Error de syntaxis
Clásico
- Registro
- 10 Jun 2006
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Estoy sentado en la biblioteca. Llevo ya unas dos o tres horas leyendo, y considero que ya he hecho suficiente por hoy. De reojo, observo a las dos chicas que llevan compartiendo mesa conmigo durante toda la tarde. Ambas tienen toda la pinta de tener la cabeza llena de mierda, como cualquier persona a mi edad. A pesar de mis densas y constantes apologías a la intelectualidad en forma de monólogo interior, no puedo evitar sentir como se me endurece la polla al verle las tetas a la que tengo más cerca. Va vestida como una puta muñeca: con colores brillantes, un peinado extravagante y artificial, y una sonrisa plástica (propia de aquellos ajenos a la costumbre del pensamiento) que muestra una corona de dientes blancos, parejos y brillantes. Se nota que está orgullosa de su sonrisa. Al reírse (y lo hace con una frecuencia anormalmente alta), separa los labios de forma exagerada para que el resto del mundo pueda observar su perfecta dentadura, seguramente pagada por unos padres adinerados.
Hace ya dos semanas que no follo, así que olvido el casi insalvable abismo cultural que existe entre ellas y yo; me pongo de pie, apoyo las manos sobre la parte de la mesa en la que estaban instaladas y con cara de interesante les suelto “¿Sois de letras?”. Ambas dejan de hablar, me miran, se miran entre ellas, vuelven a mirarme, y luego se ríen de forma escandalosa mientras me señalan con el dedo. Acompañan su humillante hilaridad con golpes en la mesa y en los apoyabrazos de las sillas. Un par de lágrimas asoman por debajo de sus párpados.
En mi perplejidad, percibo que sus miradas no se dirigen a mi cara. Enfocan hacia abajo. Hacia mi entrepierna. Al bajar la vista, descubro el motivo de las carcajadas: al bajar a los baños de la biblioteca, debí de olvidarme de subir la cremallera del pantalón. Ese descuido, combinado con la erección provocada por el aspecto de furcia de aquellas arpías, había dado como resultado un cilindro de carne rígida y enrojecida que, saliendo de forma obscena a través de la bragueta, apuntaba con lascivas intenciones hacia los rostros de ellas, que aún se reían de forma enfermiza e hiriente. Mi viril estaca de doce centímetros no era suficiente para ellas.
Mi reacción fue rápida y eficaz: una vez abierta la palma de la mano en toda su extensión, le di el impulso suficiente al brazo como para dejarlo caer sobre el rostro de la que tenía a mi derecha. Sin detenerme a medir las consecuencias de mi ofensiva, cogí con la otra mano una libreta que tenían sobre la mesa y se la incrusté en la boca por la fuerza a la de mi izquierda, la zorra de dientes bonitos. La euforia de la situación tuvo un efecto inesperadamente afrodisíaco, que aproveché masturbándome compulsivamente allí mismo y eyaculando a los pocos segundos sobre sus apuntes de filosofía. Mientras una de ellas ponía una mano sobre su cara y lloraba, la otra se tapaba la boca y miraba con pavor la pieza dental que mi golpe había desterrado de sus encías a la mesa.
Un tío que estaba por allí, más o menos de mi edad, quiso hacerse el héroe y se encaró hacia mí buscando combate. Dando el enfrentamiento por perdido por mi inferioridad física pero puesto hasta las cejas de adrenalina, me aferré a él cual perro en celo y me limpié los restos de semen frotando mi polla contra su ropa mientras recibía hostias en los costados como respuesta.
En ese momento, mientras sentía los impactos en las costillas y un suave rozamiento en el glande debido a la textura de sus pantalones, me encontré en paz conmigo mismo y el mundo, pues comprendí. No me extenderé explicando en qué consiste la comprensión, no sólo porque es una sensación tan compleja y subjetiva que resulta imposible de describir, sino porque aunque mi genio lo lograra, vosotros no lo entenderíais porque sois unos retrasados mentales que os pasáis el día en Internet en lugar de salir a la calle a vivir.
Por cierto, soy, junto con otros tres o cuatro, uno de los últimos guardianes del antiguo paradigma lolístico (precedido por otros, de los cuales también quedan pocos representantes; uno de ellos es moderador). Como comentaba con Microondas el otro día, el foro evoluciona hacia algo que no hace ni puta gracia, pero no puedo evitar pensar que nuestra época ha pasado y que la Edad del Retraso ha venido para no irse. Habéis heredado la gloria y la estáis convirtiendo en desechos. Sois repugnantes.
Hace ya dos semanas que no follo, así que olvido el casi insalvable abismo cultural que existe entre ellas y yo; me pongo de pie, apoyo las manos sobre la parte de la mesa en la que estaban instaladas y con cara de interesante les suelto “¿Sois de letras?”. Ambas dejan de hablar, me miran, se miran entre ellas, vuelven a mirarme, y luego se ríen de forma escandalosa mientras me señalan con el dedo. Acompañan su humillante hilaridad con golpes en la mesa y en los apoyabrazos de las sillas. Un par de lágrimas asoman por debajo de sus párpados.
En mi perplejidad, percibo que sus miradas no se dirigen a mi cara. Enfocan hacia abajo. Hacia mi entrepierna. Al bajar la vista, descubro el motivo de las carcajadas: al bajar a los baños de la biblioteca, debí de olvidarme de subir la cremallera del pantalón. Ese descuido, combinado con la erección provocada por el aspecto de furcia de aquellas arpías, había dado como resultado un cilindro de carne rígida y enrojecida que, saliendo de forma obscena a través de la bragueta, apuntaba con lascivas intenciones hacia los rostros de ellas, que aún se reían de forma enfermiza e hiriente. Mi viril estaca de doce centímetros no era suficiente para ellas.
Mi reacción fue rápida y eficaz: una vez abierta la palma de la mano en toda su extensión, le di el impulso suficiente al brazo como para dejarlo caer sobre el rostro de la que tenía a mi derecha. Sin detenerme a medir las consecuencias de mi ofensiva, cogí con la otra mano una libreta que tenían sobre la mesa y se la incrusté en la boca por la fuerza a la de mi izquierda, la zorra de dientes bonitos. La euforia de la situación tuvo un efecto inesperadamente afrodisíaco, que aproveché masturbándome compulsivamente allí mismo y eyaculando a los pocos segundos sobre sus apuntes de filosofía. Mientras una de ellas ponía una mano sobre su cara y lloraba, la otra se tapaba la boca y miraba con pavor la pieza dental que mi golpe había desterrado de sus encías a la mesa.
Un tío que estaba por allí, más o menos de mi edad, quiso hacerse el héroe y se encaró hacia mí buscando combate. Dando el enfrentamiento por perdido por mi inferioridad física pero puesto hasta las cejas de adrenalina, me aferré a él cual perro en celo y me limpié los restos de semen frotando mi polla contra su ropa mientras recibía hostias en los costados como respuesta.
En ese momento, mientras sentía los impactos en las costillas y un suave rozamiento en el glande debido a la textura de sus pantalones, me encontré en paz conmigo mismo y el mundo, pues comprendí. No me extenderé explicando en qué consiste la comprensión, no sólo porque es una sensación tan compleja y subjetiva que resulta imposible de describir, sino porque aunque mi genio lo lograra, vosotros no lo entenderíais porque sois unos retrasados mentales que os pasáis el día en Internet en lugar de salir a la calle a vivir.
Por cierto, soy, junto con otros tres o cuatro, uno de los últimos guardianes del antiguo paradigma lolístico (precedido por otros, de los cuales también quedan pocos representantes; uno de ellos es moderador). Como comentaba con Microondas el otro día, el foro evoluciona hacia algo que no hace ni puta gracia, pero no puedo evitar pensar que nuestra época ha pasado y que la Edad del Retraso ha venido para no irse. Habéis heredado la gloria y la estáis convirtiendo en desechos. Sois repugnantes.