jorgevm
Asiduo
- Registro
- 28 Dic 2004
- Mensajes
- 710
- Reacciones
- 0
Otra historia es cagar en medios de transporte. Este verano fui al festival de jazz de San Sebastián y la vuelta al villorrio extremeño donde vivo, un viaje de 12 horas en transporte público me la pasé cagando.
Los antecedentes fueron una doble cena grasienta, cervezas, concierto de The Pains of being pure at heart, y a partir de ahí cervezas en la playa sin parar. Se nos acabaron y nos hicimos con litronas caliente de gente que se iba y optaba por abandonarlas. No tengo ni idea de lo que bebí, pero estuve toda la noche bebiendo sin mesura ninguna. A eso de las 6 fuimos a preparar las maletas para el tren que salía a las 8. Mi gran error fue tomarme una hora de siesta destrozadora. Me levanté con una borrachera-resaca bestial, con un dolor de cabeza insoportable, y sobre todo, con un dolor de barriga bestial. Ya en la estación de tren, quejumbroso y moribundo, necesitaba papear algo para que por lo menos me bajase la borrachera y me pillé en una máquina uno de esos sandwiches de pollo frío envasados en plástico y un batido Okey. El sandwich era denunciable: la lechuga estaba PODRIDA, la mayonesa olía mal y el huevo debería contener cultivos que maravillarían a Louis Pasteur. Aún así me lo comí, haciéndomelo tragar con ayuda del hiperazucarado batido de vainilla. Mientras lo comía, el estómago ya me estaba golpeando furioso, indignado ante tales malos tratos.
Mientras veía venir el tren ya me estaba cagando las patas abajo. Al subir, me metí directamente con maleta y todo en el váter. Sudoroso, blanco, tiritando, borracho todavía, y en un habitáculo muy pero que muy pequeño. Quité el torno de presión anal y dejé que cayeran hectolitros de caca churretosa. Cuando acabé ya íbamos por Vitoria.
Salí del cubículo a colocar la maleta y no llegué ni a sentarme, pues necesitaba ir al vagón del bar a por una botella de agua. Cogí mi minibotellín de 20 cl a precio de oro y era tal la ensalada gástrica que tenía dentro que tardé en bebérmelo varias horas. Mientras tanto, volvía por largas temporadas a los retretes, que tenía que alternar porque muchos se atascaban. Era un lol cuando pasabas por el pasillo y veías por lo menos 3 vagones de seguido con el provisional letrero de "Fuera de servicio". De vez en cuando también vomitaba, por suerte no me entró uno de esos combo-mega-mix de la muerte. La olor diarreica traspasaba los baños y me impregnaba a mí. No sé qué pensaría aquel portugués (vestido a lo Cristiano Ronaldo, por cierto) que iba a mi lado cuando llegaba rezumando peste, blanco y temblando a mi sitio y tomaba sorbos de mi botella de agua interminable.
Yo ya no sabía si andaba por Burgos o por su puta madre, estaba totalmente ajeno al viaje y al transcurso del tiempo. Cada pocos minutos tenía que volver al traqueteante retrete y echar ya una especie de bilis fecal, porque ya no quedaba nada en mí, purificadora del alma pero dolorosísima.
En una de estas el tren por fin llegó a Madrid y di gracias a Dios por salir del puto tren. Eso sí, ahora para llegar a mi pueblo necesitaba un autobús, donde no había retrete que valga. Fui a comer y me pedí una sopa de fideos. Cinco euros de mi alma valía en la estación de autobuses y encima estaba avinagrada. No, si con razón los pueblerinos que vamos de paso por Madrid salimos asqueados. En vez de quejarme y aludir a mi pésimo estado intestinal, como soy gilipollas, me la bebí sin rechistar. Estaba muy avinagrada la muy puta sopa. Eso desencadenó en mí una serie de explosiones internas, y a pesar de no tener nada que cagar, fui corriendo al vater para presenciar cómo mi culo estornudaba un último golpe de líquido mierdoso. Ahí sentí una liberación. Lo conseguí. Pude hacer el viaje de vuelta en autobús sin ninguna impertinencia, por desgracia para este cojonudo hilo, pero por fortuna para mí.
Qué viajecito, la hostia.
Los antecedentes fueron una doble cena grasienta, cervezas, concierto de The Pains of being pure at heart, y a partir de ahí cervezas en la playa sin parar. Se nos acabaron y nos hicimos con litronas caliente de gente que se iba y optaba por abandonarlas. No tengo ni idea de lo que bebí, pero estuve toda la noche bebiendo sin mesura ninguna. A eso de las 6 fuimos a preparar las maletas para el tren que salía a las 8. Mi gran error fue tomarme una hora de siesta destrozadora. Me levanté con una borrachera-resaca bestial, con un dolor de cabeza insoportable, y sobre todo, con un dolor de barriga bestial. Ya en la estación de tren, quejumbroso y moribundo, necesitaba papear algo para que por lo menos me bajase la borrachera y me pillé en una máquina uno de esos sandwiches de pollo frío envasados en plástico y un batido Okey. El sandwich era denunciable: la lechuga estaba PODRIDA, la mayonesa olía mal y el huevo debería contener cultivos que maravillarían a Louis Pasteur. Aún así me lo comí, haciéndomelo tragar con ayuda del hiperazucarado batido de vainilla. Mientras lo comía, el estómago ya me estaba golpeando furioso, indignado ante tales malos tratos.
Mientras veía venir el tren ya me estaba cagando las patas abajo. Al subir, me metí directamente con maleta y todo en el váter. Sudoroso, blanco, tiritando, borracho todavía, y en un habitáculo muy pero que muy pequeño. Quité el torno de presión anal y dejé que cayeran hectolitros de caca churretosa. Cuando acabé ya íbamos por Vitoria.
Salí del cubículo a colocar la maleta y no llegué ni a sentarme, pues necesitaba ir al vagón del bar a por una botella de agua. Cogí mi minibotellín de 20 cl a precio de oro y era tal la ensalada gástrica que tenía dentro que tardé en bebérmelo varias horas. Mientras tanto, volvía por largas temporadas a los retretes, que tenía que alternar porque muchos se atascaban. Era un lol cuando pasabas por el pasillo y veías por lo menos 3 vagones de seguido con el provisional letrero de "Fuera de servicio". De vez en cuando también vomitaba, por suerte no me entró uno de esos combo-mega-mix de la muerte. La olor diarreica traspasaba los baños y me impregnaba a mí. No sé qué pensaría aquel portugués (vestido a lo Cristiano Ronaldo, por cierto) que iba a mi lado cuando llegaba rezumando peste, blanco y temblando a mi sitio y tomaba sorbos de mi botella de agua interminable.
Yo ya no sabía si andaba por Burgos o por su puta madre, estaba totalmente ajeno al viaje y al transcurso del tiempo. Cada pocos minutos tenía que volver al traqueteante retrete y echar ya una especie de bilis fecal, porque ya no quedaba nada en mí, purificadora del alma pero dolorosísima.
En una de estas el tren por fin llegó a Madrid y di gracias a Dios por salir del puto tren. Eso sí, ahora para llegar a mi pueblo necesitaba un autobús, donde no había retrete que valga. Fui a comer y me pedí una sopa de fideos. Cinco euros de mi alma valía en la estación de autobuses y encima estaba avinagrada. No, si con razón los pueblerinos que vamos de paso por Madrid salimos asqueados. En vez de quejarme y aludir a mi pésimo estado intestinal, como soy gilipollas, me la bebí sin rechistar. Estaba muy avinagrada la muy puta sopa. Eso desencadenó en mí una serie de explosiones internas, y a pesar de no tener nada que cagar, fui corriendo al vater para presenciar cómo mi culo estornudaba un último golpe de líquido mierdoso. Ahí sentí una liberación. Lo conseguí. Pude hacer el viaje de vuelta en autobús sin ninguna impertinencia, por desgracia para este cojonudo hilo, pero por fortuna para mí.
Qué viajecito, la hostia.