cuellopavo
El hombre y la caja
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- 23 Abr 2006
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Fue uno de aquellos veranos llenos de luz que anidan en la zarza más verde de mis recuerdos, justo después de conocerte, justo después de saber que yo te gustaba.
Quedábamos por las tardes para ir todos juntos a la playa, y en medio de los amigos conservábamos las distancias y nos mirábamos confidentes abriendo las puertas de nuestros sentimientos con miradas llenas de brillo y sonrisas tímidas, simientes del primer amor que nacía entre nosotros dos.
Cuando podíamos, e inventando alguna excusa quedábamos solos, yo te llevaba camino de la playa por los senderos del monte, buscando la intimidad que nos permitiera cogernos de la mano que pronto soltábamos cuando creíamos que alguien nos podía ver. Después llegábamos a la playa por caminos diferentes y yo esperaba diez minutos mirando desde lejos.
Una de esas tardes mientras recogíamos moras encontramos entre las silvas un nido de mirlo con las crías recién nacidas; y subiendo a una piedra podíamos ver como la madre las alimentaba. Era nuestro nido, nuestro secreto, algo más que compartir, y juntos un día dejamos pan allí para ver como el mirlo se lo daba a su prole. Pero para nuestra sorpresa al llegar y verlo, empezó a piar, y al momento a picotear salvajemente la cabeza de sus crías, matándolas y dejando el pan convertido en sopas de sangre. Cuando quise evitarlo ya era tarde, la hembra voló a un pino cercano chillando lastimeramente de una manera como yo nunca escuchara antes a ningún mirlo chillar.
Mas tarde en la playa contaba entre los amigos la historia y todos escuchaban con asombro.
- Que yo sepa, los mirlos malogran su nido abandonando las crías, no matándolas, decía yo como preguntando.
- Si quieres le pregunto a mi hermano, contestó el mas pequeño del grupo.
- Ah, ¿mucho sabe tu hermano de pájaros?
- Mi hermano tiene todos los huevos de pájaro del mundo.
- ¿Y tiene el de murciélago?
- Creo que si.
- Pues tráemelo mañana y se lo cambio por el gavilán disecado que tengo en casa.
Aquel verano lo recordaré siempre por los días hermosos en la playa, por conocerte, por los juegos juntos entre las sábanas blancas de los tendales del barrio, por los largos paseos nocturnos en la playa cogidos de la mano, el primer beso debajo de la ramblas... y como no, por como todo terminó al cabo de algún tiempo.
Nuestra relación salió a la luz. Con la muerte del secreto acabó también el encanto y poco tardaría en morir el verano. De repente todo el mundo comenzó a poner pan en nuestro nido, y para ocultar nuestros sentimientos, mejor acabar con ellos; juntos malogramos nuestro amor, éramos demasiado jóvenes para cargar nuestro querer en la cartera del colegio.
En aquel verano mi primer amor quedó grabado entre aguas claras y arena fina y blanca, mientras por los montes de la aldea algún mirlo con el pico tatuado en rojo cantaba canciones lastimeras de amor.
Aún hoy espero el huevo de murciélago...
Quedábamos por las tardes para ir todos juntos a la playa, y en medio de los amigos conservábamos las distancias y nos mirábamos confidentes abriendo las puertas de nuestros sentimientos con miradas llenas de brillo y sonrisas tímidas, simientes del primer amor que nacía entre nosotros dos.
Cuando podíamos, e inventando alguna excusa quedábamos solos, yo te llevaba camino de la playa por los senderos del monte, buscando la intimidad que nos permitiera cogernos de la mano que pronto soltábamos cuando creíamos que alguien nos podía ver. Después llegábamos a la playa por caminos diferentes y yo esperaba diez minutos mirando desde lejos.
Una de esas tardes mientras recogíamos moras encontramos entre las silvas un nido de mirlo con las crías recién nacidas; y subiendo a una piedra podíamos ver como la madre las alimentaba. Era nuestro nido, nuestro secreto, algo más que compartir, y juntos un día dejamos pan allí para ver como el mirlo se lo daba a su prole. Pero para nuestra sorpresa al llegar y verlo, empezó a piar, y al momento a picotear salvajemente la cabeza de sus crías, matándolas y dejando el pan convertido en sopas de sangre. Cuando quise evitarlo ya era tarde, la hembra voló a un pino cercano chillando lastimeramente de una manera como yo nunca escuchara antes a ningún mirlo chillar.
Mas tarde en la playa contaba entre los amigos la historia y todos escuchaban con asombro.
- Que yo sepa, los mirlos malogran su nido abandonando las crías, no matándolas, decía yo como preguntando.
- Si quieres le pregunto a mi hermano, contestó el mas pequeño del grupo.
- Ah, ¿mucho sabe tu hermano de pájaros?
- Mi hermano tiene todos los huevos de pájaro del mundo.
- ¿Y tiene el de murciélago?
- Creo que si.
- Pues tráemelo mañana y se lo cambio por el gavilán disecado que tengo en casa.
Aquel verano lo recordaré siempre por los días hermosos en la playa, por conocerte, por los juegos juntos entre las sábanas blancas de los tendales del barrio, por los largos paseos nocturnos en la playa cogidos de la mano, el primer beso debajo de la ramblas... y como no, por como todo terminó al cabo de algún tiempo.
Nuestra relación salió a la luz. Con la muerte del secreto acabó también el encanto y poco tardaría en morir el verano. De repente todo el mundo comenzó a poner pan en nuestro nido, y para ocultar nuestros sentimientos, mejor acabar con ellos; juntos malogramos nuestro amor, éramos demasiado jóvenes para cargar nuestro querer en la cartera del colegio.
En aquel verano mi primer amor quedó grabado entre aguas claras y arena fina y blanca, mientras por los montes de la aldea algún mirlo con el pico tatuado en rojo cantaba canciones lastimeras de amor.
Aún hoy espero el huevo de murciélago...