cuellopavo
Frikazo
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Quiero hablar de la historia de Lucy. Lucy fue adoptada nada más nacer por un matrimonio newyorquino. Fue adiestrada en el trato con personas de su entorno, en costumbres civilizadas, se educó oliendo el humo y el asfalto, creció recorriendo las avenidas de Manhattan y abrumándose con sus inmensos rascacielos, le gustaba pasear por el central park los días muy soleados y disfrutaba como nadie parando a comprar cacahuetes en los puestos ambulantes.
Lucy vivió durante 16 años con sus padres adoptivos, los cuales, además de acostumbrarla a su forma de vida, la enseñaron a comunicarse con ellos a través del lenguaje. El lenguaje de los signos, porque Lucy es un chimpancé, y no puede hablar.
No puede hablar, pero es capaz de entender casi mil signos y usar unos quinientos. Tras haber aniquilado casi la totalidad de su instinto animal gracias al trato con el género humano, Lucy es enviada a una reserva zoológica de Africa porque sus dueños no pueden seguir haciéndose cargo de ella.
Nada más llegar, los cuidadores observan cómo Lucy se pasa los días hecha un ovillo en uno de los rincones de la jaula. Vive atemorizada de los demás chimpancés y en ningún caso accede al trato con ellos. Tan sólo alguna vez se atreve a acercarse a los barrotes para hacer extraños gestos a las personas que visitan el zoológico. Un día, un chico sordomudo que visitaba las instalaciones del parque con sus padres, descubre, estupefacto, que un chimpancé se dirige a él una y otra vez con una frase frenética por medio de señas: "Help out, please", que viene a ser algo así como: ayuda salida, por favor.
Quizá nunca nadie pueda decirnos con exactitud qué clase de ser es Lucy, no pertenece al género humano, pero ya tampoco pertenece del todo al reino animal. Entre humanos, Lucy es una simpática mascota que hace reir a las visitas. Entre los monos, es un pariente lejano y totalmente ajeno al instinto de la especie. Lucy es una criatura deforme que no cabe en ninguno de sus mundos.
Nadie puede imaginar la angustia de Lucy pidiendo auxilio a los paseantes, viendo como ningún congénere, hombres y mujeres (como ella), son capaces de entenderla. Sintiendo la extrañeza inhóspita del lugar y la incomunicación axfisiante. Los monos la asustan, los hombres la ignoran. Perdida, sometida a la incertidumbre tortuosa de no saber lo que sucede. Porque Lucy tiene más cerebro que un mono, pero menos que un humano. Lucy ha pasado a formar parte de lo teratológico, de los franskenstiens, de los quasimodos, de las creaciones anómalas donde el hombre se distingue del monstruo. El monstruo siempre es ese ser fronterizo que sufre su diferencia, que recibe el reproche de su osadía, o la condena de su creador, por verse obligado a vivir en un mundo imposible para él.
Para Lucy ya no hay camino posible, queda atrapada en un mundo sin límites definidos, en un ostracismo absoluto, definitivo, inacabable. Y lo más extraño de la historia es que a uno le queda la sensación de que pocas veces, como en esta, ha comprendido tan hondamente el auténtico significado humano de la soledad.
Lucy vivió durante 16 años con sus padres adoptivos, los cuales, además de acostumbrarla a su forma de vida, la enseñaron a comunicarse con ellos a través del lenguaje. El lenguaje de los signos, porque Lucy es un chimpancé, y no puede hablar.
No puede hablar, pero es capaz de entender casi mil signos y usar unos quinientos. Tras haber aniquilado casi la totalidad de su instinto animal gracias al trato con el género humano, Lucy es enviada a una reserva zoológica de Africa porque sus dueños no pueden seguir haciéndose cargo de ella.
Nada más llegar, los cuidadores observan cómo Lucy se pasa los días hecha un ovillo en uno de los rincones de la jaula. Vive atemorizada de los demás chimpancés y en ningún caso accede al trato con ellos. Tan sólo alguna vez se atreve a acercarse a los barrotes para hacer extraños gestos a las personas que visitan el zoológico. Un día, un chico sordomudo que visitaba las instalaciones del parque con sus padres, descubre, estupefacto, que un chimpancé se dirige a él una y otra vez con una frase frenética por medio de señas: "Help out, please", que viene a ser algo así como: ayuda salida, por favor.
Quizá nunca nadie pueda decirnos con exactitud qué clase de ser es Lucy, no pertenece al género humano, pero ya tampoco pertenece del todo al reino animal. Entre humanos, Lucy es una simpática mascota que hace reir a las visitas. Entre los monos, es un pariente lejano y totalmente ajeno al instinto de la especie. Lucy es una criatura deforme que no cabe en ninguno de sus mundos.
Nadie puede imaginar la angustia de Lucy pidiendo auxilio a los paseantes, viendo como ningún congénere, hombres y mujeres (como ella), son capaces de entenderla. Sintiendo la extrañeza inhóspita del lugar y la incomunicación axfisiante. Los monos la asustan, los hombres la ignoran. Perdida, sometida a la incertidumbre tortuosa de no saber lo que sucede. Porque Lucy tiene más cerebro que un mono, pero menos que un humano. Lucy ha pasado a formar parte de lo teratológico, de los franskenstiens, de los quasimodos, de las creaciones anómalas donde el hombre se distingue del monstruo. El monstruo siempre es ese ser fronterizo que sufre su diferencia, que recibe el reproche de su osadía, o la condena de su creador, por verse obligado a vivir en un mundo imposible para él.
Para Lucy ya no hay camino posible, queda atrapada en un mundo sin límites definidos, en un ostracismo absoluto, definitivo, inacabable. Y lo más extraño de la historia es que a uno le queda la sensación de que pocas veces, como en esta, ha comprendido tan hondamente el auténtico significado humano de la soledad.