No todo es blanco o negro,
@Max_Demian, a veces una estirpe va dando tumbos por ahí y ni tan mal.
Los abuelos McClon (los cuatro) no tenían ni mierda en las tripas. Cuatro hijos cada pareja, uno que trabajaba yendo en bicicleta a una cantera todos los días a picar piedra (13km de ida y 13km de vuelta) y otro pastoreando ovejas del señorito de turno.
Mal panorama, pero don Fancisco Franco se sacó de los cojones el INC (posterior IRYDA) que fundó los pueblos de colonización.
Todos los desarrapados, granujas, muertos de hambre y desgraciados fueron agrupados en estas aldeas.
Había iglesia, tasca, un cagadero común en el pinar y tierras cultivables. A cada uno le tocó una casa con corral, un par de animales de labranza y entre ocho y once hectáreas de regadío. A pagar en cómodos 40 años.
La gente salvó el pescuezo, crió a los hijos con más o menos fortuna y hubo quien, como mis abuelos paternos, incluso pudo mandar a un par a estudiar.
Papá McClon desaprovechó la oportunidad académica, pero salió emprendedor y vivió medianamente bien hasta que la tragedia se cernió sobre la familia. No entraremos en detalles, pero muerte de algún hijo y ruina sobrevinieron.
Con todo, nunca nos faltó ropa limpia, un plataco en la mesa y estudios (becados, eso yes). Los demás llevaban NIKE y yo J Hayber, pero nunca podré decir que fuimos pobres. Éramos honrados o algo así.
Este que os escribe vivió una vida disoluta hasta que combinó el bachillerato nocturno y un par de años de carrera con un puesto de trabajo de esos que hacen innecesario apuntarse al gimnasio. Luego más estudios sin trabajar (año y medio viviendo en modo ermitaño con la ayuda de madre y novia) y luego máster, carrera profesional y, qué cojones, a día de hoy vivo como Dios.
Para mí la prosperidad esa de la que habláis es vivir trabajando en algo que no se me hace exageradamente pesado, algo en lo que me valoran y, por lo que sea, se me da bien. Tener una familia que te quiere, beber vino decente y disfrutar de la restauración que nos ofrece nuestra impagable piel de toro.
No pido mucho y os conmino a que hagáis lo propio, pero la verdad es que reconforta, y mucho, recorrer algo de camino y conseguir algunas metas, por mucho que estas sean nimiedades para otros.
Después de correr, después de cagar y después de hacer una buena labor en el trabajo, me encuentro igual de bien que después de yacer como un conejo.
No sé si me he explicado bien, que vengo de comer con un tipo que es un alicate de cojones y, sin saludar dos veces, tampoco es que esté para escribir El Quijote.
Ah sí, la familia, el jardín y tal también son tremendísimas satisfacciones, eso yes.