Si es difícil ya explicar esta tradición en un plano psicológico normal, inténtelo con un guiri norteamericano, medio hippy con albarcas y calcetines. Nunca olvidaré la cara del pobre chaval, la falta de aliento y el temblor de piernas que tenía cuando llegó a la casa y nos contó lo que había visto.
" Llevo 9 meses en España y estoy encantado con todo; la gente es amable y cercana, incluso sé mas de la vida de la vecina Carmen (una santa mujer de unos 80 años, que nos libraba del hambre/desidia estudiantil cuando nos traía aquellas perolos de arroz con pollo; Dios la tenga en su gloria) que las putas de mis tías y demás familia. Pero lo que he visto es muy fuerte. Me encanta este país pero creo que no podré volver a salir a la calle tranquilo".
Hacía un par de semanas que al pobre lo habían sacudido un poco, un par de ostias nada reseñables por echarle los tejos a una zorra, la cual llevaba desde su llegada con ganas de zumbarse al guiri; el pobre Andrew se había topado con el novio y este le sacudió un par de "guayas" sin apenas consecuencias. Nos esperábamos algo del estilo.
" Cuando me bajé del autobus, tiré hacia Atocha como siempre y de repente me encontré al doblar la esquina a 40 o 50 con túnicas del KU KLUX KLAN y una multitud viéndolo todo; llevaban una velas enormes encendidas, todos en silencio y portando una carroza con un maniquí de un hombre desnutrido y lleno de sangre; me entró tanto miedo que no parado de correr hasta el portal".
El pobre se quedó desconcertado y después muy cabreado al vernos revolcarnos de risa. Ya entrecortadamente por el dolor de tripa y el descojone, lo sacamos cabreado de la habitación y le explicamos lo que eran los "capiruchos", quién era el maniquí torturado que llevaban en la carroza y porqué iban en silencio aquel viernes de Semana Santa.