En una entrevista dijo que no tenía mucho apego por la vida y que le daba un poco igual, que cuando le llegara la hora pues hasta aquí hemos llegado. A este le pasaba como al Pradells, que es aún más joven y no puede ni atarse los cordones sin jadear como una puerca pariendo. Pero es que su vida era esto, dijo que estaba sumido en una depresión y que destacar en este mundo era lo único que le daba ilusión en la vida. Igual prefería morir así a los 30 que suicidarse a los 23. Me explico, creo.
Son mentes que funcionan distinto.
Este chico era un adepto del blast&bruise, un nombre cool para lo que en castellano siempre se ha conocido como no parar nunca. A mediados de los dosmil según los protoforos de la internet era el secreto de los profesionales, pero siendo esta una época en la que ya pocos adeptos quedan del culturismo extremo últimamente lo estaban promocionando desde la perspectiva de la
salud bajo el pretexto de que es supuestamente mejor no llegar a estar nunca a niveles infrafisiológicos (viendo los resultados, espero que les devuelvan el dinero a las víctimas de la promoción). Muchos creen que es una práctica que empezaron los americanos, pero es mentira, la empezó un americano en concreto, como casi el 90% de "avances" en materia de dopaje de la década de los 90: Dan Duchaine.
Dan Duchaine no era culturista, su vocación era la dramaturgia y su hobby era la reparación de bicicletas, llegó al culturismo accidentalmente porque tenía un trastorno obsesivo-compulsivo que le hacía encontrar un placer inmenso en buscar soluciones a problemas únicos, y según él este era el campo perfecto donde no sólo había un montón de problemas (tanto de índole técnica como psicológica) sino una lista prácticamente infinita de personas lo suficientemente idiotas como para hacer caso de sus recomendaciones. No me entendáis mal, no era un estudiante de FP nocturna, de hecho era un tío extremadamente brillante, pero era un suicida sin ningún aprecio por su vida y mucho menos por la de los demás. Una de sus parejas sufrió un derrame cerebral, a otra tuvieron que amputarle una pierna, en uno de sus múltiples pasos por la cárcel se hizo adicto a un opiáceo inyectable y lo popularizó entre los competidores, un círculo de gente ya de por sí poco renuente a inyectarse cosas. Terminó muriendo a los cuarentaypico años.
Leyendo uno de sus artículos hace muchos años, me sorprendió que su respuesta a cuál era el afecto secundario más adverso que se podía sufrir era el cinismo, el vacío. En ese momento no lo entendí. Todos los motivos que explican por qué alguien querría poner en riesgo su vida haciendo esto (ser más grande, más fuerte, competir a un nivel más alto) pueden reducirse a uno sólo: creer que hacerlo te hará más feliz, y es cierto, en parte. Pero es una felicidad que debe ser calibrada muy cuidadosamente. Una vez que entras ahí, toda tu perspectiva sobre ti mismo cambia, a menudo de forma irreversible. Descubres un pesimismo, un cinismo sobre algo que antes era tu vida entera y sobre sus implicaciones y participantes que probablemente no tuvieras antes. Esta negatividad además permea casi siempre hasta todas las demás esferas de tu vida diaria y no te deshaces de ella nunca. Probablemente es una perspectiva más cercana a la realidad de la que podía ser tu estado mental previo, pero jamás he visto a nadie que fuera más feliz por ello. Nunca. Lo contrario, innumerables veces, empezando por mí mismo.
Hace unos meses estuve en un campeonato yendo a ver a un amigo y me enteré por casualidad de que acababa de morir una competidora. No en el campeonato mismo, en su casa, pero era bastante conocida por la mayoría de gente que estaba por ahí. A nadie le importó una putísima mierda. Sé demasiado bien que la vida es así, pero me sorprendió la frialdad con la que todo el mundo en este círculo asume cierta clase de cosas y la rapidez con la que se pasa página. Se naturalizan cosas que no son normales, y en lugar de reflexionar se usan las más que previsibles desgracias como reivindicación de que uno debe vivir su vida de la forma que más le llene, cosa que es cierta, pero no sé si morir a los 30 años o dejar un niño huérfano son cosas que no desearías poder revertir si pudieras hacerlo conscientemente. Yo en mi caso no haría nada distinto de lo que he hecho, pero cada vez estoy más desencantado con una disciplina que ya hace tiempo que no es la que era cuando me cautivó de pequeño.