solo para valientes

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La concubina de satán

Laurita hacía tres meses que había cumplido los catorce años. Ella era la hija única de una familia de selecta ralea y su educación había sido modélica y acorde con las espectativas que sus padres habían confiado en su pupila.

Recibía cuatro días a la semana clases de piano y en la institución religiosa de enseñanza en la que estudiaba, sin duda, era la número uno de su promoción sobresaliendo brillántemente entre sus compañeras. Pero no sólo en su formación intelectual destacaba, el acatamiento y práctica de su fe católica eran también motivo de orgullo para sus progenitores.

Su madre, la había iniciado desde muy niña en las rígidas prácticas de la
beatería: Misa dominical, televisión limitada, amistades restringidas y estricta conducta moral que incluía la oración diaria de toda clase de Credos,Padrenuestos y Ave Marías. Laurita parecía sobrellevar con soltura este espartano y casi ascético esquema vital.

Era Junio y los exámenes finales se asomaban del mismo modo que el verano. A Laurita únicamente le quedaban dos, uno de los cuales, el de Historia, era especialmente complicado por la cantidad de materia exigida. La profesora, famosa por su exigencia, intentaba someter a su alumnado a una prueba de fuego al solicitar el estudio de todo el libro del curso para un solo examen.

A Laurita normalmente no le intimidaban estos retos, incluso normalmente la incentivaban porque le suponían la oportunidad de descollar sobre el resto de sus compañeras. Pero en esta ocasión, el hecho de ser el penúltimo examen junto con las clases de piano y una breve pero intensa gripe estival habían atorado las capacidades de estudio de Laurita.

El fin de semana justo antes del examen, que cayó en lunes, Laurita había
logrado memorizar casi todos los temas del libro de historia, y el domingo por la tarde sólo quedaban 3 de los 22 temas para conseguir la plena memorización.

Pero un obstáculo se interponía para dicho objetivo: La Misa de las siete. Si asistía al Sagrado Acto Eucarístico Laurita perdería al menos dos horas
transcendentales. Pero perder la Misa por un acto terrenal, por muy importante que fuese, no entraba en la cabeza de Laurita.

Sin embargo, por primera vez, la duda se hizo presente. Su profesora de historia adelantó que preguntaría sólo tres de los ventidos temas. El riesgo era pequeño pero no descartable.

Laurita finalmente decidió ir a Misa pero media hora antes de acudir a la
Iglesia rezó a solas en su habitación. Pidió a Dios que, ya que ella se
sacrificaría para comulgar, sería justo que Él la echase una mano en cuanto a la elección de la profesora de historia con las preguntas del examen. Laurita incluso dejó caer una lágrima como muestra de la terrible encrucijada en la que se encontraba.

Pese asistir a Misa, Laurita consiguió estudiar todos los temas, salvo uno...
precisamente el que salió junto a otros dos en el examen. El rostro de Laurita cuando la profesora presentó el examen fue indescriptible. Con las lágrimas a punto de estallar entregó su ejercicio. Lágrimas que no puedo contener cuando supo la calificación de su exámen: un mísero siete.

Laurita sufrió entonces una profunda crisis de fé, la situación no era para
menos: ella había sacrificado más de dos horas de estudio para asistir a la
Fiesta del Señor y Este sin embargo no había sido capaz de utilizar una
infinitesimal parte de su Todopoderoso Poder para ayudarla en tan crítico lance. ¿Cómo podía haber creado todo el Universo en siete días, contando con uno de descanso, y había ignorado la humilde petición de modificar una pequeña probabilidad de uno a ventidos?

Laurita, pese a que fuese obediente no quería decir que fuese pasiva y algo en su interior la empujó a rebelarse.Eran muchas las Misas, rezos y buena coducta para tan escasa renta. Era el momento de la reacción, de la vendetta.

Laurita pensó que en un mundo tan turbulento y colmado de vicio, una fiel sierva como ella era una baza importante en la lucha entre el Bien y el Mal que libraban Dios y satanas. Cambiándose momentaneamente al lado oscuro podría dar una lección al Altísimo. Y como la oveja extraviada pronto la echaría de menos y le serviría de escarmiento Divino.

Estuvo a punto de cejar en este empeño, de olvidar en lo posible esta afrenta, pero siempre retornaba a su pensamiento la imagen de su amiga Marta, la hasta ese día segundona de la clase, con su aparato dental, sus gafas de topo y la mejor de sus sonrisas diciéndola: "Lo siento Laura, un siete no es tan mala nota... yo una vez también saque un siete". Que sabrá esa mala zorra lo que es una mala nota.

Laurita comenzó a maquinar algún acto suficientemente malvado como para llamar la atención de Dios. Contempló quemar sus peluches en simbólico akelarre, contempló salir a la calle sin ropa interior incluso el escandaloso acto de recibir la Sagrada Forma sin antes pasar por la Confesión.

Sí, ya se que vosotros, habríais pensado en que Laurita podría masturbase con un crucifijo, o enjuagarse el coño con agua bendita o quemar a los padres con queroseno... Pero la mente de Laurita no alcanzaba esas cotas. Ella reflexiono arduamente sobre la acción más satánica que estaba a su alcance y finalmente halló el acto más diabólico que jamás se le había pasado por la cabeza: Mearse en la pecera.

La idea de mearse en la pecera invernaba en la cabeza de Laurita, como si de un fantasma se tratase, desde hacía varios meses.Con el tiempo, el lado más tétrico de la mente de Laurita había fraguado a sus espaldas un intenso odio hacia el pez que habitaba en aquella pecera.

Todo comenzó en las pasadas navidades. La abuela de Laurita filtró a esta que sus padres estaban sopesando la posibilidad de regalarla una mascota. Laurita siempre había querido un perro, a lo que sus padres siempre se habían negado, pero esta vez parecía que iba a conseguir obtener su deseo.

Llegó la Nochebuena y Laurita apenas podía contener su paciencia. Después de la cena, sus padres la regalaron un par de muñecas más para añadir a su colección y tras estos presentes pidieron a Laurita que se vendase los ojos para su siguiente regalo.

Laurita, recordando la revelación de su abuela, no cabía en sí de gozo. El par de minutos que permaneció vendada le parecieron un abismo de tiempo casi insalvable en el cual afinó sus oídos por si en medio de aquella oscuridad podía escuchar algún ladrido que delatase la presencia del perro.

"Hija, ya te puedes quitar la venda". Y cuando lo hizo. ¿Qué encontró frente a ella? ¿El cachorro canino que tanto ansiaba? No. Una pecera, no muy grande, y dentro de él un extraño pez negruzco, alargado y con bigotes que se arrastraba, inquieto, entre las algas recorriendo su nueva morada. "¿Qué es eso?" Pregunto Laurita con voz contrariada. "Un pez gato!!!" respondió orgulloso su padre, "¿Te gusta, Laurita? Ya tienes tu propia mascota".

Laurita no dijo nada, quedó con un gesto ausente observando las evoluciones de aquel pez tan raro que no paraba de moverse. "Y ahora Laurita, habrá que ponerle un nombre. Yo había pensado en Neptuno... o Costeau... o..." El padre pronto fue interrumpido: "Fernando, deja que elija la niña. Laurita, ¿Qué nombre le quieres poner?". Laurita mantenía la lejanía en su mirada y esta ya traspasaba al propio acuario. Unos segundos angustiosos para los padres dieron paso a la respuesta de
Laurita: "Sucio". La madre dio un pequeño respingo al escuchar aquel nombre tan despectivo: "Bueno, hija, mañana quizá se te ocurra otro nombre más adecuado".

Y allí quedó el pez, semi-abandonado y anónimo en un rincón del salón (Laurita no permitió nunca que lo transladasen a su habitación). Sólo la madre de Laurita le surtía de los cuidados mínimos para su subsistencia y cada día le daba de comer con el mismo entusiasmo con que quitaba el polvo de las figuritas del armario.

A su vez, y quizá sin saberlo, Laurita gestó un agudo resentimiento hacia aquel animal que había sustituido a su ansiado perro. Ahora su subsconciente había encontrado la vía de acabar con ese inútil bicho que había impedido que Laurita disfrutase de un cachorro al que podría regañar cuando mordisqueara sus muñecas o se mease en las cortinas.

Laurita leyó una vez que los peces de acuario son muy sensibles a los cambios en el PH del agua. Sí vertiese una cantidad suficiente de orina en el agua de la pecera, el ácido úrico conseguiría variar notablemente el valor del PH originando la muerte del pez bigotudo sin que nadie supiese jamás cual pudo ser la causa del fallecimiento. El crimen perfecto.

El plan de Laurita era el siguiente: Invariablemente, las tardes de los jueves, poco antes de que Laurita sale de su clases de piano, su madre abandona la casa para irse a cotillear junto a una amiga que reside en el mismo barrio. Por espacio de tres horas o más, la casa queda sola. En ese periodo de tiempo, Laurita podría consumar su fechoría con toda tranquilidad.

Laurita fijó un día para llevar a cabo dicho plan y estudió cada detalle hasta obsesionarse de tal manera que incluso varias noches tuvo una extraña pesadilla en la que su salón se había convertido en un acuario gigante donde ella perseguía al pobre pez gato y, cuando casi le tenía atrapado, una cegadora luz roja inundaba el salón, momento en el que se despertaba sobrecogida.

Dicha pesadilla se repitió un par de veces hasta que llegó el día elegído, el
día en que se consumaría el sacrificio maligno que hicese comprender a Dios que con Laurita y sus notas de historia no se juega.

Laurita llegó a casa con su uniforme colegial y la mochila más cargada de lo habitual. Hoy era el día que tanto había esperado, aquel en que debía consumar su contribución al Mal meándose en la pecera para provocar la muerte de su aborrecido pez gato.
Su madre había dejado, como cada jueves, una nota encima de la mesa del salón con instrucciones de donde encontrar la merienda y que hacer de cena en caso de que ella regresase tarde. Esta era una señal inequívoca de que el plan de Laurita empezaba con buen pie.

En la misma mesa donde se encontraba la nota, Laurita abrió su mochila y sacó de ella cuatro latas de cerveza, una caja de medicamentos y un CD. Tras hacerlo se acercó a la pecera y golpeó con un nudillo el cristal: "Pececito... esta tarde va a ser muy especial para ti".

Las latas de cerveza y los medicamentos, diuréticos, los utilizaría Laurita para provocarse la micción, además Laurita había leído que ambas cosas aumentaban los niveles de ácido úrico en el organismo. El CD, una grabación pirata de las canciones más "cañeras" de Britney Spears, era para conseguir un ambiente más satánico.

Britney Spears era una artista vetada para los padres de Laurita. La
consideraban una descarada y una frívola que empujaba a las adolescentes a las relaciones pre-matrimoniales. Laurita pensó que esos eran méritos suficientes para amenizar su encuentro con el Mal.

Laurita se bebió tres de las cuatro latas de cervezas que traía, le fue
imposible tomar la cuarta. Ella nunca había bebido cerveza y su agrio sabor le pareció sumamente desagradable. Después se administró una dosis de diuréticos. Sin duda, una mezcla interesante. Ahora sólo quedaba esperar a que surgiesen las ganas de orinar.

Y pasada más de media hora no sólo aparecieron las ganas de mear sino los efectos, más que considerables, de una prometedora embriaguez. Laurita dio un brinco del sillón donde guardaba espera al grito de: "Pececito, voy a por ti!!!".

Laurita enseguida comprendió que algo, o todo, en el Cosmos había cambiado. Era la primera vez que se encontraba borracha y celebró con solitarias risas esta circunstancia. Sustituyó el disco de Mozart que descansaba en la minicadena del salón por el de Britney y esta comezó a cantar a un volumen vecinalmente inanmisible.

La euforía de Laurita comenzó a crecer exponencialmente y se le ocurrió una genial idea para añadir a su particular ceremonia "satánica". Laurita, mediante incontrolables vaivenes, se encaminó hacia el cuarto de baño y una vez allí se aplicó uno de los pintalabios que su madre tenía en un neceser.

La total ausencia de práctica junto a la embriaguez consiguió un resultado poco menos que llamativo. Laurita se carcajeó de si misma frente al espejo durante unos minutos. A punto estuvo de aplicarse también el "rimel" pero una bocanada de coherencia la libró del estropicio.

Y de esa guisa, con su faldita escocesa y la camisa colegial haciendo contraste con sus labios desbordados de rojo y chillón carmín, regresó al pasillo dando gritos de "Peez...e..ziiitooo!!!" que se imponían a los propios alaridos de la Britney.

Unos cuantos tumbos más la llevaron de nuevo al salón. Sus párpados medio caídos por el alcohol, su boca medio abierta por la misma causa y sus labios maquillados como los de un payaso daban a Laurita cierto, e inquietante, aire de lolita yonki-psicópata .

Laurita fijó su mirada en la pecera, parte de su pelo tapaba uno de sus ojos. Paso a paso, lentamente se acercó a ella y con siniestro mirar aproximó su rostro al cristal. El pez gato asomaba por una de las pequeñas piedras instaladas en la pecera y comenzó a moverse entre ellas. Las pupilas de Laurita, amplias como una luna llena, hostigaban sus movimientos.

Laurita sintió un impuro calor que nacía en su pecho y su respiración se
acentuó. Sus párpados se fueron cerrando al mismo tiempo que su pulso se desbocaba. En escasos instantes su respiración se transformó en casi un jadeo y de su conciencia surgió un impulso de oscura naturaleza y ajeno a su voluntad: Laurita sacó su lengua completamente, como para realizar una felación, e inició un intenso e interminable lametón a la pecera dejando en su cristal un sinuoso reguero de saliba y carmín.

Pese a la baja temperatura del cristal de la pecera, Laurita sentía, mientras lo recorría con su lengua, un ardiente calor en la misma. Y poco a poco, la cálida sensación en su pecho fue bajándo de localización hasta transformarse en el más extraño placer que Laurita jamás había sentido: fue algo así como tener un orgasmo producido por cuchillas de afeitar.

El pez gato, impasible coprotagonista de la escena, quedó paralizado. Como si una manada de tiburones blancos, la Orca Willy, cinco submarinos nucleares rusos y el mismísimo Capitán Pescanova, le acechasen a escasa distancia.

Durante esos eternos segundos en que lamió la pecera, Laurita había sido la concubina del satán.

Cuando Laurita volvió en sí, después de lamer la pecera, desabrochó tres de los botones de su camisa, humedecida por una repentina sudoración que traslucía su juvenil sujetador. Los alaridos de Britney, momentaneamente abducidos durante el trance, retornaron a la mente de Laurita y esta optó por dar al Pause en la minicadena para dar tregua a sus oidos. Además había llegado el momento cumbre de la ceremonia y era necesario el silencio. Laurita asió la pecera con sumo cuidado y, no sin esfuerzo, la trasladó hasta el suelo del salón. Después arrinconó la mesa cercana hacia una de los sofás para dejar espacio suficiente al inminente rito maligno. Ubicó la pecera en el centro de la recién creada amplitud y entrecerró la ventana para evitar distraerse con una espontanea ventolera que amenazaba con perturbar la calma del hasta entonces apacible día.

Introdujo sus manos bajo los cuadros de su falda y con un delicado movimiento se bajó sus melosas e inmaculadas bragas de algodón. Con igual parsimonia, colocó las bragas en su muñeca izquierda cual improvisada pulsera. Bajo la aparente tranquilidad de Laurita se ocultaban unas acuciantes ganas de mear que ella disimulaba dada la relevancia de la situación. Pero Laurita decidió combatir el fuego con el fuego y rescató la cuarta lata de cerveza, que antes no pudo beberse, para hacerla compañía y de paso darla un trago.

Laurita colocó un pie a un lado de la pecera, después el otro en su flanco
opuesto y con una gracil flexión se puso encima de cuclillas. Con la mano libre de la lata de cerveza, remangó su falda, evitando así futuras salpicaduras, y relajó su organismo para ayudar a fluir la dorada manufactura de su riñón.

La atmósfera de su alrededor se tornó áspera y un burbujeo similar al que sintió cuando lamió la pecera renació en su interior. Laurita desparramó su mirada entre las paredes y de nuevo el éxtasis infernal atrapó su mente. Las primeras gotas de orina golpearón el agua de la pecera. Laurita dejó sus ojos en blanco y el caudal desatado por su vejiga aumentó. Después sacó la lengua y con ella empezó a humedecer los charcos de carmín diseminados por sus labios.

Mientras, el moderado viento que en el exterior se había desatado tomó formas huracanadas, azotando con virulencia las ramas de los arboles, y cuando Laurita hubo alcanzado el climax en la micción ese mismo viento abrió violentamente la ventana que previamente había entrecerrado. Como consecuencia de ello, el marco de la ventana golpeó la minicadena, que se encontraba próxima a dicha ventana, y Britney reinició su griterío.

Este estruendo sacó a Laurita de su enajenación y al abrir los ojos se encontró con que la intensa y rojiza luz del atardecer había anegado todo el salón. Enseguida encontró paralelismos con la luz que aparecía en sus pesadillas. El viento que se colaba por la ventana movía su pelo desordenándolo. De pronto sintió un punzante escalofrío, como un latigazo en sus entrañas. Algo iba muy mal.

La dulce musicalidad del chorrito de pis de Laurita se tornó viscosa. Su labio inferior empezó a temblar. Ella no se atrevía a bajar la mirada para comprobar que estaba sucediendo. Pero su angustia era ya incontenible y la forzó a agachar su cuello para constatar lo que ocurría bajo su falda.

Cuando sus ojos alcanzaron la pecera el propio pánico y espanto impidieron que Laurita lanzase el grito que abortó en su garganta. El agua de la pecera estaba teñida de rojo al igual que la luz vespertina había hecho con todo el salón.

Quiso la Providencia que Laurita sufriese en ese preciso día y a esa precisa hora su primera menstruación. Laurita proporcionó, al pez gato, un cuantioso bautizo de sangre que fue "privilegiado" testigo, en primera fila, de su transición de niña a mujer.

Y es que Laurita había subestimado el Poder de Aquel con el que quería ajustar cuentas. Uno puede vengarse del vecino del tercero sin que nada le ocurra pero enseñar las uñas ante el Sumo Creador puede ser contraproducente.

Si Laurita hubiese reflexionado más en sus lecturas de los pasajes del Antiguo Testamento se hubiese dado cuenta que el Dios sobre el que quería arrojar su venganza era el mismo que había esparcido las más terroríficas plagas, castigado a pueblos enteros, convertido los ríos en sangre y sacrificado a cientos de primogénitos. ¿Acaso una virginal niñata catorceañera le iba a enseñar algo acerca de venganzas o ajustes de cuentas?

Además Laurita desconocía que cuando Dios da lecciones las remata y de que manera:

El alto volumén con que sonaba la minicadena de música, reactivada por el marco de la ventana, había amortiguado el ruido de la puerta de la entrada que anunciaba el imprevisto y repentino regreso de la madre de Laurita junto a su amiga. Ambas decidieron, curiosamente aquel día, cambiar el escenario de sus chismorreos por la casa de la madre de Laurita.

Cuando llegaron al salón, alarmadas por una de las ruidosas canciones de la Britney, encontraron una inesperada y desoladora escena: Laurita acentuadamente ebria, con sus morros profusamente pintados, depositando en la pecera, y de cuclillas, su menarquía mientras sostenía las bragas en una muñeca y una lata abierta de cerveza en la otra.

"LAURA, POR DIOS!!!! ¿¡¿¡QUE ESTÁS HACIENDO?!?! "

En su vida tuvo Laurita una pregunta más dificil a la que contestar...

...y el viento cesó.


Epílogo:

El pez gato fue rescatado a tiempo por la madre de Laurita y al día siguiente terminó en el hermoso y amplio acuario de un gran amante de la vida marina amigo del padre de Laurita. Allí tuvo una vida longeva y, sobre todo, menos solitaria.

La madre sobrellevó mal que su amiga de cotilleos extendiese por todo el barrio la estrambótica acción de su hija. Ahora, aparte de aumentar su dosis nocturna de anti-depresivos, dedica las tarde de los jueves a recibir clases de yoga.

Laurita cumplió como "condena" ocho meses y un día de psicólogo. Este atribuyó la acción de Laurita a un exceso de presión en la educación ofrecida por sus padres. Como compensación y para redimir el complejo de culpabilidad, sus padres compraron a Laurita un perro.

Sólo me queda reseñar, como anécdota, que cuatro años y medio más tarde, tras la fiesta de decimonoveno cumpleaños, Laurita perdió la virginidad con su segundo novio. El coito duró tres minutos y venticuatro segundos. Tras él, Laurita comentó:

"Luis, esto es la primera vez que se lo cuento a nadie y espero que no te
ofendas, pero hace unos años, lamiendo una pecera, me lo pasé mucho mejor."


Escrito por X-wngx
 
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Pero que pasó acá? Tenemos al competidor del Rey?
Debo decir que me leí el relato de principio a fin y, a pesar de lo largo, no me aburrí en ningún momento. Muy muy bueno, al menos para mí.
 
Gran post rabo es de ese tipo de post que merece la pena leer.
 
Ya lo creo que merece la pena ser leido.
Aunque no me gustaria que me dijesen que chupando la pecera lo paso mejor...la autoestima por los suelos, jeje
 
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