Bueno, pues ya estoy en el keli. Voy a proceder a contar las historias doggueras. El señor Gintonic me insta a que vuelva a contar la de la golfa de las New Balance y me anima a proseguir con las otras dos, de modo que empezaré por rememorar la de la señorita con botines (en Sevilla las zapatillas deportivas son botines) de marca estadounidense.
Quiero empezar diciendo que el relato no va a quedar como el primero, más que nada porque no soy capaz de plasmar todos los detalles con los que lo adorné, no me acuerdo de todos o ahora recordaré algunos que no cité en el primer relato, cosa muy normal por otro lado, de todos modos intentaré clavarlo lo mejor que pueda.
Bien, si resulta que ningún hermano se ha embarcado nunca en la aventura de ir de dogging, decirle que es una empresa tan excitante como peligrosa, lo cual lo hace aún más excitante. Una cosa es ir a las cabinas de un sex shop a ver si te toca la lotería y hay una parejita metida en un cubículo con predisposición a chupar rabos (ella) y otra muy distinta es ir de dogging. Sitúense..., orillas del río Guadalquivair, 2:00 A.M., un camino de cabras bordeado por cañizares y muchísima basura desperdigada por todo el tramo, oscuridac, siluetas que se mueven en la sombra, faros de coches y de motos danzando sin orden ni concierto, un silencio incómodo, frío, incertidumbre.
Esta primera experiencia ocurrió entre 2016 y 2017, cuando salí del talego después de pagar siete meses que me quedaban y aparecí de nuevo por esta santa casa. Iba por la vida con la posha a dos mil, cogí el ordenatore y le di una paliza del copón descargando porno y buscando contactos. En la página Morbocornudos me fijé en una parejita que buscaba tíos y parejas en Sevilla para encuentros morbosos y bla ble bli, asín que, ni corto ni perezoso les mandé un emilio ofreciendo mis servicios como juguete sexual para lo que estimasen oportuno. Me contestó el menda haciéndome preguntas estándar tipo: ¿te gusta mi chica? ¿tienes buen rabo? ¿qué le harías? Etc. A esta última le contesté un poco lo que se suele contestar, no quería soltar burradas de las mías por miedo a que me descartase al temer encontrarse con Bosco, el de Tesis.
Hablamos durante un par de semanas más o menos por Skupe y resulta que al tío le molaba mucho también el Ruacanroll de los sesenta y setenta y todo eso. Total, que hicimos buenas migas. Ya más sueltos le dejé caer el tema del dogging y él me dijo que fantaseaba mucho con hacer algo asín de sórdido y tal, pero que su chica no estaría muy por la labor. Entonces yo le propuse lo siguiente:
YO.-
Mira, ¿por qué no lo dices que no estará sola contigo, sino también conmigo? o sea, en mi puta mierda de opinión que no vale ni para tomar por culo, que tendrá dos guardaespaldas por si algún capullo se pasa de la raya, y los demás freaks, viendo que se les puede cortar el rollo, se unirán a nosotros en su defensa (cosa que en realidad es bastante lógica).
EL NOTA.-
Lo puedo intentar, pero no prometo nada, aunque por intentarlo que no quede.
Al día siguiente me escribió diciendo que sorprendentemente ella había aceptado a la primera y quedamos ese mismo sábado a las 2:00 en el punto exacto debajo del estadio LOLímpico. Yo convencí a un colega del Parque Amate para que me acompañase, no fuera a ser que la cosa se torciese y dos mendas con dos palos o dos navajas imponen mucho más que uno. Además, intentaba matar dos pájaros de un tiro pretendiendo que se uniera a la movida y así habría un rabo más y más lefa para la fulana. Él accedió de buena gana porque se aburría tela al ser su vida principalmente un recorrido perpetuo de ida y vuelta entre su keli y el bar Manolo.
Llegó el día (o mejor dicho, la noche) de autos y nos montamos en mi bólido con la intención de llegar cuanto antes al punto de encuentro. Por el camino íbamos comentando que fijo que se rajaban, o que a lo mejor ni siquiera existía la colega, que todo era fruto de la mente retorcida de un pajillero (de un forero, vamos). Paramos un momento en el aparcamiento del estadio LOLímpico y nos metimos una raia pequeñita, lo justo pa envalentonarnos pero que no nos impidiese empalmarnos, sobre todo él, porque yo venía como una bala después de esos meses de encierro.
Enfilamos el sendero destartalado y lúgubre con un mortero de madera inmenso en la guantera de la puerta derecha y una navaja to guapa en la de la izquierda, la mía. A medida que avanzábamos íbamos flipando a cada metro. Había algún que otro coche parado en medio de la tinieblas y lo único que se apreciaba era el capullo de un cigarro subiendo de intensidad lumínica a cada calada que este recibía, una moto parada con el motorista sin quitarse el casco y el motos en marcha, uno con una gabardina dando paseos arriba y abajo muy nervioso, un grupo de tres tíos que también iban a pie cobijándose del viento bajo unos juncos la hostia de altos y, para rematar el cuadro, nosotros dos. Nadie se comunicaba con nadie, nadie preguntaba si estábamos allí para el dogging con la parejita de marras, todos callados y vigilantes.
De repente unos faros aparecieron en la lejanía, se iban acercando lentamente, muy lentamente, y estoy seguro de que todos pensamos que podrían ser los topboxes por la velocidad anómala a la que el vehículo circulaba. No, era la parejita que finalmente había aparecido.
Dieron una vuelta de reconocimiento a la explanada de cemento llena de basura que allí había, también muy lentamente, fijándose en el panorama, pasándole la lupa a la escena. Yo le dije a mi colega que en cuanto comprobasen la caterva de esperpentos que allí estaban esperándoles saldrían escopeteados del lugar, pero no fue así. Se detuvieron, pararon el motor y dejaron las luces encendidas para que interpretásemos todos que estaban allí para lo que estaban y que, efectivamente, eran ellos. Entonces, encendieron la luz interior del vehículo y se pudo apreciar en todo su esplendor a la chica vestida con una camisetita de tirántas mínima, sin sujetador, con el pelo suelto sobre los tetos y sonriendo; en seguida la apagaron de nuevo. Nos mandaron el mensaje de que allí estaba la mercancía.
Se formó un murmullo de sonidos ininteligibles, algunos ya se sacaban la polla, los que estaban fumando en sus coches salieron rápidamente, como si se les hubieran metido tres escolopendras dentro. Muy tímidamente ibamos todos avanzando en círculo quedando el coche en medio, poco a poco hasta que estuviéramos pegados a él rodeando el perímetro del mismo. Entonces yo me adelanté y llegué el primero a la ventanilla del conductor, pero no para ser el primero en tocar o ser tocado y/o mamado, sino para que el colega y sobre todo ella se sintiesen más protegidos.
-¡Qué pasa, tío! Soy Hitsfromthebong. Me he traído a un colega, así seremos tres guardaespaldas.
-De puta madre; ¿Empezamos?
-Quiero que empiecen ellos dos -dijo la cerda-.
En ese momento, a mi colega no sé qué carajo le pasó que se rajó, me dijo que se volvía al coche, que no se iba a empalmar y alguna que otra chorrada más, así que me quedé yo solo para abrir el show. Ella se encontraba en el asiento trasero y abrió la puerta. Yo la saludé educadamente y me lancé del tirón a por su cuello y sus tetas. A ella, por su parte, le faltó tiempo para bajarme el chándal y los carsonsillo y empezar a pajearme.
-¡Uf! Hostia tía, chúpamela, ¿no?
-Claro que sí, tonto -respondió con una sonrisita-
Empezó a mamármela y a ponerse super cachonda. El novio (o marido, no me acuerdo) le recordaba incesantemente lo puta que era, a lo que ella respondía excitándose aún más. Hizo señas a todos los demás para que se acercasen y allá que se lanzaron como auténticas alimañas hambrientas, en cuestión de segundos las manos la recorrían de arriba a abajo apretándole las carnes, cacheteándola y buscándole los agujeros y los pezones. Uno de ellos propuso follarla en fila india a cuatro patas pero ella accedió a medias, dijo que sólo la íbamos a follar yo y uno que le había molado.
El novio (o marido, no me acuerdo) sacó dos condones y nos los entregó con el pulso tembloroso. Yo me calcé el mío y ella se puso al borde del asiento trasero a cuatro patas, con el culo y los pies asomando al exterior del carro, le escupí directamente en tol coño y se la endiñé. Joder, entró como un cuchillo en mantequilla caliente. No llevaba ni treinta segundos bombeándola cuando vi que me iba a correr sin remisión, era el primer coño en el que la metía después de muchos meses de pajas y en seguida comprendí que no debía seguir follándola, muy al contrario lo suyo era dar gusto a mi vena voyeurista y meneármela viendo cómo se la follaba el otro mientras los demás aguilillas arramplaban con todo lo que podían metiéndole mano a saco e intentando que se la chuparan. A alguno se la chupó, pero pajeó a todos y dejó que le metieran mano hasta en la tarjeta de la Seguridad Social.
El que se la estaba follando pegó un grito, gruñó y se corrió mientras le daba fuerte, la sacó, se quitó el condón y lo lanzó a varios metros de distancia. Los demás se corrieron todos: uno en las tetas, otro en los muslos, otro al aire sin que le cayerá nada a ella, otro en el pelo, hasta que ya solo quedaba yo. Momento en el que me acerqué y le puse el culo perdido de calostros, guardándome las últimas gotas que siempre salen al final y dirigiéndolas a sus bonitos New Balance.
Según se iban corriendo los mendas se largaban sin ni siquiera dar las gracias ni despedirse, lo cual me puso todavía más burro y seguro que segregué algunas gotas más de lefa solo con ese detalle de desprecio hacia la golfa. Su pareja se deshacía en elogios hacia ella llamándola de todo entre interjecciones orgásmicas de ellos y salpicaduras de sabo.
Cuando ya se terminó la fiesta y no quedaba nadie salvo ellos dos y nosotros (mi colega, que seguía metido en mi bólido y yo), ella se medio limpió y me dijo que avisase a mi compi para charlar un poco los cuatro. Nos fumamos un porro rápido antes de despedirnos y por lo que nos contaron eran una pareja de pasta, unos pijos de tomo y lomo aburridos del sexo convencional y no tan convencional (habían hecho tríos, se hacían afotos, grababan sus vidrios) que buscaban dar un giro a su vida sexual con algo realmente emocionante. Ella le ofreció a mi amigo hacerle una mamada ahora que estábamos tranquilos y era el único que no se había aliviado, pero el muy tontolaba volvió a rechazar la oferta, es verdad que en esta ocasión podía tener cierta excusa, ya que se había dedicado a meterse rayas como un loco durante toda la escena dogguera y no se le empalmaba ni en sueños, pero coño, yo qué sé, al menos ponte las botas metiéndole mano y siente el placer de metersela en la boca aunque no te corras, cabrón.
En fin, nos despedimos con mucha educancia y simpatía y quedamos en volver a repetir la experiencia o, en su defecto, montar otro chiringo parecido. En el camino de vuelta al Parque Amate me loleé a base de bien de mi colega y este me hizo prometer que no iba a contar nada en el buarrio, y que si lo hacía, él también participó. Me negué en redondo, le dije que yo iba a tener la boca cerrada, no tenía interés en contárselo a nadie (salvo a vosotros, caros hermanos), pero que si era él el que se iba de la lengua durante un morao o lo que sea, el que viniese a mí a corroborarlo se iba a llevar de vuelta la puritita verdac, así que más le valía estarse callao.
Le dejé en su casa, volví a la mía, me puse a los Tangerine Dream (en concreto, el disco Ambient Monkeys, que me flipa), me fumé el último y fundido a negro.
Bueno, pues aquí se acaba esta bonita historia. Espero haberles hecho pasar unos minutos loleantes y entretenidos, para mí siempre es un orgullo saber que al otro lado de la pantasha hay un hermano partiéndose el nabo de risa (o el coño, en el caso de las hermanas). En cuanto tenga algo de tiempo extra me pongo con la siguiente historia, que parece que no, pero escribir estas mierdas me lleva a veces más de una hora.