SINGLADURA FATAL

Laerthes

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10 Nov 2003
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En febrero de 1904 la flota japonesa del almirante Togo atacó a la escuadra
rusa anclada en Port Arthur, comenzando un largo sitio que duró mientras la
infantería nipona silenciaba las baterías del puerto y hundía los últimos
buques rusos con su artillería de campaña. La guarnición de la ciudad
portuaria alzó bandera blanca en enero del año siguiente, tras una
resistencia heroica que atestiguan sus treinta mil muertos y otros tantos
heridos.

Hundida su flota del Pacífico, El Zar de todas las Rusias ordenó a su
vicealmirante Zinovy Petrovich Rozhestvensky que partiese al mando de la
flota imperial del Báltico para acabar con la escuadra japonesa que surcaba
invencible los mares de China.

Zinovy no podía creerse lo que le estaba pidiendo su Zar. Descartada la
gélida ruta del norte, debería bordear Europa occidental y toda África por
el Atlántico, para luego atravesar el Índico hasta encontrarse con su
destino ante las ánimas de la formidable flota del Mikado del Japón.
Dieciocho mil millas náuticas.

El vicealmirante repasó las cartas de navegación: no contaban con ninguna
base de aprovisionamiento en toda la singladura, debían llevar con ellos
mismos todos los pertrechos, víveres y combustible que pudiesen necesitar y
cargar.

Ninguna armada había acometido jamás empresa semejante... y en peores
condiciones. La supuesta flota imperial del Báltico era en realidad una
serie de pecios que se mantenían a flote con dificultad.

Los cuarenta barcos partieron de San Petersburgo, su base del Báltico. Su
estado era tan lamentable, que el viejo marino Zinovy temía seriamente que
algunos pudieran volcar. Dió orden de no enarbolar insignias grandes en las
vergas de los navíos más inestables; presumía, solo con ver aquellos viejos
y pesados cascarones, que un mal golpe de viento los haría zozobrar...

Al poco de echares a la mar, pudo contemplar que las cualidades marineras de
sus buques eran peor de malo ya previsto, su lentitud era agobiante, debido
también al excesivo peso de sus estructuras poco maniobreras. Y esto sucedía
a pesar de haber prescindido amargamente del armamento de menor calibre
antes de zarpar, en un desesperado intento de bajar la línea de flotación...

Ante la perspectiva de enfrentarse a la poderosa armada japonesa a bordo de
aquellas antiguallas, la moral de la dotación estaba por la sentina. Los
jóvenes marinos, procedentes en su mayoría del agro de la madre Rusia, ni
siquiera sabían cuan grande era el mundo, Japón, para ellos, debía estar muy
cerca.
Llegó el día el que uno de los vigías avistó la armada nipona, aviso "de un
ataque en toda regla" y se disparó una feroz andanada desde los buques más
cercanos a la avanzadilla enemiga. Zinovy llegó tarde para detener el fuego
artillero, solo para descubrir que habían hundido una flotilla de pesqueros
de arrastre de Hull, Inglaterra. Aún estaban en el Mar del Norte...

La noticia llegó a la prensa y el mundo se burló del vicealmirante y su
infame escuadra, "El Terror de los Mares", decían. El Foreign Office estaba
indignado y exigió reparaciones a Rusia.

Rozhestvensky debía beber inmerecidamente del amargo cáliz del descrédito,
pues el era realmente un profesional, condenado, como muchas personas
competentes, a lidiar, como si de un castigo divino se tratase, "contra la
incompetencia y la perfidia de sus subordinados, la corrupción de sus
superiores, y el antagonismo y las burlas del mundo" en palabras del
historiador Fuller.

Ánimo no le faltaba, y decidió contagiarlo a su tripulación haciéndoles
probar su puntería con la artillería naval, a la par que les serviría de un
ejercicio táctico que pudiera salvar su vida llegado el momento. Para la
maniobra, el vicealmirante eligió un pequeño buque de apoyo como blanco, al
que debía arrastrarlo un torpedero. A fin de cuentas, "si hundían el
blanco -pensó, no se perdía gran cosa".
Desde cubierta observó orgulloso como sus tres destructores disparaban
contra el blanco. Cuando el señalero alzó las banderas con el código naval
numérico que designaría el numero de impactos, el vicealmirante debió
palidecer; consta que el avezado marino fue un destacado artillero en su
juventud. Ahora sus muchachos habían logrado un solo impacto: en el
torpedero que arrastraba el blanco...

Le llegaron nuevas de Rusia: su bienamado Zar le enviaba refuerzos.

Ante esta noticia, Zenovy ordenó a sus fogoneros que palearan carbón en las
calderas como posesos. Había que trabar combate contra los japoneses antes
de que les alcanzasen más barcos cochambrosos y más ineptos de los que
responsabilizarse...

Mientras la flota huía a toda máquina de sus propios refuerzos, el vigía del
buque de reparaciones avistó barcos enemigos. Su oficial no dudó en abrir
fuego, disparando una salvaje descarga de trescientos proyectiles contra los
tres navíos nipones. El enfrentamiento se saldó con los tres buques
hundidos: un mercante sueco, un pesquero alemán y una goleta francesa.

Una cosa le quedó clara a Rozhestvensky: había que mejorar la puntería.
Ahora, probarían con los torpedos. Entonces el vicealmirante descubriría
perplejo que aún no estaban impresos los manuales con los códigos de uso de
los torpedos...

Aún así, había que probar o no tendrían ninguna oportunidad cuando, de
verdad, estuviesen ante los japoneses. Un destructor lanzó siete torpedos
desde los tubos, otra vez contra un barco como blanco. Uno ni siquiera salió
del tubo, dos viraron 90º y se dirigieron a tierra, dos mantuvieron un rumbo
estable, pero fallaron, y el otro "describió círculos y más círculos,
sumergiéndose y emergiendo como una marsopa, aterrorizando a toda la flota"
según narra el historiador Hough.

Zenoby empezó a caer desde entonces en un estado semiletárgico. Recibió una
orden del castigo que le deparaba su Zar: una vez que hubiese hundido a la
flota nipona, debía retornar para ser relevado del mando. En opinión de sus
compañeros, este mensaje le sumió en una "melancolía existencial" que hoy
sería denominada por la medicina como Parálisis Depresiva, esto sucedió poco
antes de recibir un nueva alerta de avistamiento de la flota enemiga...

Pero esta vez era la soberbia escuadra de 45 buques del almirante Togo
quienes les aguardaban en el estrecho de Tsushima. Fue la batalla naval más
grande desde Trafalgar. Los nipones, mejor armados y más rápidos,
aprovecharon su potencia de fuego para hundir un acorazado ruso casi de
inmediato, y dispersar la flota tras romper su formación de línea de
batalla. Antes del anochecer de ese 27 de mayo e 1905 otros tres acorazados
rusos yacían en el fondo del océano.

El vicealmirante Rozhestvensky ya había cumplido con su deber de presentar
batalla, y puso rumbo a la rusa Vladivostok, al norte. Pero los
lanzatorpedos japoneses de Togo le persiguieron como chacales, y hundieron,
encallaron o tomaron a 28 buques más. Zenoby cayó prisionero, solo una
docena de sus buques lograron llegar a puerto y terminar su odisea. El
emperador de Japón perdió tres de sus lanzatorpedos en toda la batalla.

El Zar se vio obligado a firmar un tratado de paz.

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Gracias a De Re Militari
 
Muy interesante.

Para desatres también el de Annual que nos pilla más cerca. El otro día encontré una web en el que estaba muy bien descrito, información gráfica incluida. Lamentáblemente no tomé nota de la dirección. Búsquelo y postéelo Laerthes. Vale la pena.
 
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Buenas Tardes.
 
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