Misógino Empedernido
El de los "cupiditos"
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- 13 Sep 2005
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Esta es la historia de como acabé en Barcelona acariciando un conejo (mamífero peludo) mientras me hacían una tremenda mamada.
Todo comenzó con un match de Tinder en modo global en Nochebuena con una hermosa moza de Barcelona. Yo resido en un pueblo del Cantábrico. No sé qué demonios vió en el perfil de un tipo 12 años mayor que ella pero algo le debió gustar y me acabó dando el teléfono.
La conexión por chat fue brutal, en tan sólo dos días ya me preguntaba cosas más propias de parejas consolidadas que de tonteos tindereños. Me mandaba fotos y vídeos que me hacían la boca agua, no de guarreridas sexuales, sino de su día a día. Era un pimpollo para un yeyuno como yo, una auténtica belleza y una dama. Me sentía como en una película de Sorrentino.
Me insistía en que teníamos que conocernos y le di mi palabra de que si seguía deseándolo tras las Navidades (tenía yo que visitar a la familia por las fiestas) iría a conocerla. Era cosciente de la quimera de lo virtual y las distancias geográficas y de edad, pero me estaba calentando y la locura le daba mordiscos a mi prudencia.
Me pedía fotos y vídeos y yo me hacía el remolón, consciente de que bastante suerte era que mis fotos del perfil, reales, explícitas y sin filtros, no le hubieran desagradado. Finalmente claudiqué y le mandé un vídeo charlando y saludando, era lo justo. Ahí se torció la cosa porque me dijo que al verlo no había sentido lo que esperaba.
Lo tomé con naturalidad y con elegancia, había sucedido lo lógico. Le dije que no pasaba nada y que agradecía la ilusion que habíamos vivido durante la semana. Ella dijo que le sabía mal por mí, muy considerada. Tras un último vídeo de felicitación de año que me envió, imbuida por el cava, se hizo el silencio.
Siguiente capitulo: maniobra Love Actually o "la película no se ha acabado hasta que sale la palabra fin".
Todo comenzó con un match de Tinder en modo global en Nochebuena con una hermosa moza de Barcelona. Yo resido en un pueblo del Cantábrico. No sé qué demonios vió en el perfil de un tipo 12 años mayor que ella pero algo le debió gustar y me acabó dando el teléfono.
La conexión por chat fue brutal, en tan sólo dos días ya me preguntaba cosas más propias de parejas consolidadas que de tonteos tindereños. Me mandaba fotos y vídeos que me hacían la boca agua, no de guarreridas sexuales, sino de su día a día. Era un pimpollo para un yeyuno como yo, una auténtica belleza y una dama. Me sentía como en una película de Sorrentino.
Me insistía en que teníamos que conocernos y le di mi palabra de que si seguía deseándolo tras las Navidades (tenía yo que visitar a la familia por las fiestas) iría a conocerla. Era cosciente de la quimera de lo virtual y las distancias geográficas y de edad, pero me estaba calentando y la locura le daba mordiscos a mi prudencia.
Me pedía fotos y vídeos y yo me hacía el remolón, consciente de que bastante suerte era que mis fotos del perfil, reales, explícitas y sin filtros, no le hubieran desagradado. Finalmente claudiqué y le mandé un vídeo charlando y saludando, era lo justo. Ahí se torció la cosa porque me dijo que al verlo no había sentido lo que esperaba.
Lo tomé con naturalidad y con elegancia, había sucedido lo lógico. Le dije que no pasaba nada y que agradecía la ilusion que habíamos vivido durante la semana. Ella dijo que le sabía mal por mí, muy considerada. Tras un último vídeo de felicitación de año que me envió, imbuida por el cava, se hizo el silencio.
Siguiente capitulo: maniobra Love Actually o "la película no se ha acabado hasta que sale la palabra fin".