cuellopavo
Frikazo
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Marqués de Sade, nombre familiar de Donatien Alphonse François, marqués de Sade (1740-1814), escritor francés de novelas, obras de teatro y tratados filosóficos, más conocido por sus obras eróticas, prohibidas durante mucho tiempo. Nació en París y luchó con el Ejército francés en la guerra de los Siete Años. En 1772 fue juzgado y condenado a muerte por diversos delitos sexuales. Escapó a Italia pero regresó a París en 1777 y fue detenido y encarcelado en Vincennes. Tras seis años en esta prisión fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton. Abandonó el hospital en 1790 pero fue detenido de nuevo en 1801. Rodó de prisión en prisión y en 1803 ingresó otra vez en Charenton, donde murió.
En muchos de sus escritos, como Justina o los infortunios de la virtud (1791), Juliette o las prosperidades del vicio (1796), Los ciento veinte días de Sodoma (publicada póstumamente) y La filosofía en el tocador (1795), Sade describe con gran detalle sus diversas prácticas sexuales. Así, el término sadismo se emplea en psiquiatría para designar el tipo de neurosis que consiste en obtener placer sexual infligiendo dolor a otros. Su filosofía considera naturales tanto los actos criminales como las desviaciones sexuales. Sus obras fueron calificadas de obscenas y hasta bien entrado el siglo XX estuvo prohibida su publicación.
Donatien-Alphonse-Francois de Sade se pasó la mayor parte de su vida encarcelado, de modo que sus libros -más comentados que leídos- son sólo el fruto de un "cerebralismo insano", como diría el critico ortodoxo, y no el reflejo de una práxis, como más de uno (o una) quisiera ver. Visité en una ocasión su castillo, en Lacoste, un pueblecito precioso, próximo a Aix-en-Provence, y me asombró lo poco que se hacía mención de su memoria. Una vergüenza, vamos.
El texto que reproduzco pertenece a La filosofía en el tocador (La philosophie dans le boudoir) una obra esencial en la bibliografía del Divino Marqués. En ella, dos malvados libertinos (Mme de Saint-Ange y Dolmancé) "educan" a una jovenzuela inocente (Eugenia) en los más variados aspectos del vicio. He elegido un fragmento en el que Sade -rara avis- habla del amor. Mal, por supuesto. Sade hablando del amor tiene la misma gracia que Carrillo cantando el "Cara al sol" con el brazo alzado...Pero, en cualquier caso, ahí está...
¡Me habláis de los lazos del amor, Eugenia! ¿Habéis podido conocerlos alguna vez? ¡Ah, que semejante sentimiento no se acerque jamás a vuestro corazón, por el bien que os deseo! ¿Qué es el amor? A mi entender no puede considerárselo más que como el efecto resultante de las cualidades de un objeto hermoso sobre nosotros; tales efectos nos transportan; nos inflaman; si poseemos ese objeto, ya estamos contentos; si nos es imposible tenerlo, nos desesperamos.
Pero ¿cuál es la base de ese sentimiento? ...el deseo. ¿Cuáles son las secuelas de ese sentimiento? ...la locura. Atengámonos, pues, al motivo, y librémonos de los efectos. El motivo es poseer el objeto; pues bien, tratemos de triunfar, pero con prudencia; gocémoslo en cuanto lo tengamos; consolémonos en caso contrario: otros mil objetos semejantes, y con frecuencia mejores, nos consolarán de la pérdida de ése; todos los hombres, todas las mujeres, se parecen: no hay amor que resista los efectos de una reflexión sana.
¡Qué desengaño esta embriaguez, que absorbiendo en nosotros el resultado de los sentidos, nos pone en tal estado que ya no vemos, que no existimos más que por ese objeto locamente adorado! ¿Es eso vivir? ¿No es más bien privarse voluntariamente de todas las dulzuras de la vida? ¿No es querer permanecer en una fiebre ardorosa que nos absorbe y que nos devora sin dejarnos otra dicha que goces metafísicos, tan semejantes a los efectos de la locura? Si debiéramos amar siempre ese objeto adorable, si fuera seguro que jamás tendríamos que abandonarlo, sería una extravagancia, indudablemente, pero excusable, al menos. ¿Ocurre? ¿Hay muchos ejemplos de esas relaciones eternas que jamás se hayan desmentido?
Algunos meses de goce, que ponen pronto al objeto en su verdadero lugar, nos hacen avergonzarnos por el incienso que hemos quemado en sus altares, y con frecuencia no llegamos siquiera a concebir que haya podido seducirnos hasta ese punto.
¡Oh jóvenes voluptuosas, entregadnos por tanto vuestros cuerpos cuanto podáis! Joded, divertíos: eso es lo esencial; pero huid con cuidado del amor.