Libros Vault 156

LunaPARK

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10 Nov 2010
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Mandaban una lista con sus nombres, medidas y precio. Eran rubias parisinas, las más y alguna hispana entre números de cinturas diminutas. Las traían drogadas y las distribuían por toda la costa. En un par de horas. Miles de nombres. Números, dinero.

Algunos negocios triunfaron. Los clubs de alterne siempre tenían mercancía y las niñas con los ojos cerrados se removían entre las sabanas. Para cualquiera. Y eran muchos los que entraban y salían de los garitos más conocidos del país.

En las noticias daban exclusivas contando que era una banda que traficaba con droga. Pusieron fotos falsas con mercancía de otro caso. Todo el mundo estaba satisfecho por la eficacia. Y un pastor alemán recibió una medalla como mejor perro antidroga. La policía cobraba miles de dólares cada semana.

Algunos ricos empezaron a mirar el negocio con buen ojo. Se realizaron subastas al alza y se vendieron como mascota niñas de dieciséis años.

Saltaron las alarmas cuando los Asuntos Internos investigaron la situación. Encontraron pruebas en apenas media hora de trabajo. En otra media, la comisaría del oeste estaba convertida en una cárcel de policías. Esposaron a los agentes y los tumbaron en el suelo. No tuvieron en cuenta el hecho de que tuvieran placa. Ellos parecían superpolicias con gafas que les tapaban casi toda la cara.

En ese mismo momento treinta coches de policía y dos helicópteros se dirigían a Vault con las sirenas arrasando Barajas. Los helicópteros llegaron diez minutos antes que las patrullas. En uno de ellos estaba el sargento. Un tipo duro y negro que respiraba como un toro. Se bajó y se mantuvo apartado de la puerta 156 de la nave que le indicó su compañero. Tendría que pensar la forma de entrar. Quizás entrar con las metralletas fuera lo más sensato. Pero también le preocupaban las chicas.

En esto pensaba cuando el ruido de las sirenas se acercaba cada vez más.

El sargento miró su reloj. Estaban a dos minutos de su posición. El tiempo le quemaba. Llegaron las patrullas cuando los helicópteros ya estaban descansando sobre el asfalto de Vault, uno de los polígonos industriales más grandes de todo Barajas.

Los coches rodearon el edificio. No había salida trasera, pero de todas formas dos francotiradores se apostaron en el tejado de la nave de la calle anterior. Varios cuerpos policiales estaban unidos en el caso. El jefe coordinador era el sargento Town.

“Vamos a depurar todo lo que haya dentro, todo lo que se mueva puede ser disparado, intentar acertar”. Es todo lo que dijo. El teniente Buch limpió sus gafas en su camisa sucia y con una sonrisa torcida cogió un subfusil del .44. Mientras tanto Zilmer indicaba a los chicos la posición en un mapa que había traído de la oficina. Entrarían por las ventanas de arriba y por las puertas laterales. La sangre saldría por la puerta principal.

Habían pensando lanzar granadas de fragmentación por ambos lados. Todo parecía bien planeado.
 
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