cada matrimonio me ha durado unos tres años. Después he descansado unos tres meses y me he vuelto a casar, a mi aire, siguiendo y siguiendo la rueda. Quién sabe si todavía vuelvo a intentarlo", escribiendo sólo por dinero o por compromisos personales, colaborando con Tono, su fiel amigo de toda la vida, o en solitario, creando en todo caso pequeñas obras maestras. Fue nombrado académico de la lengua, aunque murió sin darle tiempo a leer su discurso. Tono, en una "Última carta" le despedía recordando que "tampoco necesitabas poner debajo de tu firma lo de "de la Real Academia Española", porque tú ya no firmabas más que el documento de identidad y tu pasaporte, que necesitabas para ir a comprar queso a San Juan de Luz"
Miguel Mihura, falleció en 1977, poco antes de la desaparición de su hija de papel "La Codorniz".
Nota
[1] En aras de hacer digerible esta serie de artículos, se ha optado por omitir las referencias bibliográficas, que sí harían de estas tristes líneas algo más académico pero, por el contrario, lo apelmazarían. Al pie de cada uno figurarán, en todo caso, los textos "imprescindibles".
Para saber más de Mihura y su obra
· Antología 1927-1933 (Miguel Mihura). Prensa Española, Madrid, 1978.
· El negociado de incobrables. Ed. de la Torre, Madrid, 1990.
· Las anécdotas del humor (Fernando Vizcaíno Casas) Planeta, Barcelona, 1999.
· Los humoristas del 27 (ed. Patricia Molins) Sinsentido, Madrid, 2002 .
· Miguel Mihura (Fernando Ponce) Epesa, Oñate, 1972.
· Mis memorias (Miguel Mihura) Temas de Hoy, Madrid, 1998.
Obras de teatro escogidas
(Tomamos las ediciones más modestas, de Eslicer, antes que otras comentadas de Espasa Calpe o Cátedra, por considerar que son más fácilmente localizables en librerías de viejo, hoy por hoy y por desgracia el único mercado donde pueden conseguirse)
· A media luz los tres, Eslicer, Madrid, 1952.
· Carlota, Eslicer, Madrid, 1965.
· El caso de la señora estupenda, Eslicer, Madrid, 1967.
· El chalet de madame Renard, Eslicer, Madrid, 1962.
· La bella dorotea, Eslicer, Madrid, 1952.
· La canasta, Cardeñoso, Murcia, 1998.
· La decente, Eslicer, Madrid, 1969.
· Las entretenidas, Eslicer, Madrid, 1963.
· Melocotón en almíbar, Eslicer, Madrid, 1970.
· Milagro en casa de los López, Eslicer, Madrid, 1965.
· Ninette, modas de París, Eslicer, Madrid, 1967.
· Sólo el amor y la luna traen fortuna, Eslicer, Madrid, 1969.
· Tres sombreros de copa, Eslicer, Madrid, 1965.
· ¡Sublime decisión!, Eslicer, Madrid, 1960.
Otros textos
· Cuentos para perros, Bruño, 1994.
· La Codorniz (8 vols.), Aguaclara, Madrid, 2001.
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Su obra
"Las más bellas estampas de la revolución", Gutiérrez, n. 183, 1932.
(...)
Estampa tercera. (La estampa representa el comedor de la fábrica donde el patrono con su familia le chupa la sangre a los obreros).
La simpática señora: ¡Estoy encantado con que mi marido tenga una fábrica de boinas! ¡Gracias a ello mi marido tiene buenos obreros a los que los chupamos la sangre, y de este modo nos alimentamos bien y los niños meriendan tan a gusto!
Los obreros explotados (por lo bajo): ¡Sí! ¡Sí! Poco os va a durar esto, porque, a las seis en punto declararemos la huelga revolucionaria para fastidiaros. ¡Ay, qué risa, tía Felisa!
La simpática señora: Gracias a estos obreros ya no tengo que encender la lumbre ni comprar garbanzos, pues con su sangre nos alimentamos todos y aún sobra. Hoy, precisamente, he invitado a unas amigas a merendar. Voy a ir preparando las servilletas sucias.
Los obreros explotados: ¡Ay, qué risa! ¡Las servilletas! ¡Las servilletas!
La simpática señora: ¡Aquí llegan mis amigas con sus grandes fajas azules debajo de la combinación y sus tremendas sonrisas forzadas!
(Llegan las amigas con sus mejores medias)
Las amigas: ¡Estamos encantadas con su invitación y nos disponemos a merendar como serpientes boas!
La simpática señora: ¡Ya tengo los obreros preparados! ¡A la mesa! ¡A la mesa!
Los obreros explotados (levantándose): ¡Malditas seáis cien veces! ¡Os vais a fastidiar porque en este momento declaramos la huelga revolucionaria para poder decir muchas picardías! (Los obreros, por fin, se declaran en huelga revolucionaria y se van tan contentos)
La simpática señora (indignada): ¡Como veis estos obreros están imposibles y no se puede contar con ellos para nada! ¡La vida está cada día peor y no sé adónde vamos a ir a parar con la revolución! ¡Ahora no tengo más remedio que irme a la cocina y preparar algo! ¡Ay, qué narices! ¡Ay, qué narices!
(Y en efecto, se tiene que ir a la cocina muy fastidiada, y encender la lumbre con astillas, y preparar café con leche y pan con manteca. El café le sale tan malo que las amigas de las fajas no tienen más remedio que decir que es el café más bueno que han tomado nunca. Y en la calle se oye el himno de la revolución).
La revolución es una cosa
preciosa, preciosa,
Y cuando voy por la calle
con mi carita de rosa..., etc., etc.
El próximo «Retrato amarillo» será el de Edgar Neville.
Juan V. Oltra
1.VI.2004
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Edgar Neville,José López Rubio y Miguel Mihura